Saturday, October 31, 2009
la belleza de los días
Siempre mantenía en sus faldas un bastidor en el que hacía bordados en punto beauvais: era una viejecilla vagabunda de hermosísimos ojos azules. De pronto, abandonaba su faena y escudriñaba el cielo. Persistía por largo rato en la búsqueda, quizá, de sutiles acontecimientos hacia el infinito. Mis pasos la incomodaban y, nerviosamente, regresaba a sus labores. Yo la orillaba y permanecía inmóvil a una prudente distancia (quería conocerla, pero mi apariencia de nomo la inquietaba). Al atardecer, liaba sus bolsas y con el bastidor llevado con delicadeza se alejaba hasta el final de la calle Dormunt (su señorío era un irregular habitáculo de madera sin pulimentar en el baldío que las bombas nazis habían convertido la antigua mansión de la familia Condillac).
Día tras día, detenía mi andar frente a ella. Adquirí también la costumbre de escudriñar el cielo como un mico a sus miradas: según las estaciones del año, había nubes viajeras con olores de distantes océanos, la hojarasca del otoño danzaba en torno nuestro y en el invierno (ella muy arropada con holgadas y ajadas vestiduras) la nieve nos trocaba en seres resplandecientes y tristes.
Acaso por su soledad, ella se parecía a mí, pues la guerra me había convertido en un huérfano vagabundo.
Después de unos días enfermo bajo el puente de la calle Saint-Etienne, caminé hasta la plaza Rodez. Me atreví a traspasar mi distancia acostumbrada y me detuve casi tiritando. Los ojos azules de la anciana se posaron en mí y, ante mi asombro, me sonrió. Yo también atiné a sonreír inquieto.
En el fluir de las mañanas, balbuceé un saludo. Y ella determinó acogerme súbitamente. Ya sentado a su lado, le inquirí por lo que hacía: era bordado en punto beauvais. En la ciudad de Beauvais, en el norte de Francia, familias enteras, tanto hombres como mujeres, "se sentaban alrededor de una gran mesa ubicada en el centro del hogar, apoyando cada uno su bastidor de bordado sobre la mesa.
De esta manera, comenzaba la tarea que daba lugar al ritual. Cada uno de los integrantes del grupo familiar se encargaba de confeccionar el tema del bordado que correspondía al color que les era asignado, de modo que al completar el color bordado se le pasaba el bastidor a quien le correspondía siguiendo así, una y otra vez, durante toda la jornada hasta completar la tarea".
"Algún día, vendrá mi familia a buscarme", sollozó. "Entretanto bordo y escudriño el cielo para ver pasar la belleza de los días".
Fue el 25 de octubre de 1946. Lo recuerdo porque está marcado a fuego en mi corazón. Ella no llegó a nuestra placita Rodez. Deambulé a la deriva y, de tanto en tanto, escudriñé el cielo.
Caminé hasta su habitáculo y el viejo barrendero del barrio me comunicó que había muerto la noche anterior y el Municipio se la había llevado para incinerarla. "Fue la hija predilecta de la familia Condillac", musitó.
Ingresé al habitáculo y en una tabla colgaba el bastidor con un hermoso bordado donde una anciana y un niño escudriñaban el cielo. Un papel decía: "A mi amado nomo".
Friday, October 23, 2009
el tiempo, ese viejo bromista desalmado
Hay un camino, trashumante, desde lo ignoto de los siglos. Y la transformación eterna de las cosas: cataclismos, fantásticos animales en mares que ardían, lentos perfumes desde el fondo de la tierra como serpientes hacia la luz, hermosas mejillas de luna que se convertían (y aún se convierten) en surcos y polvo, batallas con huesos triturados y cantos de victoria, energías en el metal para producir infinitas mercancías...
Por doquier, bailes y tálamos vertiginosos.
San Agustín cavilaba, asombrado, sobre el tiempo.
Se levantaban cartas astrales, las naves se guiaban por las estrellas y medían las horas.
En las esquinas de todos los espacios, cruentas conquistas, cruentos amores...
Y todo tenía que ocurrir: los milagros, los libros, el cine y sus espejismos que son un sempiterno girasol de sueños.
Las mismas cosas y tan diferentes cosas, una y otra vez.
Y ahora, casi al término de todos los siglos, con la esperanza aún en la punta de los zapatos, nos damos cuenta de que el tiempo, como dice Colombine, es ese viejo bromista desalmado que se empeña siempre en desajustar los relojes de cuerda...
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(A Colombine y a la magia de sus palabras)
Sunday, October 18, 2009
el poeta es un fingidor
Ya lo decía Pessoa: "El poeta es un fingidor".
En este momento soy un relámpago y no lo soy.
Acaso un camaleón,
una burla con forma de pájaro,
un destrozado resplandor en el corazón del mar.
Y camino sin destino fingiendo destinos.
Abro puertas que cierro
y cierro dolores que abro.
¿Hasta cuándo fingiré que vengo mientras voy?
Y soy un extranjero ciego
dormido en la puerta de tu casa.
Imagíname en el baile de máscaras: tú vienes cuando ya no estoy...