31.12.07

Exijo una explicación

Sobre mi salida del Gran Combo Club

Días atrás el novelista Iván Thays confesó haber escrito un blog bajo seudónimo durante el año que termina. Un blog a veces divertido, a veces soporífero, firmado con el nombre de Fantomas, la amenaza elegante.

Al post de Iván lo han seguido dos movimientos inesperados, pero al fin y al cabo explicables. En primer lugar, un giro no poco esquizoide en el cual el mismo Thays se identifica, bajo el seudónimo mencionado, con tres distitnas personas, les atribuye rasgos definidos e incluso las nombra con iniciales: B, F y J.

(Está bien: es una salida divertida: ahora todo el mundo se pregunta quiénes son F, J y B, cuando cualquier amante del personaje original entiende transparentemente la referencia: la B es Blaise Cendrars; la J es Jean Cocteau; la F es Fantomas. En efecto, en Francia, en la postguerra, se decía que los amigos Jean y Blaise eran los autores de los thrillers de la segunda temporada de Fantomas; por otro lado, B, F y J también son las iniciales de los tres personajes principales de la serie: Fantomas, Jérome Fandor y Bouzille).


Yo, por mi parte, suponiendo que lo de Iván era una pasada de inocentes (a su manera lo fue), y habiendo decidido con Daniel Salas contar nuestra propia historia de 28, coloqué en Puente Aéreo un post sobre el supuesto carácter ficticio del economista Silvio Rendón: obviamente era una broma, que no pretendía ofender a Silvio ni a nadie (y que no podría ofender a nadie con algo de sentido del humor).

Pero el dato clave es este: Daniel y yo le dijimos con varios días de anticipación a Silvio cuál sería la broma y cómo la iniciaríamos. Y no solo eso: horas antes de colocar los posts se los enviamos por correo electrónico para que los viera y dijera si les parecían bien o mal. Solo después de que él los aprobara, los colocamos, uno en Puente Aéreo y el otro en el Gran Combo Club.


Sin embargo, cuando menos los esperábamos, Silvio decidió montar un escándalo, hacerse el ofendido y aprovechar la coyuntura para expulsarnos a Daniel y a mí del blog colectivo Gran Combo Club, en el que habíamos participado con decreciente entusiasmo durante los últimos meses.

Para mí no cabe duda: Silvio estaba esperando una excusa para hacerlo. Durante los últimos meses, fueron muchas las oportunidades en que Daniel y yo nos opusimos a la forma en que Silvio controla el Gran Combo Club, al que retiró de PerúBlogs sin consulta previa, y en el que viene ejerciendo una política de filtros y vetos que nos parece innecesaria, puesto que en GCC los comentaristas nunca han sido ofensivos ni malintencionados, salvo escasísimas y puntuales excepciones.

Nota: Desde mañana volvemos con la literatura y nos olvidamos de esto. Y de las bromas de inocentes en las que al final el único inocente es el bromista. Silvio ha ofrecido enlazar este post desde el Gran Combo Club. Como lo ha hecho en público, supongo que cumplirá su palabra.

29.12.07

Qué exageración

Sobre el caso de Morales Bermúdez

Ántero Flores Aráoz, el saltimbanqui que anda de puesto en puesto en el Estado sin importar quién gobierne, y que ahora es el ministro de Defensa de Alan García, declara que eso de acusar a Francisco Morales Bermúdez por su posible implicación en la Operación Cóndor es "un exceso". Lo es más aun, dice, cuando uno toma en cuenta que Morales Bermúdez contribuyó al regreso del Perú a la democracia en 1980.

El jefecito de don
Ántero, el presidente Alan García, declara que el pedido de los italianos es una "exageración judicial". Y añade, como quien deja ver de dónde fotocopia sus dicursos el ministro de Defensa, lo siguiente: "Como peruanos nos corresponde respaldar a quien devolvió la democracia al Perú".

El lamentable Aldo Mariátegui, en Correo, escribe: "Me parece imbécil que a sus 86 años se le pretenda procesar en Italia por haber entregado a unos 'angelicales' terroristas argentinos ('montoneros') a los militares gauchos en los últimos días de su régimen".

Siendo como es la cara más bufalesca de la prensa alanista, a Mariátegui le corresponde hablar más claro que sus jefes. Él no necesita defender a Morales Bermúdez escudado en el argumento de la "vuelta a la democracia"; él simplemente deja en claro que a un (ex) gobernante no se le debe juzgar por haber participado en el asesinato de "terroristas", porque después de todo --parece pensar Mariátegui--, gobernar también es matar a los malos.

(El artículo de
Mariátegui es tan plano, unidimensional y deslucido como debe de serlo una radiografía de su materia gris: llama "barbaridades" a los errores de manejo económico del gobierno de Morales Bermúdez, pero perdona e incluso aplaude que entregara tupamaros a los asesinos de la dictadura argentina: Mariátegui es tan liberal como Josef Stalin).

Yo no sé bien por qué a Alan García lo consideran una suerte de mago de la política menuda, un puppet master que dirige a sus títeres con hilos invisibles, un sutilísimo intrigante: tengo la impresión de que mientras menos conspicuo quiere ser García, más tranparente se vuelven sus intenciones. Sobre todo en este campo, donde a su cobardía habitual añade el miedo de, en un futuro, acabar sentado en el banquillo de los acusados, como debería ser.

Porque, obviamente, con sus declaraciones, García, Florez Aráoz y Mariátegui no están defendiendo a Morales Bermúdez, sino al propio García. Lo malo es que cada vez queda más claro que defender a García implica hacer lo posible porque ningún tiranuelo criminal acabe en la cárcel. Y eso --todos los sabemos-- significa que en Palacio de Gobierno se sigue trabajando con una meta visible: que Fujimori no sea condenado por sus peores delitos.

Peor aun es lo siguiente: que en el Perú los políticos sienten que nadie les dirá nada cuando esgrimen argumentos como los que estos tres patines (o estos Trespatines) han sacado a relucir ayer: que matar gente no es delito, que ser demócrata y ser aliado de asesinos no son circunstancias irreconciliables, que juzgar a un presunto criminal puede ser un "exceso" y acusar a un dictador por sus delitos puede ser "exagerado".

Y, para no ser parcial, diré algo más: casi tan insoportable como estos discursos hipócritas y encallecidos es el esperable desfile de quienes ahora se fingirán indginados con Morales Bermúdez, como si hubieran descubierto apenas esta semana que el hombre fue un dictador, que gobernó el país de facto por media década y que formó parte (no la parte más descarada, pero no por eso una parte perdonable) del eje de dictadores de derecha que controlaron el continente en la segunda mitad de los setenta.

Fotomontaje gfp.

26.12.07

Lo mejor del 2007, II

Seguimos con las afinidades electivas

El suplemento cultural del año: obviamente, El Dominical de El Comercio, que, bajo la edición de mi hermano el poeta, crítico, profesor universitario y eximio cajonero Alonso Rabí do Carmo, ha tomado una dinámica nueva, cubriendo más de un espacio vacío en la prensa cultural peruana, particularmente en los temas literarios. (Por cierto, supongo que Alonso no dejará pasar el debido homenaje al pianista canadiense Oscar Peterson, que falleció esta semana ante el espantoso semisilencio de la prensa mundial).

El columnista del año
: el novelista Mario Vargas Llosa es, de lejos, el mejor francotirador peruano en la prensa mundial y su Piedra de toque es una de las travesías más aventuradas de nuestro periodismo de opinión: a lo largo de cuatro décadas, sus columnas han ido componiendo un viaje intelectual apasionado y apasionante. El 2007 ha sido un año menos polémico de lo habitual, pero no menos interesante que de costumbre.

El crítico literario del año en la prensa peruana: los artículos de Peter Elmore en El Dominical son sin duda los más penetrantes y los mejor escritos de nuestra prensa. Diría que es una lástima que Peter no se ocupe, en el suplemento, de comentar libros peruanos recientes, pero la verdad es que su pasión por la literatura en otras lenguas es una ganancia adicional para los lectores locales, que difícilmente pueden encontrar comentarios de ese tipo en nuestros diarios.

El blog literario del año: casi no hace falta mencionarlo: es una de las pocas buenas costumbres de nuestra blogósfera: Moleskine, de Iván Thays, es el más informado e informativo diario de lecturas de toda la blogósfera hispana, e Iván debe ser a estas alturas el más febril lector de novelas del Perú y el más entusiasta y confiable recomendador de libros del país.

El blog no literario del año: sólo me permito nombrarlo porque, aunque yo soy supuestamente uno de sus colaboradores, mi aporte ha sido tan pequeño que puedo considerarlo un blog hecho completamente por otras personas: el Gran Combo Club, que fundó y administra Silvio Rendón, y en el que contribuyen economistas, sociólogos, críticos culturales, artistas, escritores, psicólogos y profesionales de otras áreas, todos ellos interesantes y con mucho que decir. Un mérito adicional: el Gran Combo Club es uno de los pocos blogs peruanos en donde los miembros se permiten disentir acaloradamente sin que ello haya desmoronado los diálogos ni los haya convertido en guerrillas indeseables.

La revista del año: una vez más, la revista más consistente y con el mejor olfato para la controversia interesante ha sido, a mi juicio, Hueso Húmero, que no sólo ha repetido el lujo de publicar artículos cautivantes y reseñas pertinentes, sino que además generó, con su segundo gran sondeo de opinión sobre las figuras centrales de la poesía y la narrativa peruanas, una de las pocas discusiones literarias de interés que tuvieron lugar el año que termina.

[Las lecturas pendientes del año: además del último libro de cuentos de Willy Niño de Guzmán, Algo que nunca serás (espero tenerlo pronto y leerlo cuanto antes), me llaman la atención, por motivos obvios, los cuatro ganadores de la encuesta de poesía hecha en este blog en las últimas semanas, que fueron, en ese orden, Leopoldo relata, de Manuel Liendo; Délibáb, de Víctor Ruiz; El pequeño y mugroso Polack, de Bruno Polack, y Frágiles trofeos, de Jerónimo Pimentel].

Fotografía de MVLL (¿actor del año?) tomada de aquí.

25.12.07

Críticos y paparazzi

Sobre periodismo, literatura e inmediatez

Mucho periodismo es literatura, de la buena y de la mala, pero la literatura no es periodismo; carece de un rasgo crucial: la casi torturada necesidad de inmediatez que suele definir al oficio de las noticias.

El domingo pasado apareció en
La República un artículo sobre cinco escritores peruanos: Daniel Titinger, Marco Avilés, Luis Felipe Gamarra, David Hidalgo y Juan Manuel Robles. La nota alude a ellos como autores de "los cinco títulos más notorios de periodismo narrativo escritos en los últimos tiempos".

Casi de inmediato, comenzó la discusión de siempre: por qué no se cuenta a cronistas como los mencionados entre los narradores importantes de la nueva generación; por qué la crítica literaria peruana no hace demasiado caso al género de lo que hasta hace poco se llamaba crónica y ahora todos quieren llamar (con imprecisión que valdrá aclarar más adelante)
no ficción.

Una primera aclaración es necesaria: quienes hacen el reclamo, por lo común, no han leído jamás, más allá de la eventual obligación de un curso universitario, un solo libro de crítica, y tienen apenas una idea gaseosa de qué cosa es; sostienen que la crítica peruana no estudia un determinado asunto, pero cuando lo dicen están pensando en las tres o cuatro columnas eventuales de comentario de libros que aparecen en un puñado de diarios limeños.

La segunda aclaración es más importante. A despecho de lo que imaginan los desavisados, la crítica literaria peruana ha dado tradicionalmente una enorme importancia a la crónica periodística, hasta el punto de que gran parte de la consagración canónica de autores como
Abelardo Gamarra, Abraham Valdelomar o José Carlos Mariátegui se debe a la respuesta que la crítica ha dado a sus obras en ese terreno.

La tercera aclaración es, sin embargo, la respuesta fundamental: aunque mucho periodismo sea literario, la literatura no es periodismo y, sobre todo,
la crítica literaria no es periodismo, razón por la cual es absurdo exigirle que preste atención casi instantánea a la aparición de un posible fenómeno que apenas si está empezando a manifestarse.

Si hay una nueva generación de cronistas de nivel interesante, y sus libros acaban de llegar a los escaparates, no será un crítico literario competente quien corra a tejer una explicación --posiblemente inverosímil-- para lo que bien podría no ser nada más que una coincidencia o una moda pasajera (no creo que sea el caso, pero esa es solo una intuición, no un juicio crítico).

Quien piensa que los críticos literarios andan por las veredas con una libretita y una cámara al hombro, cubriendo el lanzamiento de nuevos libros como quien reporta el nombramiento de un nuevo viceministro, ignora la labor de la crítica.

Quienes creen que ya es exagerada la fecundidad con que muchos inventan una nueva generación de poetas cada cinco años (la del 90, la del 95, la del 2000, la del 2005, la de la violencia, la de los hijos de la violencia, la de los sobrinos de Fujimori, la de la primera quincena de octubre del 2005, la del Perú-Ecuador, etc, etc), tendrán que detenerse un momento a pensar a qué se refiere el periodista de
La República cuando dice que los libros de Titinger, Avilés, Gamarra, Hidalgo y Robles son los cinco mejores de "los últimos tiempos".

Todos esos libros, si no me equivoco, son del último año.

(El 2005 y el 2006 se anunció el nacimiento de una nueva generación de novelistas y cuentistas peruanos; el 2007 hay quienes ya la declaran muerta y reemplazada por los nuevos periodistas: la banalidad es velocísima).

Esa mirada hipertensa del calendario, en la que "los últimos tiempos" quiere decir en verdad "las últimas semanas", es claramente periodística, por entero irrelevante e inútil para la crítica: el tiempo de la crítica es el de la reflexión histórica, la evolución de las ideas, la lenta modificación de las estructuras de sentimiento.
En los últimos tiempos, desde un punto de vista crítico, la crónica periodística peruana está surcada por más de una corriente, cada cual con sus libros y autores clave, en un abanico que se abre desde el extremo de la intervención política en la tradición de la investigación y el documento --Ricardo Uceda, por ejemplo-- hasta el del subjetivismo urbano, claro heredero del modernismo fláneur de principios del siglo pasado --Jaime Bedoya ha de ser su hijo principal--.

Entender dónde se ubican, en esas líneas o inaugurando otras nuevas, autores como Titinger, Robles y los otros mencionados, o como Julio Villanueva, Jeremías Gamboa, Gabriela Wiener, etc., será labor de la crítica, sin duda, en los años próximos; no necesariamente en los suplementos del próximo domingo.

Cada oficio tiene su lugar y cada cual tiene su ritmo. Yo he ejercido ambos, el periodismo y la crítica, por bastante tiempo, de modo que creo saber de qué hablo. Obligar a un periodista a dar las noticias sólo años depués de ocurridos los hechos sería absurdo; pero aun más absurdo sería forzar a los críticos a interpretar fenómenos literarios, estéticos e históricos antes de que puedan siquiera estar seguros de que han sucedido.

Hay quienes tienen como misión informar y acaso desentrañar las oscuridades inmediatas de la información; hay quienes tienen como misión reflexionar, debatir y profundizar más allá de ese plano. (Estos últimos no tienen fecha de cierre). Hay espacios intermedios, y en la literatura peruana, afortunadamente, esos espacios están cada vez más poblados: dejemos que la crítica los explique con el tiempo.

21.12.07

Parásitos

Sobre la moral del amarillismo

Todos sabemos que la prensa sensacionalista vive de los escándalos y, cuando no hay escándalos, los inventa. No siempre tiene la imaginación suficiente para inventar líos más o menos sofisticados, y no siempre quiere llegar al extremo de dar una información enteramente falsa: más fácil le resulta dar una noticia real e inventar únicamente el escándalo que ha de rodearla.

Mientras más liberal es una sociedad, y más libre de prejuicios, más difícil resulta escandalizarla. Por tanto, la prensa sensacionalista necesita formar a sus lectores o bien en el conservadurismo más radical o bien en la plena y total hipocresía: necesita que se escandalicen fácilmente, que cualquier cosa les suene atroz, terrible, enferma, desviada o maliciosa. O que estén dispuestos a actuar como si ése fuera el caso.

Les pongo dos ejemplos de la prensa peruana del sábado pasado:
La República colocó en primera plana una foto de Claudio Pizarro vestido como un emperador romano, con toga y corona de laureles. El titular dice: "Sigue la fiesta: la vida loca". La acusación implícita es que Pizarro vive una vida disipada, poco menos que reptando de orgía en orgía. ¿La verdad? Pizarro acudió a una fiesta de disfraces con la que su club, la empresa para la que trabaja, celebraba el fin de año.

Una fotonoticia abridora en la web de
Perú 21, también el sábado, se titula "Otra vez" y consigna una fotografía de Paris Hilton en brassiere. ¿Cuál es la noticia una vez que se entra al texto enlazado? Que la Hilton "aparece en lencería" en una escena de una película que será estrenada el próximo año. Uno pensaría que esas cosas dejaron de ser noticia en 1920. No es así.

Igualmente cucufatos y modosillos resultan personajes como César Hildebrandt y su gemela pelirroja, Magaly Medina, cuando "acusan" de homosexualidad a personajes de la farándula o de la política. Igualmente cucufatos y modosillos son quienes siguen diciendo que gente como Hildebrandt, no importa cuántas mentiras diga, cuantas bajezas cometa y cuantas infamias invente, es "un ejemplo de periodismo".

Y ni más ni menos que
Jaime Bayly, ex niño terrible, acaba señalando con el dedo a los juergueros de la selección, censurando sus noches disipadas. Sólo en Lima, sólo en el Perú, puede alguien ser a la vez un enfant terrible y su propia tía solterona.

Hay un vínculo indesligable entre aquellos que viven de apuntar los pecados ajenos y aquellos que inventan pecados donde no hay nada, o no mucho. Es más, todos son los mismos, y su interés no es denunciar para corregir, como quieren hacer creer, sino denunciar para medrar con la denuncia. Son parásitos: viven de los demás y de paso los enferman: son Laura Bozzo pregonando el amor mientras transa bajo la mesa; Raúl Romero cuando predicaba desde la oficina de Monteisnos; Nicolás Lúcar moralizando desde el infierno.

Hasta hace poco eran acusadores, luego fueron acusados, ya serán acusadores nuevamente: los peruanos los parecen necesitar, y parecen necesitar escándalos que los hagan olvidar los sigrnificados reales detrás de los sonrojos y los hipos extáticos. Miren el juicio a Fujimori: ¿cuánta gente lo ve como algo más que un show? ¿Cuánta gente sigue recordando que se trata de la reivindicación moral de cientos y miles de víctimas?

¿Y cuántos de los millones de peruanos que apoyaron a Fujimori a pesar de masacres y latronicios, o incluso debido a ellas, serían hoy capaces de asumir que también a ellos se les está juzgando por su propias infamias en ese mismo proceso?

17.12.07

El cura del pueblo

Periodistas, escritores y críticos

Una de las cosas más difíciles de explicar en la relación entre ciertos escritores y la crítica es el fenómeno por el cual algunos autores declaran despreciar en mayor o menor grado la labor de los críticos y, simultáneamente, se enfurecen por las críticas contrarias, se vanaglorian de las críticas positivas e invariablemente reclaman la perpetua atención de aquellos a quienes parecen mirar por sobre el hombro.

La situación me hace recordar a esa figura repetida en los relatos y novelas de Eca de Queirós o Jorge Amado: el cura del pueblo a quien todos menosprecian y de quien todos abominan, pero por cuya parroquia desfila medio mundo, llevando a sus hijos para que el cura los bautice, los haga comulgar y los confirme: te desprecio pero necesito que consagres a mi criatura, que me consagres a mí.

Quizá en esa relación no poco torcida quede reflejado un mezquino y regatero reconocimiento a la imagen del crítico como experto, como profesional oficioso: con todos sus defectos, el cura es el teólogo y el mediador, o al menos el portero que dice quién es parte de la iglesia y quién no (y quién va al cielo y quién al infierno); con todos sus defectos --parecen pensar algunos--, el crítico es finalmente quien dice qué es literatura y qué no, y qué es buena literatura y qué no.

Por cierto, no creo que ese sea el papel del crítico; creo, repito, que esa es la idea inapropiada que se puede descrubrir detrás de la actitud de quienes, aún denostando pública y repetidamente de la crítica, esperan de los críticos la unción y los elogios y la consagratoria bienvenida.


Por supuesto, lo que hay detrás de todo eso es el rezago de una vieja imagen de la literatura como actividad cuasimística, cuasirreligiosa, la imagen de la literatura como un reino más elevado que el reino de los comunes mortales: a un zapatero, un jardinero, un albañil, un abogado, les basta con el ejercicio de su actividad para saber que son tales; acaso alguno necesite la validación de sus pares (la colegiatura, por ejemplo, o sólo un palmazo en el hombro), pero difícilmente esperan que un zapatólogo, un jardiniatra o un teórico del derecho les diga: eres un verdadero zapatero, tremendo jardinero, un jurista de verdad.

Muchos escritores, en cambio, a fuerza de divinizar a sus autores favoritos y glorificar a sus héroes culturales, acaban por engendrar en sí mismos la impresión de que una cosa es escribir y otra es ser un escritor: llegan a concebir su carrera artística como una suerte de posible ascensión, al final de la cual, si Dios quiere, serán arcángeles. Pero ese final no es seguro.

Hay también escritores que creen, simple y llanamente, que han nacido a la derecha del Señor y que quien no lo note es meridianamente idiota: por un camino distinto, llegan también a la demolición programática de los críticos y a la simultánea y perpleja esperanza de que estos recapaciten y le comuniquen al pueblo la Buena Nueva de su arribo.

Por suerte, hay asimismo una cantidad suficiente de escritores que nota que la relación entre creación y crítica es lo suficientemente cercana como para ser indesligable, y que no esperan de los críticos otra cosa que una prolongación inteligente y sensible del diálogo que ellos inician en cada libro.

Esos escritores, que ven al crítico como un interlocutor y no como un San Pedro ni como un Satanás, son los que tienen la relación más sana con la crítica. Después de todo, como decía el otro viejo barbudo (no Papá Noel), la religión es el opio de los pueblos. ¿No?

15.12.07

Grand Christmas Carol


El Gran Combo Club deja la salsa con clase por una nueva carrera en el mundo del baile navideño: vean aquí nuestra primera tarjeta de estas fiestas. De derecha a izquierda, los elfos danzarines son este blogger y sus amigos Daniel Salas, Silvio Rendón y Susana Frisancho, sacándole chispas a la pista de baile.

Pero no somos solo cuatro los colaboradores del blog, sino muchos más (GCC: Gente Como Cancha). Se rumorea que los demás elfos se irán plegando a la tarjeta en las próximas horas, y de hecho a algunos ya se les ha visto ensayando sus pasos. A ver si es verdad tanto ritmo.

Imagen: Elfo para colorear; aplicar la crayola directamente sobre la pantalla.

14.12.07

Little Eichmanns

Fujimori, Montesinos y dos experimentos

Este es el pequeño laberinto que me conduce al tema de este post: la Universidad de Stanford me ha invitado a dar clases allí como profesor visitante desde marzo próximo. He aceptado. La curiosidad me ha hecho darle una mirada al website de Stanford, para ver a quiénes conozco allí y a quienes conoceré durante el tiempo que pase en Palo Alto.

Entre los nombres legendarios --en este caso es en verdad legendario; para mí resulta casi un personaje de ficción--, está, en el departamento de Psicología de Stanford, el doctor
Philip Zimbardo, quien condujo en esa universidad, en 1971, el célebre Stanford Prison Experiment: colocó a estudiantes subgraduados en un contexto carcelario, en el que algunos de ellos debían ser guardianes y los otros debían ser prisioneros, y, en poco tiempo, los falsos celadores desarrollaron actitudes sádicas, a la vez que los seudopresos cayeron en depresiones y traumas emocionales.

Zimbardo había sido, muchos años antes, compañero de secundaria de Stanley Milgram, quien, a principios de los sesentas, ya como profesor de psicología en Yale University, había conducido un experimento no del todo distinto: el Milgram Experiment consistió en reclutar voluntarios a quienes se les hacía saber que debían seguir las órdenes de cierto jefe, con el twist, inadvertido, de que las órdenes recibidas habrían de entrar cada vez más en conflicto con la moral y la ética de los voluntarios.

Es decir, el jefe les ordenaría que hicieran cosas reñidas con sus consciencias morales: más precisamente: que aceptaran llevar a cabo formas más o menos moderadas de tortura (electroshocks). Muchos aceptaron realizar esos actos, con el aparente sentimiento de que, debido a que lo hacían en cumplimiento de órdenes ajenas, la responsabilidad no era en verdad de ellos mismos.

El Milgram Experiment se llevó acabo apenas tres meses después de iniciado en Israel el juicio al oficial nazi Adolf Eichmann (sobre el cual se han escrito dos de los libros más interesantes que he leído en mi vida: Eichmann en Jerusalén de Hannah Arendt y Caso criminal 40/61 de Harry Mulisch). De hecho, Milgram declaró alguna vez que su experimento estaba destinado a responder a las preguntas: "¿Podríamos decir que Eichmann y la múltitud de secuaces suyos en el Holocausto estuvieran tan solo obedeciendo órdenes? ¿O podemos llamarlos a todos cómplices?"

El espíritu de los experimentos de Milgram y Zimbardo no parece diferir demasiado: ambos quisieron descubrir hasta qué punto una persona común y silvestre podía transformarse en una suerte de monstruo, capaz de afligir psicológica y físicamente a los demás, al encontrarse en un contexto tal que su sadismo pudiera verse justificado por la jerarquía o por la estructura social inmediata.

En ambos casos, el sádico cotidiano creía cumplir una misión, creía que la responsabilidad real de la misión era ajena, creía que su rol personal había quedado diluido en la estructura: es decir, en todos los casos se sabía un subordinado, y la subordinación lo liberaba de su consciencia y lo convertía en una suerte de modelo a escala de ese otro "líder", el poder real, al que intuía como una fuerza mayor a la vez sojuzgadora y, por ello, justificadora de sus acciones.

A partir de los resultados del Milgram Experiment se acuñó el término "little Eichmanns" para referirse a aquellas personas que forman parte de un gran mecanismo de sojuzgación social, que permiten que funcione y se fortifique, pero que, debido a su lejanía con respecto a la cúpula del poder, no están dispuestos a juzgarse a sí mismos responsables por la maldad de la maquinaria.

(Quienes recuerden el caso del ex profesor de la Universidad de Colorado,
Ward Churchill, y el escándalo que desató hace pocos años con un texto en el que llamaba a las víctimas del 11 de setiembre "little Eichmanns" del imperio norteamericano, tendrán a la mano el ejemplo de un uso no sólo torpe, sino tambien corrupto y banal del término).

Juzgando a partir de los experimentos de Milgram y Zimbardo, cabe preguntarse si los líderes reales, los que propician, promueven y vigilan una estructura sucia, abusiva, oscura, vertical y autoritaria, también pueden eludir sus responsabilidades con argumentos similares. Es decir, si ellos también pueden aducir ser "little Eichmanns". No parece fácil: ¿a qué poder superior tendrían que culpar por sus propios actos? ¿A quién le echa la culpa el diablo por los círculos de su infierno? ¿A Dios?

Eso, después de todo, resultaría más racional que el caso contrario: ser el dios autoinstituido de un pequeño mundo de terror y miseria moral, y renegar de la responsabilidad de la corrupción que es la esencia misma de ese mundo. Verse como un dios y echarle la culpa del mal al diablo. Peor aun: verse como Dios siendo en verdad un miserable y culpar de las propias maldades a un pobre diablo. Ahí tienen a Fujimori y al Montesinos que está tratando de culpar por todas las cosas que hicieron juntos. El dios de los sinvergüenzas y el diablo que se fue al diablo. ¿Little Eichmanns?

Imágenes reales del Stanford Prison Experiment. Los presos y guardias que aparecen son todos estudiantes universitarios que poco a poco fueron asumiendo sus roles como si fueran enteramente reales.

13.12.07

La Wolf

Una mascota virtual y una escaramuza mental

La entrevista de Maribel de Paz a Leonardo Aguirre en el penúltimo Caretas es una de las cosas más divertidas que leí en la semana. Divertida de carambola, claro está, de chiripa, pero divertida, al fin y al cabo. Sobre todo este fragmento:
"–Se comenta que eres el lobito domesticado que el crítico Gustavo Faverón tiene como mascota virtual en su blog.
–Si yo me río de él, que él se ría de mí. No hay problema".
La verdad es que tuve que pensármelo un rato para darme cuenta de a qué cosa se referían Aguirre y De Paz con eso del "lobito domesticado". Pero, claro, lo recordé: ustedes lo pueden ver al final de la columna de la derecha de este blog.

¿Yo qué puedo decir? No pensé que nadie leyera Puente Aéreo buscando claves secretas, como si fuera un capítulo de Twin Peaks. Pero, en fin, para que los cazafantasmas dejen de armar rompecabezas con tonterías, les cuento que la "mascota virtual" del blog no es nada más que una broma familiar: "La Wolf" (como saben mis amigos) es el apodo de infancia con el que la gente del colegio León Pinelo llama a mi esposa --debido a su apellido, Wolfenzon--, desde que estaba en primero de primaria...

Por supuesto, tampoco me opongo a que Leonardo Aguirre interprete lo que quiera de la manera en que quiera. Si el hombre lee mi blog buscando mensajes secretos en su contra, pues, allá él, ¿no? Cada quien tiene derecho a perder su tiempo como prefiera, y los inseguros suelen hacerlo buscando pedacitos de sí mismos en todas partes y librando escaramuzas mentales con gente que ni los recuerda.

12.12.07

El tercer ojo

Sobre un libro de Pierre Bayard (que sí he leído)

Entre los libros de mi lista de fin de año, en el rubro de las obras no ficcionales, aparecía el ya célebre Comment parler des livres que l'on n'a pas lus? (Cómo hablar de libros que uno no ha leído), del crítico francés Pierre Bayard.

De las muchas reseñas que se le dedicaron, quizá la más ilustrativa haya sido la de Sam Anderson en The New York Magazine: Anderson, siguiendo a pie juntillas el recado crucial del libro de Bayard (que lo importante no es leer un libro, sino entender su situación en la cultura), emprendió la reseña sin leer el volumen, haciéndose una idea de él únicamente a través de los comentarios de terceros en revistas, diarios y bitácoras de internet.

El resultado fue sintomático: al principio, la reseña parece comentar un libro absolutamente distinto de aquel que Bayard escribió. Tuerce no pocas de sus ideas, y lo elogia más allá del límite de los elogios que merece (el libro es interesante, hay que decirlo, y el crítico Bayard no es menos argumentativo y razonable aquí que en su pequeño clásico Quién mató a Roger Ackroyd: el misterio tras el misterio de Agatha Christie, donde demostrara que la solución de dicha novelita policial inglesa no explicaba realmente el enigma que ella misma planteaba).

En los párrafos finales de la reseña, sin embargo, Anderson da un paso atrás: "el pequeño pastor luterano que vive en mi corazón me fue demoliendo", dice, "con sermones sobre el pacto sagrado del reseñismo, y (dado que siempre me he sentido un tanto atraído por las normas represivas), finalmente me rendí". Y leyó el libro.

Entonces Anderson reorienta su reseña: se pone duro y, en efecto, un poco represivo: elige leer a Bayard literalmente y olvidar la fuerte ironía de su tono (que él mismo ha notado antes, comparándolo con la célebre y canónica Modesta proposición antropofágica de Jonathan Swift).

¿La crítica central de Anderson? Que la concepción de lectura de Bayard es enteramente social (social como en las páginas sociales): que Bayard concibe la cultura como ese conjunto de conocimientos que uno puede lucir en las fiestas y los vernissages y que, claro, sólo si se ve el asunto de esa manera uno puede suponer que hablar de oídas sobre un libro, o comentarlo luego de una simple hojeada, sean actitudes tan válidas como discutirlo después de una lectura detallada.

A mí, el libro de Bayard me resultó, como dije, muy interesante. No es un gran ensayo de sociología literaria, ni un tratado dirigido a rediseñar la relación fundamental del crítico con el libro. La ironía medular, que Anderson entrevé y extravía de inmediato, es la propuesta, tongue-in-cheek, de que se puede tener una noción interesante de la tradición o del tejido cultural de una sociedad sin tener ninguna idea de primera mano sobre los elementos que las forman.

Tengo la impresión incómoda de que la cultura de la superficialidad mediática, en Estados Unidos, ha acogido el libro de Bayard, sólo por lo que en él hay de rebelde ante la noción de la especialización absoluta en las humanidades, sin notar que su "modesta proposición" (la proposición de que los expertos puedan ser expertos en superficialidades) es fundamentalmente irónica; en Francia la ironía no ha sido desapercibida. En el Perú, una vez que el texto se ponga a la venta, la interpretación literal --en la cual el crítico no tiene que leer de verdad nada, porque la cultura la capta a través de un mágico tercer ojo que le ahorra todo trabajo al ojo uno y al ojo dos-- corre el riesgo de volverse una nueva Biblia.

En los años recientes, desde que abrí este blog, he notado que la crítica más frecuente (anónima siempre, claro está) que se le hace a los reseñadores, incluso más frecuente que la acusación de amiguismo, es la acusación de no leer los libros que comentan. (En mis años trabajando en prensa, fui testigo de que, además, esa acusación no siempre está desencaminada).

Una encuesta de Carlin Romano, publicada por el blog Critical Mass, hecha entre miembros del National Books Critic Circle (de la que yo me enteré por este post de Iván Thays y este otro de Jean-Fran
çois Fogel), quiso descubrir cuáles eran las reglas éticas que los oficiantes de la profesión se autoimponen en los Estados Unidos. Los resultados, que pueden ver en cualquiera de los enlaces anteriores, no son tan imprevisibles.

Salvo acaso por ese 76.5% de críticos que piensan que es poco ético no leer completo un libro antes de reseñarlo. O, mejor dicho, a causa de ese 23.5% que piensa que se puede reseñar un libro sin leerlo de cabo a rabo. Quiero que se entienda bien mi sorpresa: creo que es perfectamente posible que uno lea dos páginas de una novela y decida que es horrorosa y que no merece siquiera el esfuerzo de leer las dos páginas siguientes. Y, por supuesto, si esa es la impresión que uno se lleva, tiene derecho a decirlo, porque uno siempre tiene derecho a decir la verdad.

Pero no creo que haya nada ni medianamente permisible en el acto de escribir toda una reseña sin leer desde la primera hasta la última página de un libro: el juicio de un crítico es el producto del encuentro entre sus creencias, sus experiencias, su entrenamiento, su habilidad decodificadora, etc., y las propuestas, historias, referencias, materiales y formas del libro. Si a uno de esos dos lados se le niega el encuentro, el juicio se vuelve puramente reflejo, reacción egoísta, ensimismamiento.

Imagen: Third Eye, 2005. De Robert Crumb. Tomada de aquí.

10.12.07

Lo mejor del 2007, I

Balance sin liquidación del año que se acaba

Como esto de opinar sobre todo es parte de mi naturaleza, e incluso a pesar de que aún no he escuchado las impresiones de los lectores de Puente Aéreo sobre casi ninguna de las siguientes categorías, no me voy a abstener de dar, por adelantado, la lista de mis propias preferencias para el año que termina.

Literatura, cine y música son las áreas principales, y cada una la he subdividido a mi leal saber y entender, de la manera que mejor me permita mencionar mis entusiasmos de todo el año. Como no soy una organización, sino un solo hombre con algo de tiempo libre, pero no todo el tiempo libre, me he dado algunas licencias.

Por ejemplo, incluyo cosas de los meses finales del año pasado que apenas pude leer, ver o escuchar durante este año. Algunas categorías (como, notablemente, la de conciertos) añaden a la obvia subjetividad de mi elección el agravante de que se reducen a una muestra muy pequeña: no he ido a mil conciertos el año pasado, solo a una decena; y no he leído cientos de libros de poesía, sólo un puñado; los libros de no ficción que leo están casi siempre determinados por mi trabajo, mis investigaciones y mis intereses, que obviamente no son universales; etc.

La lengua es otro factor, claro: hay libros en está lista que fueron escritos incluso treinta o cuarenta años atrás, pero que apenas durante el 2007 han sido publicados en un idioma que yo conozca. Otros, como los poemas de Walcott, los conocía sólo parcialemente, hasta la aparición en el 2007 de la colección que menciono.

Estoy seguro de que poco después de publicar las listas me habré arrepentido de excluir u olvidar algo. Pero así es la vida.

Narrativa peruana

Comencemos por decir lo obvio: en el Perú, este fue un año de novelas y no de cuentos; la narrativa breve tuvo menos fortuna que la de largo aliento, aunque quizás ello se debió, en parte, a que algunos de nuestros mejores cuentistas se estrenaron en el campo de la novela. La obra de Cueto que menciono es menos ambiciosa que las de Alarcón y Garayar, pero también es más lograda: intesamente conmovedora y palpitante, entre las mejores cosas de Alonso.

1. El susurro de la mujer ballena, de Alonso Cueto.
2. Radio ciudad perdida, de Daniel Alarcón (Trad. Jorge Cornejo).
3. El cielo sobre nosotros, de Carlos Garayar.

Poesía peruana

Veo que mis gustos poéticos no van mucho en la dirección que los gustos de los lectores de Puente Aéreo (o, al menos, el de los repetidos votantes de nuestra encuesta: ver columna de la derecha). Para mí, los más disfrutables fueron estos tres: Belli en lo suyo, Herbozo creciendo, y sobre todo Yrigoyen, disparado en todas direcciones, "entrando afuera", como diría (de hecho, dijo) de él Mario Montalbetti.

1. Horoskop, de José Carlos Yrigoyen.
2. Los ríos en invierno, de José Miguel Herbozo.
3. El alternado paso de los hados, de Carlos Germán Belli.

Ensayo peruano

Permítanme reivindicar primero un trabajo que se distingue no sólo por su agudeza intelectual sino además por su estricto rigor académico: el largo estudio de la novelística arguediana, hecho por José Alberto Portugal, que ha publicado hace poco la Universidad Católica. Los otros dos --el de Gutiérrez, que recopila toda una carrera crítica, y el de Portocarrero-- son más ensayísticos, especulativos, pero no menos interesantes. Curiosamente, los tres libros se entrecruzan en muchos puntos.

1.
Las novelas de José María Arguedas, de José Alberto Portugal.
2. El pacto con el diablo, de Miguel Gutiérrez.
3. Racismo y mestizaje, de Gonzalo Portocarrero.

Cine

Mi película número uno fue puesta en cartelera una semana después de que yo pusiera en Puente Aéreo mi lista del año 2006. Ya escribí bastante sobre ella, creo, y sobre la película alemana que le arrebató el último Oscar a la mejor cinta en lengua extranjera. No Country for Old Men, de los Coen, es lo mejor que se puede ver en estos días: si la frase "escalofriante especulación sobre la naturaleza del mal" no se usara en estos días para describir cualquier cosa, desde CSI hasta el juicio a Fujimori (pasando por las otras dos películas de mi lista), sería el mejor comentario sobre esta cinta basada en la novela de Cormac McCarthy. Para hacerla más interesante diré: "escalofriante especulación sobre la naturalidad del mal".

1. El laberinto del fauno, de Guillermo de Toro.
2. Las vidas de los demás (Das Leben der Anderen), de F.H. von Donnersmarck
3. No Country for Old Men, de Ethan y Joel Coen.

Concierto del año

Ok. El público objetivo de esta categoría, es decir, el universo de personas que vieron exactamente los mismos conciertos que yo vi el año pasado, debe reducirse a más o menos tres o cuatro, y una de ellas es mi esposa que nunca está de acuerdo conmigo y que prefirió a Veloso antes que a Zimmermann. En todo caso, de los conciertos que yo vi este año,los mejores fueron:

1. Bob Dylan en Portland, Maine.
2. Caetano Veloso en Boston, Massachusetts.
3. Elvis Costello en Portland, Maine.

Disco del año

El disco de M.I.A., aunque resulte extraño decirlo, parece contener solamente canciones que Björk hubiera querido escribir para Volta. Björk es inmensamente más talentosa, pero M.I.A. tiene mucho más vida: y eso que esta vez la islandesa sí quiso hacer un disco vital. Para completar la ironía, el segundo puesto se lo arrebata un muerto.

1. Kala, de M.I.A.
2. New Moon, de Elliott Smith.
3. Volta, de Björk.

Cómic - Novela

Aparente caso de racial profiling positivo: todos mis listados en esta categoría son total o parcialmente asiáticos: el japonés Tezuka, el chino Gene Luen Yang y el americano de origen japonés Adrian Tomine. La novela de Tezuka --más de ochocientas páginas de aventuras, monstruosidades y perversiones-- es a la vez innegablemente vital y consumadamente intertextual: salta del horror al romance, del policial al folletín, del naturalismo a lo fantástico y de la fábula popular al gótico con una facilidad inverosímil. Y el dibujo es igualmnente versátil.

1. Ode to Kirihito, de Osamu Tezuka.
2. American Born Chinese, de Gene Luen Yang.
3. Shortcomings, de Adrian Tomine.

Cómic - Cuento

Y el máximo heredero de Tezuka es Tatsumi, autor a quien Tomine ha rescatado del olvido para el público americano en dos colecciones de cuentos publicadas durante los últimos dos años, a la que seguirá una tercera en el 2008. El italiano Gipi es otro maestro.

1. Abandon the Old in Tokyo, de Yoshihiro Tatsumi.
2. Garage Band, de Gipi.
3. America. God, Gold, and Golems, de James Sturm.

Cómic - No ficción

El canadiense Chester Brown era desde hace tiempo uno de los mejores comic artists del medio, pero nada (absolutamente nada) en los relatos autobiográficos de su más bien melancólica adolescencia hacia prever que escribiera y dibujara una narración histórica de largo aliento, y menos aun que convirtiera en apasionante un tema tan poco previsible para el género: la historia de uno de los más polémicos líderes mestizos del Canadá, el indígena francoparlante Louis Riel. El resto de mi lista: Crumb y Pekar mostrando su lado más serio.

1.
Louis Riel: A Comic Strip Biography, de Chester Bown.
2. Kafka, de Robert Crumb y David Zane Mairowitz.
3. Macedonia, de Harvey Pekar, Heather Roberson y Ed Piskor.

Narrativa - Resto del mundo

Le debo al NYT que me llamara la atención leer la novela de Junot Diaz (esta misma semana). Le debo a Peter Elmore haber leído la de Chabon. La de Murakami se la debo a mi propia ignorancia: entre los libros del japonés, este es uno de los volúmenes menos elogiados por la prensa americana, pero yo no lo sabía cuando me llevé un ejemplar a casa. La creación de la noche y la duermevela como espacios narrativos regidos por sus propias normas, equidistantes de la realidad y del sueño, que ensaya Murakami en esta novela, es uno de los hallazgos más sutiles en la obra del extraordinario novelista. (No es necesario, pero aclaro que muchos de los libros que se citan entre los mejores del año no los he leído aún, como ocurre por ejemplo con Exit Ghost, de Philip Roth).

1.
After Dark, de Haruki Murakami.
2. The Yiddish Policemen's Union, de Michael Chabon.
3. The Brief Wondrous Life of Oscar Wao, de Junot Diaz.

Poesía - Resto del mundo

Dominick LaCapra fue el primero que me invitó a leer a Zbigniew Herbert, este notable poeta polaco muerto hace nueve años. Un cultista de lenguaje directo, empecinado en ver al socialismo como un humanismo (o en convertirlo en uno), Herbert parece siempre capaz de introducir en un solo poema, en un solo párrafo, el drama del individuo y la tragedia de la historia. Por primera vez su obra íntegra aparece en un solo tomo en traducción inglesa.

1. Collected Poems: 1956-1998, de Zbigniew Herbert.
2. Selected Poems, de Derek Walcott.
3. Gulf Music, de Robert Pinsky.

No Ficción - Resto del mundo

Un día, las críticas literarias de Updike serán más recordadas, respetadas y aludidas que sus novelas. O quizá ese día ya llegó. En esta última recopilación de sus ensayos no hay nada que no deba ser leído, no importa qué ideas locas concluya uno luego de la lectura del puesto número dos, el libro de Bayard. ¿Y el puesto tres? Después de diez años de publicada la primera parte de Nazi Germany and the Jews, Saul Friedlander entrega el segundo volumen, que concluye una de las obras más sabias, multifacéticas y sensibles que se haya escrito acerca del Holocausto y la maquinaria que lo impulsó.

1. Due Considerations, de John Updike.
2. How to Talk about Books You Haven't Read, de Pierre Bayard.
3. The Years of Extermination. Nazy Germany and the Jews 1939-1945, de Saul Friedländer.

Revistas


He aquí un buen ejemplo de parcialidad, arbitrariedad y descaro argollero: las tres revistas que propongo como las mejores vienen exactamente de la misma casa editora (McSweeney´s) y son preparadas por casi el mismo equipo de gente. La primera es la publicación original, una gran revista trimestral de cultura cuyos número son todos de colección. La segunda, The Believer, es la revista mensual del grupo. Entre sus colaboradores frecuentes están Michel Houellbecq, Chirs Ware, Joyce Carol Oates, Denis Johnson, Michael Chabon, Steven Millhouser y Nick Hornby, entre muchísimos otros. Wholphin es la revista-dvd de la misma gente: trae video clips, cortometrajes de todo tipo, música, etc, etc, etc.

1. McSweeney's Quarterly Concern.
2. The Believer.
3. Wholphin.

7.12.07

Nota

Sobre la encuesta de poesía

Para poder incluir otros tres títulos que fueron mencionados por lectores, he debido detener la encuesta y recomenzarla desde cero. ¿Se pondrá nuevamente a la cabeza Bruno Pólack, que arrancó con tres votos súbitos en nuestra falsa partida de hace unos minutos?


Lamentablemente, aunque es posible que haya dejado de lado muchos títulos interesantes, no puedo reiniciar la votación con cada nuevo hallazgo, así que les pido a quienes quieran votar por un libro no mencionado en la lista, que digan cuál es su libro preferido a través de los comentarios a este post.

Imagen tomada de aquí.

Los traductores

Bolaño y sus lenguas

Los amigos de
La Tercera, de Santiago de Chile, me pidieron hace un par de días un artículo sobre la resonancia de Roberto Bolaño en los Estados Unidos, y de inmediato me eché a seguirle la pista a la recepción que ha tenido el novelista sureño en este país.

Obviamente, el libro culminante en el éxito norteamericano de
Bolaño ha sido The Savage Detectives: las reseñas abundan y casi sin excepción son en extremo elogiosas (el sentimiento general lo resume el crítico de Playbloy, Leopold Froehlich: "una de las mejores novelas de la última década en cualquier idioma").

La traducción de esa novela ha sido asimismo el punto más visible en la carrera de
Natasha Wimmer (traductora también de Vargas Llosa y Rodrigo Fresán), pero es necesario recordar que la celebridad de Bolaño en lengua inglesa empezó a cimentarse con las impecables traducciones que hizo el australiano Chris Andrews de By Night in Chile, Distant Star y la colección de cuentos Last Evenings on Earth (a todas las cuales ha añadido luego su versión inglesa de Amuleto).

¿Cómo seguirá la carrera de
Bolaño en este idioma? Chris Andrews está traduciendo La literatura Nazi en América y Natasha Wimmer está trabajando con 2666: ambas, si no equivoco la información, están programadas para aparecer en el 2008.

Ya cuando salga mi pequeño artículo en
La Tercera, en el suplemento de cultura de este sábado, les contaré dónde verlo, o les daré el enlace. Por lo pronto les quería dejar los vínculos a estas dos entrevistas que les recomiendo: la primera a Chris Andrews y la segunda a Natasha Wimmer, publicadas ambas en la excelente y muy recomendable revista online trimestral The Quarterly Conversation, dirigida por el infatigable crítico Scott Esposito.

Es interesante la queja de Chris, en cierto momento de su entrevista, acerca de el vasto olvido en que las editoriales del mundo angloparlante tienen a las literaturas hispanas: "Cada país en América Latina tiene su propia cultura literaria y escritores de interés; pero a veces parece que hubiera un límite para el número de autores que pueden llegar a ser suficientemente conocidos internacionalmente. Como si, por poner un ejemplo, Mario Vargas Llosa agotara la cuota de los peruanos".

¿Por dónde comenzar la expansión? Chris no menciona a otros peruanos, pero sí a Rodrigo Rey Rosa, Juan Villoro y Antonio José Ponte, además de cuatro argentinos: Alan Pauls, Guillermo Martínez, Daniel Guebel y Pedro Mairal.

5.12.07

Biorges no existe

La erudición y el gato por liebre

Cuando estaba yo en la universidad, era famosa la anécdota del jefe de prácticas de literatura que aún nunca había leído nada de Borges porque --decía él mismo, con total seriedad-- prefería comenzar por las novelas, pero aún no había podido comprar ninguna...

Ir a decirle al hombre que Borges jamás había escrito novela alguna era algo para lo cual hacía falta un corazón de piedra: ¿se daría cuenta del ridículo que representaba un instructor de literatura que desconocía lo más básico sobre el más canónico escritor de toda América Latina?

Dándole una inopinada miradita al blog del crítico literario y polígrafo Víctor Coral me encuentro con un post suyo en el que interesantemente da un poco de lustre a su fama transoceánica de erudito sin fronteras para comentar a una escritora argentina poco conocida por los lectores de hoy: Luisa Mercedes Levinson, madre de la más famosa Luis Valenzuela. Sobre Levinson escribe Coral lo siguiente:
"He releído dos textos clave para escribir esta pequeña nota: “El abra”, de su libro El estigma del tiempo (Seix Barral, 1975), y "La hermana de Eloísa", escrito a cuatro manos con Jorge Luis Borges, así como lo escuchan. Que se sepa es la única vez que el genio de Ficciones aceptó escribir al alimón un cuento con alguien".
Ups. El erudito parece no haberse enterado nunca de que Borges fue uno de los más notorios cultores de la colaboración literaria en el mundo de las letras hispanas, y que, junto a más de una decena de libros de ensayo coescritos por él y amigos suyos (¿han visto el tomo gigantesco de las Obras en colaboración de Emecé?), están también los extraordinariamente célebres libros de cuentos (la mayoría policiales) que Borges escribió en coautoría con Adolfo Bioy Casares.

Borges y Bioy escribieron "a cuatro manos", como dice Coral (suponiendo, claro, que ambos fueran ambidiestros), los libros Seis problemas para don Isidro Parodi (1942), Dos fantasías memorables (1946), Crónicas de Bustos Domecq (1967) y Nuevas crónicas de Bustos Domecq (1977).

Los dos primeros se publicaron bajo el seudónimo de Honorio Bustos Domecq; los dos siguientes bajo los nombres reales de Borges y Bioy. Aún antes de engendrar a Bustos Domecq habían escrito más ficción en colaboración (Un modelo para la muerte, por ejemplo, bajo el seudónimo de Benito Suárez Lynch). No usaron seudónimo para su colaboración en los guiones cinematográficos de Los orilleros y El paraíso de los creyentes.

Vienen las encuestas

¿Cuáles fueron tus libros favoritos de poesía peruana el 2007?

Se acerca el fin del año, vienen los balances arbitrarios, y antes de contarles cuáles han sido mis lecturas favoritas de los pasados doce meses, me gustaría saber sobre las suyas.

Mañana, o quizás hoy más tarde, abriré una encuesta sobre los libros peruanos de poesía preferidos por los lectores de Puente Aéreo en el 2007.

Para que no se pasen títulos importantes, haré lo siguiente: aquí debajo estoy colocando una lista con los libros del género que me vienen a la memoria; si alguien quiere proponer otros, deje un comentario mencionando al autor y el título del libro.


Hoy o quizás mañana haré la lista final y abriré la encuesta.

Cudad jardín, de Rómulo Acurio
El alternado paso de los hados, de C.G. Belli
El anticiclón del Pacífico sur, de Rafael Espinosa
Los ríos en invierno, de José Miguel Herbozo
Polisexual, de Giancarlo Huapaya
Arte de nariz, de Miguel Ángel Malpartida
Sakra boccata
, de José Antonio Mazzotti

Cada ovillo, cada cordel
, de Edgar O´Hara

Frágiles trofeos
, de Jerónimo Pimentel

En el hocico de la niebla
, de Jorge Pimentel

Amastris
, de Roger Santiváñez

Las hijas del terror
, Rocío Silva Santisteban

El pequeño y mugroso Polack
, de Bruno Polack

Amórfor, de Salomón Valderrama
Horoskop
, de José Carlos Yrigoyen

Imagen de Jerry Uelsmann: "Homenaje a Max Ernst".