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27 de agosto de 2009

I love to singa

Hace un rato me puse a dar una vuelta por archive.org, esa maravilla llena de películas y comerciales y propaganda y música que por algún motivo ya ha pasado al dominio público. Buscaba la versión de Rhapsodie in Blue tocada al piano por el propio George Gershwin, que debo tener por allí en alguno de los cientos de CDs que uno jura que va a recordar dónde está y a la hora de las horas...
Tengo una buena docena de versiones de la pieza, y mi favorita es una versión "libre" de Leonard Bernstein, pero siempre es bueno regresar a los orígenes. Me gusta la versión de Gershwin porque uno se entera qué era lo que realmente quería con la pieza, ese ruido de ciudad, los metales exageradamente tocados, los cambios de velocidad, las cadencias del piano... Las versiones posteriores evidentemente trataron de aportar algo nuevo, y lo hicieron a veces a grados de sofisticación que caen en lo excesivo (como la de Bernstein, ejem; nadie dice que a uno no le puede gustar lo excesivo), pero no creo que haya una sola que haya mejorado la original; a lo sumo habrá mejorado la calidad del sonido de 1927 a la fecha. Si no cree, oiga a Gershwin y ya me dirá.
Como siempre, me puse a vagar aquí y allá y encontré cosas como la Coca Cola All String Orchestra, que no está nada mal; una tonelada de canciones del extraordinario Paul Robeson; otra tonelada de Shirley Temple --que estoy oyendo en este momento--, y otra más de la imperdible Lil Armstrong, por no citar uno que otro giga de cosas que ya están en el disco duro. Algunas piezas suenan bien como fondo para futuros videos --se me ocurren un par para uno que está en edición--, otras nomás me gustaron, como el cuarteto vocal de Phillip Morris, lo que es fumar Marlboro.
Entre el montón de pizas sueltas que bajé había una pieza en particular que me llevó volando cuarenta y cinco años atrás: el rip de la pista de un corto animado llamado "I Love to Singa" debido a la genialidad de Tex Avery, dios de los dibujos animados si alguna vez lo hubo. (Estamos hablando del creador de Bugs Bunny, Daffy Duck y Silvestre, para que nos vayamos entendiendo. Y, sí, hay otro dios: Mel Blanc, el que les dio la voz a Bugs Bunny, Daffy Duck, Silvestre, Sam el Pirata y a varias decenas más... a todos al mismo tiempo, también para que nos vayamos entendiendo.)
Así que me fui corriendo --y más bien arrastrando, porque estaba bajando muchísimos archivos de música-- a YouTube a buscar el video de "I Love to Singa", ¡y lo encontré!
En aquellos años sesenta en que pasaban caricaturas de los treinta, sin doblaje y menos aún subtítulos (excepto Popeye: los subtítulos eran minúsculos, pensados para el cine, y daba lo mismo si uno tenía una tele de 14 pulgadas, que era mi caso), uno se aprendía foneticamente las letras, o sea que no aprendía nada, pero la música era inolvidable. Así que, después de esta larga introducción, pongo aquí uno de los videos más importantes de mi infancia, quizá uno de mis primeros acercamientos al jazz, que después me llegaría a tomar más en serio. (No hay que quitarle créditos, en materia de difusión del jazz entre niños, a Walt Disney, y mucho menos a los temas de otras caricaturas, como Los Picapiedra, Don Gato, Magila Gorila y qué sé yo. Nomás que "I Love to Singa" es mucho más que un tema: es una declaración de principios. Ya dije.)

¡PAREN PRENSAS!

Allí dice que la inserción del video está desactivada por solicitud de... uh... Eso no lo dice.
Nos queda el URL: http://www.youtube.com/watch?v=28hk97-vZdQ
Ah: noten que el jazzista --como buen búho-- se llama Owl Jolson, en claro homenaje a Al Jolson, protagonista de la primera película sonora, The Jazz Singer.

7 de julio de 2009

Noticias de Silvana


Hola a todos!!
Quiero decirles que estoy muy bien y que el campamento es muy interesante, he aprendido muchas cosas nuevas y he hecho nuevos amigos. Jamás lo hubiera pensado pero soy la concertina de la orquesta e igual que allá es bastante presión.
Los extraño pero estoy bien, no se preocupen.
Los quiere:
Silvana.

20 de junio de 2009

Silvana a España


Silvana es hija de mi hermana Lorena, y si de algo no cabe duda es de que nació para la música, específicamente para el violín (aunque también estudió guitarra y algo le pega). Toca con la Orquesta Sinfónica Juvenil desde los 11 años, y a los recién cumplidos 17 ya hace suplencias en la Nacional. Es concertino de la OSJ, y El diario de hoy anuncia que se irá a España a un encuentro de músicos jóvenes y a recibir unos talleres sobre varios temas.
No es por presumir, pero la música es endémica en la familia, como ya he comentado por aquí. La hermana de Silvana, Andrea, es cellista, y también toca en la OSJ; Lorena tuvo un grupo musical en las épocas de la guerra, "Nueva América", y aún toca los fines de semana en asuntos comunales y parroquiales, en Mejicanos; mi hermana Ana canta y toca la guitarra, y Mauricio estudió guitarra clásica unos años; yo dediqué la mitad de mi vida a la música, que ejercí de manera profesional, y juego a ratos a componer cosas; mi hijo Eduardo es jazzista y guitarrista clásico, y mi hija Eunice estudia ópera. (Valeria anda ahora por toda la casa cantando con voz ronca. No sé si eso se pueda citar como requisito para entrar al club. pero tiene cinco años; le queda tiempo.) Mis primeras notas de guitarra me las enseñó mi mamá, y mi papá a tocar la armónica, por allá en mis ya lejanos 11 o 12 años.
Me da orgullo Silvana. Ha trabajado fuerte y con disciplina durante años, y se lo merece.

2 de diciembre de 2008

Si muero lejos de ti

Si hay algo con lo que un mexicano puede ponerse a llorar, si lo agarran destanteado, es la "Canción Mixteca". No hace falta tener un par de tragos dentro, sufrir de una cruda grado 10.5 ni --peor aún-- estar sobrio. Más de un macho calado ha soltado más de una lágrima con aquello de "México lindo y querido, / si muero lejos de ti, / que digan que estoy dormido / y que me traigan aquí..."
El autor de la Canción Mixteca es José López Alavés. Para mayores datos biográficos, buscar en su página oficial.
Lo bonito e interesante es que su nieto, Raúl Campos López, se ha lanzado al proyecto de recopilar las obras de López Alavés, con el patrocinio de la Secretaría de Cultura de Oaxaca, CONACULTA y la Fundación Alfredo Harp Helú, también de Oaxaca. Y más aún: la investigación y transcripción de las obras las está haciendo junto con Rafael Eduardo Menjívar Mérida, mi hijo, como consta en la página de los créditos.

La vieja manía de hacer libros, pues. Ahora están trabajando en el tomo que sigue.
Otra cosa interesante es que Raúl y Eduardo no se dedican a la música --digamos-- popular mexicana, vernácula o como se quiera llamar, sino al jazz. Ya deben tener unos diez años trabajando en eso. Igual la música es la música, el trabajo es el trabajo y, en serio, la "Canción Mixteca" es peligrosísima para el estado de ánimo, si uno no se cuida.
Felicidades para ambos, y un gran orgullo para mí.

29 de noviembre de 2008

Lo que nunca tuvo ojo

El último lugar en el que viví en México fue un departamento pequeñito, muy bien distribuido, en la calle de José María Tornel, en San Miguel Chapultepec, si mal no recuerdo en el número 9, departamento 302. O sea en un cuarto piso: allá se usa el sistema de planta baja, primer piso, segundo, etcétera. Aún me pasa que voy al tercer piso de un edificio, subo por las escaleras, y después tengo que volver a bajar; antes de darme cuenta estoy un piso más arriba de lo que debería.
Estaba --y aún está-- muy bien ubicado. En la esquina terminaba el Circuito Interior, a dos cuadras comenzaba --y comienza-- Avenida Revolución, que lo lleva a uno hasta el mero sur. Sobre la calle de Pedro Antonio de los Santos, el metro Juanacatlán; cruzando la calle, la colonia Condesa, donde se podía comer muy bien y sin tanto aspaviento como ahora, que se ha convertido en... no sé... un lugar de moda, que a veces tiene que ver poco con pasarla padre. Había de todo a sólo unas cuadras de distancia. Primero que nada, la comida. Sobre el Circuito, un puesto de tacos y consomé de barbacoa que abría las 24 horas, o sea que en las madrugadas de frío, hambre y trabajo encontraba combustible para seguir dándole hasta el amanecer. A unas cuatro cuadras, ya sobre Revolución, dos cafés de chinos también abiertos las 24 horas, y allí nos íbamos con mi hijo Eduardo a platicar durante horas y horas. Las tortas Don Polo a solo media cuadra; recomiendo las de bacalao. Un súper Gigante, donde compraba desde calcetines y películas hasta... uh... comida, pasando por cosas eléctricas y ropa de cama. Tenían una excelente panadería; varios kilos de más se los debía a ella. Y más etcétera, como diez salas de cine y, por si hacía falta, la embajada rusa, que antes había sido soviética. Y enfrente la Casa del Tiempo de la Universidad Autónoma Metropolitana, con una buena librería, cine club, conciertos, todo gratis. Hasta yo toqué una vez allí, cierto sábado o domingo, con una banda de blues que armamos para que mi hijo tuviera su primera presentación en público como guitarrista. Muy emocionante.
Viví allí de 1996 a 1998, que fue cuando salí hacia Costa Rica. Tenía pocos muebles, y dos gatos: Spooky --una mezcla de persa con cualquier cosa-- y Pitusa --a la que le hacía falta lo persa.
Disfruté ese departamento como pocas cosas. Los casi dos años anteriores me las había pasado mal. Gracias al gobierno de Zedillo y al famoso "error de diciembre" de 1994 se cerraron varias de mis fuentes de trabajo, otras bajaron su producción --y por lo tanto lo que me pedían que hiciera--, otras seguían a toda máquina, pero agarraron la mala costumbre de no pagarme. Hasta ahora hay gente que me debe entre 3,000 y 5,000 dólares por traducciones, ediciones, regalías y qué sé yo. A estas alturas es tan incobrable como entonces. Así que tuve que descender a los infiernos: una casa de huéspedes en la calle de --gulp-- Amado Nervo, en Santa María la Ribera. Era sólo un cuarto, con baño comunal. En 1995 me pasé siete meses sin trabajo --lo más que he estado sin trabajo--, con muy pocos ahorros y rascando donde se pudiera para sobrevivir, además de la pensión para Eunice y qué sé yo. Salir de allí fue maravilloso, y el departamento de Tornel fue mucho más que maravilloso.
Tenía internet, claro --uso compus desde 1990 e internet desde 1992--, y en esas épocas de crisis me ayudó trabajar con clientes de fuera del país, en especial de Estados Unidos. Me encargaban un trabajo, lo hacía, me depositaban en Western Union y listo. También trabajé una temportada en la Comisión Federal de Electricidad, con mi hermano Salvador de la Mora, y algunos guiones, más las traducciones... Jauja, ni más ni menos, comparado con los años anteriores.
En fin, que además de las cartas por internet, también me llegaban cartas analógicas, o sea las que se escriben a mano --o a máquina o en compu--, se ponen en un sobre y se entregan en una oficina de correos, que se encarga de distribuirlas. No recibía demasiadas, pero sí un bonito paquetito a la semana, recibos incluidos. Y hasta escribía algunas, lo que es la prehistoria...
Un día llegó una carta dirigida a Ricardo Arjona, pero con mi dirección exacta. Subí a la azotea y le pregunté a la portera que qué era eso.
--Ah, sí, es que el muchacho vivió allí donde vive usted.
--¿Hace cuánto?
--No me acuerdo, fíjese. Como tres años. O dos. O cinco. Siempre le llega correspondencia de todas partes del mundo.
--¿Y qué hago con esto?
--Démela. Yo me encargo de que le llegue.
Para ese entonces yo sabía que existía un cantante Ricardo Arjona, que era guatemalteco, que había muchas chavas que se morían por él y que tenía varias canciones en la radio. No le ponía mucha atención a las letras, y la música me parecía un poco desordenada, para qué más que la verdad. Igual les conté a un par de amigas que allí había vivido Arjona y casi se arrodillaban y acariciaban el piso con las manos. (Un piso de parquet muy lindo.)
Las cartas llegaban --digamos un par al mes; tampoco eran demasiadas-- y cristianamente se las entregaba a la portera, quien además me lavaba y planchaba la ropa. Le puse atención a las letras de algunas de sus canciones y, con excepción de algunas frases aquí o allá, podía vivir sin ellas. La música seguía pareciendome un poco desordenada, pero los arreglos siempre fueron muy buenos. Dejé de ponerle cráneo a sus letras casi de inmediato, cuando oí la de "Señora de las cuatro décadas". Yo ya estaba por llegar a los cuarenta, y me cayó gordo aquello de "Señora, no le ponga años a su vida: póngale vida a sus años, que es mejor". Por una frase ingeniosa estaba diciendo algo harto ofensivo; por otra, eso de darle consejos a las mujeres en las canciones --excepto en los rocarolitos de los cincuenta o sesenta, que están llenos de eso-- me parece de mal gusto, en especial si lo hace un hombre y si este hombre no sabe lo que es tener cuarenta años ni cómo funciona la cosa. (Ahora ya los rebasó; ojalá se haya enterado.) Y, bueno, en esa época salí con chavas que andaban de los cuarenta para arribita, y nada que ver la canción con lo que me mostraba el método empírico.
Un día llegó una carta de Argentina para Arjona, abrí la puerta y la portera estaba barriendo afuera. Antes de dársela le pregunté:
--Oiga, ¿en serio le hace llegar estas cartas a Arjona?
--Sí.
--¿Dónde vive ahora?
--Aquí por... Bueno... Se va por Revolución y... Por allí por el metro Tacubaya, la línea naranja... Allí agarra a la izquierda y...
O sea que no era cierto.
-¿Qué hace con las cartas? --le pregunté.
--Las abro. Viera qué cosas tan bonitas le dicen.
Agarró la carta de Argentina y la abrió allí mismo. A mí se me desgarró algo también, y hasta estuve a punto de decirle cosas feas, pero el morbo pudo más.
Venía una carta escrita con letra torpe. El autor era un tipo de unos treinta años, según los datos que daba, y le deseaba que tuviera buena salud y que siguera llevando felicidad a la gente, que él y su esposa tenían todos sus discos y que los oían constantemente. Una carta muy sencilla. Y también venían estampitas de santos. Como diez o doce. Algunas estaban repetidas --el autor le decía que podía darle algunas a sus amigos--, y otras tenían inscripciones a mano: "Este santo es muy milagroso para tal cosa", "Si llevas este santo en tu cartera no te va a faltar no sé qué", "Este ponlo detrás de tu puerta". Así.
La portera me dio las estampas que no tenían inscripciones y se llevó lo demás, y yo no supe qué hacer con ellas. Las guardé en una gavetita que nunca abría --era de un mueble que más bien era un adorno-- y las olvidé. El día en que limpié el departamento para salir de allí las encontré de nuevo y las tiré a la basura, puedo decir que con un nudo en el pecho. Me parecía que tiraba algo muy importante, que además no era mío.
Ya en El Salvador, mi hijo me dijo que había hecho unas partes en el disco Santopecado, de Arjona, específicamente las de guitarra acústica en los tracks 2, 11 y 12. Y compré el disco, claro; era el primer disco en el que hacía algo, así no le deran créditos: lo contrató una empresa, y esa empresa se quedó con el crédito; le pagaron una lana y hasta a la próxima.
Como por no dejar, le puse atención a las letras de algunas canciones, y decidí que Arjona sigue sin ser para mí. El colmo fueron aquellas frases de "El problema": "Como quitarle una pestaña a lo que nunca tuvo ojo / Como encontrarle plataforma a lo que siempre fue barranco." Espantoso.
En fin, Arjona fue inquilino de aquel departamento como dos o tres inquilinos antes que yo. El anterior era un junior, hijo de papi legítimo, que se la pasaba encerrado con su novia, tomando --quizá algo más-- y comiendo pizza en dosis industriales. Se peleaban todo el día, o las partes menos interesantes del día, supongo. Lo corrieron el día en que rompió uno de los ventanales --sí, tenía unos lindos ventanales-- y estrelló una pizza a medio patio. El problema no fue ése, sino que quería estrellar a su novia en el mismo lugar donde había caído la pizza. Llegó la portera, los vecinos, la policía, lograron que abriera la puerta --buena cerradura, y una madera bien fuerte--, llamaron al papá y adiós con el junior. La ventaja, cuando llegué, fue que en todas las pizzerías me trataban bien; daba el número de teléfono y las que atendían --eran sólo mujeres-- se desvivían por tratarme como cliente VIP. Después les dije que mi nombre era otro, y ya me decían "Don Rafael" después de dar el número de teléfono; igual yo era buen cliente. Lo mismo cuando llamaba a un restaurante japonés para que me llevaran teriyaki o sushi, y en otro que no recuerdo. El tipo en serio comía sólo de eso; yo nomás unas... uh... dos o tres veces por semana, si hemos de ser francos. Quizá cuatro.
La inquilina anterior al junior era una muchacha sola, callada, que no se metía con nadie. Nunca llegó correspondencia a su nombre.

11 de noviembre de 2008

Ciao, amore, ciao


En un mes he avanzado sólo unas cinco o seis cuartillas del mismo cuento, el tercero del libro, y no sé si sea bueno o no. Mi apuesta es que sí; hasta ahora, y con sólo un par de excepciones, mis cuentos --o lo que sean-- no pasan de las cinco o seis cuartillas en total.
El experimento de --por fin-- hacer cuentos que sean cuentos, y que a la vez formen una unidad que semeje una novela, está funcionando sólo parcialmente. Me explico: hasta este libro, sólo habré hecho algunos cuentos que llenarían los requisitos de Poe o de Quiroga o Cortázar --pongamos como parámetro "El cuento breve y sus alrededores", precisamente de Cortázar, que viene en Ultimo round, para que nos entendamos--, y la mayor parte de ellos los he desechado, por previsibles, o porque yo los siento previsibles, que es más grave. En el recuento de daños y sobrevivencias, habré escrito unos cien relatos cortos --mejor llamémosles así--, de los cuales quedan unos cuarenta más o menos vivos, y unos treinta funcionan como quiero. Hay textos que me gustan bastante, como "Cementerio de carros", que es bastante sólido, pero no es un "cuento cuento", en la medida en que no tiene planteamiento, desarrollo y un cierto tipo de desenlace. Hay otros, como "El cubano" hacia los que siento un cierto tipo de rechazo, aunque sé que están bien, y quizá el problema es que se parece demasiado a un cuento, con una historia, unos personajes que se mueven muy bien dentro de esa historia --aunque quizá no podrían funcionar en una novela; es parte de las reglas, o es lo que se acostumbra-- y una estructura bien cerrada. Hay otros que me divirtió escribir, porque tenían retos interesantes, y que ahora leo y encuentro técnicamente impecables, como "Retrato de mujer con canario" y "Ultimos momentos", pero sé que no pasan de ser ejercicios, quizá curiosidades, que bien podrían ser el resultado de un taller de lo más estricto, sin posibilidades reales de salir del taller o de alguna revista. (Sí, se publicaron en revistas.) El problema es que sólo se puede escribir un puñado de ésos antes de comenzar a repetirse y repetir recursos, y caer en la tentación de pensar "Bien, así se hace cuento, y de aquí a la eternidad."
Hay un escritor bastante respetado y querido en México, Julio Torri, que tiene cuentos sensacionales, muy cortos, de un estilo muy suyo, aunque hubo algunas decenas de imitadores de los que no vale la pena hablar. El problema que siempre le encontré fue que, sí, es técnico a morir, y después de los primeros diez o quince textos la sorpresa comienza a desvanecerse y uno empieza a leer los que siguen por encimita, en busca de El Texto, que quizá encuentre, quizá no, pero ya no será lo mismo. Aquí puede encontrarse un cuento suyo, y hallé algunos más, que no me parecieron de los mejores. He escrito ejercicios à la Torri, pero sólo he publicado un par, como "Los bárbaros se van en febrero", obviamente basado en el poema "Esperando a los bárbaros", de Kavafis. No dedicaría mi vida a hacer textos de ese tipo, pero me gustaría hacer algunos más, y que funcionaran.
Y, en fin, me siento más cómodo con cuentos que ni de cerca son cuentos, como "Espejos" o "Un mundo en el que el cielo cae y cae". (Krisma dice que, si uno "se siente cómodo" escribiendo algo, quizá no funcione, que la incomodidad y la necesidad de deshacerse de ella son lo que hace que uno escriba sus mejores textos. Estoy de acuerdo, con las salvedades del caso: me siento cómodo escribiendo novela e incomodísimo haciendo poesía, lo cual es un asunto de vocación, talento y sobre todo de límites y limitaciones.) El segundo tardé por lo menos un año y medio en escribirlo, y no sé cuánto en corregirlo, y es de los que más me gustan, con todo y que tiene apenas un par de páginas. Hay un texto que vengo cargando desde hará unos... no sé... quince o veinte años, y que me gusta así como está, pero sé que es de los impublicables. Me encantaría tener un libro formado por textos de ese tipo, pero no funcionaría, o todavía no sé cómo hacer que funcione. Se llama "23 minutos" y lo he puesto en mi otro blog para... bueno, para que esté allí. Hay un par de versiones más, con datos diferentes, y de una de ellas creí que saldría algo interesante, pero los personajes empezaron a decaer, la historia se volvió predecible y qué sé yo. Fue una de las tantas cosas que uno escribe y terminan olvidadas en un rincón del disco duro o en medio de un montón de papeles en una caja, esperando quizá que algún día las encuentre y use alguna frase o alguna idea o algo.
Para el libro que estoy escribiendo ahora, como ya dije un día de éstos, ya me salió un "cuento cuento", el primero, y funciona muy bien. En el segundo no pude resistir la tentación de ponerme a jugar con tiempo, historias dentro de la historia, cambios bruscos de dirección y qué sé yo. O sea: una estructura abierta que aguanta con todo. O sea: una pequeña novela otra vez, o un texto corto con la estructura de una novela. Aún falta arreglarle detalles --por ejemplo: ¿hay escuelas cerca de donde el protagonista encontró a la muchacha?, y la respuesta es que no, y viene la nueva pregunta: ¿entonces qué rayos hacía allí? o ¿cómo rayos la llevaron allí los que la secuestraron, si los pobres no dan para salir de donde están por su propio pie sin morirse de miedo?, etcétera--, en especial los que tienen que ver con el libro en general, y para arreglar la mayor parte necesito terminar el libro.
Hay una meta aparentemente superficial que me he fijado: los relatos tendrán por lo menos veinte cuartillas. (Una cuartilla: 250 palabras.) Hay otra un poco menos superficial: todos los relatos deben funcionar de manera independiente. Se puede leer cualquiera y tener la información necesaria para que funcione. Me he topado con un detalle interesante: leo el primer texto y allí está la información básica del personaje central y de quienes lo rodean. Leo el segundo y también, pero la información tiene un valor diferente, esto es: los mismos datos llevan a armar una historia previa similar a la del primer relato, pero apuntan en otra dirección, como si se tratara de una vida distinta. Lo mismo para el tercer relato, que es el que estoy trabajando, y en el que sólo he avanzado unas cinco o seis cuartillas en un mes. (Ya van como 18 o 20 en total.)
Tengo claro hacia dónde va el texto y más o menos sé dónde va a terminar. Tengo idea de cómo serán el cuarto y el quinto, y ya sé en qué terminará el último, que será el sexto o el séptimo. Pero aquí viene el problema técnico: todos los relatos ocurren en una tarde, y quizá parte de la noche. Allí se resuelven muchos problemas que el personaje viene arrastrando desde que era niño, o al menos se contesta algunas preguntas, y listo, a otra cosa. ¿Cómo hacer que en un lapso tan pequeño ocurran un montón de cosas lo suficientemente interesantes para hacer seis o siete cuentos, y que a su vez la unidad no se afloje, y que a su vez no sea necesario recurrir a recursos truculentos al estilo de Stephen King, que empieza a sacar muertos de las tumbas, hace aparecer extraterrestres y cosas así cuando la novela no da para más?
Cada párrafo, y casi cada frase, me ha llevado días, y hasta semanas --lo vengo trabajando desde que estaba con el segundo. Anoche logré avanzar un par de cuartillas y descubrí cosas que dan un giro a la unidad y, como siempre, tengo que preparar ese giro desde el primer texto, para que al llegar a ese punto el asunto sea terso y el lector diga "Obvio, yo ya lo sabía", aunque en realidad no lo supiera. Hay que ver también cómo hacer para que esa información no haga que se precise de los demás relatos para entender cada uno. Y así sucesivamente.
Y en ésas ando, y por eso no he escrito por aquí, aunque haya temas más que suficientes. Por ejemplo el título de este post, que es el de una canción que oía a cada rato cuando era niño, y de la cual apenas hace unos días supe la historia. "Ciao, amore, ciao" es una canción de Luigi Tenco, con la que participó en las preliminares del Festival de San Remo en 1967. El jurado decidió que no participaría en las eliminatorias --es decir: que no entraría a concurso--, Tenco se fue a su hotel y se pegó un tiro. Lo curioso es que Tenco, según una película acerca de la cantante egipcia italiana francesa Dalida, que vi porque en ese momento no había nada más interesante en el cable --por ejemplo una cadena nacional o la inauguración de alguna cumbre latinoamericana--, Tenco se tenía por un tipo contestatario, underground, contrario a esas cosas burguesas como los festivales pop y el oropel vacuo. Entró en el juego sabiendo que no lo dejarían llegar muy lejos, y se lo tomó tan en serio que se mató sólo porque ocurrió lo que sabía que ocurriría. (La información sobre la película se puede encontrar aquí.)
Se me ocurrió que en algún momento habrá una referencia a la canción y a Tenco y a Dalida en alguno de los relatos --quizá en el cuarto, porque el tercero ya está en otra cosa--; después de todo, como se recordará, el libro es una especie de autoplagio, para usar un término dramático, y trata acerca del suicidio, si es que trata de algo. La idea salió de una escena del capítulo XII de Trece (es decir el II), de una escena de jugadores de ruleta rusa. Lo que pasa en el libro de relatos viene de algo que no se ve en Trece, porque no viene al caso, y que merecía algo aparte. Me tardé como diez años después de terminarlo en darme cuenta de que allí había "algo" interesante para otro libro.
También se me pasó lo de la elección de Obama; de hecho el día de la elección se me olvidó que debía estar pendiente para celebrar o decir algo como "¡Por fin!", etcétera. Al día siguiente pensé lo que debía pensar: el hecho de que sea negro --o afroamericano, usted escoja-- me parece absolutamente irrelevante en términos prácticos. La diferencia que veo entre él y Bush es que Bush tiene una sonrisa desagradable y él tiene una sonrisa agradable, pero no veo cómo el carácter de una sonrisa va a cambiar significativamente las políticas de Estados Unidos hacia América Latina. Hay algo que es obvio: los demócratas se portan menos rudos que los republicanos, pero no apostaría mi vida a eso. Hay una armazón sistémica sobre la que Obama ni nadie puede --si acaso quiere-- pasar, y para mí seguirá siendo un presidente gringo más. Clinton me caía bien, y hasta me gustaba cómo tocaba el sax, pero hasta allí. Igual fue el primer candidato del Profundo Sur que llegó a la presidencia, e igual era más inteligente y menos troglodita que Bush o Reagan. A lo sumo, nos dejó en paz en ciertos asuntos, pero en lo esencial siguió siendo lo mismo de siempre. También se ha dado en traspolar lo de Obama con la candidatura de Mauricio Funes, y a poner a este último como la panacea que él mismo dice que no es, pero no lo oyen. Si Funes llega a la presidencia, deberá gobernar con muchos de los parámetros actuales, es decir los fijados por Arena durante casi veinte años, de manera pragmática y con mucha de la gente que tiene el know-how, y que no es precisamente de izquierda. En primer lugar, porque otra cosa nos llevaría a un desastre instantáneo; en segundo, porque la izquierda institucional se ha encargado de deshacerse de sus cuadros intelectuales y de pelearse con los que hay, y que podrían ser sus aliados a la hora de los conques.
También murió Michael Crichton, de quien he leído con placer cosas desde hace unos veinticinco años y he visto películas desde la niñez, como La amenaza de Andrómeda o Westworld. El primero de sus libros que leí, y me fascinó, fue El hombre terminal, del que se hizo una buena película con George Segal (uno de los cuatro protagonistas de la versión cinematográfica de Who's afraid of Virginia Woolf?, del dramaturgo Edward Albee, quizá con las mejores actuaciones de Liz Taylor y Richard Burton), y después me seguí con varios libros que me parecieron especialmente inteligentes, como Jurassic Park (la película apenas toma pedacitos, con todo y que es muy buena) y The Lost World. Me parece que clasificarlo como escritor de best-sellers es por lo menos injusto. Pocos escritores han profundizado como él en el tema de la ética de la ciencia, y con tanto acierto. Hay otro libro sensacional que se sale de su estilo y sus temas, Los devoradores de cadáveres, del que se hizo la película Trece guerreros (el título en inglés es más interesante: The 13th Warrior, pero no veo cómo traducirlo y que no quede forzado).
Y murió la cantante Miriam Makeba, de la que conozco apenas piezas sueltos y un disco que sacó Putumayo, además de la clásica "Pata pata". Aparece, por cierto, en la excelente película Sarafina, como la mamá de la protagonista central. Esa película la vi un montón de veces en México, y cuando regresé a El Salvador la vi anunciada, creo que en el 12, como El canto de la libertad. Me puse a verla y... ugh... estaba censurada. Habían borrado las escenas en las que el ejército sudafricano del apartheid reprime a los jóvenes, con varios asesinatos de por medio, y se volaron casi toda la parte en la que los torturan en prisión, entre otras. Eso fue hace como nueve años. ¿La pasarían completa ahora? ¿O a mediados del año próximo? La he visto anunciada un par de veces más en televisión nacional y no me he atrevido a verla; "eso" es más que la mutilación de una película: indica la mutilación de una conciencia.
Y murió el secretario de Gobernación mexicano en un avionazo, en hora pico, cerca de la Fuente de Petróleos Mexicanos. De eso no sé qué decir. No sé si había habido un accidente --si lo fue-- de esa naturaleza antes en la Ciudad de México. Sentí que algo me dolía, y me sigue doliendo.
Y hay más, pero es hora de ponerme a hacer otras cosas. Creo que puedo avanzar un par de párrafos más en el cuento que estoy escribiendo, antes de ir al aeropuerto a recoger a...
¡No se pierda mañana la conclusión de este post! Y, ugh, éste es el post 799 de este blog, o sea que el de mañana debe ser muy especial.

24 de septiembre de 2008

Quién puso el bomp

Cada cierto tiempo, cuando regresaba del kínder con mi madre, ella se metía en una pequeña venta de discos que quedaba en la Segunda Avenida --la que ahora se llama Monseñor Romero-- y le preguntaba a la dependienta: "¿Ya llegó?" La mayor parte de las veces ésta le decía que no, pero entre las pocas veces en que veía sonreír a mi madre estaban cuando le contestaba que sí. Pagaba un poco menos o un poco más de un colón y le daban un disco de 45rpm en su sobrecito de cartón o de papel kraft.
"Te compré un disco nuevo", me decía, y desde ese momento empezaba a aburrirme, porque ya sabía lo que seguía: horas y horas de oír las mismas canciones, lado A y lado B, en la ya vieja radiola que el abuelo le había regalado cuando cumplió 15 años, en 1950, y que pasaría a mi poder cuando cumplí los 9, en 1968, una Phillips que ahora está a mi lado mientras escribo. Se quedó en casa de la abuela durante los 27 años en que estuve fuera. En 1986 se cayó durante el terremoto y tuvo algún daño. La recuperé en 1999, y no sé si funcione. Otrosí: yo estudiaba en el kínder José Gustavo Guerrero, a un par de cuadras de la Alcaldía. Para ese entonces el edificio ya se caía a pedazos. Cuando regresé a El Salvador fue de lo primero que quise ver, y seguía cayéndose a pedazos. Creo que se cayó completo, por fin, durante los terremotos de 2001. Pasé varias veces por allí y habían quitado el letrero, estaba cerrado y listo, adiós otro pedazo de historia. (La radiola pasó a mi poder cuando mis padres compraron un aparato con tornamesa y bocinas Fischer y un amplificador del que no recuerdo el nombre, pero se suponía que era de lo mejor. Todavía deben estar en Costa Rica.)
Los discos que mi madre "me regalaba" eran los sencillos de Los Beatles. Los primeros recuerdos musicales más o menos conscientes que tengo son de "Love Me Do", "Listen", "She Loves You" y "I Want To Hold Your Hand". Y más: las de Little Richard (un LP que también era mío, ejem), varias de los Teen Tops ("Quién puso el bomp"), de Manolo Muñoz ("El gato twist", "La gallinita Josefina"), "Las dieciséis toneladas", con Alberto Vázquez, y un montón más. También eran míos. Todo lo que sonara a rocanrol o a música en inglés era mío. Desde luego que no podía agarrarlos, y mucho menos ponerlos en el aparato. Tampoco decidir cuándo podía oírlos. Me decía: "Voy a ponerte tus discos", los ponía, se sentaba en una silla a escuchar sonriendo y yo tenía que estar cerca. Y cómo olvidar a Chubby Checker: "The Twist" (lado A) y "Slow Twisting" (lado B, una de mis favoritas de todos los tiempos).
Lo que pasaba era que, a sus poco menos de 30 años --nació en 1935-- mi madre era "una señora", y lo había sido desde los 22. Uno ve las fotos de antes y después de la boda y el cambio es radical: de ser una joven común y sonriente había pasado a convertirse en "señora de", y su modo de vestirse, maquillarse, comportarse, ser, era el de una adulta muy adulta, o lo que se entendía como tal. Demasiado peso para alguien tan joven, pero así se estilaba. Y las señoras no oían "eso".
Alguna vez, muchos años después, lo hablamos y, sí, le avergonzaba un poco o un bastante su gusto no sólo por Los Beatles, sino también por Paul Anka, Gene Vincent, Frankie Valli, por las películas de Frankie Avalon y Anette Furnicello (sí, también me las vi completas) y qué sé yo. Entre las grandes limitaciones de mi padre estaba la música; sólo entendía cosas hasta cierto punto, y de allí en adelante todo era ruido. Aunque aprendió a ser tolerante --vamos: después de todo era un muchacho de un barrio muy pobre de Santa Ana--, lo de los tamborazos y las guitarras eléctricas no lo ponía especialmente bien, y mi madre tenía el pretexto ideal: "Son los discos del niño, si quieres los quito", o "Niño, ¿no ves que esa música no le gusta a tu papá?" Y otro etcétera.
Entre los discos que eran oficialmente de mi madre, y que también le gustaban, había unos de Gloria Lasso, Mona Bell, María Victoria (sí, también me vi la serie completa de las aventuras de Paquita), y alli podía irme para otro lado a jugar o a perder el tiempo, que no son lo mismo. Por las noches, programas de variedades, como el que dirigía Rubén Zepeda Novelo y otros que no recuerdo, o que vendrían después. (Hasta allí no tenía más de seis años.) Le encantaban los programas de variedades. Vaya: hasta una semana antes de morir, no se perdió Sábado gigante, y veía Rojo. Fama / Contrafama, La Academia y cuanta cosa en la que hubiera gente cantando y bailando, y se sabía los nombres de todos los participantes como se sabía --no miento-- los de todos los jugadores de los equipos de fut de América Latina y Europa de los últimos cincuenta años y los resultados de las Copas de Oro, Eurocopas y cuanto torneo de fútbol haya inventado Dios. (Sí, Dios es cruel.)
Ya cuando yo era adulto --o tenía la edad para serlo-- me dediqué a hacerle de pusher musical de mi madre. Eso empezó a ocurrir antes de que internet solucionara todo. Un día puse Legend, de Bob Marley, y se enamoró de Bob Marley. Le conseguí todo lo de Bob Marley. Luego, yo tenía por allí un par de canciones de Fela Kuti, a.k.a. Mr President, y le gustó. A conseguirle todo lo de Fela Kuti, o todo lo que le pude conseguir, que fueron como cuatro horas de música. Y todo lo de Chubby Checker. Y todo lo de Los Beatles. Bueno, no todo: sólo hasta Revolver. De allí en adelante se perdía. A mí me pasó también. Hasta antes de 1980 no escuchaba de Los Beatles más que los primeros álbumes, con la excepción del Blanco, que me regalaron en dos cassettes. El Pimienta y el Magical apenas los oí por primera vez alrededor de 1987; Let it be, quizá en 1978 o 1979.
A veces me llegaba con peticiones raras. A mi padre, por ejemplo, le armé una vez un cassette con quince versiones de "Summertime" y otras tantas de "St. Louis Blues". En la época en que ya tenía mi primer quemador de CDs, ella me pidió un disco completo con puras versiones de "Lágrimas negras". Y "Lágrimas negras" it was: más de 20 versiones, desde Miguel Matamoros hasta Cesárea Evora con Compay Segundo, pasando por Pablo Milanés y algunas de grupos modernos, más cerca del rap que del son. Del montón de discos que llegó a tener era su favorito; lo oía por lo menos una vez al día, así de fanática podía ser de la música.
En los últimos días he estado oyendo los "Top 100" anuales de Billboard, de 1960 a 1975 (en este instante estoy con "Raindrops", con Dee Clark, de 1961), y entre todos ellos brincan algunos de los discos que "eran míos", y siento una extraña tranquilidad. Oigo "Runaway", cosas de The Partridge Family, desde luego Elvis, "Who Put the Bomp" (es mi canción favorita absoluta, perdonarán), y me doy cuenta de que las pocas veces en que podía estar totalmente bien con mi madre eran cuando estábamos oyendo música, esa música, en silencio, y creo que me gustaba verla sonreír, y por eso la llenaba de discos.
Había otros momentos especiales: cuando cantábamos juntos. No ocurría a menudo, pero ocurría. Fue mi padre quien me enseñó mis primeras cosas de música; él tocaba la armónica, y bien. Tenía siempre varias de madera, de las baratas, y una en una cajita que sólo sacaba de tarde en tarde, sin terminar de entenderla. Cuando aprendí a tocar las otras, me la regaló: era una Honner "Larry Adler", cromática, que en unos meses manejé de manera aceptable. Yo tenía entre diez y doce años. Mi padre o mi madre tocaban la guitarra y yo tocaba la armónica y cantábamos a dos o tres voces. El problema es que ellos sólo manejaban algunos acordes; mi padre, La, Re y Mi, y en una de ésas el "círculo de Do". Mi madre se sabía algunos más, y se puso a tomar clases de guitarra para ampliar horizontes. En el ínterin, empecé a aprender los acordes que se sabía mi padre, y luego ella me fue enseñando lo que aprendía en el día. A eso de los 12 empecé con la guitarra clásica, y ella siguió con las clases para acompañar canciones, y nos fuimos complementando. Al final mi hermano Mauricio arruinó la Honner y ya era a tres guitarras, o a dos si mi padre no se sabía los acordes. Llegamos a armar un grupo musical con arreglos vocales que yo hacía con mis pocos conocimientos de armonía y contrapunto. Sonaba bien. Después Ana y Mauricio, mis hermanos, aprendieron a su vez a tocar guitarra, y algo de percusión le enseñé a Mauricio, por si las dudas. (Terminó de sociólogo e historiador; ni modo.)
Me aprendí algunas de las canciones de "mis discos", de preferencia en las versiones en español, y las cantaba mientras mi madre oía más o menos con la misma sonrisa que cuando se trataba de Enrique Guzmán o Manolo Muñoz. A veces ella cantaba, pero en general prefería oír y ponerse a pensar en cosas de las que nunca le pregunté.
Ahora acaba de pasar "Will You Still Love Me Tomorrow?", con las Shirelles. Creo que aquí le corto. Todavía tengo varios cientos de canciones por escuchar.
(El jazz me fascina, sí, y quizá me llegue mucho más adentro que los rocanrolitos y baladas de principios de los sesenta. Con el jazz soy feliz; con los rocanrolitos soy feliz como niño. Y es rico ser feliz como niño de tarde en tarde. La adultez aburre un poco.)

3 de junio de 2008

Indiana Jones IV: un poco demasiado

El sábado pasado nos fuimos a ver Indiana Jones y el reino de las calaveras de cristal porque, bueno, había que verlo. Cuando adquirimos el aparato de DVD, hace como cinco años, los primeros discos que compré fueron The Wall, de Alan Parker (¡cómo no!), y la trilogía de Indiana Jones; lo demás podía esperar y mucho de ello ha ido esperando; ésas eran de las fundamentales.

La verdad esperaba algo peor, pero en el fondo quería algo que por lo menos alcanzara la calidad de El templo de la perdición, la más flojita de las tres anteriores. Y pues no. Lo que vi fue una película divertida y técnicamente bien hecha; no mucho más. No pienso comprarla cuando aparezca en DVD (¡sí!, ¡me gusta comprar originales!), y quizá la vea de nuevo en unos años cuando la pasen por la tele.

Me molestaron bastante los errores "culturales", que no creo que lo sean. Ni a Lucas ni a Spielberg se les va a ir que en Perú ni de cerca hubo civilizaciones que se parecieran un poquito a la maya, que la gente hablara en maya en la zona amazónica y que la música que se oye en la calle sea bien mexicana; o que en el Amazonas no hay cataratas como ésas, si las hay, etcétera. El trabajo etnográfico e histórico en las anteriores de Indiana Jones fue bastante serio, con todo y que convirtieron algunas cosas en un show al estilo Las Vegas (la escena de los sacrificios en el templo de Kali, digamos); eso es pasable, y hasta divertido. Lo de ahora me parece poco serio y poco responsable, y que me perdonen, porque he sido fan abyecto de Spielberg y soy capaz de perdonarle casi todo. Si su onda era jugar con los clichés, lo hizo bien, nomás que se le pasó la mano; si era "no importa, total no se van a dar cuenta", qué mala onda; si nomás hizo la película por hacerla, pues chale. Entiendo por qué Sean Connery no quiso entrarle.

Como siempre, tiene momentos sensacionales y las exageraciones son divertidísimas, como cuando el muchacho se pone a hacerla de Tarzán en la selva, rodeado de monos, o la persecución en los carros de combate y el duelo de esgrima. Pero el guión es terriblemente disperso, agarrado con hilitos muy frágiles, y lo de los extraterrestres como modo de resolver una historia no se lo perdono ni a Stephen King y a sus directores más clase B, mucho menos al mago de la aventura.

Tenemos poco chance de ir al cine, así que quizá hubiéramos preferido ver Iron Man o Narnia, pero eso es un juicio a posteriori; había que ver la de Indy para no quedarse con la duda.

Antes nos fuimos a cenar pozole a Sanborns, y de paso a ver las ofertas de DVDs; siempre se encuentra algo bueno a muy buen precio, como ya he platicado. Hallamos los X Men 2 a cinco dólares, y el sábado la vimos religiosamente. A un precio parecido estaba una maravilla de cine independiente, What's eating Gilbert Grape?, con Johnny Depp y un excelente Leonardo di Caprio adolescente, Juliette Lewis haciendo el papel de siempre, y John C. Reilly haciéndola de marido que vende seguros de vida. Hace unas semanas conseguí otra de ésas que no hay que perderse, 'Round Midnight, actuada por Dexter Gordon, con una buena bola de jazzistas de primera clase: Herbie Hancck (hizo la música de la película, además de actuar y tocar), John McLaughlin, uno de los dioses mayores de la guitarra; Pierre Michelot, quien fuera bajista del Jacques Loussier Trio; Ron Carter, con varios cientos de batallas libradas también con el contrabajo; el saxofonista Wayne Shorter, el trompetista Freddie Hubbard y, en el tema de entrada, la voz de Bobby McFerrin. Cinco dólares también. Por allí tenemos, esperando, A sangre fría en su versión de 1967 (otros cinco dólares), actuada por Robert Blake (algunos lo recordarán en Baretta), quizá la mejor de las que se han filmado.

No sé. No me enoja ni me decepciona la cuarta de Indiana Jones. Nada más me parece que no venía al caso. Rocky VI fue también un exceso, pero de Stallone se espera algo así (allí tengo Rambo IV esperando), y uno puede vivir contento con Rocky I y V porque son muy buenas, y quizá reírse un poco con otras. Pero es un lujo que Spielberg pudo evitarse. Esperemos que todavía tenga muchas cosas que filmar, y que no se le ocurra hacer Tiburón 19 (que aparece anunciada en la segunda de Volver al futuro).

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Nota bene: para este post estoy usando el Live Writer, de Microsoft. No me gusta que separe así los párrafos, pero bue... Ya veremos qué monerías tiene.

16 de abril de 2008

Tribulaciones y asteriscos en la radio

A partir de este viernes, en Radio Don Bosco, aparecerá todas las semanas el programa Tribulaciones y asteriscos, con un servidor como conductor. El programa pasará a las 7:30 de la noche en el 1100 del AM (¡sí!, ¡todavía existe el AM!). Dura sólo media hora, así que estén buzos para no perdérselo. Este viernes toca hablar de poesía con Jorge Galán, que sabe de eso un montón.
Allí nos oímos.

24 de marzo de 2008

¡Por su madre, bohemios! (O el regreso de las canas muy blancas)

Y es que, sí, hay mamás que la ponen así: "O esa mujer o yo". Y pues allí es donde uno descubre quién es uno, y quién es su mamá y quién "la otra", "la intrusa"... o el amor de la vida de uno, o de ese trozo de la vida, o vaya a saber. (Como diría Sabato, uno no sabe si va a la Guerra de los Cien Años, y menos en materia marital. Con la mamá ya sabe a lo que va y en lo que está, quizá por eso la necesidad de... bueno... hacer una vida propia, digamos, so riesgo de convertirse en un Norman Bates, y ni siquiera el de Anthony Perkins, que estaba bieeen loco.)
Y no es onda de que la mamá se ponga en el plan de "¿Qué tiene ella que no tenga yo?", porque ya estamos hablando de otros niveles. De que las hay, seguro que las hay, y ya quedamos en el post anterior en que la mamá de Manuel Acuña tenía "formas" más atractivas que las de Rosario de la Peña, a quien dedicó el "Nocturno" suicida a los veintitrés años de su edad y a los cero de su buena poesía. En general, visto que las mamás de los poemas y de las canciones son viejecitas de canas muy blancas, el riesgo no es mucho y las cosas se callan por obvias. Allí entran otros valores: "Esa mujer lo único que quiere es..." Y, sí, seguro que quiere. Y uno también quiere. Y mientras más guapa sea la otra, peor se va a poner la "viejecita", y uno puede cometer el error de ponerse a negociar y, señores, es el peor modo de quedar mal con una, con la otra y con uno mismo, que es con quien al final de cuentas tiene que convivir desde el nacimiento hasta el mismísimo último segundo de vida.
No sé los demás; a mí lo del Edipo no se me ha dado muy bien, no le he preguntado a mi mamá cómo se le da lo de Yocasta y nunca me puse en el plan de escoger entre "ella" y "Ella". (Es la ventaja de vivir a cientos, a veces a un par de miles, de kilómetros de mamá. Creo que es el tema de este post.) Asígnesele la mayúscula a quien se guste; a veces se trata de eso: de quién va a merecer la mayúscula y quién no, y uno como acróbata tratando de no poner demasiado énfasis en ciertas palabras clave, no mencionar otras y poniéndose a rezar --el ateísmo allí es un ideal vano-- cuando se quedan platicando a solas.
Lo cierto es que las viejecitas de canas muy blancas casi siempre están solas, y el Edipo ha preferido a "la otra", así se eche todas las declaraciones de amor filial que se le peguen la gana. Lo que expresa en sus poemas y canciones es el remordimiento por dejarla sola, pero no hace nada para que tenga compañía, específicamente la suya propia. Veamos la canción de Daniel Santos del post anterior: ya se despidió de los cuates, con los que seguro se echó unos tragos, y más:

Ya yo me despedí de mi adorada
y le pedí por Dios que nunca llore.
Que recuerde por siempre mis amores, que yo
de ella nunca me olvidaré.

Y sigue lo de "sólo me parte el alma y me condena / que dejo tan solita a mi mamá", y que se va a miles de kilómetros de distancia a pelearse con gente a la que ni conoce. No deja referencia de que haya ido a despedirse de su madre o a llevarle una bolsa de pan y pasarse un rato platicando de cosas agradables antes de decirle: "A todo esto, me voy a la segunda guerra mundial. Ya hablé con mi novia [o esposa] y va a venir a verte todos los fines de semana. Cualquier cosa, te comunicas con el tío Eduardo, y la prima Enedina va a estar viniendo a checar que estés bien. Ya quedé con la vecina que te venga a dar de comer; yo le voy a estar mandando dinero, y si hace falta ropa [negra, claro, y rebozos para ocultar los ojos llorosos, y rosarios, que de tanto rezar se desgastan], ella misma te proveerá. Tú tranquila."
Pero la novia --y más probablemente esposa-- no va a llegar a verla, ni el tío Eduardo, ni la prima Enedina ni nadie. ¿Por qué? ¿Para hacerlo llorar a uno con la canción, porque "ese" tipo de mamás no tienen parientes o porque son unas verdaderas arañas que alejan a la gente? Igual se le murieron todos, pues, pero, estadísticamente, con tantas canciones referidas al tema, la mayoría debería tener parientes, amigos buena onda, vecinos compasivos, algo.
Otra constante es que los hijos se acuerdan de su mamá cuando están borrachos o pasándosela bien con los amigos, mientras ella está sola con todo y sus canas muy blancas. Por ejemplo en año nuevo: si uno tiene una mamá, si la quiere mucho, si vive en el mismo país y si la señora está sola, por lo menos va y se pasa un rato con ella. O de plano se la lleva a la fiesta familiar, y quizá a la esposa de uno se le ocurra: "¡Ey! ¿Por qué no se viene tu mamá a vivir con nosotros?" Pero pos no: borrachera y sentimiento de culpa. Y más: se considera que ese sentimiento de culpa, borrachera incluida, es asunto bueno, sano, natural y hasta conmovedor. El ejemplo es el famoso "Brindis del bohemio", del mexicano Guillermo Aguirre Fierro. (Aquí hay una versión declamada, en YouTube, para quien quiera disfrutarla. Hay una versión dramatizada de unos chavos de bachillerato de Escuintla, Guatemala, pero no me atrevo a poner el link. Hay también una versión con Paco Stanley, mi gurú particular desde que dijo que "crítico es aquél que conoce todo acerca de las leyes del equilibrio, pero no sabe andar en bicicleta".)
Chéquense el contexto: hay seis amigos en un bebedero, es año nuevo; están rodeados de chupe y de mujeres de formas como las de la mamá de Manuel Acuña e intenciones seguramente poco castas, y de pronto se ponen a brindar por lo que sea: la vida, el placer, todo eso:

Se brindó por la patria, por las flores,
por los castos amores
que hacen un valladar de una ventana,
y por esas pasiones voluptuosas
que el fango del placer llena de rosas
y hacen de la mujer la cortesana.

Listo. Allí está el marco, y de paso tratan de hetairas a las mujeres que hacen legítimo uso de su cuerpo y sus sentimientos. Una borrachera de fin de año con todas las de ley. Y uno de ellos debía ser el poeta, el que iba a resumir todo lo anterior y mucho más. Hasta se llama Arturo, vaya:

Sólo faltaba un brindis, el de Arturo,
el del bohemio puro,
de noble corazón y gran cabeza;
aquel que sin ambages declaraba'
que sólo ambicionaba
robarle inspiración a la tristeza.

Por todos lados estrechado, alzó la copa
frente a la alegre tropa
desbordante de risa y de contento
los inundó en la luz de una mirada,
sacudió su melena alborotada
y dijo así, con inspirado acento:

Y allí va de aguafiestas... (Hace muuuchos años, en México, digamos en 1980, hicimos una versión obscena a cuatro manos con Tito Torres, hijo de Edelberto Torres-Rivas, de la cual recuerdo algunos versos con especial vergüenza. Igual no puedo dejar de reírme cuando me acuerdo. No, nunca voy a decirla, y detruida está, para que no conste.)

-Brindo por la mujer, mas no por esa
en la que halláis consuelo en la tristeza,
rescoldo del placer ¡desventurados!;
no por esa que os brinda sus hechizos
cuando besáis sus rizos
artificiosamente perfumados.

Yo no brindo por ella, compañeros,
siento por esta vez no complaceros.
Brindo por la mujer, pero por una,
por la que me brindó sus embelesos
y me envolvió en sus besos;
por la mujer que me arrulló en la cuna.

Por la mujer que me enseñó de niño
lo que vale el cariño
exquisito, profundo y verdadero;
por la mujer que me arrulló en sus brazos
y que me dió en pedazos
uno por uno, el corazón entero.

¡Por mi madre!, bohemios, por la anciana
que piensa en el mañana
como en algo muy dulce y muy deseado,
porque sueña tal vez que mi destino
me señala el camino
por el que volveré pronto a su lado.

Por la anciana adorada y bendecida,
por la que con su sangre me dio vida,
y ternura y cariño;
por la que fue la luz del alma mía;
y lloró de alegría
sintiendo mi cabeza en su corpiño.

Por esa brindo yo, dejad que llore,
que en lágrimas desflore
esta pena letal que me asesina;
dejad que brinde por mi madre ausente,
por la que llora y siente
que mi ausencia es un fuego que calcina.

Por la anciana infeliz que sufre y llora
y que del cielo implora
que vuelva yo muy pronto a estar con ella;
por mi madre bohemios, que es dulzura
vertida en mi amargura
y en esta noche de mi vida, estrella...

El bohemio calló; ningún acento
profanó el sentimiento
nacido del dolor y la ternura,
y pareció que sobre aquel ambiente
flotaba inmensamente
un poema de amor y de amargura.

Como siempre, algunos adjetivos son inquietantes; van de lo ñoño a lo sublime, y de lo ridículo a lo francamente cochino. (O será que ya me hace falta una sesión de psicoanálisis...) Por ejemplo, eso de poner la cabeza del chavo directamente sobre el corpiño --la ropa interior, pue-- sí suena a más que azul celeste. Pero se sacan varias cosas en claro:
1. El tipo prefiere estar con sus cuates que con su mamá. No se menciona que esté lejos, sino que simplemente no la ve. Al menos Daniel Santos se va para la guerra, y la guerra es en Europa.
2. Es anciana y no tiene a nadie. La verdad, allí es culpa de la señora: si no tiene amigos o parientes que la visiten un rato en fin de año, será porque no se preocupó por cultivarlos durante toooda la larga vida anterior.
3. Etcétera. Creo que el poema --u lo que quieran llamarle-- es bastante explícito.
Lo más interesante es que "El brindis del bohemio" es otro de esos poemas que se consideran como un homenaje a las madres, y que se recita en cantinas, veladas del 10 de mayo (o 12 de agosto en Costa Rica) y reuniones familiares a la menor provocación. (En una novela mía, De vez en cuando la muerte, hay un periodista que, cuando toma, se pone a recitar "El brindis del bohemio", cuya autoría atribuye a Sor Juana. De verdad que hay de ésos.)
Y, ya que hablamos de Norman Bates (sí, el de Psycho, de Hitchcock; la versión light la hizo Vince Vaugh, nada mal, pero nunca como la de Perkins), hay una vieja canción de Los Churumbeles que se llama "Habanera del cariño", válgame con el título, donde sí el autor se pone en el plan de "mi mamá tenía razón, tú eres lo que ella me decía, fúchila tú y me voy de regreso con ella, pues, aunque sea viejita, es muy santa". ¡Pero si uno no las escoge por santas, Dios mío, y ellas a uno tampoco, a menos que!
Va la rola:

En una casita chiquita y muy blanca
Camino del puerto de Santa María
Habita una vieja muy buena y muy santa
Muy buena y muy santa, que es la madre mía.

Y maldigo hasta la hora en que ho la abandoné
A pesar de sus consejos, no me quise convencer.

Ella me lleva en el alma, y tú en la imaginación
Tú me miras con los ojos, ella con el corazón.
Lo tuyo es capricho, pura vanidad
Lo de ella es cariño, cariño verdad.

De quién fue la culpa, no quiero saberlo
No sé si fue tuya o fue de la suerte
O fue culpa mía por no comprenderlo
En vez de olvidarte penaba por verte.
Anda y véte de mi vera, si te quieres comparar
Con aquella vieja santa, que está ciega de llorar.

Yo no sé qué le habrá hecho la muchacha al autor de la letra, pero en su caso, antes de comprometerme con él, yo le hubiera pedido que me escribiera un nocturno para ver mi futuro por anticipado. Si decía en alguna parte "y en medio de nosotros mi madre como un Dios", a volar, paloma: si no estás dispuesta a quedarte ciega de llorar por mí, ni le intentes, mi reina, porque lo tuyo es capricho, pura vanidad. Y es otra de las canciones preferidas para el Día de la Madre.
Lo que veo es que he estado hablando de puras vejeces, de cosas de mediados del siglo antepasado a mediados del pasado, que sin embargo siguen estando vigentes en el gusto de más personas de las que uno quisiera imaginar.
Mejor termino con un video que habla de una viejita de canas muy blancas, pero que funciona más bien de otro modo, o como de seguro funcionaban las señoras chantajistas de las canciones y los poemas que hemos visto y sus hijitos con complejo de culpa por no atreverse a mandarlas al diablo. La canción se llama "Holiday", de Nazareth. Es de por allí de 1977 y la letra, para que se ayuden, pueden encontrarla aquí.



El colmo era Norman Bates con la momia (literalmente momia) de su mamá dándole órdenes. ¡Y en Psycho II hasta la desentierra para ponerla otra vez en la mecedora! ¿O fue en la III? ¿O nomás lo estoy imaginando?
(¡Ya voy, mamá!)

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Creo que he comentado alguna vez que tengo una Vaio que es de color verde. Pues bien, ya que hablamos de canas, la susodicha está cerca de cumplir los dos años, que en términos computacionales equivalen al balón de oxígeno y la andadera. Lo cual me tiene sin cuidado; para lo que la uso, y más, funciona de lo mejor. Pero en los últimos dos o tres meses, a fuerza de actualizaciones de Windows (XP, desde luego; el Vista puede no contar conmigo) y de quitarle y ponerle cosas, estaba tardando casi cinco minutos en arrancar y ponerse a trabajar, y como que no. Así que hice una copia de seguridad de varias cosas y me puse a restaurar el sistema operativo desde cero. Lo malo es que las Vaio traen un montón de cosas que uno no sólo no necesita, sino que tampoco quiere, y hay que desinstalarlas, instalar lo que uno le gusta ponerle, ajustar, reajustar, etcétera.
Las Vaio traen también una partición como de 20 gigas que sirve para la restauración del sistema y, por si las dudas, uno puede sacsr una copia de seguridad en DVD o en un montón de CDs. Por suerte fue lo primero que hice cuando la compré, porque se me ocurrió ver qué pasaba si le volaba la partición de restauración --que es invisible-- y ganar 20 gigas, de los cuales 10 están sin usar. Y lo que pasó fue que la máquina funcionó en el momento, y después ni quien pudiera arrancarla. Ya había instalado buena parte del arsenal informático, o sea un muy buen par de horas de trabajo, y hubo que restaurar de nuevo desde el DVD, y otra vez a poner tooooodo y a quitar lo quitable, etcétera.
Ahora la máquina está como rayo; bootea en cosa de un minuto y todo jala a la perfección. (Hasta ahora. No prometo nada para después, porque por algo las computadoras son computadoras.)
Algo importante de hacer para un domingo de resurrección.

21 de marzo de 2008

Viejecitas de canas muy blancas y la frenética huida de Rosario

Puede ser licencia poética, pero las canas siempre son muy blancas, o sea blancas a secas. No existe algo así como el cabello gris; es puntillismo puro de hebras muy blancas y de otros colores, de preferencia negro o café. Y hay una convención melodramática, ampliamente --pero no privativa-- difundida por el cine y las telenovelas mexicanas de que la mamá del muchacho debe ser viejecita, de canas muy blancas y, además de madre soltera engañada por un mal hombre --o viuda de un buen hombre, o algo--, y estar siempre a punto de llorar ("al borde del llanto" vendría más a tono con el lugar común) por las desgracias que le pasan a su Edipito particular, que en realidad no son para tanto. O igual es la víctima de la nuera, o del hijo mismo, o de la hija de cascos tan sueltos como blancas son sus canas; el tema da para mucho, y hasta para demasiado.
La primera parte del título de este post viene a cuento por la canción Silencio, de Le Pera y Pettorossi, cantada por Gardel (de quien es tan cierto que cada día canta mejor como que la Vaio en la que estoy escribiendo es de color verde; creo haberla mencionado alguna vez). Reproduzco, con no poco sonrojo, la letra en cuestión:

Silencio en la noche.
Ya todo está en calma.
El músculo duerme.
La ambición descansa.

Meciendo una cuna,
una madre canta
un canto querido
que llega hasta el alma,
porque en esa cuna,
está su esperanza.

Eran cinco hermanos.
Ella era una santa.
Eran cinco besos
que cada mañana
rozaban muy tiernos
las hebras de plata
de esa viejecita
de canas muy blancas.
Eran cinco hijos
que al taller marchaban.

Silencio en la noche.
Ya todo está en calma.
El músculo duerme,
la ambición trabaja.

Un clarín se oye.
Peligra la Patria.
Y al grito de guerra
los hombres se matan
cubriendo de sangre
los campos de Francia.

Hoy todo ha pasado.
Renacen las plantas.
Un himno a la vida
los arados cantan.
Y la viejecita
de canas muy blancas
se quedó muy sola,
con cinco medallas
que por cinco héroes
la premió la Patria.

Silencio en la noche.
Ya todo está en calma.
El músculo duerme,
la ambición descansa...

Un coro lejano
de madres que cantan
mecen en sus cunas,
nuevas esperanzas.
Silencio en la noche.
Silencio en las almas...

La tal canción la aprendí a los siete años de mi edad porque a la niña Mariíta, la viejita sádica que me tocó de maestra en segundo año, consideró que sería genial que un coro formado por sus alumnos/as (eran más "as" que "os", algo así como 30 "as" y exactamente 13 "os"; en la lista yo era el 12 y seguía Velasco, Ramiro Ernesto) la cantara en la celebración del Día de las Madres. Así que la niña Mariíta no sólo nos obligaba a "jugar" a las luchitas en el patio trasero del colegio Corazón de María, donde hice primero y segundo grados, y no sólo le clavaba los tacones en las piernas a los que se caían; también extendía su sadismo a las mamás, prometiéndoles que sus hijos iban a morir en la guerra cuando estuvieran ancianas y, si acaso, les iba a quedar una medalla por cada uno. Tenía algo de profeta, aunque le falló lo de las edades, porque las mamás de casi todos nosotros eran muy jóvenes; pero seguro que más de uno de sus alumnos murió en la guerra unos quince o veinte años después, y para ese entonces ella ya debió estar bajo tierra, porque no sólo era fea y amargada, sino que en serio estaba viejita, y me alegra si no vivió para darse el gusto de verlo. Obviamente no tuvo hijos, o hubiera escogido otra canción, y nos hubiera tratado de otro modo, aunque hay cada madre...
Pero el tema no es ése, o no sólo ése, sino que Le Pera pone a una mamá meciendo la cuna donde está su esperanza. Allí empiezan los problemas: ¿en la cuna está sólo uno de sus cinco hijos o los cinco a la vez? ¿Sólo uno de ellos es su esperanza y los otros cuatro que se frieguen? Puede tratarse del hijo menor, claro, siempre el menor (soy el mayor de mis hermanos; si fuera el menor, diría "Claro, siempre el mayor", aunque en mi caso no es aplicable), al que tuvo a la edad más avanzada, con... ¿quién? Allí está el problema: no aparece el papá por ningún lado, porque al final resulta que "se quedó muy sola". O el señor se murió después de dejarla embarazada del menor, y quizá antes del parto, o vaya a saber la vida de las gentes de la primera guerra mundial.
Supongamos que eran quintillizos, por aquello de que los cinco pudieran ser su esperanza. Supongamos que cuando nacieron ella tenía unos 35 años. Supongamos que, como era costumbre, los llamaron a la guerra a los 18 o 20 años. La señora andaría entre los 53 y los 55 años, y cuando los chavos marchaban al taller (¿eran mecánicos?, ¿carpinteros?, ¿alfareros?) ella ya era ancianísima y tenía hebras de plata en lugar de pelo. La esperanza de vida, en la época en que se escribió la canción, sería mucho más baja que ahora, pero tampoco era para tanto...
En el caso de una mamá normal que hubiera tenido a sus hijos de a uno por uno, a las edades adecuadas, y tomando en cuenta condición y clase social (tenían un taller o trabajaban en uno, y allí iban en fila india marchando para ganarse el pan de cada día), al primero lo habrá tenido a los 16 años, al quinto a los 21, el marido la dejó por esas fechas y a los chavos los reclutaron cuando el menor tenía 18 y el mayor unos 23. Tenemos entonces una viejecita de 39 años. Redondeemos en 40 y tendremos una señora de eso que llaman "mediana edad", o sea que todavía le queda un rato para que todas sus canas sean muy blancas, salvo casos en los que la genética obliga y ella no tuviera para comprar tinte. Igual la imagen de "viejecita" no viene al caso. "Viejecita" era mi bisabuela poco antes de su muerte, a los cerca de cien años de edad, y mi abuelo ya era mi abuelo y casi sesentón, porque ella se puso a tener hijos entre los treinta y los cuarenta y el abuelo casi a los treinta, algo fuera de serie para la época.
El asunto es: ¡qué manera tan barata de conmover a la gente! Los muchachos van a la guerra a defender a la patria y dejan sola a una ancianita a la que sólo le darán cinco medallas. Ni una pensión digna, vamos. Ni siquiera el consuelo de un poco de fisiología básica. Y ni siquiera la matan de la pena, sino que la dejan envejeciendo per secula seculorum.
La otra canción es aquélla de "vengo a decir adiós a los muchachos" ("Despedida", pues), cantada por el siempre magnífico Daniel Santos con la igualmente magnífica Sonora Matancera.
Luego de decir que va a luchar en otras tierras para salvar su derecho, su patria y su fe, se arranca con la parte folletinera:

Solo me parte el alma y me condena
que dejo tan solita a mi mamá.
Mi pobre madrecita que es tan vieja,
¿quién en mi ausencia la recordará?

¿Quién me le hará un favor si necesita?
¿Quién la socorrerá si se enfermara?
¿Quién le hablará de mí si preguntara
por este hijo que nunca quizás volverá?

¿Quién me le rezará si ella se muere?
¿Quién le pondrá una flor en su sepultura?
¿Quién se condolera de mi amargura si
yo vuelvo y no encuentro a mi mamá?

Aquí estamos hablando de la segunda guerra mundial, y para ese entonces ya se había descubierto la penicilina, que aumentó terriblemente las esperanzas de vida de la gente, mamás de todas las edades incluidas. El mundo, desde esas fechas, estuvo más lleno de viejitas que antes, pero también es cierto que a los chavos los mandaban a la guerra a la edad de siempre, o sea los 18. Y estamos hablando de un puertorriqueño, carne de cañón por excelencia en las guerras en las que se meten los gringos. No lo mandaron a la guerra a los 15 porque era ilegal, pero de los 19 o 20, en serio, no pasó. ¿A qué edad lo habrá tenido su mamá? (La del autor de la canción de Daniel Santos además tendría un Alzheimer prematuro: ¿no se va a acordar de que el fulano se fue a la guerra y por eso se la pasa preguntando por él? Las mamás no suelen ser tan olvidadizas.) O, bueno, el tipo se habrá enrolado voluntariamente a los 50 años, y entonces difícilmente lo habrán enviado al campo de batalla; si pronostica que él mismo "nunca quizás volverá", será por problemas de colesterol o de hipertensión. "Mejor váyase a su casa y cuide a su mamá, que está bien viejita y medio loquita", le habrán dicho, en el plan de que mucho ayuda quien no estorba. ("Mucho ayuda quien no es torva". Suena bien...)
Y no sé todo lo anterior por qué lo pongo; quizá porque me desperté con la canción de Daniel Santos en la cabeza, y me gusta cómo la canta, pero una cosa es una cosa y otra cosa es, sin duda, otra cosa. Lo que traigo desde hace años (unos cuarenta, digamos, que fue cuando mi padre me leyó por primera vez el "Nocturno"), y me río con risa nerviosa cada vez que me acuerdo, es la carrera que debió pegar Rosario de la Peña cuando el poeta Manuel Acuña se le propuso y le colocó enfrente la cartilla de lo que iba a ser su futuro como señora de. Yo, la verdad, también hubiera preferido a José Martí; no porque se muriera con el primer balazo en la primera batalla en que participó, sino porque al menos escribía cosas que podían ser simpáticas y servir como letra para "La Guantanamera".
En el susodicho "Nocturno", que es algo así como su carta de suicidio, en la cual le recrimina a la pobre Rosario no haberle dado la vida ideal, algo sospechoso empieza a notarse --además de la mala poesía-- cuando dice:

De noche, cuando pongo mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero mi espíritu volver,
camino mucho, mucho, y al fin de la jornada,
las formas de mi madre se pierden en la nada,
y tú de nuevo vuelves en mi alma a aparecer.

Si eso no es un Edipo con todas las de ley, no sé qué fuera. Pero si a mí me mandan un poema donde me dicen que "pienso en ti cuando me pierdo en el sueño; allí puedo olvidar las formas de mi madre y pensar en ti", yo lo quemo de inmediato y me cambio de país, de época o le hago caso a José Martí, como ya quedó asentado. Lo que puede inferirse es que la madre de Acuña no era una "viejecita de canas muy blancas" y que tenía unas formas que le llamaban más la atención que las de Rosario.
Pero falta lo más pior. Ya casi al final del poema --o su equivalente en la escala de Alfredo Espino--, viene el autozarpazo fatal:

¡Qué hermoso hubiera sido vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre y amándonos los dos;
tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma, los dos un solo pecho,
y en medio de nosotros mi madre como un Dios!

Me imagino la escena y me tiembla todo, y ya no poniéndome en el plan de Rosario, sino en el mío mismo. ¿De verdad Acuña creyó que de ese modo iba a conmover post-mortem a la susodicha? (Mejor Martí, en serio. Al menos murió por una causa noble. No tenía que haber estado allí, como otros poetas que se han muerto por causas similares, pero lo noble no se lo quita nadie.)
Algo que hemos hablado con los compañeros de La Casa es que la poesía debe ser honesta, pero no puede ser sincera, en la medida en que hay un cierto modo "artificioso" --que no artificial-- de estructurar los textos, de crear tensiones, etcétera. Un poema honesto es, digamos, "España, aparta de mí este cáliz", de Vallejo. Un poema "sincero" es aburridísimo, y hay legiones de ellos en recitales y revistas municipales: viene alguien y confiesa sus sentimientos a secas, dándoles un poquito de barniz y, de preferencia, cortando mal los versos. Uno enseña todos los ases, pero no al mismo tiempo, ni los pone panza arriba a la menor provocación.
Acuña cortaba bien los versos, pero se pasaba de sinceridad, y sin siquiera tener ases ni bajo la manga ni en ninguna parte, sino fotos de su mamá, con formas y todo. Porque después de la estrofa anterior todavía se le ocurre decir (Dios se apiade de su alma):

¡Figúrate qué hermosas las horas de esa vida!
¡Qué dulce y bello el viaje por una tierra así!
Y yo soñaba en eso, mi santa prometida;
y al delirar en eso con alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno por ti, no más por ti.

O sea que con su mamá era malo... Y, por lo que consta el en "Nocturno", no tenía que ver con violencia intrafamiliar o cosas de ésas que están de moda.
Ezra Pound, en El arte de la poesía, decía --como ya habré anotado alguna vez-- que a los malos poetas había que castigarlos, y que debía establecerse una escala que podía ir de la simple amonestación o la prohibición de publicar durante cierto tiempo hasta el fusilamiento. Acuña se suicidó a los 23 años de su edad, quizá en un arranque poundiano de autocrítica, quizá porque a su mamá le empezaron a salir canas muy blancas, quizá para dejar establecido que de verdad estaba enamorado de Rosario y que no podía vivir sin ella.
Viernes santo. Válgame. Las cosas que escribe uno en viernes santo.

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¡Y en medio de nosotros mi madre como un Dios! ¡De verdad que se pasó!

18 de marzo de 2008

Posdata a una señorita que toca el clavecín y otras piezas

Cuando tenía como 14 o 15 años escribí mi primera pieza de música, una cosa para guitarra en la mayor, bien sencillita. Se llamaba "Posdata a una señorita que toca el clavecín". Es un minuet o algo muy parecido, y lo encontré hace un par de días, cuando me puse a desempolvar archivos que he trabajado con el Melody Assistant, una maravillita de Myriad-Online, de Francia, que puede hacer casi milagros por sólo $25. (Cuando compré la licencia costaba $15.) Lo usé desde 1997 o 1998 hasta 2005, cuando perdí el código. Una persona a la que se lo había compartido no sólo no me lo dio de nuevo, sino que se puso bieeen estúpido. Lástima, pero así pasa. No me costó mucho conseguir otro código.
La piececita en cuestión me metió en problemas. El profesor de música vio la partitura en mi escritorio, me la pidió para tocarla en el piano --que era su instrumento--, me dijo que estaba muy bien... y después me reprobó. No porque no supiera de música --yo o él--, sino por alguna de esas cosas humanas. Me revisaba el uniforme de la escuela. Si le parecía que se salía de los reglamentos --un adornito aquí, un dibujito en el calcetín, lo que fuera--, me expulsaba de clase. Con cuatro ausencias estaba reprobado. Junté como seis. Protesté ante el consejo de profesores, y me validaron la materia, porque de calificaciones andaba en 10. Pero fue divertido y a la vez humillante que me tronaran en algo que estaba estudiando a un nivel un poco más avanzado de lo que se veía en secundaria. Al maestro en cuestión, cuando estaba solo, le daba por tocar pasodobles. Se emocionaba tanto que se oiá por toda la escuela, y parecía que rompería el piano. (Ah: para ese entonces yo ya había estado en un par de bandas, no muy buenas, pero sí entusiastas.)
En fin, en el widget que está allá abajito se puede ver la susodicha pieza, en tercer lugar. También hay un par de micropiezas para piano que habré escrito entre 2000 y 2002.
Antes que digan otra cosa: no, no soy músico, y no pretendo serlo; nomás es divertido jugar con las cosas que otros se toman no sólo en serio, sino con una solemnidad que abruma. (En especial a ellos mismos, pobrecitos.)



Un pedacito de la partitura, pues:

8 de marzo de 2008

Ecos de Belles Latinas

Thierry encontró algunas fotos de algunas de nuestras participaciones en el festival Belles Latinas, en octubre pasado. En las que corresponden al 10 de octubre (hay varias), en la Universidad de Lyon, nos divertimos como nunca, y creo que los alumnos también, aunque yo aparezca con cara de gente muy seria. Curioso: no se me había ocurrido entrar en la página de Espaces Latinos --y supongo que a Thierry tampoco-- para ver en qué había parado lo del festival, si habían puesto información actualizada, etcétera. Las fotos son de Celine Ebersviller.

Y en este link hay otras fotos tomadas por asistentes de los que no se hace constar el nombre. En la anterior estoy en una cena, en Lyon, tocando blues o rocanrol o algo con la banda que amenizó el asunto. Aunque me vea serio también --¿por qué les gusto serio para las fotos, excepto cuando las toma Vanessa Núñez?--, estuvo buenísimo. Entre otras, tocamos "Oye, cantinero" y "ADO", del Tri, y un potpourrí de rocanrol, que incluyó "Popotitos" y "La plaga".

2 de marzo de 2008

Pollitos' Blues

Hace unas tres semanas, después del almuerzo, como lo indican las señales de salsa acumuladas por Valeria. Fue tomado por Krisma con una cámara de fotos Kodak, así que perdonarán la falta de efectos especiales, etc. Tampoco fue ensayado, obviamente; estaba probando unas cuerdas nuevas para la Biscayne.
Y ultimadamente así nos divertimos.

24 de diciembre de 2007

Oscar Peterson. 1925-2007

En la foto, Oscar Peterson con Ray Brown al bajo y Herb Ellis, mi guitarrista favorito de jazz.

Ayer murió Óscar Peterson en Canadá, su país natal. Siempre me pareció extraño que un canadiense llegara tan lejos y tan profundo en materia de jazz. Sus inicios los tuvo con figuras como Charlie Parker, Dizzie Gillespie y los grandes del Be-bop, cuando Parker estaba a punto de morir a la lejana edad de 34 años --era Leo, al igual que Peterson-- y el bop estaba a punto de ser parte de la cultura establecida, luego de haber sido contracultura pura y maciza.
El bop tenía un objetivo: llevar la música al extremo de la resistencia humana. Sus temas ("riffs") generalmente no pueden tatarearse, así son de complejos; la velocidad de sus piezas llega a 240 o más (como "Cherokee", "Donna Lee" o "Bebop"), había que soltar la mayor cantidad de notas por segundo y los parámetros para la improvisación eran rigurosísimos, como desde entonces lo son. (El free jazz, como el "arte conceptual", rompió con eso, me parece que más por la incapacidad de sus ejecutantes que porque estuvieran planteando algo nuevo. Claro que hay free jazz y free jazz; uno oye a Miles Davis en Filles de Kilimanjaro o en los cuatro discos del Bitches Brew completo, y se da cuenta de lo que se puede hacer cuando un artista es libre y sabe ser libre.)
Peterson era hijo putativo de Art Tatum, uno de los genios del piano, casi ciego y bien excéntrico. Prefería tocar en los lobbys y restaurantes de los hoteles que en los grandes escenarios. Peterson, por su parte, empezó con los grandes y en los grandes escenarios (Storyville era casi como su casa). Ambos tenían una característica: parecía que tocaban con tres manos, no con las dos que les dio la naturaleza, su mamá o quien dé esas cosas.
El primer disco de Peterson que conocí, por allí de 1978, fue The Trio, así, simplemente, publicado por Pablo Records, que se llevó algunas de sus mejores y más excéntricas grabaciones. La primera pieza del disco, "Blues Étude", es alucinante. No hay batería; sólo están Peterson, Joe Pass y Ray Brown, otro par de virtuosos extremos. La pieza es frenética desde el principio, y allí parece que todos tienen tres manos. Antes de oír el resto del cassette (sí, lo compré en cassette), lo regresé una y otra y más veces para entender qué demonios estaba pasando. Y sigo sin entenderlo, pero desde entonces disfuté varias decenas de discos de Peterson. con diferentes formaciones. Cuando Ray Brown se fue al Modern Jazz Quartet, Peterson se alió con Niels Pedersen, un contrabajista que hacía en el bajo lo que Peterson hacía en el piano. (Pablo Records, desde luego, publicó un LP completo que es un virtual duelo entre Ray Brown y Pedersen, con Peterson acompañándolos solito. No tiene desperdicio.)
Hace tres o cuatro días escuché, después de varios años, una versión bien interesante de las canciones de Porgy and Bess, de Gershwin, con Joe Pass y Peterson y nadie más. Uno esperaría que Peterson hiciera el acompañamiento y Pass se luciera con su guitarra, y luego viceversa, pero no. Y no es que Pass acompañe a secas --ese tipo nunca acompaña "a secas"-- y Peterson toque el piano: es que Peterson toca las melodías directamente con el arpa del piano, no con las teclas. Rarísimo. También debe andar por allí otro dúo extrañísimo: Peterson al piano --obvio-- y Dizzy Gillespie en la trompeta --más obvio--, improvisando sobre estándares de jazz. Son sonidos harto disparejos y no muy compatibles para un dúo, pero el resultado es que uno se queda pegado a la silla y bien agarrado de pies y manos: los dos hacen todo lo que saben hacer, y saben mucho.
Como acompañador lo recuerdo en especial en un disco con Dizzie Gillespie, Roy Eldridge y Harry Edison, tres trompetistas de miedo, tocando durante quince o diecisiete minutos una de Charlie Parker, "Klactoveedsedstene", una de las piezas más endiabladamente difíciles del bop. También en un jamming con Charlie Parker, Zoot Sims, Lockjaw Davis, Roy Eldridge, Johnny Hodges y como ocho o diez más.
Además de la velocidad y el virtuosismo, Peterson era un genio de la armonía. En Exclusively for my Friends (creo que así se llama el disco), viene una pieza que es de lo mejor que se ha ejecutado después de los solos imposibles de Tatum: "I'm in the Mood for Love". No sabía que pudieran caber tantas notas en un solo acorde, y se la pasa haciendo acordes llenos de notas. Fascinante.
Otro que se va, pero lo que ha dejado está lleno de vida y ha hecho feliz a mucha gente. ¿Qué más podría ambicionarse?

8 de noviembre de 2007

Auténticamente... uh... ¿ecuatorianos?

En mis viajes por el lado... digamos izquierdoso, porque "ser de izquierda" debería ser otra cosa... de la blogosfera, me encontré con el spot de la XXIII Convención Nacional del FMLN, o sea la que tendrá lugar el domingo próximo. Desde luego que vi el video, y me encontré con que la música que suena al principio la toqué alguna vez, por allá de 1978 o 1979, con unos locos que visitaban los fines de semana --como yo-- la mítica Peña Tecuicanime de la calle de Tonalá, en la Ciudad de México, ubicada junto al local del Partido Comunista Mexicano. La peña en efecto era del PC --yo no, porque andaba de radicalote, pero la música es la música--, y llegaba gente de todas las nacionalidades tanto a tocar como a oír. Lo interesante venía a la medianoche, después de las funciones de rigor, cuando se armaban las cantadas espontáneas y las fusiones de gente que tocaba diferentes tipos de ritmos, instrumentos, con ideas diferentes de los arreglos, del "canto nuevo" o de la música en general.
En fin, que reconocí la música y me dio gusto: es un auténico sanjuanito ecuatoriano, y los locos a los que me refiero eran ecuatorianos recién llegados del Ecuador. (Posí.) Me enseñaron los acompañamientos en la guitarra, y tocaban muy bien el rondador y unas flautas tubulares de carrizo, de la que después conseguí una. ¡Era un alucine! Tenía unas texturas que no me daba la de metal. Creo que alguna vez hasta nos subimos al escenario a tocar juntos, y nos la pasamos muy bien.
Además de la oportunidad de recordar, me viene una pregunta: ¿de qué país será la música que escojan para la próxima convención del FMLN? Conozco unas cosas de Singapur que vendrían tanto al caso como el sanjuanito para una convención... uh... nacional de un partido de... uh... izquierda, o sea de... uh... renovación y... uh... con gente que sabe hacer música.
Les dejo el video, y de paso hago un poco más de propaganda para el Frente, para que no digan. Y si dicen, pos no serán los primeros. (Ni los últimos, espero.)

6 de septiembre de 2007

Murió Pavarotti

La noticia puede leerse aquí, en El país de España, y aquí en El mundo, también de España.

11 de agosto de 2007

Condecoran en España a Les Luthiers

El gobierno español condecoró al Conjunto de Instrumentos Informales Les Luthiers, como puede leerse en una nota que aparece aquí, por sus 40 años de trayectoria.
Para festejar la ocasión, pongo una de mis favoritas de ellos: la zamba Añoralgias


12 de junio de 2007

Matador

Una clásica de Los Fabulosos Cadillacs.
Creo que cualquiera que haya sido perseguido político siente frío cuando oye la letra.


17 de abril de 2007

Noticias de más allá del mar

En agosto de 2000, cuando murió mi padre, me quedé sin palabras, literalmente. Hablaba poco, escribía nada, pensaba tanto que no recordaba nada, hacía muchas cosas sin mucho sentido. Algo de eso lo puse en un artículo que publiqué por catarsis y con enojo, Algo sobre la muerte de Rafael Menjívar, que está en mi otro blog.
Mi trabajo en ese entonces era traducir Sports Illustrated todas las semanas, lo que me permitía viajar a Costa Rica y estar pendiente de mi padre. También echaba la mano en Vértice con algún artículo. Esa flexibilidad es algo que siempre le agradeceré a Lafitte Fernández, mi jefe en ese tiempo.
Como no había modo de que salieran las palabras, me puse a hacer música con una maravillita llamada Melody Assistant, un programa francés para hacer música, con partitura y todo lo que uno quiera, y durante cuatro meses no supe a qué hora amanecía o si hacía calor, si era de noche o llovía. Trabajaba y me ponía a escribir música; dormía cuando podía y seguía haciendo música. Y la música iba saliendo dolorosa, pero con fluidez.
En diciembre terminé una unidad, digamos un disco, que se llamó Noticias de más allá del mar. Usé de todo: flauta, oboe, corno, fagot, cello, sintetizadores, guitarra eléctrica, efectos de sonido, coros sintetizados, etcétera. Y poesía. En mi universo particular se trató de canto fúnebre, un réquiem, aunque agnus dei ni confutatis nada de eso. Nomás música llena de dolor.
Hasta hace muy poco --digamos un año-- escucharla me seguía llenando de un dolor profundo y seco. Hace unos días, mientras revisaba materiales musicales para que un amigo se llevara a Suecia, encontré el disco, lo puse y ya no sentí "eso". Más bien se me salió una sonrisa y no se me quitó en cuarenta minutos.
Ahora quiero compartirlo con los amigos. Se puede encontrar en mi página en mp3.com. Son las piezas numeradas de 01 a 05. Había una sexta, pero la eliminé; no venía al caso.
Cada pieza tiene su historia --y todas de algún modo cuentan una historia--, de las que sólo hablaré rápidamente.
La primera pieza ("La noche de un día antes") es lo que sentí cuando me avisaron --acababa de llegar de un entierro, por cierto-- que mi padre se moría y tenía que llegar antes de la noche a Costa Rica. Sin boleto y sin nada, en menos de cinco horas estaba allá. En el avión pensé y sentí y recordé de todo, y me di cuenta de que el cuerpo se estaba preparando para un dolor.
La segunda ("Perchance to Dream") fue el tiempo de espera antes de que muriera. Murió al mediodía del lunes 7 de agosto de 2000.
La tercera ("Una tarde cualquiera de 1945") es una historia tierna. En 1943, el abuelo Alfonso se fue para Panamá, como estibador, bajo el régimen de silver roll, por supuesto. Mi padre estaba seguro de que regresaría un día entre las cinco y las seis de la tarde, y durante dos años, a esa hora, lo esperó en una cuesta que daba a no sé qué calle. Mientras, se puso a aprender a tocar una flauta, un pito, y eso hacía mientras esperaba al abuelo. Y el abuelo llegó, en efecto, una tarde de 1945 por esa cuesta, entre cinco y seis de la tarde. Y mi padre dejó la flauta.
La cuarta ("Eclipse") es el entierro.
Y la quinta ("Sirenas") no sé qué hace allí. Creo que la puse porque necesitaba algo relajante después de todo ese montón de emociones.
De no ser por la música, por esa música, quizá hubiera caído en una depresión bien honda. Hay un par de historias anexas que algún día contaré.