Hace ya
dos años que defendí mi tesis doctoral sobre sociología del secreto. Fue Luis
Castro quien hizo que me decidira a tomar ese tema. Él impartía un curso de doctorado
sobre la sociología del secreto en la UNED y había empezado a investigar con su
amigo el poeta Mariano H. de Ossorno. Me propuso trabajar con él en esa línea y
no me lo pensé. A partir de ese momento ha sido mi mentor, por dirigirme la
tesis, porque he aprendido tanto de él. Luis murió el pasado jueves. Todavía no
me he recuperado.
Luis
Castro era de origen gallego pero se había convertido en un madrileño. Fue
durante unos años catedrático de instituto y después profesor titular en la
facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED. Estudió filosofía y realizó
su tesis sobre la Escuela de Frankfurt y luego empezó a especializarse el
espacio-tiempo social. Comenzó en la revista Archipiélago y junto con Mariano H de Ossorno publicó un volumen
con un título hermoso, Ensayo general
para un ballet anarquista (Libertarias, 1986) y luego Tiempos modernos, (La General, 1991). El estudio sobre los ETS tuvo
su culminación en La risa del espacio
(Tecnos, 1997). Este ha sido uno de los desafíos intelectuales más estimulantes
a los que me he enfrentado. Una prosa brillante, densa, llena de ecos y
referencias (el propio título es un homenaje a la Poética del Espacio de Bachelard), una catarata de ideas, autores,
no exenta de ese humor tan especial que tenía Luis.
El
Espacio-Tiempo Social es un campo de estudio apasionante, intenta analizar el
imaginario sobre el tiempo y el espacio que modula y es modulado por las
sociedades. Sobre todo en esta época en la que el espacio cobra cada vez más
importancia, contrariamente a lo que sugieren términos como des-localización. Para
mí supuso una verdadera revolución intelectual. Luis Castro, además propone una
serie de herramientas conceptuales que me han resultado útiles y sugestivas
para entender el secreto como un lugar y la sociedad como flujo. El propone
analizar los plecktopoi y las plikas, las curvaturas de ese
Espacio-Tiempo, con sus tensores y atractores extraños –conceptos tomados
prestados de las geometrías del caos–. Los regímenes de visibilidad, por
ejemplo, que hacen que ciertas calles, ciertos barrios, ciertas realidades
desaparezcan de nuestros mapas mentales. Las coartadas ideológicas para realzar
otros ámbitos, otras plazas, desde una perspectiva global hasta las más
pequeñas barriadas. Desde el complejo de Edipo según Lacan hasta la chaos politics. No queda más que asumir la fluidez de la sociedad. Los
exteriores y los interiores.
Una vez
acabado el ciclo, Luis emprendió una tarea hercúlea, resituar la sociología
academicista en un nuevo paradigma. En su Metodología
de las Ciencias Sociales (escrita junto su hermano Miguel Ángel y Julián
Morales, Tecnos, 2005) arremete con una visión estrecha de la sociología que
aprendió de Bourdieu que los individuos son meras esponjas que asumen su clase
social sin mayor mediación. Eres de clase alta, te encanta la ópera, la
tortilla deconstruida y desprecias el cine de acción. Eres del proletariado y
no sales de la tasca y el fútbol. Hay que poner la atención en los procesos de
subjetivación que cada individuo pone en marcha para asumir esas influencias, a
veces contradictorias, de su ambiente. Si la sociología de Bourdieu había
descubierto el bosque, Luis Castro se proponía identificar todos los árboles y
arbustos, con sus bichitos y líquenes. Para comprender mejor cómo se producían
estas incoherencias de obreros que votan a derechas, de intelectuales
comprometidos y demás marginalidades, Luis resaltaba los ingredientes
bio-psico-sociales con los que contamos los seres humanos, el socius (lo que depende de las
estructuras sociales), corpus (la
dimensión pulsional y orgánica), animus (dimensión
imaginaria), habitus (las costumbres –
Bourdieu – que hacen posible la reproducción social) y fluxus. El Fluxus (flujo,
en latín) es la dimensión psicobiológica responsable de la empatía y
fascinación compartidas, las derivas amnioestéticas y la creatividad individual
y cultural, esas burbujas de intimidad de las que habla Sloterdijk y a las que
Luis se refería tan gráficamente la primera vez que estuve en sus clases.
De ahí
pasó Luis Castro a atacar el problema desde la raíz, apoyándose en la
psicología evolucionista y junto a sus hermanos Laureano y Miguel Ángel. Dos
libros a medio camino entre el manual y el ensayo: ¿Quién teme a la naturaleza humana? Homo Suadens y el bienestar en la
cultura (Madrid, 2008) y más tarde, Ciencias
sociales y naturaleza humana: una invitación a Otra Sociología (en
colaboración con Miguel Angel Castro y Julián Morales, Tecnos, 2013). El
concepto de Homo Suadens es mucho más
revolucionario y liberador de lo que a primera vista podría parecer. No sólo se
trata de demostrar que somos animales (¿hay alguien todavía que no lo tenga
claro?), sino que la animalidad propiamente humana es social. No gregaria, como
dicen algunos sociobiólogos, sino también micro-social, íntimamente social,
radicalmente social. Frente a la ficción, la peligrosa ficción del
individualismo metodológico, los hermanos Castro Nogueira proponen un nuevo
modelo de naturaleza humana.
Freud
recogió muy bien el espíritu de quienes veían en las relaciones sociales una
condena, por eso tituló uno de sus ensayos El
malestar en la cultura. Venía a defender que la sociedad más que coartar los
impulsos naturales, los castraba y las soluciones vendrían por la sublimación o
la neurosis. El Homo Suadens vendría
a demostrar lo contrario, que estamos programados para vivir juntos, para
imitarnos unos a otros, para sentirnos recompensados por el beneplácito de los
otros, para evitar conductas que susciten la censura de nuestros congéneres. Es
la lección de Gabriel Tarde que quedó olvidada tras la arrolladora personalidad
de Durkheim.
El
aprendizaje assessor (de aconsejar)
nos dio una ventaja evolutiva ciertamente. Si los pájaros aprenden a volar de
una vez, los humanos somos capaces de aprender por fases, guiados por los
mayores, por los iguales, cuyos rostros nos sirven de aliento. El Homo suadens explicaría por qué nos
buscamos unos a otros, y los procesos de subjetivación quedarían incardinados
en esa fascinación diferencial, biológicamente anclada, para hacer caso al Otro
y crear burbujas de bienestar donde cobijarnos y respirar juntos (sinneontes). Esta facilidad para
fascinarnos explicaría, por supuesto, la creación de cuadrillas, de clubs de
fans, pero también de escuelas filosóficas. ¿Cómo si no iban Sócrates o
Heidegger a congregar a su alrededor a discípulos entusiasmados con esa nueva
gimnasia mental tan abstrusa? Contagiándose corporalmente, emocionalmente,
mentalmente… De esta forma se supera la división natura/cultura, dando sustento
a aquel discurso de Pico Della Mirandola en el que Dios no ponía al hombre ni
como las bestias ni como los ángeles, dándole la posibilidad de arrastrarse por
el suelo o elevarse a las nubes.
Tenía
un proyecto muy avanzado sobre Madrid durante los primeros días de la Guerra
Civil. Intentaba, asumiendo la mirada a ras de suelo, conociendo todo lo que pasó en la capital, para demostrar que
durante la guerra, se tendía la ropa, se conspiraba, se era de las milicias y
se rezaba, se jugaba entre cascotes y se volvía disparatado controlar a los
reporteros extranjeros desde el Edificio de la Telefónica. El mismo espacio
(físico, político, mental, imaginario) vivido de maneras diferentes,
contradictorias, personales.
Admiro
de Luis su capacidad para nombrar, con un aliento poético poco común y un
sentido del humor brillante, con una rara habilidad para conjugar autores
crípticos con referencias a la cultura de masas, de David Lynch a Madame
Bovary. Admiro la capacidad increíble de in-corporar, asimilar y explicar tantísimas
teorías, datos y autores de una vez. Aprendí tanto de él que intenté asimilar
su estilo escribiendo, que cité a Dylan y a Gracián en la misma frase, tan cercano
me parecía en espíritu.
Pero
admiro sobre todo su generosidad, intelectual y humana, el cariño con el que
conté desde el principio. A vuelta de correo, tras echarle un vistazo a mi
primer trabajo de doctorado, ya me envió un capítulo del libro en el que estaba
trabajando donde entablaba diálogo con José Luis Pardo. Me regaló ánimos y
palabras de aliento, una confianza en mi trabajo mucho mayor que la que yo mismo
tenía. Y durante su enfermedad siempre tuvo un momento para alentarme a
publicar mi tesis, a podarla y disfrutar de su re-creación en forma más amena.
Tenía
una personalidad vital, arrolladora, verlo hablar, emocionarse, como en Sevilla, en un
Coloquio sobre la Ciudad Viva, cuando
acababa de enterarse de que sólo contaba con media hora, era ciertamente
grandioso. Su entusiasmo, su pasión, su visión certera y esa fuerza para
transmitir sus intuiciones y seguridades eran contagiosos. Tuvo una fuerza
excepcional para asumir su enfermedad y hablar con él, aun notando su
debilidad, siempre reconfortaba.
Luis
admiraba mucho lo admirable de ciertos autores, pero no tenía dioses, así se
llamaran Pierre, Michel, Gilles, Peter, José Luis o Ignacio. Intelectual y
práctico, anarquista por encima de los propios anarquistas, siempre con los
pies en el suelo y la cabeza mirando arriba, no por encima del hombro de nadie,
sino elevándose para poder tener perspectiva y bajando de nuevo, porque, como
De Certeau nos enseñó, desde lo alto del World Trade Center, no se ven los
hombres, se ve la geometría y las personas parecen hormigas. Luis nunca olvidó
a las personas, ni como horizonte teórico, ni como verdadero amigo, aún en sus
momentos más duros.
Seguro
que han quedado muchos otros viajes pendientes, como esa Sociología Fantástica,
que hubiera comenzado con la sociología del secreto. Me pregunto ahora qué
pasará con todo eso, qué dirá ese extraño intruso, Serenus Wiesengrund, que tan
sabiamente guio a Luis en aquellos momentos difíciles.
Hoy no
puedo todavía hablar con más sentimiento. Se me encoje el corazón. Sólo
decirte, adiós, maestro, amigo, compañero, un saludo, un abrazo con toda el
alma.