De Luis uno tiene vagos recuerdos porque tuvo la desgracia de atajar en River en el mejor momento y en el apogeo del Pato Fillol . llegó en el 73 desde Defensores de Belgrano tuvo un paso fugaz por Estudiantes de BA , antes de iniciar la campaña del súper equipo campeón de Angelito Labruna .
Estuvo en River hasta el 80 ya que en el 81 fue transferido a Vélez y luego tuvo una larga trayectoria con equipos de Colombia y México .
Si lo recuerdo en la final de la Copa del 76 en el partido desempate en Santiago de Chile con el Cruzeiro ..(mal recuerdo ) y en algún que otro partido cuando se lesionaba Fillol ...(pocas veces )
Si jugó más tiempo en el 78 cuando el Pato estaba con la selección .
No tengo el registro de partidos de la Foca como titular ...pero no se si habrá llegado a los 50.
NOTA EXTRAIDA DEL BLOG LAS NOTAS DE PASTOR
Diálogo con el exarquero de River Plate (Argentina), quien en su paso por el Atlético Bucaramanga se convirtió en leyenda, después de haber sido contratado gracias a una rifa que se hizo en la ciudad. Relato estremecedor de quien del triunfo cayó al abandono e incluso pensó en el suicidio.
Luis Alberto Landaburu encarna ese péndulo en que se convierte la vida de un futbolista. A sus 59 años, su rostro pasa de la alegría a la tristeza casi de la misma forma en que los aficionados aúpan a un jugador y al instante pueden estar abucheándole e incluso deseándole la peor de las desgracias.
Luis Alberto llora de felicidad cuando recuerda aquellos días en que era el centro de los comentarios en los medios santandereanos, pero también deja brotar sus lágrimas al repasar sus caídas y su condición de ser humano como todos, incluso los que se subieron al carro de la victoria y después le dieron una patada.
Sereno, ‘La Foca’ Landaburu (Buenos Aires, 1953) ya no puede encerrarse bajo los tres palos de su arco y acepta este diálogo solamente resguardado en su fe en Dios y en su sinceridad. Vino a disputar ese nostálgico partido del 28 de diciembre en el que viejas figuras del Atlético Bucaramanga -la mayoría con inocultables barrigas-, saltan a La Marte con el mismo entusiasmo que cuando debutaron, pero esta vez con el único propósito de agradecerle a la vida por haberles dado tanto.
Y no fue sino pisar la cancha sintética cuando ya estaba recibiendo un tiro libre de esos que llegan al alma. Óscar Díaz le hizo un alto en el camino y le enseñó una foto enmarcada en la que aparece Landaburu con un niño a su lado en el estadio ‘Alfonso López’. “Pues ése soy yo y usted sigue siendo mi héroe”, le dijo Díaz, uno de esos sufridos hinchas del equipo que en 2013 inicia su quinto año en la segunda categoría.
Óscar Díaz, uno más de los sufridos hinchas del Atlético Bucaramanga, buscó a Luis Alberto Landaburu para mostrarle esta foto del álbum de los recuerdos y darle un abrazo. El exarquero recordó aquellas jornadas en el 'Alfonso López' y le contó que un día de 1976 con River Plate y ante San Martín de San Juan, su equipo no tenía más cambios y le tocó jugar de volante. Foto Pastor Virviescas Gómez
Sorpresa a la que sumaron otras tantas, como la de aquel anónimo fanático que conserva el afiche de la plantilla de 1984 en la que al lado de Landaburu y con una colorido camiseta con el aviso de Hipinto aparecen, entre otros, Luis ‘Chonto’ Herrera, Alfredo ‘El Pirata’ Ferrer, Janio Cabezas, Orlando ‘El Pony’ Maturana, Américo Quiñonez, Adolfo Holguín, Domingo Alarcón y sus paisanos argentinos Héctor Ramón Sossa, ‘El Negro’ Miguel Oswaldo González, José Gerardo Galván y Juan Carlos ‘El Nene’ Díaz, con quienes clasificó al octogonal final, logro con visos de proeza para un equipo que está acostumbrado al sótano.
En este mano a mano con Eduardo Emilio Vilarete Fernández en la cancha Marte, Luis Alberto Landaburu corroboró sus cualidades de arquero, desviando el balón al tiro de esquina. 'La Foca' fue campeón con River Plate en los torneos metropolitanos de 1975, 1977 y 1979 y nacional de 1975 y 1979. Foto Pastor Virviescas Gómez
Durante casi diez años y hasta 1980 suplente la mayor parte de las veces en el River Plate de Ubaldo Matildo 'El Pato' Fillol -considerado por los entendidos como el mejor arquero de Argentina y de Suramérica-, a Landaburu las cosas nunca le resultaron fáciles. Desde chico cuando se inició en Defensores de Belgrano entrenaba con obsesión, hasta debutar en primera división a los 15 años de edad y tocar las puertas de ese cielo infinito llamado River Plate, el de la banda roja, el cuadro técnico Ángel Labruna lo declaró intransferible.
¿Pero cómo vino a parar al Bucaramanga? De River Plate y Vélez Sarsfield (1981), Landaburu se vinculó al Tampico Madero de México, luego a Estudiantes de Caseros (con el que salió campeón) y después al Cúcuta Deportivo en 1983. “En la final estaban en las graderías Hugo Horacio Lóndero y Jorge Ibrahim, vicepresidente del Cúcuta. Me convencieron de venir a Colombia y conozco Bucaramanga en el ‘Clásico del Oriente’. Allí me nació el cosquilleo por esta ciudad. Llevábamos siete fechas y la prensa nacional hablaba de que había un arquero diferente. Si bien el equipo no era bueno, yo atajaba mucho y aparte tenía una manera diferente de atajar. Todo el mundo me quería conocer. Cuando salté al ‘Alfonso López’, haciendo ese show que hacía yo, miré el estadio y me enamoré. Me gustó el colorido, la ciudad hermosa y dije: algún día voy a jugar en este club. Cuando terminó el partido salí ovacionado y como la figura de la jornada. El partido quedó 1-1. Me hizo el gol en el arco sur ‘El Cañón’ Landaburo. Siguió el campeonato y tuve la suerte de ser elegido el mejor arquero del año, pero Cúcuta era un club que no tenía dinero y yo estaba a préstamo”.
Con esa incertidumbre y a punto de firmar con Instituto de Córdoba (Argentina), ‘La Foca’ hace memoria: “Aparece el Bucaramanga en mi vida. Y fíjese lo que es el corazón, porque yo estaba por arreglar en Instituto por setenta mil dólares de prima y diez mil dólares por mes, que era plata, mucha plata… Y el Bucaramanga por medio de ‘El Nene’ Díaz me localiza y me dice que tenía dos mil dólares y los tiquetes (en avión)”.
Luis Alberto le pidió un poco más, pero Díaz le respondió: “Lo único que te puedo garantizar es que la vas a pasar muy bien y vas a ser feliz en esta ciudad”.
Sin pensarlo dos veces, Landaburu empacó maletas y arribó una semana antes de empezar el torneo. Al momento de firmar el contrato se enteró “que un empresario allegado al Cúcuta había comprado los derechos federativos, como inversión… En esa época todos sabemos de qué se habla (se refiere a esos años turbios en que los capos manejaban a sus anchas el negocio del fútbol)”. Por esa razón no pudo jugar de entrada con el Atlético, así que después de hacer vueltas infructuosas en Bogotá, se devolvió a recoger su ropa. Desilusionado, a las dos de la madrugada en un casino de Cabecera, el hijo de Reynaldo Rueda (presidente del Bucaramanga y prácticamente dueño de Copetrán) le tocó la espalda y le manifestó que su padre quería conversar en ese mismo instante.
Uno de los momentos de más emoción en su viaje a Bucaramanga en diciembre pasado, fue su reencuentro con los goleadores Eduardo Emilio Vilarete e Iván René Valenciano. Foto Pastor Virviescas Gómez
“Acabo de arreglar el préstamo tuyo y quiero que juegues mañana”, le dijo. “Me metieron en el hotel y aparecí jugando con el Bucaramanga. El recibimiento fue algo inolvidable. Apagaron todas las luces del estadio, prendieron fosforeras y juegos pirotécnicos y salí yo. El Bucaramanga fue el clímax. Ahí me pregunté cómo devolverle tanto cariño a la gente, y empezó ‘El Loco’ Landaburu con guayos blancos, remeras (camisetas) de colores”.
Todo a las mil maravillas hasta que se terminó el préstamo y Landaburu tenía propuestas de ir al Atlético Nacional o al Independiente Santa Fe “que estaba enloquecido conmigo”.
Se les ocurrió entonces hacer una rifa de un carro, una motocicleta y un ‘burro’ de betamax. “Fue una revolución. Yo iba por la calle y la gente me mostraba la boleta y me decía: ‘mire que estoy haciendo el sacrificio para que usted se quede’. El sorteo fue por la Lotería de Santander en Piedecuesta y en la plaza había por lo menos cinco mil personas. Tardé mucho en subir a la tarima, la gente se me tiraba encima…”, rememora emocionado.
Y para completar, después de muchos años sin clasificar, el Bucaramanga pasó al octogonal. “Peleamos el campeonato las primeras cinco fechas con el América y Millonarios, pero después nos caímos porque en esa época la diferencia con ‘los poderosos’ era muy grande”.
Landaburu toma un aire y con su acento porteño dice: “No hay plata para comprar el cariño de la gente. Yo tuve una carrera exitosa, jugué en equipos muy grandes, tuve la suerte de hacerme un porvenir, viajé por el mundo y lo digo no por fanfarronería sino por orgullo, pero el amor, el respeto, el reconocimiento hacia mi persona… Todo lo que me dio y me da Bucaramanga paga los años que estuve aquí. Esta era mi vida. La pasaba bárbaro”.
Entonces se le escapa un suspiro y exclama: “Yo era feliz…”. Pero ese sueño se acabó en 1986. Landaburu corre la manga de su buzo, señala su mano izquierda y dice: “Tuve una lesión muy grave. En un partido me fracturé la mano en cinco partes, me opero aquí en Bucaramanga, rechazo la prótesis y pido por favor ir a Argentina, y cuando llego me fracturo a la altura del primer tornillo, cerca de la muñeca. Voy urgente a un hospital y no me dejan salir. Se me estaba gangrenando la mano. Ahí estuve tres meses internado. La pasé mal. Me tuvieron que sacar hueso de la cresta ilíaca. Corría el riesgo de que me iban a amputar el brazo si no agarraba el injerto… Pero tengo la suerte de que traen al mejor cirujano de manos, y yo sin un solo peso porque…”. Entonces ‘El Loco’ frena en seco su relato y empieza a llorar como un niño.
Llanto que se contagia y tenemos que hacer un alto. El agua aromática que hace veinte minutos estuvo caliente desaparece en el garguero. Al rato toma impulso y continúa: “Cuando uno es conocido, a nivel familiar se te pegan todos. Yo había dejado apoderado a un familiar y a mi regresó no encontré sino deudas. Ese sí que fue un momento difícil. Me volví más humano. Conocí la realidad de la vida. Me dejó una enseñanza: que el éxito te oscurece el alma, no aprendes nada. El fracaso te deja una enseñanza”.
Con un dejo de tanguero que canta sus penas, Landaburu sigue: “Uno cuando está con éxito, y más si es joven, se vuelve petulante, gira todo alrededor de uno y uno no se da cuenta que cuando se apaga la luz volvés a ser el Luis Alberto con doscientos millones de defectos. El éxito y los elogios lo tapaban todo, pero cuando me encontré con la realidad, cuando tuve que sacar la cabeza para enfrentar al mundo en una situación diferente, me choqué contra una pared, porque se fueron alejando los amigos del éxito, se fue alejando la familia… quedé solo”.
¡Esperá!, dice. Estos recuerdos resquebrajan a ‘La Foca’. Pero vuelve y saca coraje. “Y bueno, me compré un taxi. La gente me reconocía, porque yo fui un jugador conocido. De pronto el aspecto físico había cambiado, pero al ver mi nombre en el espaldar de la silla la gente me relacionaba con el River Plate. Yo quería ser alguien y me puse a estudiar el curso de kinesiología y después el de técnico, alentado por su esposa”.
Landaburu abraza a su amigo y expreparador físico del Atlético Bucaramanga, Aureliano Montañez. Foto Pastor Virviescas Gómez
Pero Landaburu se decía: ¿Quién me va a querer? “Mucha gente me conocía en el taxi, me denigraba y me decía. ‘Tan bajo se vino, manejando un taxi’. Y yo que le tenía que dar de comer a mis hijos. Lloraba y un día me dio tanta rabia que le pegué una trompada al techo de los nervios y la rabia que tenía. Lo del taxi lo combinaba con el fútbol en una división menor, y entonces volví a ser el arquero y atajé con una mano. De tanto decir quién me va a querer a mí, el taxi y Dios me ayudaron. Un pasajero se subió y me dijo: ‘Landaburu, usted tiene que estar en el fútbol’, y me consigue la primera oportunidad que tuve de dirigir un club de la Primera D -última categoría del ascenso-”.
Landaburu desempolvó la única pinta que tenía y fue a su cita con el dueño de la funeraria más grande de la zona de Caseros y quien resultó ser el propietario del equipo J.J. Urquiza. “Yo no quería ir porque tenía que trabajar para pagarle la comida y el estudio a mis hijos. Le pedí una fortuna para que me dijera que no. Y dijo: ‘Empiece mañana’. Pensé que ese tipo estaba loco y le pedí que firmáramos el contrato. En respuesta se queda mirándome y me dice: ‘Ramón Martín con los papeles se limpia el culo. Si quiere trabajar, trabaje”.
Y se le arregló la vida a ‘La Foca’. Entrenaba a sus pupilos de nueve a once de la noche, en una cancha que tenía una bombilla y la pelota tenía que ser fosforescente porque no se veía. “Pero yo le ponía ganas, entrenaba a los muchachos y volví a ser feliz”.
No le prestó atención a que cada viernes se paraba un automóvil y en él un hombre miraba hacia la cancha. Landaburu creyó que se trataba del padre de uno de los jugadores, hasta que sonó el teléfono de su casa: “Soy Rubén Soltero, directivo de River Plate, y quiero tener una entrevista con usted”.
A ‘La Foca’ le dio vergüenza llegar en su taxi hasta el Estadio de Nuñez, así que lo dejó a cinco cuadras. Llegó al club y de entrada le nombraron coordinador. Pasaba así de no tener con qué pagarle una consulta médica a uno de sus hijos a sacar nuevamente la cabeza del barro. De hacer largos recorridos en tren, bus y a pie hasta la Asociación de Técnicos, buscando una ‘chamba’ o un billete en el piso, como el de 100 pesos argentinos que una tarde agarró después de volar hasta el, la ida le volvió a sonreír.
Los ahorros le dieron para montar junto a su esposa un consultorio de kinesiología. Se trasladó a Italia, trabajó dos años en Japón, fue entrenador de arqueros en el equipo Nueva Chicago de su país y hoy día reside en el barrio de Liniers (Buenos Aires), a pocas cuadras de la cancha de Vélez Sarsfield. “Mi vida gira entre pacientes con problemas de escoliosis y artrosis, y el fútbol. No soy de ir mucho al estadio. Desde que me recibí como técnico en 1991 dirigí ininterrumpidamente hasta marzo de 2012 con Almagro en el Ascenso. Esta es la primera vez que tengo un lapso tan prolongado sin trabajo y gracias a Dios por eso pude venir a Bucaramanga”.
“Yo nací arquero. Del colegio no quería saber nada. Me gustaba ir a ver los partidos y después emular a los arqueros. Pateaba a la pared, luego volaba y gritaba ‘Ataja Landaburu’. Mis abuelos eran fanáticos de Boca Juniors y recordaban cuando Antonio Roma -apodado ‘Tarzán’ y portero de Argentina en los mundiales de 1962 y 1966- le atajó un penal al brasileño Delem de River faltando cinco minutos y salió campeón Boca. Yo soñaba con eso. A los vecinos no los dejaba dormir”.
Criado entre ovejas y gallinas, este muchachito fue el que en octubre de 1978 ante Boca Juniors le tapó un penalti a Carlos Squeo y en su defecto Quilmes -que venció 3-2 a Rosario Central- se coronó campeón por primera y única vez. “Y aquí viene una anécdota de risa: mi papá era fanático de Boca y después de ese partido llegué a casa en mi Gran Torino y me estaban esperando las cámaras. Había una fiesta terrible, pero mi papá ni me saludó. Bueno, una semana sin hablarme porque le tapé el penal a Boca, de fanático que era. Él murió hace tres años de Alzheimer, pero en sus momentos de lucidez se quedaba mirándome y me decía: ‘Por culpa tuya Boca no tiene otra estrella’".
Si ‘El Loco’ volviera a nacer, no lo dudaría un segundo para ser futbolista. “Si bien lloré, no por el fútbol sino por el entorno, no lo cambio por nada”.
Pero como el oficio del periodista es hacer preguntas incómodas, ahí le va una más. En 2011 Diego Borinsky, a propósito del suicidio en la línea de un tren de los arqueros Pedro Vivalda (Ferrocarril Oeste-Argentina 1994) y Roberto Enke (Hannover y Selección de Alemania 2009), escribió en la revista El Gráfico: “En River era reconocido, mimado -cuenta ‘La Foca-. Fui a Vélez con unos pergaminos bárbaros y no rendí para nada. En un partido contra Sarmiento, mis propios hinchas me tiraron de la tribuna una mano ortopédica. Me quería morir. Llegué a sentir tal presión que no lo soporté. Me vinieron a buscar de México y sin saber a qué club iba, dije que sí, sólo me quería evadir. Pisé México y volví a ser el Landaburu de siempre”.
¿Lo recuerda?, le digo. “Es verdad; me escapé de Argentina, como cerrando la puerta. Hoy es risible la anécdota, pero en ese momento fue muy triste porque en Vélez no anduve bien y en un partido me gritaron: ‘¡Agarrá la mano!’ Y es que me habían tirado una mano ortopédica. Me escapé y me fui al Tampico de México sin saber a dónde iba. Allí pasó algo parecido a Bucaramanga, por eso soy un afortunado. Dios no sé qué me dio, pero la empatía con la gente, quizás mi forma de ser, pero era lo que generaba ese cariño y en Tampico me pasó igual”.
Landaburu escogió la posición más jodida e ingrata del terreno de juego. “Pasás de héroe a villano en un segundo, pero para eso tenés que trabajar la parte sicológica, tenés que tener mucha confianza en vos. Si yo no hubiese sido un tipo positivo y que creía en mí, hasta me habría suicidado, porque las cosas que me hicieron en Vélez fueron terribles”.
“Es más -confiesa espontáneamente-, te cuento una anécdota que es más desgarradora. Yo atajo en Vélez Sarsfield dos partidos muy bien contra el Boca de Maradona y le atajo un penal. En uno de ellos está la gente de México, que me venía a buscar. Los de Vélez en cambio me querían vender como fuera, con un moño rosado. Vamos en el avión con el presidente de Vélez y solo me faltaba la revisión médica, y él me mira y me dice: ‘Landaburu, por favor hasta que no nos den la plata, no ataje’.
Landaburu hoy suelta la carcajada, pero en ese instante estaba tan desmoralizado que le respondió: ‘Tiene razón, presi’. “Yo estaba destruido. El primer día que me presentaron en el entrenamiento el técnico me preguntó si quería ir al arco y le dije que mejor jugaba en el medio. Preguntaba cuánto tiempo faltaba y me tiraba más para el túnel. Me quería escapar. Pero el técnico me ordenó que fuera al arco. Voy caminando y en el palco estaban los presidentes del Tampico y de Vélez, que se agarraba la cabeza angustiado. Me empiezan a patear con los juanetes, eran muy malos, y entonces yo intuía las pelotas, y empecé a atajar una y otra y otra y me agrandé. No me hicieron examen médico y enseguida me firmaron. Luego debuté oficialmente y ese día atajé dos penales, volé y volví a ser el gran arquero, el show man. Termina el partido y el presidente de Vélez no dejaba de mirarme a los ojos. Cuando se fueron los periodistas y las cámaras, me pregunta: ¿Landaburu, qué tomó? Ahí me cambió la historia”, manifiesta este sonriente veterano de mil batallas.
Si se tuviera que autocalificar, Landaburu se atreve a afirmar: “Yo en Argentina y lo voy a decir con orgullo, en un momento le peleé palmo a palmo el puesto a Fillol. En 1979-80 fuimos considerados los dos mejores arqueros del fútbol argentino. Para mí eso fue un orgullo y toqué el punto máximo. Jugase Fillol o jugase yo, para el hincha de River era lo mismo, pero no me juzgué nunca ni me comparé con otros arqueros. Sí digo que soy un agradecido con la vida y que Dios me iluminó y me hizo ver las cosas de otra manera. Muchas veces he pensado hasta en el suicidio, voy a serte sincero, porque no fueron fáciles las que pasé, pero me aferré a Dios. Siempre tenía fe aunque estaba destruido, y además aprendí a ser feliz con pequeñas cosas. Yo cambiaba de auto todos los años, tenía relojes Rolex, y qué? ¡Nada! Si no tenés salud, si no tenés el alma plena no sos nadie. En parte a mí me pasó eso, porque también hice bastantes macanas, entonces cuando te acostás y dejás de lado el personaje, a veces el alma te carcome. Lo que le pedí a Dios es que quería tener paz; lo otro ya no me interesa”.
Sus 59 años son un libro abierto, pero para no abusar de su voluntad, le pregunto por el Atlético Bucaramanga de hoy, el que en la Categoría B no ve ni media. ¿Qué hacer para salir de la ‘olla’?
“Con todo respeto, el Atlético tiene que cambiar la estructura como institución modelo y representativa de una ciudad de la importancia de ésta. Se tiene que nutrir de divisiones inferiores, hacer algo serio como lo ha hecho el Barcelona. Esta es una ciudad muy futbolera. Que el Bucaramanga no tiene plata, que los directivos no quieren invertir en la cantera, que todo va destinado a la primera división, me parece bien. Pero aquí hay mucha gente con dinero que quiere al equipo, entonces hay que buscar patrocinadores, hay que llegar a la juventud y darle una formación no solo futbolística sino también profesional porque todo va de la mano, y hay que darle una identidad como club, por el que pasaron grandes jugadores. El hincha santandereano conoció el buen fútbol y sabe lo que es un buen jugador, entonces hay que apuntarle a ese que no es de la noche a la mañana, sino un proceso. Lo hablo con experiencia porque estuve en el mejor proceso de River Plate, donde tuvimos la suerte de formar a jugadores como Aimar, Solari, De Alessandro, Constanzo, Saviola, Mascherano, Lux y me voy a olvidar de muchos, quienes hicieron que el equipo volviera a ser grande, porque aparte de jugar muy bien para River después los vendieron en cifras millonarias al fútbol europeo y con eso solventaron los gastos. River por ejemplo vendió a Aimar en nueve millones de dólares. Seis millones fueron para primera división, dos millones para otros gastos y un millón para las divisiones menores. Entonces River se mantuvo mucho tiempo, pero después pasó a ser un equipo comprador y no hacedor de jugadores. Se fue al descenso, no tiene identidad futbolística y lo digo yo que jugué en River. Le va a costar un montón. Así que la sugerencia a la gente que hoy comanda al Bucaramanga es que tienen que hacer eso y de a poquito van a ser una muy buena institución y van a ascender, pero si el ascenso no está bien cimentado no sirve de nada”.
Luis Alberto Landaburu es un tipo al que si hoy mismo viene a buscarlo la parca, dice que tranquilo se irá con ella, tomados de la mano. Y aunque no me permite contar los pormenores, se acerca a la grabadora y recalca: “Esta llegada a Bucaramanga, si me faltaba pagar una deuda, gracias a Dios la pude pagar”.
No queda más que un abrazo. Soy hincha del Santa Fe -herencia del tío Jorge que asistió a todos sus partidos y murió sin disfrutar la séptima estrella-, pero no es un impedimento. A los héroes como Landaburu hay que decirles: ¡gracias!
Landaburu y su amigo Radamel García, exjugador del Atlético Bucaramanga, Independiente Santa Fe, Unión Magdalena y Deportes Tolima, y padre de Radamel 'El Tigre' Falcao García, actual goleador del Atlético de Madrid. Foto Pastor Virviescas Gómez
Dos instantes de fantasía
Luis Alberto Landaburu asegura que no miente al relatar lo que viene. “Estábamos en Roma y el Papa Juan Pablo II accedió a que lo visitáramos. Entonces le preguntó al técnico (Daniel) Passarella quiénes eran los arqueros. Cuando sabe que soy el suplente de Fillol, nos recordó que fue portero suplente en Polonia (su país natal), se remangó la sotana, le pateamos y la agarró”.
Luego cierra los ojos y de inmediato se le aparece Ricardo ‘El Tigre’ Gareca, exdelantero de Boca Juniors, América de Cali, Vélez Sarsfield, Independiente y Selección Argentina de César Luis Menotti y Carlos Salvador Bilardo. “Estábamos en un clásico Boca-River en La Bombonera y Gareca me enfrenta mano a mano. Yo era pícaro al atajar y en vez de cerrar los ojos, razonaba. Siempre dije que el arco no se corre, sino que se piensa. Si vos te ponés nervioso como en la vida, no podés razonar. Se te frena el raciocinio. Así que di un par de pasos, me paré fuera del área, miro a Gareca que venía con velocidad. Con una mano señalo al juez de línea y con la otra hago offside -fuera de lugar-. Le digo: ¡Flaco, offside! Y Gareca se para y cuando mira al lateral, yo salí corriendo y le quité la pelota. Se comió el amague. Después me reclamó y se enojó, pero fue viveza”.
‘La Foca’ se define como un arquero-jugador, que en su época por cierto no existían muchos. “Yo era dominador del área, arriesgado, que le ponía colorido a la jugada, casi como un precursor de lo que años después hizo René Higuita. Jugaba como líbero y me gustaba mucho salir en los centros. Yo soy bajo para arquero, apenas mido 1,78 y ahora que estoy cuchito me estoy encogiendo. Sabía que no podía ser portero atajador porque el arco el arco me es grande, entonces intuía. No adivinaba, porque el que intuye es el que tiene conocimiento de lo que va a pasar; el que adivina es otra cosa. Jugaba a descifrar el juego, y como no me gustaba que me patearan porque el arco es muy grande, entonces trataba de adelantarme a la jugada”.
Landaburu -de origen vasoc- regaló todas sus camisetas y trofeos a sus fanáticos y con los que le quedaban hizo lo mismo al cerrar su carrera futbolística en 1991 y llevárselos a su señora madre. Ese día se comió su exquisito asado de tira en el jardín de su casa y luego engulló un pote de arequipe con un queso entero. Lo único que le queda es una carpeta con unos cuantos recortes ‘nostalgiosos’, como les llama. “No vivo del pasado”, exclama.
“Hay que tener fe. Nunca se hace más oscuro que la medianoche, pero al día siguiente sale el sol. Hay que ponerle ganas a la vida”, concluye y así como apareció, se esfuma. “Si me quebré, discúlpame”, grita al cerrarse la puerta del ascensor.
Además de Fillol, Landaburu jugó al lado de figuras como Roberto Perfumo, Daniel Passarella, Reinaldo Merlo, Alejandro Sabela y Óscar 'Pinino' Mas, en aquellas tardes victoriosas en el 'Monumental', como aquella del 22 de febrero de 1976 en la que River se impuso 5-1 a San Lorenzo con cinco anotaciones de Leopoldo Jacinto Luque.
Me gustó la nota y la quería compartir con uds.
Acá en un amistoso versus Selección Argentina ...