La soledad puede ser un ambiguo retozar de años, quiero decir
uno fluctúa entre la vida interior y la exterior, y ésta segunda se convierte en sólo un pequeño paso
para no sucumbir ante la verdad absoluta que bulle en el cerebro, la percepción del
absurdo existencial, fuera de borracheras y sexo, alejado de la alimentación de supermercados y barullo.
Sencillamente uno está ahí, sube al furgón por las mañanas, bien temprano, los ojos
aún pegados,
se echa las manos a las legañas, las conversaciones del resto de viajeros se confunden con el propio
pensamiento, es curioso, lo amilanan, lo ponen contra las cuerdas.
Uno quiere llorar al volver la primera curva, la mirada perdida más allá de lo que queda de huerta,
de nuevo los pies que tiemblan y no
la tierra.
Se acude entonces al socorrido síntoma, el primero, de la infelicidad.
(Se veía claro en las imágenes que grabó Álvaro desde el balcón de su casa, sólo la gente, pasando)
Es tal el acoso de la realidad, que la angustia, fácil, se extiende por el intestino, se atasca, hace crecer tu barriga, endurecida ya, e hinchada, heces que son
tú mismo, ahí quieto. Ante el espacio
exterior.
Paralizado por la precisión con que la vida pasa, va uno a descargarse al final de la jornada,
en casa,
contra la pared,
contra el animal doméstico,
contra el otro.
Uno daría un brazo por profesionalizarse en banalidad, por bombardear con carne
los muslos de chicos, los muslos del delgadísimo con barba fina.
Porque no importara el grado de calidez de un recibimiento en la tristeza de un piso,
y éstas ganas de sobresalir, de que crezca alrededor de uno la maleza, que nadie se acerque al oro, que lástima de estrategia.
La soledad se presenta, y no podía ser de otra manera, como aquello a lo que asirse aún
desnudo,
lo único que nos representa más allá de las fronteras del propio cuerpo.
La soledad entendida como vida interior que fulgura, que persigue abrazar al final al contrario,
comerlo, la soledad
del valiente, cómo ha de estar si no hastiado, aburrido de los encontronazos con la ley y la suerte,
la burocracia galopante, la conversación
sobre la dieta
que siempre tienen, a cierta hora,
las mujeres.
La soledad y los glúteos del fornido joven que abre un poco las piernas, te da la espalda, de vez en cuando
se vuelve, parece decir
cómeme el culo
cómeme
el
culo.
Al final con la propia mente en una cama, una orgía de nadie y para nadie, la luz
socorriendo éstas ventanas
enfrentarse con el malévolo rincón que quiere hacer
morir
al resto.
Y querer irse
muy lejos, arriesgarse, de todos modos, a que sea
con uno mismo, y sólo
con uno
mismo.
Cuando el silencio me ahoga, enciendo la radio y me llegan de un planeta lejano voces que apenas comprendo: ese mundo tiene su tiempo, sus horas, sus leyes, su lenguaje, preocupaciones, diversiones que me son radicalmente extraños.
Simone de Beauvoir.
Poema de la configuración de la hipocondría, la soledad en la ciudad, el eterno retorno y la calidad de vida.
Tarde con insectos entre los labios.
Una vez tuviste la desfatachez de decirme las cosas más feas del mundo.
Recuerdo que andabas por el pasillo, el de aquella casa horrible, lo recorrías
arriba y abajo, sangre al final, es lo que quedaba de mí, te tenía
miedo, te desafíaba, te volvía la cara, comencé a
golpear
la pared
con el
puño
cerrado, por entonces.
No abría la puerta a mis amigos, no cogía el teléfono,
comía demasiado, veía la televisión, dormitaba siempre, el mundo
estaba ahí fuera, pasando como un coche elegante con Bowie dentro,
mientras a mi me crecían muertes en lugar de uñas
y se abotargaba el rostro que delante del espejo sugería entrañas y violencia.
Te odié como se puede odiar la boca de un lobo, al amo, al implacable,
te odié de igual manera en forma de boca de lobo, de ama, implacable
perdiendo
los estribos
aprendí el desastre de la guerra llegó a parecerme un arte leías a
Sun Tzu, nada era hermoso en aquella casa, sólo la perra traía algo de vida
me afanaba decorando aquella miseria con pintura azul y betún de judea.
Debería perdonarme por permitirme todo aquello, trato de hacerlo ahora con
psicoanálisis, amor, una casa sin pasadizos, todo al aire, todo limpio, una suerte
de estrategia para aminorar la marcha del hastío. Escribo libros, me gusta sentarme
en el banco que está enfrente de casa, tomar el sol, salir de noche, hasta muy tarde
emborracharme, hacer el amor a eso le llamo yo hacer el amor, nada de
orín ni pesadillas, sólo suave, a modo de
alveolo
pulmonar.
Deshacerme de tí, con éste último poema, como si cayeras desde un tercero
y no
murieras.
Por safrika señorita a las 10:33 p. m. 6 pulsaciones
Además nado en la piscina del chalet, en serio.
Iba notando una presión de azúcares y premios, sentada al lado del escritor, sabes
en el suelo, me pintaba los labios, no sé si me entienden, yo
CREO
en mi sensibilidad especial y CREO en el poder de mi piel y mi palabra.
Me reía, estoy nerviosa, pero poco, lo justo para parecer tímida, más especial
que nunca. Esa de ahí me tiene envidia, yo no sé qué siento, me cargo como un arma
meto aquí el proyectil, en la boca, saben
en
la
boca.
En realidad el tipo de la voz melosa me la trae floja, todas esas parrafadas son viento
para mi viento pero sé dónde estoy y lo que hay que hacer, soy
una chica lista, nada que tenga que ver con languideces y recordatorios que total,
hago lo que quiero y cuando quiero, TAMBIÉN
voy a la playa, dirijo aquí y allí mi aliento persa, mi orientación pulsátil, todo
que se sepa soy una dama elegante pero también puedo ser vulgar y salvaje y etérea.
Te convenceré, aquí al lado del escritor, me toca la pierna, yo gritaría, es así
me gusta gustarle, sabe quién soy, todos
saben
quién soy y eso
me
pone
super
cachonda.
Por safrika señorita a las 10:25 p. m.
4. Ella vio que yo era malo, y me amó.
Bertolt Brecht
Que mellada comiendo en la agresión a las doce, comiendo en la mezcla de
cabello y emboscadas, tus manos son como rasgando lo que más cansa y lo que
asombra.
Sé que te molesto, la dama insoportable que no encaja en el aspecto,
sin embargo conmueve e inquieta, que mellada comiendo empujones se endeuda en
crisis y síntomas breves activos que se acoplan,
justo ahí, la nuca confusa, atornillados los sabios, todos los libros leídos,
tragados, me sonrojo, si éste engranaje tuviera tu nombre,
y sin censura pudiera enseñarte la exaltación de una cadera o el círculo negro explotando
maceraría tu gesto, eso haría, en la limpieza de tus iris o en la intempestiva bulla,
a eso de las cuatro desperté en el sofá, se abrieron los horrores, y en la cama
tu culo amor, estás desnudo la ventana abierta vulgar ignorada, los glúteos perfectos, qué tosquedad tienen las alimañanas de ahí afuera, yo pensaba,
todos trabajan para ganarse el cielo, deliberadamente, un ésto mayor un aquello más brillante, y
ahí miraba yo, sólo tu culo, amor, una respiración oportuna de dormido,
todos los pestillos rotos, me pongo voraz de Arturos, qué prosperidad la mía, mírame, estoy de fiesta, si acaso las piezas
de este engranaje tuvieran tu nombre, que constancia la mía para la máquina, que ferviente
acólita de la secta, que sumisión de filamento adecuado.
Comiendo en la hipertermia, me tumbé a tu lado
qué paraiso de gérmenes, qué rotación de
muñeca, que tono tan formal, para agarrarme en sueños y decirme
te amo, nena y claro de eso
tampoco te acuerdas.
Por safrika señorita a las 10:54 a. m.
Día Laborable III. Base militar.
- Injerto de cadáver en la rodilla.
- No llega al medio litro lo que
extraemos aquí de usted, usted que derramaría su sangre necia por
no sé qué patria y no sé qué nosotros. Me abstengo de
sacar la mano, esta ventana tan fría y quirúrgica, lo que podría
hacernos, a nosotros que sólo entendemos de CALOR
desde hace
un año. ¿Me abandonarás? Es la naúsea que me provoca estar
dormida, acariciar tu pelo desordenado, quién sabe qué perplejidad
será la tuya cuando saco mis permisos caducados, y el guardia me mira
me abronca
Tú a quien perpetuamente abrazo, contigo éstas noches extrañas
de junio frío
una preciosa
fórmula química, en la conjunción de líquidos y ganas de vomitar
por la mañana, el soldado parecido al príncipe me mira desde ahí abajo, un hortera de
cuidado, dime toda la verdad, cuándo vendrás, si habré de remediar
estos defectos:
estar fuera de la ley
el sobrepeso
que nunca llore en el cine, que
quiera matar a
nuestro
gato.
martes, 10 de junio de 2008 | Por safrika señorita a las 9:56 a. m. 2 pulsaciones
Palabras que no nos gustan.
Dime tus palabras odiadas pinchando aquí, voy añadiendo las que me enviais.
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