Resulta que un gran compañero de colegio, amigo
y vecino,decidió mudarse un poco lejos, sin mediar en reparo alguno, tomó sus maletas y partió hoy en la mañana a cruzar el charco (a esta hora ya debe estar aterrizando). Ayer en la noche (o mejor dicho hoy en la madrugada), mientras bebíamos uno que otro elixir, comíamos algún pedazo de pizza y recordábamos nuestras vidas como vecinos, ya más viejos y ya más acompañados, yo comencé a pensar en algún hecho que de alguna forma específica, durante un pequeño momento en la vida del que ya debía partir, le recordase de forma penetrante y melancólica la patria querida ( no me refiero a la bandera y al himno, sino que a los amigos y a la vida en este pueblito tan poco conocido que es Peñaflor). Finalmente y cuando la noche ya arreciaba la idea llegó a mi; Simplemente abrí el estuche de la cámara digital, ahí, en el fondo de esta, descansaba de forma arrogante el único euro que no gasté el año pasado cuando fui a un congreso al otro lado del charco. Sin más que pensar, lo saqué de su escondite, donde se disfrazaba en penumbras y luego de tintinear el vaso para pedir silencio, di comienzo a una nueva tradición.
El verso que desplegué, me hubiese gustado que sonase así: "Quiero entregarle a Mario, lo último y lo único que me traje de valor monetario desde España, más que por decisión, fue un simple error, y le quiero pedir que cuando las tripas le suenen o cuando la sed le arrecie, entonces, meta la mano al bolsillo y gaste este Euro, recordando que del lugar de donde el viene, no necesita dinero para saciar su hambre ni trabajar para aplacar su sed, por que ahi los amigos te tienen cubierto".
Luego de eso le pedí que se llevara una moneda de cien pesos en su bolsillo y que cuando algún otro amigo del viejo mundo viniese a Chile, nos buscara, para gastar ese morlaco, entre los que se han quedado por aquí.