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Nada hace presagiar que se trate de una buena película, pero, eso sí, en ella se han reunido tres de las mejores actrices asiáticas de los últimos años: Gong Li (protagonista de casi todas las películas del genio Zhang Yimou); Michelle Yeoh (la estrella de Crouching Tiger, Hidden Dragon, de Ang Lee); y Ziyi Zhang (coprotagonista de esa misma cinta y también de Héroe, de Zhan Yimou).
¿El problema? Que Gong Li y Ziyi Zhang (la geisha del título y de la foto de la izquierda) son chinas, y Michelle Yeoh es de Malasia, y el público japonés está por lo menos desconcertado ante el hecho de que, en Estados Unidos y el resto del mundo, se ande confundiéndolos a ellos con chinos y malayos, cuando es tan notorio, dicen, que son tremendamente diferentes.
Al principio, la noticia me pareció sobre todo graciosa, con ciertos tintes de un absurdo chauvinismo y, quizá, incluso, algo de racismo (mis amigos coreanos juran poder distinguir a coreanos, chinos, japoneses, malayos o vietnamitas de una sola mirada y desde lejos; mi único amigo japonés quiso matarme cuando le conté que en el Perú alguna vez se había acuñado la desafortunada frase "chino maricón, regrésate al Japón").
Me llama la atención, debo confesar, mi propia reacción. A mí no me gusta cuando un americano me dice cosas como "Ah, tú eres del Perú. Yo una vez viajé a Bogotá", y cuando escucho esas cosas mi primer impulso es el de apagar mi cigarrillo en la nariz de mi interlocutor y aclararle que colombianos y peruanos no somos lo mismo. Entonces, ¿con qué derecho me río de la reacción que la hollywoodense geisha china viene ocasionando en el público japonés?
Respuesta: sin ningún derecho, y no me seguiré riendo, porque creo que no es chauvinismo, ni nacionalismo, ni mucho menos racismo, lo que irrita a los cinéfilos japoneses, o lo que me molesta a mí cuando se producen confusiones parecidas con los latinos: lo irritante es la eterna comprobación de que, para la gran mayoría de los norteamericanos, todo lo que quede al norte de Maine o al sur de Florida, es una gran masa informe apenas clasificada bajo dos o tres etiquetas: lo irritante es esa inculta fijación de la gran metrópoli que jamás es capaz de mirar hacia afuera, que lo confunde todo y a la que todo lo que no es gringo le da lo mismo.
Pero eso desemboca en una paradoja interesante: siendo la periferia, a nosotros nos interesa mirar hacia los centros (la lección borgeana), consumir la cultura propia y también la ajena, conocer más allá de nuestro espacio; eso es algo que no se da fácilmente en países como los Estados Unidos, donde se tienen que desarrollar cuidadosas políticas educativas, públicas o privadas, para alimentar el conocimiento de culturas extrañas, un conocimiento que nunca se daría por inclinación natural de los americanos.
Hay una cierta riqueza en las posiciones periféricas. A veces, en ciertos aspectos, no es tan malo estar en el margen.