El papita
ENTRE LAS MARAVILLAS DEL MUNDO que están actualmente a votación por Internet, la red de redes, se ignora esta magna obra del ingenio humano: la estatua de Juan Pablo II, nuestro amigo y hermano del alma, según dice la canción. Se ubica en la calle homónima esquina con Insurgentes, frente a la estación Francia del Metrobús.
Su tamaño no excede el de una caja registradora; pero tiene el mérito que descubrimos en una botella de perfume o en la magia como de caja negra de un chip: una fuente de fuerza. Como todos los grandes secretos de la humanidad, pasa inadvertida. Mi hijo el Pato lo atribuye a que hay una imagen del mismo prócer a un costado de Catedral hecha con las llaves de deshecho de miles de conciudadanos que distrae la atención del populacho y la villanía. He visto tal monumento y no lo recomiendo: esa es una obra comercial y fantasiosa, en contraposición de este pequeño Behemot que oculta en el pectoral (aquí disimulado por la sombra del rostro en la fotografía) de una imagen sagrada.
Cuando las consultas ciudadanas sirvan para algo, sugeriré que se la incluya en el recorrido del Turibús. Ruta que deberá inaugurar el eximio Dan Brown.
Moriarty dixit.