"I have a dream."
Martin Luther King Jr.
He tenido un sueño. Soñé con que los funcionarios de la Psiquiatría ya trabajaban sin necesidad de diagnosticar la locura. Entendían el sufrimiento mental de los hombres, en especial el más intenso y profundo, sin pensar en enfermedades y sin utilizar esos sucedáneos, solo en apariencia inocuos, que son los síntomas, los síndromes o los trastornos.
Soñé que los profesionales de la salud mental conocían a sus pacientes mediante clasificaciones que catalogaban personas y no enfermedades, como se hace habitualmente con los amigos, los parientes, los políticos o los obreros. Y hacían porque aspiraban a comprenderlos, no porque se tratara de portadores de enfermedades mentales que necesitaban ser codificados, rebautizados e inscritos en los registros de parias y hombres enloquecidos. Y soñé que daban ese paso decisivo imprescindible para el buen hacer terapéutico, al reconocer, definitivamente, que las cadenas de la locura ya no eran las correas de los manicomios, ni las contenciones de los hospitales, ni los pisos asilares, sino los efectos tiránicos de los discursos técnicos.
En mi sueño se ayudaba a las personas a superar su sufrimiento, que es lo que necesitan, sin obligarlas a salir de los despachos con un diagnóstico entre las manos. Los profesionales habían comprendido al fin, que diagnosticar a los sufridores, a las víctimas de Dionisio o a los más infelices, era como colgarles un sambenito inquisitorial cosido a sus ropas, con el que debían pasear, acudir al médico y presentarse en sociedad cuando no les quedaba otro remedio. Todo transcurría en un tiempo en que los propios afectados exigían, de pleno derecho, que no se les diagnosticara, que se suprimiera la endiablada obligación de hacerlo entre psicólogos y médicos. Entre facultativos que, dicho sea de paso, parecían disfrutar con el encargo, como si con ello su profesión se sintiera legitimada y ellos mismos obtuviera con esa potestad la impresión de estar completos.
Soñé que, por todos estos cambios, pronto nadie creería ya que los psicóticos fueran seres enfermos, sino que los considerarían, más bien, como un conjunto de hombres singulares, como un grupo de sujetos igual que tantos otros, pero nunca más como un atajo de pacientes.
Soñé y desperté a las puertas de un prólogo. En el preámbulo de un gran cambio, cuando todos los hombres convivirán sin separarse, dividirse y discriminarse. Entonces se volverá casi imposible diferenciar locura y cordura, los psiquiatras serán amigos de los locos y harán las paces entre ellos mismos. En esta tierra prometida, es seguro que ya no habrá más incapacitaciones, ni tratamientos involuntarios, ni electrochoques, ni psicoeducación. Y es probable que, cuando recuerden su pasado, sientan vergüenza por lo sucedido.
Fernando Colina
Crónica del manicomio
Norte de Castilla
20-01-2018