Notas de Reynaldo Castro publicadas en diarios y revistas. La mayoría de estos textos abordan cuestiones relacionadas con la literatura, las memorias de la represión de la última dictadura y la ciudad de San Salvador de Jujuy (ubicada en el norte de Argentina, América del sur).
jueves, 18 de abril de 2013
La peste también es jujeña
La peste es siempre de afuera, dijo alguna vez un escritor de esta tierra de fronteras. Ironizaba, claro, sobre los problemas que los jujeños no nos atrevemos a enfrentar. Hablaba del cólera aquel escriba. Decía que siempre venía de Bolivia, como tantos otros males. ¿Hace falta que vuelva aclarar que era una ironía? Lo aclaro, por las dudas.
Respeto la decisión de los expresarse que tienen los dirigentes de la UCR y el FAP. Me hubiese gustado leer las opiniones de los organismos (así, en plural, como titulan la nota) de DDHH. Pero, ya sabemos, no siempre los títulos dan lo que prometen. Ahora bien, ¿no sería interesante preguntarnos sobre cómo está constituido nuestro sistema judicial (me refiero al de Jujuy, claro), si existen ramas familiares (incluyendo a los parientes políticos) en su estructura, si hay una organigrama paralelo constituido por afectos (por llamarlo de algún modo) que producen ruidos comunicacionales (por seguir dando vueltas con las palabras) que traban pedidos de justicia (los crímenes de lesa humanidad sin ir más lejos)?
http://www.las24horasdejujuy.com.ar/index.php?option=com_k2&view=item&id=7234%3Apartidos-pol%C3%ADticos-y-organismos-de-ddhh-y-sociales-de-jujuy-en-contra-de-la-reforma-judicial-que-se-debate-en-el-parlamento-nacional&Itemid=548
jueves, 4 de abril de 2013
Memorias oficiales, memorias marginales. El caso de Tilcara
Desde el gobierno de Néstor Kirchner, la visibilidad de las
políticas de memorias se ha modificado. En un principio, las consignas de
“memoria, verdad y justicia” fueron enunciadas casi exclusivamente por los
movimientos de DDHH. Sus integrantes influyeron para que Raúl Alfonsín ordenara,
en diciembre de 1983, el Juicio a las Juntas Militares; ellos mantuvieron la
lucha aún en los difíciles tiempos de las leyes de Obediencia Debida y Punto
Final; con esas consignas resistieron el Indulto a los comandantes que otorgó
Carlos Menem. Por lo tanto, hay que decir que la decisión del entonces
presidente Kirchner de basar su política de DDHH en la lucha de madres y
familiares de detenidos-desaparecidos potenció, como ningún otro gobierno post
dictatorial, el reclamo de estos organismos.
La primera vez que leí unas líneas sobre la represión en Tilcara fue en el libro Jujuy, 1966/1983 de Andrés Fidalgo (2001). En la página 195, el escritor narra que, a mediados del año 1976, policías de San Salvador de Jujuy detuvieron a alrededor de quince personas, a las que sumaron dos o tres de Maimará. Fidalgo expresa que todos fueron liberados excepto dos: Horacio Gaspar y Oscar Schultz, ambos docentes, quienes fueron llevados –sin ningún justificativo– a la cárcel. Expresa, además, que en el operativo habrían colaborado un pintor y maestro de la ciudad quebradeña y “un conocido antropólogo y su esposa de igual profesión que se desempeñaban en el IIT”. Todos los que vivieron en Tilcara durante aquellos años conocen los nombres que el escritor cita de manera relativa; todos saben lo que pasó pero nadie habló durante mucho tiempo. Ya sabemos: si no se habla es como si no hubiese sucedido.
Una política no se basa únicamente en líneas de acción,
también se forma con los actores que la constituyen. Así, varios militantes o
hijos de militantes empezaron a ocupar cargos en reparticiones públicas de la
nación y de las provincias. Para algunos, esta decisión puede ser mirada como
un intento de cooptación; para otros, significa la acentuación de una política
de reparación. Como sea, el resultado es una multiplicación de discursos
conmemorativos referidos a cada 24 de Marzo.
Una cuestión interesante para analizar sería averiguar si
esta proliferación de memorias de la represión dictatorial genera discursos y
prácticas que problematizan, movilizan y permiten la reflexión; o si –por el
contrario– la multiplicación de discursos de los trágicos sucesos de los
setenta produce una disfunción narcotizante que se agota en los rituales
conmemorativos.
Más allá de la cuestión planteada, resulta enriquecedor ver
cómo los trabajos de rememoración encuentran espacios donde, años atrás, era
impensado ya sea por indiferencia o por incapacidad para superar el trauma
vivido. La contracara está dada por actos que giran sobre sí mismos, que
repiten discursos dichos en años anteriores y que devalúan a las palabras por
el uso reiterativo hasta el punto que no movilizan a nadie.
Los actos conmemorativos del año pasado tuvieron un común
denominador: varios oradores solicitaron la renuncia al juez Carlos Olivera
Pastor, quien había sido denunciado desde 2009 por rechazar sistemáticamente
pedidos de indagatoria a acusados de cometer crímenes de lesa humanidad. Unos
días después, Olivera Pastor renunció y, como acto de despedida, concedió una
entrevista a Canal 7 de Jujuy en la que, sin ningún pudor, expresó que él había
realizado grandes avances para agilizar las causas. Que conste la falta de
verdad del ex juez subrogante y que conste también la falta de coraje para
repreguntar por parte del periodista.
Así como sabemos que la memoria personal es incompleta,
inestable y poco confiable; que está afectada siempre por el olvido y por la
negación, la represión y el trauma; la memoria colectiva no es menos
circunstancial ni menos endeble, sus marcos de ninguna manera son
inmodificables a lo largo del tiempo. La memoria siempre queda sujeta a la
reconstrucción, a veces de manera ingeniosa, otras no tanto.
La memoria interior
Desde hace un año, el Instituto Interdisciplinario Tilcara
(ITT) de la Universidad de Buenos Aires desarrolla un ciclo de proyección de
documentales. Entre el 20 y 23 de marzo pasado, se exhibieron cuatro
documentales: tres referidos directamente a problemáticas trágicas de nuestra
provincia y uno a mujeres que buscan restos humanos en el desierto de Atacama
(Chile). Son historias que ocurren en lugares alejados de las grandes ciudades,
con hombres y mujeres que pocas veces entran en las páginas de los libros
oficiosos de la historia.
La primera vez que leí unas líneas sobre la represión en Tilcara fue en el libro Jujuy, 1966/1983 de Andrés Fidalgo (2001). En la página 195, el escritor narra que, a mediados del año 1976, policías de San Salvador de Jujuy detuvieron a alrededor de quince personas, a las que sumaron dos o tres de Maimará. Fidalgo expresa que todos fueron liberados excepto dos: Horacio Gaspar y Oscar Schultz, ambos docentes, quienes fueron llevados –sin ningún justificativo– a la cárcel. Expresa, además, que en el operativo habrían colaborado un pintor y maestro de la ciudad quebradeña y “un conocido antropólogo y su esposa de igual profesión que se desempeñaban en el IIT”. Todos los que vivieron en Tilcara durante aquellos años conocen los nombres que el escritor cita de manera relativa; todos saben lo que pasó pero nadie habló durante mucho tiempo. Ya sabemos: si no se habla es como si no hubiese sucedido.
Es por todo lo anterior que resulta altamente positivo que
el IIT proyecte documentales referidos a “los años de plomo”, que invite a
familiares de detenidos-desaparecidos, documentalistas e investigadores a
dialogar con los vecinos para reconstruir una trama que durante varias décadas estuvo
postergada. Porque efectivamente ocurrieron atropellos injustificados en el
interior de nuestra provincia y pocos se atrevieron a denunciarlos. Hoy, en la
misma institución que una pareja de antropólogos conspiraban para la detención
arbitraria de vecinos, las imágenes y los sobrevivientes hablan de lo que nunca
debió haber sucedido. Y esto es bueno también saberlo.
La proyección de documentales se complementó con una muestra
de fotografías y textos que contextualizaban las imágenes. Escribo muestra y me
tengo que corregir: en el patio del Museo Arqueológico había una instalación de
fotos y textos que se agitaban con la dirección del viento del lugar.
Ya hablamos que tanto la memoria individual como colectiva
se desarrolla siempre sobre arenas movedizas. En el caso de esta instalación,
las fotos y los textos estaban anclados a robustas piedras que intentaban, en
vano, configurar una permanencia.
Nadie miró dos veces la misma instalación. Si, en un
momento, nos asaltaba la miraba firme y desolada a la vez de Jorge Weisz (firme
por sus convicciones, desolada por no saber la suerte que le esperaría a sus
seres queridos y a él mismo), en la típica imagen del detenido que mira de
frente, enseguida estaba la foto de perfil que confirmaba que, para los
dictadores, la presencia de hombres que habían renunciado a vivir de manera
conformista y abrazaban a la ética, como Weisz, era sumamente peligrosa para
los personeros del poder.
Las imágenes nos recuerdan a las personas que ya no están:
Avelino Bazán, Alcira Fidalgo, “Dumbo” Turk, Luis Wayar (detenido no
desaparecido) y otros, y también nos llevan al pasado de nuestra propia
historia, a escuchar voces que ahora nos parecen lejanas. Lo peor que podría
pasarnos es no escuchar esas voces que vienen desde atrás, que nos sugieren
comportamientos, que nos recuerdan deberes y que, fundamentalmente, nos hablan
de injusticias que aún faltan reparar.
Aún quedan muchos habitantes en Tilcara que recuerdan a los
dos furgones que secuestraron a sus vecinos, en aquel 1976. Es posible que
alguno haya gritado, que otro no se animó a responder porque entonces las
palabras se habían vuelto inseguras. Todo lo que se expresara podía ser usado
para convertir en subversivo al que las enunciara. El sueño del traidor parecía
haberse cumplido: nadie lo denunciaba. Por eso tenemos que recordar, porque el
que traiciona busca no tener memoria; el olvido es, para él, un modo de subsistencia.
Los vecinos vieron y escucharon, percibieron que algo grave
estaba ocurriendo para que uniformados de la ciudad más importante de la provincia
secuestren gente de una ciudad tranquila. Los que protagonizaron los secuestros
destruyeron pruebas y maltrataron a los testigos para asegurarse el olvido de
sus propias historias. Pero la percepción de lo visto y oído fue una huella que
quedó en muchos que se convirtieron en portadores imprescindibles de los
relatos del horror. Una huella que recuperó su forma por las historias que se
contaron en el IIT. Es decir, lo percibido y guardado en un subsuelo de la
memoria y lo representado, posibilitan la rememoración.
El pasado, por lo tanto, estaba bien representado. El viento
que se colaba por los muros parecía indicar que existen nuevas perspectivas
para representar la masacre. Las fotografías y los textos atados con hilos
finos y resistentes desplegaban historias, en el mismo patio que hace unos
años, algunos paseantes habían decidido bloquear el paso de la historia. Tarea
que fue en vano porque la historia, como el viento, no detiene su inexorable
marcha.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)