Las letras se escapan, las palabras se esconden, no se
atreven a formar parte de un párrafo o una estrofa, ni siquiera parte de una
línea sobre aquel papel. Las ideas se van perdiendo en el aire, se alejan de su
mente desapareciendo en la nada, algunas muriendo justo después de nacer. Ni la
memoria que también es escasa, es capaz de recuperar aquellos pensamientos que
se negaron a ser impresos sobre las hojas en blanco, esas que suplican entre
metales ser algo más que eso, hojas en blanco.
Pero es que los dedos arrugados, cansados y secos, ya no sirven ni para darle ordenes a una pluma, poco a poco van olvidando la alegría que sentían al presionar las teclas de aquella máquina vieja y destartalada, casi tan vieja y destartalada como aquel hombre, quien sobre ella trata y trata sin suerte de hacer realidad las imágenes en su mente. Los dedos, aquellos dedos que una vez fueron grandes interpretes de su cerebro ya casi centenario, no pueden hacer su función, se cansaron de contarle al mundo las fantasías y realidades que aquella mente destilaba sin fin.
Ya no le queda más que contar sus historias al aire. Algunas se perderán con el viento y se mezclarán con el canto de los ruiseñores que te despiertan por las mañanas, esas serán las alegres. Mientras que las tristes harán que el aire se espese hasta mezclarse con la nubes que forran tu cielo, y luego en forma de lluvia mojarán tus días y tu cabello negro.
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1 comment:
Es una pena cuando se pierden nuestras historias por pereza de las palabras... te entiendo perfectamente!
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