martes, 26 de abril de 2005

Tentaciones y síndromes

Como no tengo con quien hablar (lo que sucede a más de la mitad de los ociosos que utilizamos una página virtual como registro de la nada) confieso que a veces visito páginas vecinas. Unas son tan comunes y corrientes como habitaciones de asalariados y otras semejan palacetes de las zonas recidenciales de lujo.

Entonces me entra el síndrome del efecto de demostración (que no es en el fondo sino germen del efecto dominó) y digo para mí (como madre abandonada) 'debería arreglar y adornar esta casa'. Lo cual parece una potencia de la naturaleza desatada sobre el castillo de las zonas lobulares dedicadas a la competencia y al consumo de endorfinas.

Un resto de coherencia naufraga sobre estos sentimientos encontrados: 'Ay, mamá, pero si nadie viene a visitarte. Y ya ves, sólo cuando a mi papaá se le acaba el dinero se aparece a husmar por el refri..., jamás por la alberca o la biblioteca'.

De modo que me dedicaré a soñar, como los que compran lotería o van a los grandes almacenes para evocar objetos incomprables con los cuales poblar sus sueños e ilusiones.

De cualquier modo, me han dicho por ahí que hay unas lindas casitas en Lycos. Quizá me anime una tarde de estas a caminar por ahí. Sólo para hacer ejercicio. Nada serio. Aunque sé que dentro de cuatro minutos miraré con impaciencia nuevamente el reloj.

domingo, 17 de abril de 2005


Facundo Burgos en su libreria con Martin Cristal Posted by Hello

La tesis de Astarté Ikoshi

Astarté Ikoshi le comentó a Facundo Burgos, quien vive en Cuernavaca, Mor., respecto al asunto de Mr. Lucas. Ella, por casualidad, tuvo acceso a la noticia registrada en este espacio durante febrero pasado. Ella ignoraba la vieja amistad entre Burgos y yo.

La señora Ikoshi, me comenta Facundo, está casada con un mayor retirado del ejército filipino que decidió vivir en este hemisferio por razones de seguridad. Burgos alza las cejas y sonríe levemente: "imagínese, maestro, si no será medio demente un viejo militar que se viene a vivir al centro de operaciones del Mochaorerjas..."

Claro, como historia local, el Mochaorejas tiene capítulo aparte: es uno de los secuestradores múltiples más sanguinarios del que se tenga noticia en la historia del país. ¡Y vaya que este país no está peleado con los hechos de sangre..!

La señora Ikoshi no es una mujer crédula. Se afirma creyente, pero el paganismo y las leyendas alrededor del Popocatépetl no han dejado de hacer mella en su capacidad de especulación. En pocas palabras, se ha asimilado al modo de ser local. Cree lo que le conviene. De modo que interpretó de modo muy distinto la desaparición del pato Lucas.

"Señor Burgos, mi especulación no puede estar lejos de la verdad: en este país ocurren a diario cuestiones verdadermente excepcionales: México es un territorio mágico. Vea usted el caso de los alebrijes: de un sueño de horror, el hombre que los concibió produjo cientos de estatuillas de cartón piedra con sus diversas morfologías. Y de sus pesadillas, los artesanos de Oaxaca crearon una serie de figurines benévolos que tienen un eco de los dioses tutelares de la mixteca o de sus nahuales. ¿No le parece curioso?"

Y el señor Burgos que tiene una inveterada facultad para encontrar personajes se mostraba entre fascinado y escéptico ante las especulaciones de Mme. Ikoshi. Ya montada en el tobogán de la sabiduría local, se explayó la anciana:

"¿Ha visto usted el canal Infinito en la televisión por cable? Es un canal dedicado a los asuntos paranormales. Y todo va junto con pegado: un desorden. Primero un fantasma en Valparaíso le dicta el destino a una lectora de tarot. Despúes se hace la apología de la zona 251 y se pretende demostrar la existencia de UFOs (lo que son OVNIS para nosotros); para amanecer en Paraná con un santero extraño dispuesto a conjuros de remoto origen, tal vez vudú o africano. Y ahora resulta que en los alrededores del Tepozteco hay un culto a esas cuestiones extraterrestres, como si la sierra fuera una pista ideal para aterrizajes intersiderales".

--¿No es una loca maravillosa? --interrumpe Facundo su crónica. --De verdad que está asimilada al estroncio de la región. (Comentario que solo un forense puede comprender, cavilo).

"¿Cómo se llaman esas entidades mexicanas terribles y jueguetonas aliadas con cuestiones oscuras acerca de las cuales no hay más que menciones orales... (Duda doña Ikoshi unos segundos y finalmente se responde)... ¡Ah, sí, chaneques! Chaneques. Siempre he tenido la impresión que algo los liga a los djinns orientales. Pero los indígenas afirman que ellos son capaces de cambiar de lugares las cosas que importan... ¿Porque no creerá usted que el tal Mr. Lucas estuviera dotado de locomoción propia? Es de dudar siquiera que tengan una musculatura mínima esas mascotas... Aunque a veces especulo que como objetos de transición, como afirman los estudiosos del comportamiento..."

Interrumpo a mi amigo. "¿A qué atribuyes la logopeya de Astarté Ikoshi?"

--Dice que hace unos años se inscribió a la carrera de Etnología en la universidad abierta.

Sé que no tomé muy en serio el discurso de esta mujer. Pero prefiero consignarlo por si algún día aparece Mr. Lukas en el lado oscuro de la luna o en cualquier otro sitio del universo, y está dispuesto a revelar su historia.




sábado, 16 de abril de 2005


Mr. Lucas before abduction Posted by Hello

miércoles, 2 de febrero de 2005

Alto a la inseguridad. Devuélvanos al pato Lucas

On Tue, 1 Feb 2005 13:44:29 -0600, Mariana
wrote:
> De hecho aunque no lo creas estoy aprendiendo con lentitud las
> virtudes de este correo, me encanta que lleves registro así, cuestión
> que es más que útil para una serie de cosillas que suceden, sobre todo
> cuando se deja de hablar de corridito...
> Me quedé pensando mucho del día que nos vimos, primero porque en el
> estacionamiento se adjudicaron a mi pato Lucas, acompañante en mis
> horas de tránsito regalado por una santera... la segunda es porque
> nunca supe en qué momento te desvaneciste... tercero la premura de la
> vida, pero a final de cuentas, aquí estamos ¿no?, cuídate siempre
> mucho, un abrazo
>
> Mariana


Querida:
Realmente siento la pérdida de el pato Lucas. Yo lo atribuyo a un
secuestro, no veo otra explicación. Tengo un cuate en la PFP déjame
pedirle instrucciones. ¿Quieres que te acompañe a levantar el acta?.
¿Que por qué?. Expongo mis razones para pensar en el secuestro.
Primero: por su fama internacional, que nada tiene que ver con la de
Michel Jackson.
Segundo: por el prestigio. Quien haya secuestrado a Lucas sabe que se
ha convertido en un criminal de altos vuelos, de reclusorio de alta
seguridad, porque esto es como matar a John Lennon, tout simplement.
Tercero: Van a extorsionar tanto a la Warner Bros, como a todos los
admiradores del Pato Lucas. Obvio. Qué ser con inteligencia y corazón
no donaría todos sus puntos American Express o Banamex Premia como
contribución al rescate de nuestro héroe y filósofo.
Cuarto: aunque no lo creas, a mi me educó Lucas, de modo que sé que
por educación hubiera hecho lo mismo que yo: decir: 'adios, cuídate,
nos vemos' (como lo hice) y no andar evaporándose por alguna causa
improbable.
Quinto: Todo el personal de seguridad estaba distraído: ese día, a esa
hora, los notorios panistas del país tenían un panel en el WTC.
La mecánica --supongo-- fue casual. Revisemos los hechos.
Uno: El estacionamiento del Poliforum Siqueiros rodea la sucursal 575
de Banamex, y sus máquinas ATM. Dos: Podemos pensar que algunos
malhechores merodeaban el sitio. Cosa de un secuestro express o un
rápido asalto a quien sacara dinero del sitio. Tres: los tres
empleados del estacionamiento, en ese momento estaban ocupados: las
13:30 hs. son hora pico para el lugar. Cuatro: Si alguien hubiera
visto a Lucas en la calle el tumulto a su alrededor hubiera sido
notorio. Un personaje de Hollywood y Toon City en la calle de
Filadelfia es de llamar la atención. Concluyo por tanto que lo
amordazaron, encubrieron y cargaron con él por Insurgentes.
Sexto: La santera, evidentemente, no sabía que estaba ahí nuestro
querido Pato. Podemos eximirla incluso si sospecháramos de cualquier ataque de celos.
Séptimo: todos estos ires y venires de la inseguirdad en el país y la
descalificación de los EUA de nuestras deplorables condiciones de
protección a la ciudadanía no son casuales. Algo ha trascendido del
hecho. ¿Con quién has hablado de esto?
Octavo: Ya en el terreno político: esto es grave. Se puede convertir
en una gran bola de nieve. Si yo fuera paranoico incluso llegaría a
afirmar que esto podría ser un pretexto para que los EEUU nos vuelvan
a invadir. Andrés Manuel y Fox, ni en cuenta, ya hubieran declarado
algo. Pero sólo nos queda la vía legal.

Me pongo a tu servicio. Le escribiré también a mi coronel Gámez.
Por último: un par de preguntas: ¿Cuando llegaste al Poliforum
llevaba Lucas el cinturón de seguridad? ¿Buscaste bajo el asiento?
Inquieto
El Ruix

lunes, 25 de octubre de 2004

De un párrafo de Cocteau

Sólo para enterados

"Si usted escucha decir : 'X ... se mató fumando opio', sepa que es imposible, que esa muerte oculta otra cosa".

Cocteau, Jean. Opium, journal d'une désintoxication. Stock, Paris, 1930

domingo, 26 de septiembre de 2004

Ver morir

Despedirse de los amigos

DIEGO BRICIO era rollizo, ágil, activo y sonriente. Químico brillante, amigo y protector de mi mujer. Tenía buen gusto y una gentileza y suavidad muy ajena a la de los Sinaloenses que conozco. Aunque compartía de ese caracter la generosidad y el gusto por las reuniones numerosas y festivas. Cuatro o cinco veces gocé de su hospitalidad. Un hombre en verdad cordial. Su gusto por las matemáticas lo había hecho un matemático serio, reconocido por los egresados de la Facultad de Ciencias de la UNAM.

Viajaba mucho. Durante una estancia en Italia me envió un libro de Giovanni Capelli: Floppy Disk, una novela de género négro de un autor de fines de los 80 que no ha sido traducida en México. El gesto implicaba que me encontraba algún parecido físico con el autor y era un guiño a mi interés por las computadoras.

Como yo, fue profesor de la UAM desde su inicio. Un edificio en la Unidad Iztapalapa de esta universidad lleva su nombre.

La última vez que lo vi fue en el área reservada del Instituto Nacional de Nutrición, con veinte o 30 kilos menos, con inmunodeficiencia adquirida, pálido, febril, sudoroso y delirante. Murmuraba que no quería morir. Apenas nos reconoció a mi mujer y a mí. Fue la despedida.

Para mi padre, médico, la muerte es un proceso. No tenía prejuicio para llevarme con él desde los cinco o seis años para estar con varios agonizantes. Lo entendía porque eran hombres o mujeres que había visto yo en su consultorio con sana faz. Los reencontrábamos con rostros de color diverso: ictéricos, terrosos, cenizos, pálidos, verdosos. Caras y miradas agobiadas por el sufrimiento físico, por el agotamiento. Matices del dolor humano al final de sus caminos. Y atrás la adivinanza de su resignación: una inexplicable tristeza. En nada es semejante a estos rostro el de alguien que agoniza de SIDA.


El primer cadáver

Recuerdo con claridad mi primer muerto. Y no con tanta claridad mi primer beso...

TENÍA YO alrededor de 4 años e iba al supermercado a unas cuantas cuadras (id est manzanas) de la casa: la distancia que hay en esta ciudad de la avenida Chapultepec a la calle de Oaxaca, bajando por la calle de Valladolid en la colonia Roma. Se atraviesan: Tokio, Puebla, Sinaloa, Durango y se llega a destino. En el cruce de Oaxaca y Tabasco, donde estaba en 1957 el primer Sumesa.

Iba una tarde acompañando a mi madre, cuando vimos un grupo de gente en la esquina de Durango y Valladolid, Era un atardecer luninoso a medio verano. Una tarde tibia y con sol, reverberaban en el camellón de Durango las hojas de los truenos y apenas se sentía una leve brisa que atenuaba el calor. Ahí estaba el muerto, en la acera, frente al camellón, frente al lugar donde se construiría El Palacio de Hierro dos o tres años después.

El hombre, un viejo mendigo de facciones indígenas, no acababa de morir, entendí. Estaba de lado, ya le habían cerrado los ojos, y sólo una pequeña hemorragia indicaba que había perdido el sentido, se había golpeado y había muerto. Su rostro estaba en paz. Un policía velaba el cadáver en espera del ministerio público. Todos los vecinos sabíamos que era limosnero, que era esa su esquina e ignorábamos donde vivía o sobrevivía.

Ahora, lo impensable hoy. Junto a él habían colocado su dinero, varias columnas de monedas de cobre de diverso valor. Monedas de curso viejo. El muerto tenía el color de las monedas. No le habían cubierto el rostro.

Al llegar a la casa mi madre tomó una sábana y le pidió a la sirvienta la llevara para cubrirlo. El México de hace cincuenta años en poco se parece al moderno.

Esas monedas. Ese muerto. El policía vigilante. La tarde. Son mi primer muerto, frente a lo que es hoy El Palacio de Hierro.

No tuve pesadillas esa noche ni las siguientes.

El miedo a los muertos lo tuve después. La mañana que me llevaron a San Ángel. Al museo del Carmen y vi los rostros y los cuerpos de muertos devorados por la muerte: las momias del Convento. Pasó mucho tiempo para que aprendiera a deshacerme de ese horror.