30.11.07
El salario del miedo
La huelga de estibadores del Callao tiene a medio Perú con los pelos de punta; el que la Federación Peruana de Fútbol pueda ser desafiliada de la FIFA le destroza los nervios a la otra mitad de la patria; pero, mientras tanto, los maestros de universidades nacionales comenzaron una huelga de hambre para reclamar por una mejora en sus sueldos miserables y patéticos, y eso a nadie le importó demasiado. De hecho, a nadie le importó un pepino.
La huelga podría terminar definitivamente hoy, y los salarios han sido incrementados en proporciones considerables; lo malo es que, tras el aumento, siguen siendo miserables y patéticos. No soy economista, pero se me ocurre que, al menos en principio, como indicio del problema, no será del todo inválido, para denunciar la miseria del maltrato del Estado Peruano s sus profesores universitarios, comparar sus sueldos con los de colegas suyos del primer mundo y luego con el costo de vida en el Perú (al menos en Lima) y el costo de vida en las ciudades del primer mundo donde viven esos colegas mejor pagados.
Primero, los sueldos. Entre los profesores de "tiempo completo y dedicación exclusiva", el sueldo de un profesor principal en una universidad nacional peruana llega a mil 200 soles, es decir, aproximadamente, 400 dólares. Un profesor asociado recibe 580 soles (menos de 200 dólares) y un profesor auxiliar recibe 300 soles (unos cien dólares). En sueldos anuales, eso da un aproximado de 4 mil 800 dólares para un profesor principal, 2 mil 400 para un asociado y mil 200 dólares anuales para un profesor auxiliar, a todo lo cual hay que restarle impuestos y deducciones.
Estados Unidos es, por supuesto, un paraíso para los intelectuales, especialmente los ligados a instituciones sólidas, que pueden encontrar sustento económico y de otro tipo para casi cualquier investigación debidamente justificada. Los sueldos universitarios pueden variar mucho según la región, el rango de la universidad e incluso el campo y los méritos profesionales de cada individuo. En la costa Este, considerando esos factores, se espera que un profesor auxiliar comience su carrera con un sueldo entre los 45 y los 65 mil dólares anuales; un profesor asociado debería recibir entre 70 y 90 mil dólares anuales; un profesor principal estará por encima de eso, y el cielo es literalmente el límite (el rector de Cornell, lo recuerdo, ganaba un millón ochocientos mil dólares anuales hace un tiempo).
Comparando las tres categorías en el caso peruano y el de la costa Este americana, y tomando los rangos más bajos en este segundo caso, la proporción va de esta forma: el profesor auxiliar americano recibe 37 veces más que su par peruano; el asociado recibe 29 veces más; el profesor principal recibe dieciocho veces más. Si tomáramos los límites superiores, la desproporción se intensifica, obviamente: el auxiliar en Estados Unidos recibe 54 veces más que el peruano; el asociado recibe 37 veces más, etc.
Cuando uno expresa su sorpresa (su indginación) ante esas cifras, la respuesta más frecuente es: ah, claro, pero es que vivir en Estados Unidos es mil veces más caro. Bueno, pues no exactamente mil veces. Mercer, empresa de consultoría que es líder mundial en temas relacionados con recursos humanos, publica anualmente un estudio sobre el costo de vida en las principales ciudades del mundo. Usualmente, la ciudad base para las comparaciones es New York (la ciudad medular de la costa Este americana, así que resulta perfecta para la lógica de este post). Mercer estudia el costo de vida en New York y le asigna a ese costo 100 puntos porcentuales; en comparación con los cien puntos de New York, ciudades como Moscú, Seúl, Tokio y Londres fluctúan entre los 110 y los 124 puntos. Es decir, vivir en Moscú (el infierno de los viajantes, la ciudad más cara del mundo) es un veinte por ciento más caro que vivir en New York. ¿Dónde está Lima en esos ránkings?
En años recientes, Lima se ha disputado con Santiago de Chile la posición como la ciudad más cara de Sudamérica después de Sao Paulo y Rio de Janeiro, que son las más invivibles en cuanto a costos se refiere. En relación al 100 de New York, Lima varía entre los 66 y los 69 puntos. Eso quiere decir que vivir en New York no es mil veces más caro que vivir en Lima. De hecho, no es ni siquiera dos veces más caro que vivir en Lima.
Resumiendo todas las cifras: un profesor auxiliar de una universidad en la costa Este de Estados Unidos puede recibir anualmente entre 37 y 54 veces más que un homólogo peruano en una universidad nacional, y vive en un mundo que no se acerca a ser dos veces más caro.
Se supone que las universidades nacionales, que suelen ser las más grandes, las más antiguas, las más diversificadas en la academia peruana, son el terreno natural para el desarrollo de nuestra intelectualidad. Un problema crucial para que eso se transforme en algo más que palabras es el asunto de los salarios: un buen profesor de química o de matemáticas o de economía o de sociología tiene dentro de las paredes del cráneo toda la materia prima elemental que necesita para ser un profesional decisivo en su campo.
Al mismo tiempo, mientras se quede en un medio que lo limita y lo frustra, tiene la materia prima más fácilmente desaprovechable del mundo. ¿Por qué tendría que dársela al peor postor, por qué a cambio de casi nada, por qué sabiendo que sus pares en el extranjero gozan de enormes privilegios que también podrían ser suyos? ¿Y por qué blogs y diarios y revistas escritos por gente con formación universitaria y más de dos dedos de frente le hacen mucho más caso a la situación de la Federación de Fútbol o la huelga de los estibadores (perfectamente justa, por otra parte) que al hecho de que los maestros universitarios peruanos sean mantenidos en esa situación por el Estado?
A propósito (esto me lo cuenta un amigo): en la Universidad Católica, los trabajadores lograron que se les diera un aumento; los administradores se subieron al coche y se aumentaron los sueldos también. Sólo se olvidaron de una parte de la comunidad asalariada: los profesores, a quienes no se les subió ni un maldito sol. ¿Qué tal? ¿Excelente, no? Todo un gesto.
28.11.07
Žižek y Sendero
En su blog, Paolo de Lima ha colgado unas anotaciones de Victoria Guerrero acerca de una presentación del filósofo esloveno Slavoj Žižek en la Universidad de Boston. Cito un párrafo:
"El crítico planteó la diferencia entre la moral y la ética. Para él, la moral es una cuestión que tiene que ver con la culpa o los valores religiosos, por ejemplo, hacer caridad para los niños de Africa para sentirse bien. Él propone una "ruthless ethic", es decir, una ética sin misericordia en la que no se actúe por satisfacer una motivación narcisista, sino porque hay actos que se hacen necesarios y urgentes para garantizar el bienestar del otro. En este sentido me quedó la duda de si existen límites para las revoluciones. En el caso peruano, por ejemplo, en los "excesos" (Abimael Guzmán dixit) cometidos por SL en nombre de la justicia social, cuál sería esa ética o cuál ese límite, si existe".Como no estuve en la conferencia, no puedo saber si la rotunda trivialidad de la pregunta final de Victoria tiene en verdad su origen en las palabras de Žižek o si son producto de un malentendido.
El hecho es que la pregunta está allí: Victoria Guerrero dice varias cosas en esas pocas líneas: por ejemplo, dice que para ella las actividades de Sendero Luminoso fueron una revolución; del mismo modo acepta usar el término "exceso", propuesto por el mismo Abimael Guzmán, para referirse a las atrocidades senderistas, en lugar de llamarlas crímenes; y, sobre todo, finalmente, se coloca en el plan de quien aún necesita evaluar si lo de Sendero Luminoso estuvo mal o no.
O sea, Victoriase pregunta si entrar a saco en un pueblito, secuestrar a prepúberes, degollar niños y acuchillar ancianos, incendiar casas, robar ganados, ejecutar a hijos en frente de sus padres y violar a madres en frente de sus hijas,será justificable siempre que no se haga por un impulso narcisista, es decir, siempre que se haga "para garantizar el bienestar del otro".
Entiendo que cuando dice "el otro" no ha de estar refiriéndose a las decenas de miles de cadáveres echados a podrir por los desprendidos maestros de ética de Sendero Luminoso, porque --según comprendo yo en mi miserable ignorancia, en esta incapacidad mía para la alta filosofía--, poco bienestar les causó Sendero Luminoso a todas esas personas cuando las asesinó. ¿No?
Por supuesto, no es la banalidad seudomarginal de becaria bostoniana de Victoria lo que me interesa discutir. Es, más bien, la raíz del error que la lleva a esas preguntas: ni siquiera los verdaderos senderistas actuaron jamás justificando sus actos con ninguna idea siquiera parecida a lo que ella llama el "bienestar del otro"; Sendero Luminoso no concebía la existencia de ningún "otro" que no fuera su enemigo y por tanto su potencial aniquilado.
En cualquiera de sus variantes contemporáneas, la noción de "otro" existe por oposición a la de "yo", categorías que en la mirada senderista son enteramente fantasmáticas e innecesarias, porque en la doctrina de Sendero Luminoso el individuo ("yo" u "otro") es descartable, deleznable y siempre insuficiente.
Debido a ello, Guzmán declaraba enfáticamente que los derechos humanos eran una estupidez burguesa, que habría de desaparecer con la imposición de los "derechos del pueblo". Sendero Luminoso se entendía a sí mismo como una sola gran unidad inexpugnable a la que todos debían someterse o por la cual todos debían ser destruidos.
En esa lógica no sólo no hay "otro" que valga (literalmente) sino que no hay "exceso" posible, porque la norma violentista de Sendero Luminoso era el exceso mismo, el desborde perpetuo. Lo que todos los demás (con excepciones engorrosas) llamamos crimen.
Por último, una observación final: todos los políticos peruanos que formaron parte de algún gobierno durante el combate contra Sendero Luminoso, mientras les tocó administrar el Estado, justificaron todas las acciones de la guerra en función de la búsqueda de un bien inalienable y superior para los más pobres del país. ¿Se preguntará Victoria Guerrero si sus crímenes fueron crímenes o solamente excesos?
27.11.07
La muerte de Batman
Según nos acercamos al 2008, el año en que morirá Batman, y como quien va propiciando el ambiente para la elección (a dedo) de las mejores novelas gráficas del 2007, mencionemos algunas noticias breves del mundo de los cómics.
1. La primera sólo es noticia para unos cuantos despistados, pero aquí va de todas maneras: hay un blog informativo, inaugurado oficialmente en el 2002, pero desaparecido entre noviembre de ese año y agosto del 2006, que por fin se ha estabilizado, se renueva con enorme frecuencia, y es sin la menor duda el más fluido centro de informaciones para cualquier amante de los cómics: se llama ¡Journalista!, y lo dirige un perfecto nerd ex-editor de The Comics Journal.
2. Acaba de reiniciarse la publicación de un cuasi olvidado clásico de la Marvel, Omega, the Unknown, que tuvo su cuarto de hora de celebridad (en este caso, diez números) entre 1976 y 1977 y que, en su versión revamped tiene como guionista ni más ni a menos que al novelista norteamericano Jonathan Lethem (el mismo de La fortaleza de la soledad --donde se alude a Omega-- y que ganara en el año 2003 el National Book Critics Circle Award con su novela Motherless Brooklyn).
3. Y sí pues, lo dicho: el rumor más repetido en blogs y fanzines de todo el continente es que el año 2008, entre junio y julio --posiblemente en torno a las fechas de lanzamiento de The Dark Knight, la próxima cinta de la saga cinematográfica de Batman--, la editora DC va a sorprender a sus fanáticos con la historia de la muerte del caballero de las tinieblas (o al menos la muerte de Bruce Wayne). Aunque quizá ya no sea sorpresa, digo yo: ningún aficionado que se respete ignora la noticia a estas alturas.
26.11.07
Juicios y prejuicios
Una de las cosas que con más frecuencia repito sobre la crítica literaria, y que menos bien suele caer entre quienes me escuchan, es que la crítica es casi inevitablemente un ejercicio de creación de prejuicios.
Me refiero de modo particular, pero no exclusivo, a la crítica hecha para medios de prensa, la que suele difundirse apenas se produce la publicación de un libro, la que se convierte, en cierta medida, en una guía de adquisiciones literarias para sus lectores, que son, a la vez, los lectores eventuales del libro.
Es lo que creo, de modo que no voy a contradecirlo: cualquiera que lee un crítica literaria antes de leer el libro criticado está, voluntaria o involuntariamente, formándose una serie de prejuicios sobre la obra en cuestión. Los juicios del crítico pueden convertirse, al menos pasajeramente, en los prejuicios del lector.
Algunos llegarán al libro, y confirmarán o desecharán los prejuicios, pero difícilmente podrán leerlo sin tenerlos en mente. Otros jamás abrirán el libro pero no por ello dejarán de archivar en la memoria un juicio ajeno y adquirido: el que leyeron en esa reseña, en ese comentario, en esa breve recensión alguna vez.
La creación de prejuicios, entonces, es parte del oficio. El punto central en la ética del crítico reside en ese reconocimiento: sus juicios tienen que ser coherentes, sustentados, genuinos, concluidos de buena fe. Si el crítico no puede evitar contribuir a los prejuicios ajenos, debe al menos tratar de que crear los prejuicios correctos.
Cada vez que he escrito un comentario negativo sobre un libro, alguien, tarde o temprano, ha respondido: ¿quién se cree esta persona para decirme qué debo leer y qué no y qué debe gustarme y qué no y qué debo considerar bueno y qué no?
Esa pregunta da en el clavo, pero de carambola. Un crítico jamás debe decir a sus lectores que no lean un libro, ni exigirles que compartan sus gustos, ni debe tratar de imponerles su juicio como verdad. Sin embargo, sí debe decir, si lo piensa, que un libro es menos crucial que otros, que es menos coherente que otros, que está menos logrado que otros.
(¿Acaso es necesario comparar? ¿Acaso la literatura es una carrera de caballos? Por cierto que no: la literatura no es una carrera de caballos. Pero ocurre que la comparación, el contraste y el paralelo son operaciones básicas e inevitables de la crítica: son la esencia del ejercicio del criterio propio).
Si el crítico recomendara simple y directamente no leer cierto libro, habría roto un pacto elemental de honestidad, habría tratado de imponer su juicio como prejuicio definitivo del lector, y, además, habría echado por la borda la piedra de toque de su trabajo intelectual: la noción de que la crítica existe como una continuación y un fomento del diálogo entre escritores y lectores (el crítico es por definición ambas cosas, y también un mediador entre ellas).
Un crítico es un lector especializado. ¿Puede ser su opinión más solvente y acaso también más atendible que la de un lector común? Esa pregunta siempre es difícil de responder, no porque no haya una respuesta evidente, sino porque siempre parece sonar ofensiva para quienes no quieren atender razones. La respuesta es sí.
No aceptar que un crítico competente sabe más de literatura que un lector común, es como no aceptar que un buen cirujano sabe más de medicina que sus pacientes legos. El argumento en contra suele resumirse en una sola frase, el lugar común más descabellado de la lengua española: "sobre gustos y colores no han escrito los autores".
Lo curioso es que quien dice esa frase, y cree en ella, demuestra con eso mismo el origen de su error: que él no haya leído los miles de libros que los autores han escrito "sobre gustos y colores" no significa que no existan. ¿Y acaso un lector común está obligado a saber de teoría y de estética y de la sociología del gusto literario, etc.? Obviamente no: para eso hay especialistas. Entonces, así como le damos crédito a la palabra del médico, démosle algún crédito mayor también a la palabra del crítico.
Eso no es equivalente a proponer la tiranía del crítico: yo siempre tengo derecho a ir donde un segundo médico y consultar otra vez. La opinión de un segundo experto no puede sino ensanchar mi propia idea sobre un asunto. Y si se trata de literatura, siempre hay un último doctor que consultar: el libro mismo. ¿Me estoy contradiciendo con esto? Creo que no, pero trataré de explicarlo mejor.
Hace años, un amigo que estudiaba sicología y hacía su internado en una clínica psiquiátrica me contó el caso de un paciente que recolectaba cajas de medicinas, e instrucciones de uso y posología, y que las estudiaba con tanto interés y tanta acuciosidad, que acabó siendo capaz de entender qué debía tomar para fingir los síntomas de cualquier enfermedad.
Ese paciente, en su locura, se había vuelto poco menos que un médico autodidáctica, en la medida en que era capaz de diagnosticar con precisión cualquier mal. Eso mismo puede hacer con la literatura un lector que sea capaz de leer con igual voracidad: si, como dije, un crítico es un lector especializado, también es verdad que todo lector puede ser un crítico, si acepta que para hacerlo debe seguir leyendo.
25.11.07
Quién lee, quién escribe
Dos reseñas del libro La cuarta espada de Santiago Roncagliolo han aparecido en El Comercio el día de hoy. Si no entiendo mal el caótico sitio web del diario, una de las reseñas fue publicada en El Dominical y la otra en la sección Luces.
En la primera (que pueden leer completa aquí), el novelista Enrique Planas escribe lo siguiente: "A pesar de que hay varios libros periodísticos con información tanto más extensa como rigurosa, La cuarta espada vale la pena por la polémica que despierta y porque por primera vez, la generación que vivió el terrorismo en su infancia demuestra que tiene algo que decir".
En la segunda (que pueden consultar aquí), el crítico Ricardo González Vigil, sostiene: "No será una investigación periodística de primer orden, pero sí un testimonio honesto escrito con una prosa fluida que atrapa al lector".
González Vigil hace notar la inclinación comercial de Roncagliolo, e incluso atribuye a ello la intención y la factura de alguno de sus libros anteriores (específicamente, la novela El príncipe de los caimanes), antes de concluir que el libro cuenta por su honestidad y su prosa, aunque no por su valor informativo o especulativo. (La honestidad fue también el rasgo mencionado por Rocío Silva Santisteban. Yo me pregunto, y les pregunto, si la primera honestidad de un intelectual no radica en su capacidad de estudiar rigurosamente antes de opinar).
El comentario de Planas parece escrito con la cuarta espada en una mano y una bola de cristal en la otra. La bola le permite, por ejemplo, decir qué críticos han leído el libro y qué críticos no lo han leído antes de comentarlo, aunque olvida mencionar a los críticos a los que quiere aludir.
Es especialmente divertida la observación de Planas acerca de los bloggers que critican a Roncagliolo sin leer el libro completo, descontextualizándolo. Es divertida porque nada en el artículo de Planas va más allá de los temas que esos bloggers innombrados hicieron notar en sus comentarios --cierto que Planas alude a ello para desmentirlo--, de modo que difícilmente podría uno saber si Planas comete o no el pecado que cree descubrir en los demás. Pero ese, claro, no es el tema.
Sobre todo, la afirmación es divertida porque pareciera que el reseñador no ha notado que el libro de Roncagliolo tiene varias decenas de páginas dedicadas a hacer papilla al marxismo y al maoísmo pero --curiosidad de curiosidades-- su bibliografía, que no enumera un sólo libro de Marx, menciona apenas uno de Mao. ¿Se han fijado en cuál? Les cuento: Quotations from Chairman Mao. Es decir, no un libro de Mao sino un libro de citas de Mao, un compendio oficiosamente publicado por el gobierno chino para solaz de sus prosélitos, pero que ningún ensayista serio puede tomar como volumen de consulta.
Habría que preguntarle tanto al reseñador como al autor del libro (que también se ha quejado por la supuesta descontextualización con que se comentan pasajes de su obra) si hay o no hay un desatino en todo esto, o al menos un doble standard jocoserio (para usar una palabra que solía usar el profesor González Vigil en sus clases de la PUC): ¿o es que los discursos ideológicos sí pueden criticarse sin contexto ni conocimiento, y el rigor solamente es requisito para criticar a Roncagliolo?
Planas dice además un par de cosas curiosas en ese párrafo final que he citado líneas arriba. Sostiene por ejemplo que el libro de Roncagliolo "vale la pena por la polémica que despierta", a pesar de que su información no sea ni tan rigurosa ni tan extensa como la de de otros "libros periodísticos".
A mí que me disculpe Enrique Planas --escrtitor y crítico respetable sin la menor duda--, pero creo que esa afirmación da un ejemplo involuntario (y no característico en él) de la medianía de expectativas de nuestro medio cultural, un medio que parece a veces escéptico, a veces desconfiado, a veces simplemente incómodo ante la idea de que el autor de un libro tenga cierta responsabilidad en tanto escritor y comunicador. Es decir, ante la idea de que, sin importar si su obra es una crónica o un reportaje o un libro de ensayos o de estudios, un escritor tiene el modesto deber ético de escribir no sólo cosas "polémicas", sino cosas bien hechas, razonadas, razonables y que digan algo.
Sí, es cierto, como en el fondo parecen opinar González Vigil y Planas: hay decenas de libros más interesantes sobre el tema. Ninguno de ellos ha merecido jamás de parte de la prensa la atención que está recibiendo el de Roncagliolo. Y si ninguno ha despertado tanta "polémica", es básicamente porque no cuadran con la trivial noción de "polémica" que se maneja desde hace años en el país, porque son libros mucho más serios, bien investigados, sólidos, y no se deshilachan apenas los coge uno entre los dedos; porque no lanzan hipótesis deleznables sobre el origen del terror en el Perú; porque no comparan la afiliación del senderismo con las invenciones maniqueas de una saga cinematográfica infantil; porque no atribuyen el desmoronamiento del Sendero Luminoso a las pasiones desatadas de sus líderes; porque no confunden a Túpac Amaru con Túpac Amaru II (cosa que Roncagliolo ya había hecho en Abril rojo); porque no equivocan la información sobre personajes (Benedicto Jiménez, José Carlos Mariátegui) ni sobre hechos históricos (la sublevación arequipeña de 1950, la época de la desaparición de la cultura Wari, etc); porque no se atreven al reduccionismo extremo de considerar al marxismo una cantaleta de ciegos y fanáticos en lugar de entenderlo como el discurso ideológico más influyente, proteico y orgánico surgido en los últimos ciento cincuenta años en el mundo.
Quien quiera hacerse una idea del perfil intelectual y psicológico de Abimael Guzmán lo puede hacer mejor, por ejemplo, leyendo el libro del periodista Simon Strong, con entrevistas a sus familiares, datos investigados de primera mano sobre la infancia de Guzmán, su trato dentro de Sendero Luminoso, su relación con otros intelectuales de la época, los rastros de su trabajo académico que pervivieron en su proyecto genocida, etc.
Y no menciono a Strong porque el suyo sea el libro más novedoso (es ya un libro viejo, más bien), ni el mejor sobre el tema de Sendero Luminoso (lo mejor, junto a los libros de Degregori, son las dos antologías editadas, respectivamente, por David Scott Palmer y Steve J. Stern, obviamente ausentes en la bibliografía de La cuarta espada): lo menciono sólo porque Strong también es un periodista, del New York Times, y su libro fue asimismo concebido a partir de un reportaje de encargo.
Y no por ser periodístico es una simplificación, ni una caricatura de la historia, ni una versión esquematizada al supuesto gusto de las grandes masas lectoras. Porque cualquier periodista responsable sabe que su público no necesita simplificaciones, sino claridad: el mérito de la crónica y la divulgación no está en obviar las dificultades o deshacerlas o evadirlas: su mérito está en enfrentarlas y hacerlas comprensibles.
Una investigación solvente, por ejemplo, habría evitado que Roncagliolo escribiera esta frase: "algún día, alguien tendrá que explicar por qué el grupo más sanguinario de nuestra historia estuvo dirigido por maestros". Y habría evitado que Planas citara esa frase como si se tratara de un hallazgo decisivo, uno de los grandes dedos sobre la llaga de La cuarta espada. Porque, para información de Planas y Roncagliolo, debo decir que Carlos Iván Degregoriya escribió largamente sobre ese asunto, y lo hizo hace varios años, y otros han respondido a sus hipótesis, y las han reformulado. Y venir a decir de buenas a primera que alguien debería interesarse sobre el tema y estudiarlo es desconocer el trabajo de Degregrori y los otros por completo.
Pero, claro: la obra de Degregori --como las de Gonzalo Portocarrero o Carlos Tapia o Deborah Poole o Gerardo Rénique-- también está ausente en la bibliografía de La cuarta espada.
Esa es mi queja sobre el libro, y lo ha sido desde el principio: Roncagliolo se da la licencia de decir, una y otra vez, que su libro es el primero que habla de Guzmán como personaje y trata de desentrañar su psicología; eso no es verdad. Roncagliolo alude más de una vez en La cuarta espada (y en entrevistas) a temas relativos a Sendero Luminoso como si nadie se hubiera referido a ellos con anterioridad, cuando la lista de estudios sobre SL es virtualmente inagotable y todos y cada uno de los temas que Roncagliolo parece dejarles de tarea a los científicos sociales ya han sido objeto de estudio de muchos de ellos.
Al hacer eso, Roncagliolo desconoce olímpicamente el trabajo de antropólogos, sociólogos, historiadores, periodistas y politólogos, peruanos y extranjeros, que en muchos casos han dedicado años a sus estudios. No se puede hacer una introducción a un tema así sin una enorme investigación previa, como no se puede ser el guía de una exhibición si no se ha puesto nunca los pies más allá de la entrada de la galería.
La prosa ágil no es inteligencia, la habilidad narrativa sin capacidad comprensiva no aporta a la solución de problemas históricos, la desinformación no es polémica, la dramatización y canonización del ego como centro de un problema social, perfectamente aceptable en muchos otros campos, no es más que un pase mágico desafortunado en un libro que se vende no como una autoinspección sino como una mirada sobre el surgimiento del terror político en el Perú.
Por último, quiero releer esta otra frase de Planas: "por primera vez, la generación que vivió el terrorismo en su infancia demuestra que tiene algo que decir". Esta frase no es solo desinformada; es poco menos que ofensiva. Los hombres y mujeres de mi generación (que es la de Planas) también fueron niños o niñas o apenas llegaban a la adolescencia cuando comenzó esa guerra. Los que tienen mi edad, tenían doce o trece años cuando sobrevino el caos (Roncagliolo es ocho años menor que ellos, pero en el Perú la gente habla de generaciones como si éstas cambiaran cada dos semanas). La escritura del Informe final de la Comisión de la Verdad fue coordinada por un sociólogo, mi amigo Félix Reátegui, que entró conmigo a la universidad, y allí estuvo también Eduardo González Cueva, otro amigo de la misma promoción, también en un puesto crucial de la CVR. ¿No dice el Informe final de la CVR nada sobre la violencia política en el Perú?
La fila de libros, ensayos, cuentos, poemarios, artículos y crónicas que esa generación y sus menores han producido sobre el tema es más que considerable (a propósito: ¿no se suponía que Abril rojo ya era un aporte al debate sobre la violencia política en el Perú?). Pero ahora resulta que este libro de Roncagliolo es para Enrique Planas el primer atisbo de que alguna de esas personas tiene algo que decir al respecto...
Creo, en resumen, que aquí el tema no es quién lee y quién no lee La cuarta espada. El tema es quién lee y quién no lee los millares de páginas escritas con mayor seriedad sobre estos temas. Y más aun: quién lee esas cosas antes de escribir las suyas propias.
24.11.07
Leer el futuro
A veces la literatura copia al mundo y a veces es al revés. Y otras veces la ficción es la advertencia de un porvenir que sería deseable esquivar.
En Lost City Radio, la novela de Daniel Alarcón, hay numerosos pasajes, la mayoría de la mitad en adelante, que aluden a la época en que el imaginario gobierno del país ficcional de la novela, cuando la guerra interna se aproxima a su fin, confecciona una lista de sospechosos de terrorismo y la hace pública, e incluye en ella por igual a liberados y fugitivos, a rumoreados y a comprobados, a cabecillas y a segundones, a ejecutantes y a comparsas.
El objetivo explícito del gobierno (en la novela de Daniel, los objetivos escondidos se mantienen constantemente escondidos) es el exterminio de todos los que conforman esa lista. Sus consecuencias objetivas son el recrudecimiento de una violencia que estaba ya en el camino a la extinción, la conversión de la violencia en un impulso ciego y que encuentra focos insospechados, y el inicio de una nueva etapa de desapariciones clandestinas.
Sería interesante que alguien en el Perú le leyera esos pasajes del libro a Alan García, el intrigante fronterizo que nos gobierna, y a su caricaturesca eminencia gris, Jorge del Castillo, ambos empeñados ahora en confeccionar sus propias listas y en armar la pantomima infame de una vendetta por venir, camuflada de patriotismo y preocupación cívica, sólo para resucitar el señuelo del terrorismo y desviar hacia él las miradas de quienes empiezan a señalar las ineptitudes y oscuridades de García en la lucha contra el narcotráfico que su gobierno se niega a emprender como es debido.
23.11.07
El eternauta en Lima
Héctor Germán Oesterheld fue uno de los grandes narradores argentinos del siglo pasado, autor de una saga popular como pocas en la historia de la novela del Cono Sur: El eternauta, una narración inteligente y aventurera, sin cuya lectura resulta difícil entender buena parte de la obra de escritores posteriores como Ricardo Pilgia, Angélica Gorodischer o Pablo de Santis.
Pero habría que decir que Oesterheld es su coautor, porque El eternauta es una novela gráfica, o un conjunto de novelas gráficas, en las que a los guiones de Oesterheld se sumaron los estupendos dibujos de dos de los artistas gráficos más originales de América Latina: Francisco Solano López y Alberto Breccia.
En este 2007 se cumplen no sólo cincuenta años del inicio de la saga de El eternauta en 1957, sino también treinta desde que, en 1977, H.G. Oesterheld fuera desaparecido por la dictadura argentina de aquella época, contra la cual se había echado a pelear desde años antes.
Estos aniversarios han sido marcados con un acontecimiento editorial: la reedición de todo El eternauta por parte de la casa bonaerense Doedytores, de Javier Doeyo, quien, según me cuenta él mismo vía email, estará en Lima para la próxima Feria del Libro Ricardo Palma con nada menos que Francisco Solano López, este 30 de noviembre, a las 7 pm.
Varias veces les he contado que a mí el virus de los cómics me lo contagió mi amigo Pedro Pérez del Solar. Otro contagiado simultáneo en el foco infeccioso de Ithaca hace unos pocos años fue Edmundo Paz Soldán, quien precisamente acaba de escribir sobre El eternauta y sobre Oesterheld un artículo que les recomiendo.
Imagen: dibujo de El eternauta, de Solano López.
21.11.07
Zona fake
En una entrevista de El Comercio, la escritora Montserrat Álvarez responde a la pregunta de Enrique Sánchez Hernani "¿qué detestas de un poeta?". Dice Álvarez:
"Que se llame poeta y dé más importancia a cosas extrapoéticas como andar haciendo lobby, pidiendo que le hagan publicherris, manipulando su condición de ser marginado por género, como se dice ahora, o por edad, que son cosas envilecedoras, muy de gentecilla. La poesía no es un asunto de negociación, de diplomacia ni política. La poesía es un destino".
De acuerdo. Si es detestable el poeta-mendigo, el poeta-publicista de sí mismo es lamentable, como el poeta-relacionista público, el poeta-marginal que exige premios, el poeta-transa. No menos lamentable es, y se le pasó a la escritora, el poeta poseur, el posero, el que escribe cuatro líneas y las llama geniales, el que pregona su talento, se bautiza elegido, se señala a sí mismo como distinto a los demás.
Es una actitud bochornosa y que nunca dejará de sorprenderme: conozco escritores que han producido novelas extraordinarias de varios centenares de páginas y que alardean de ello menos que otros que han escrito un haikú ridiculón y mal parchado de palabras previsibles, y que circulan por jirones y plazas con un cartelito de "llámenme poeta y mírenme distinto porque vivo en estado de gracia o en estado de infierno", colgado en el pecho.
Es cierto: en el medio literario peruano hay más poses que en cualquier ejemplar del Kamasutra, y la pose de genio predestinado y malentendido no solamente es la peor, la más frecuente y las menos tragable, sino además la que menos se molestan los poetas en satisfacer con argumentos suficientes.
Montserrat Álvarez no es en eso distinta de tantos otros: confiada en que su obra es imperecedera y que su escritura la distingue y la pone por encima de aquellos que se atrevan a criticarla --la "gentecilla", los que "no tienen poesía", los "pobre buitres", como los ha llamado a todos, sin molestarse jamás en mencionarlos--, Álvarez cree que cada vez que ella junta papel y lápiz produce discursos sagrados, incontestables, indestructibles y naturalmente superiores a cualquier crítica que se les plantee. Piensa en su poesía como dios pensaría en sus monólogos divinos: palabra escrita en piedra, inmarcesible.
A mí, si se me permite la observación, la poesía de Montserrat Álvarez me parece tópica, sordomuda, superficial y efectista. Si en un mundo anacrónico Felipe Pinglo Alva tradujera al español las canciones de Billy Idol, tendrían que sonar como suenan los poemas de Zona dark: línea por línea de falsa sabiduría adocenada y lugares comunes, metáforas previsibles, ritmos somníferos, invocaciones semimalditas, sintaxis de cartón y léxico parapléjico, todo con un tufillo de esnobismo muy Fundo Pando a fines de los ochentas, principios de los noventas, muy consumido y hecho trizas por los años.
Álvarez no es ni nuestro Baudelaire ni nuestra Pizarnik ni nuestro Francois Villon: en el mejor de los casos es nuestro Jorge Isaacs vestido de Johnny Rotten, nuestro Alice Cooper wannabe, y una demostración exorbitada de hasta dónde puede ser estridente el esnobismo y volverse icónica la pose que camufla el vacío total.
¿Cómo llega Álvarez a su estado actual, en el que sus visitas al Perú se llaman "giras" y sus palabras se citan como versículos de la Biblia? Eso ya no es responsabilidad de ella, sino del ambiente literario limeño, tembleque como un sonajero, tan dispuesto siempre a prosternarse a la primera oportunidad e inclinado más al circo que a la simple lectura.
Foto tomada de aquí.
20.11.07
La realidad vacía
Hasta hace apenas unas décadas a la imitación de una realidad la llamábamos ficción. Después la llamamos simulacro. Hoy existe una perversa causalidad postmoderna según la cual una realidad no es producida por otra, ni derivada de otra, ni estrictamente consecuencia de otra, sino que es su imitación más o menos inmotivada. A veces, su imitación vacía, su copia insignificante o absurda. Ahora que la realidad imita a la realidad, habrá que buscarle un nombre nuevo.
En 1924, Nathan Leopold y Richard Loeb, de diecinueve y dieciocho años de edad respectivamente, planearon y ejecutaron el asesinato de Bobby Franks, de catorce, por el simple deseo de probar que eran capaces de llevar a cabo un crimen perfecto. Leopold y Loeb se sentían un par de superhombres nietzscheanos con derecho a cometer ese acto sin necesidad de una justificación más allá del hecho evidente de su propia superioridad.
En las décadas siguientes, el crimen de Leopold y Loeb inspiró la obra teatral Rope, de Patrick Hamilton; la película homónima que Alfred Hitchcock basó en la pieza de Hamilton; la cinta Compulsion, de Richard Fleischer, protagonizada por Orson Welles, que daban en la tele en Lima una semana sí y otra también cuando yo era chico.
Y con el tiempo dio origen a otras películas, como la excelente Swoon, de Tom Kalin y, claro, la ultrasádica Funny Games, de Michael Haneke, que el director austriaco ha vuelto a filmar en versión americana, protagonizada por Naomi Watts (el afiche del remake ilustra este post): eso se estrena a principios del próximo año.
Eran, o son, ficciones que copiaban la realidad. Incluso si esa realidad había surgido a su vez de una ficción: ¿leyeron Leopold y Loeb Crimen y castigo? Seguramente. (Y en Ice Haven, la excelente novela gráfica de Daniel Clowes, un copycat de Leopold y Loeb lee un folletín amarillo que cuenta la historia del homicidio de Bobby Franks).
Lean aquí el artículo School massacre plots hatched on internet, de The Guardian, para intuir el giro contemporáneo de esa vieja tradición imitadora: se han construido comunidades online de adolescentes que planean crímenes que son homenajes a la matanza de Columbine y, a su vez, homenajes a las imitaciones ocurridas hasta la fecha. En algunos países, como Finlandia y Alemania, se cuentan ya por decenas los muertos por esos delitos en los que, aparentemente, no se busca siquiera reivindicar alguna borrosa idea atribuida a los criminales de Columbine, sino solo copiar su actitud.
Y ni siquiera su actitud: su acto. Así de simple: su acción, el hecho realizado, no un supuesto sentido atribuido a él. No son crímenes guiados por la rebeldía ni por un afán de liberación. Se planean siempre como suicidios rituales por un motivo crucial: sus autores no esperan ni desean defender sus hechos ante un jurado o ante la opinión pública después: no tienen necesariamente algo que defender. Sus suicidios son sacrificios ofrecidos a un dios en cuya existencia no creen. Sus crímenes son un mensaje vacío, diseñado para ser vacío, para no decir nada, por eso la única reacción posible hasta ahora ha sido la estupefacción.
Y pensar que Leopold y Loeb fueron vistos, hace apenas ochenta años, como encarnaciones perfectas del más absouluto nihilismo.
15.11.07
El nuevo (viejo) egotismo
Si uno habla de literatura con un estudiante de periodismo, la conversación suele tener dos destinos casi inmediatos. O uno se encuentra con el silencio, muy rápido, o uno acaba escuchando los mismos nombres y la misma admiración por una corriente de escritura: el new journalism, sus derivaciones, sus ancestros cercanos. Es decir, Tom Wolfe, Truman Capote, Hunter S. Thompson y Norman Mailer.
A veces se añaden nombres como los de Robert Christgau y Alan Cabal, pero eso no es tan frecuente, y, en todo caso, tampoco con ello se va mucho más allá de la misma frontera: el nuevo periodismo, la novela no ficcional, el periodismo gonzo. Los límites parecen bastante definidos.
(El de Kapuscinski es el nombre más ajeno que suelen mentar, justo antes del de Carlos Monsiváis. Funciona como un reloj. Es como preguntarle a un estudiante de Comunicaciones de la U. de Lima por un ensayista de temas latinoamericanos: García Canclini es siempre el primero que les viene a la mente; algunas veces es también el último).
El punto es que el new journalism y sus satélites gobierna el gusto de aquellos de nuestros futuros periodistas que tienen un cierto corazoncito literario. Son los menos, claro, pero seguro serán los más destacados tarde o temprano.
Lo curioso es que esa lista de nombres (me refiero a Wolfe, Capote, Thompson, Mailer, Christgau, Cabal y algunos otros) también podría ser la nómina de los escritores americanos más ególatras y ensimismados del último siglo, y en algunos casos --no todos, gracias a Dios-- también los más fascistoides. Estaremos de acuerdo en que esta observación no desconoce su talento de narradores; solo apunta a un hecho más o menos demostrable.
Repasen los datos biográficos, recuerden los textos, y verán que no exagero. Al menos, no demasiado. Por ejemplo, Norman Mailer (no hay que olvidarlo ahora que todo el mundo le rinde homenajes póstumos) no se ganó la fama de outsider por sus ideas de avanzada, sino por el rechazo que provocaban su célebre homofobia, su machismo inapelable, la frecuencia con que lo acusaron de pegarle a sus muchas parejas y su campaña de fines de los años setentas en favor de la liberación del escritor y homicida convicto Jack Abbott, quien en efecto fue dejado en libertad sólo para asesinar a un hombre al mes y medio de su excarcelación.
Alan Cabal es casi más famoso como defensor del neonazi canadiende Ernst Zündel (uno de los más iracundos negacionistas del Holocausto) que por sus crónicas. Acusado más de una vez de antisemtismo, Cabal jamás ha dicho (o hecho) nada que contradiga o niegue la acusación.
A Hunter S. Thompson hay quienes lo quieren recordar como un defensor de la bohemia liberal, una suerte de progresista divertido, sonriente como la marihuana pero rotundo como el whisky. Olvidan que Thompson tenía una idea extraña sobre la legalización de la marihuana: creía que debía permitirse al mismo tiempo que el derecho a portar armas de fuego. Inteligente combinación, sin duda. Thompson era miembro de la Asociación Nacional del Rifle (sí, la de Charlton Heston), y un conocido coleccionista de fusiles, pistolas y bombas caseras. Quienes sólo recuerdan la inclinación de Thompson por el anarquismo y el socialismo, pero olvidan que lo que él proponía era anarquía con armas de fuego para todo el mundo y bombas en las alacenas, tienen una versión, por decir lo menos, parcial del personaje.
El simpático Tom Wolfe es el escritor de cabecera de George W. Bush (es el único autor cuyos libros Bush ha leído en su totalidad; acaso sea el único autor a quien lee). Por supuesto, no lo podemos descalificar por eso. Pero quizá no debamos ser igualmente perdonavidas con sus declaraciones sobre Bush, por quien ha votado dos veces, a quien considera el mejor presidente americano del último par de décadas y de quien ha dicho que es admirable por "su capacidad de tomar decisiones y su gran disposición hacia la lucha". Habitualmente, Wolfe es considerado un conservador o un reaccionario: él se defiende diciendo que le gustan los libros de Emile Zola, "un escritor de izquierda".
Christgau y Capote resultan ser los inesperados niños buenos de la lista, aunque ellos, exceptuados de las tendencias al autoritarismo y la militancia violentista (de hecho, Christgau es un feroz atacante de la misoginia de rappers y hiphoppers), son dos de los egos más grandes del conjunto. Christgau, como se sabe, se autodenomina "decano de los críticos de rock" y Capote... En fin.
En verdad, lo del ego no es un rasgo inesperado ni mucho menos azaroso: el elemento clave en la evolución de las formas de periodismo que vienen de Capote, Mailer, Wolfe, Christgau y Thompson, es decir, el nuevo periodismo y el periodismo gonzo, es el asunto de la centralidad del cronista convertido en personaje crucial de la narración, rasgo introducido por el nuevo periodismo y llevado al paroxismo en los textos de Thompson.
Espero no ser confuso al decir esto: ese protagonismo del narrador, eje de los mejores valores narrativos en las crónicas de muchos de estos autores, y válvula de escape de su potencial tendencia a la ficción, es lo mismo que sigue haciendo, por decir lo menos, discutible el valor de sus textos en tanto textos periodísticos, por lo menos en la medida en que sigamos considerando al periodismo como la disciplina de la información.
No es que yo pierda de vista la importancia estética e intelectual del nuevo periodismo como forma narrativa (¿quién ha escrito crónicas más bellas que Capote o más agudas que Wolfe?). Tampoco es que deje de percibir la virtud potencial del narrador gonzo como elemento catalizador de un mundo narrado. Es algo bastante más simple: es que tengo la impresión de que las ansias de escándalo y la egomanía se han vuelto elementos centrales del ejercicio perodístico a costa del simple y básico impulso de decir algo no sobre uno mismo sino sobre el mundo allá afuera.
Y también me pregunto en cuántos de los cursos de periodismo donde los estudiantes se familiarizan con los textos de Thompson, Mailer o Wolfe se estudia algo más que las virtudes formales de los textos. Por ejemplo: el trasfondo ideológico de los mismos, su tendencia violentista, su eventual impulso reaccionario, la moral del "vigilantismo" que sostuvo parte de la obra de esos escritores, etc.
Porque las formas literarias no nacen en el aire: surgen ya impregnadas de unas ciertas inclinaciones, su estructura misma es ya un vehículo difícil de desligar de las tendencias políticas o ideológicas que le dieron origen, y en el caso del nuevo periodismo y del periodismo gonzo, da la impresión de que el aire de familia que vincula a muchos de sus cultores tiene demasiado que ver con la imposición del ego propio sobre el mundo.
O quizás estoy exagerando.
Rock in españoul
Hace muchos años, cuando el rock de España e Hispanoamérica andaba en pañales (aunque yo soy de los que piensan que mayoritariamente lo sigue estando), no eran pocos los grupos nuestros que escribían y grababan sus canciones en inglés.
Pasados los años, y tras un par de décadas en que el fenómeno pareció virtualmente desaparecido, está volviendo a producirse, poco a poco, y lo más curioso de todo es que ya no parece enfrentar tanta oposición como años atrás (pueden escuchar muchos ejemplos peruanos, de toda calidad, en este blog).
En los sesentas, setentas y parte de los ochentas, la crítica contra los hispanoamericanos que hacían rock en inglés tenía un argumento a flor de piel: la alienación: hacer música en la lengua del imperio era una rendición de alienados, una renuncia.
Esa crítica podía formularse y reformularse mil veces incluso pasando por alto el hecho elemental de que el rock, todo él, es una tradición de origen eminentemente anglosajón, y que si algo de alienación había en componer rock en inglés, no poco de alienación debía de haber también en el simple gusto por el rock, en general.
La idea de alienación, en el sentido que se le daba en esas críticas, ha sido virtualmente destruida (salvo para los nacionalistas más antropopitecos y los marxistas más cegados por la ortodoxia). Ha sido destruida, sobre todo, con la emergencia de conceptos más complejos que sirven para dar cuenta de diversos fenómenos de relación entre culturas: las ideas de transculturación, hibridación, heterogeneidad, multiculturalismo, globalización.
No, no digo que esos sean conceptos inobjetables ni muchísimo menos, ni tampoco digo que sean, siquiera, compatibles entre sí; pero allí están, así que señalo su presencia: son nociones que, viajando de la academia al lenguaje común, parecen haber convertido en obsoleta, entre muchas otras cosas, la antigua queja contra la alienación de los rockeros propios de lengua extraña.
En una escena musical post-Dead Can Dance, el mundo de Sigur Ros y Björk y M.I.A. y Manu Chao, quejarse por la lengua en que un músico decida componer sus letras resulta un tanto ocioso, al menos si lo vamos a plantear como una acusación de alienación (el tipo de acusación que, curiosamente, no persiguió con tanto rigor a los compositores de ópera que optaron por el italiano sin que ésa fuera su lengua original).
¿Quiere decir esto que la decisión de esrcibir y cantar en otro idioma no es criticable en absoluto? Lo pregunto porque entiendo que si un escritor peruano decidiera escribir novelas en inglés, no siendo el inglés la lengua en que se desenvuelve normalmente, las críticas contra esa elección le caerían de inmediato, súbitas y pesadas como un piano desde un octavo piso: las posibilidades expresivas de un artista del lenguaje se recortan en una lengua ajena.
(Pasemos rápidamente las objeciones previsibles de quienes mencionarán a Nabokov, a Conrad, a Beckett, a Wilcock, a Moro, a Huidobro, etc.: esos autores sí tenían un dominio escrito de la segunda lengua similar al que tenían en su idioma materno, de modo que no son buenos contraejemplos).
Este es el punto: la adopción del inglés coloca al artista ante las puertas (eventuales) de un público mayor, más masivo, más numeroso, y, en coyunturas como la nuestra, lo hace en un tiempo en que la distribución electrónica de la música y su proliferación online están, ciertamente, generando un mercado global en el que los productos de frontera parecen no sólo naturales sino además particularmente atractivos.
Este es, sin embargo, otro punto: ¿qué artista está dispuesto a sacrificar parte de su complejidad, su coherencia y sus posibilidades expresivas a cambio de un ticket de ingreso al mercado global (este mercado en el que el pop/rock empieza a confundirse con la categoría --transicional y pasajera-- de la world music)?
Porque, hay que decirlo, regresando al archivo más a la mano: varias de las canciones de estos grupos peruanos que componen en inglés tienen letras lamentables, y si esa pobreza tiene que ver con la autoimposición de trabajar en un idioma ajeno con la esperanza de un mejor mercadeo, vale la pena hacerles esta obervación: poco es el beneficio que lograrán poniéndose en una situación que les reduce la calidad hasta casi aniquilar algunos de sus trabajos.
Imágenes: M.I.A., la británica de Sri Lanka; Dead Can Dance y su propia versión del gíglico; Bjork, una carrera en un idioma ajeno.
14.11.07
Trabalenguas 6
"El día de hoy me entero por la sección cultural de la La República del próximo estreno de la singular obra de Alfred Jarry: Ubu rey. Recuerdo que nunca he leído con tanta hilaridad una obra de teatro, que por cierto, siempre está lleno de obras trágicas y dramáticas". [El escritor Max Palacios, poniendo el dedo sobre la llaga, hace notar que el arte dramático está plagado de obras dramáticas y algunas veces, incluso, trágicas].
"Si se hace un esfuerzo de abstracción y se dejan de lado actitudes, idiosincrasias y valores propios de una formación capitalista periférica como la peruana y se considera variables de larga duración, como los siglos, el transcurrir de la poesía peruana en el siglo XX ha sido previsible sin cambios mayores". [El crítico Juan Zevallos Aguilar parece decirnos que, si él hubiera estado allí en el año 1900, habría podido predecir el futuro de la poesía peruana durante el siglo veinte --y que esa poesía, además, no ha sufrido mayores transformaciones desde Chocano hasta hoy. Habría que pedirle, por favor, que nos recite de memoria los próximos cien años de versos peruanos].
"¿Cuántos años tiene la especie humana...? ¿Cuántos siglos tenemos ya aquí? ¿Veinte siglos, algo así? ¿Un poco más? ¿Veinticinco, por ahí? ¡Veinticinco siglos!". [El tremendo comandante Hugo Chávez, dando una clase de historia, deja una prueba más de su ignorancia a prueba de balas. Ahora dirán que era otro juego de palabras].
"Lo que más me interesó fueron los autores periféricos al boom, como Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo y Felisberto Hernández... Los cuentos de Felisberto Hernández se encuentran entre los mejores del siglo XX. Pero tuvo mala suerte. No se lo menciona para nada". [El escritor español Juan José Millás propone a Onetti, Rulfo y Felisberto Hernández como autores periféricos al boom. Difícil entender el sentido de esa atribución: Felisberto Hernández empezó a publicar en 1925, antes de que naciera la mayoría de los autores del boom. ¿Serán también Palma y Garcilaso periféricos al boom? En lo que sí tiene razón Millás es en que Hernández, cuentista estupendo, debería ser mucho más leído].
13.11.07
McCarthy, Coen, Oprah
Sigo esperando el momento de ir a ver No Country for Old Men, la más reciente película de los hermanos Ethan y Joel Coen, basada en la novela de Cormac McCarthy, y que casi la totalidad de los críticos de cine americanos mencionan como la mejor cinta del año hasta el momento (recordemos que el año cinematográfico aquí se mide de Oscar a Oscar).
El video con que se abre este post es uno de los varios trailers con que la película ha sido anunciada, entre comentarios que la comparan con las mejores cintas americanas de la década y reseñas en que se afirma que podría ser, fácilmente, la mejor obra de los Coen hasta la fecha. Esos mismos comentarios suelen resaltar el papel de Javier Bardem como el punto más alto de su carrera.
Y mientras dura mi espera (¿aguardaré una semana más, hasta que llegue a Brunswick, o me iré de una vez a Boston, al multicine de frente al parque?), nada mejor que una pequeña nota trivial sobre McCarthy y su (casi inexistente) persona pública:
McCarthy, como se sabe, es uno de esos escritores americanos que odian dar la cara en entrevistas. No hasta el extremo de Pynchon o Salinger, pero tampoco demasiado lejos. Por eso fue una sorpresa superlativa que el recluso maestro de The Road accediera a una conversación con Oprah Winfrey, la megaempresaria televisiva que, a través de su club del libro, ha venido influyendo en la marea de las grandes ventas libreras de los Estados Unidos por varios años.
Si quieren ver la entrevista, que al parecer está retirada de YouTube, van a tener que entrar a este website, hacer click en el primer enlace ("Oprah´s Interview with Author Cormac McCarthy"), y luego pasar un proceso de registro que, aunque es un poco trabajoso, es seguro y también completamente gratuito.
Si no quieren o por algún motivo no pueden, y les sobra un tiempecito, no está de más que le echen una mirada, aquí debajo, a este otro video, hecho por la comediante Jessica St. Clair como parodia de la conversación entre McCarthy y Winfrey (que fue un derroche de frivolidad de la conductora). Sólo por si acaso: el McCarthy que aparece en la parodia es el verdadero, y las imágenes suyas sí han sido efectivamente extraídas del video original: