Manos expertas de niñas Bangladesas
nos tejieron primaveras estampadas.
Nuestro invierno fue una dulce chimenea
gracias a los
brazos de saldo de jóvenes rumanos.
Las sandías
perdieron sus adornos azabache
para que no tuviésemos que masticarlos.
Sin semillas
somos cómplices del exterminio.
Vivíamos en una caricia dorada
tan falsa
como la navidad de Freixenet.
Aquello estalló.
Alguien disparó
sobre nuestro radiante globo.
Quizás fue el mismo agente
que descargó su pistola
sobre el neumático - flotador
de un muchacho senegalés.
La vida tiene a veces
disparatadas coincidencias.
Al muchacho le dejó morir ahogado.
Solo entonces comprendimos
que habíamos cimentado
nuestro cosmos sobre el lodo.
Tuvimos que inventar de nuevo la primavera
y la sandía.
Pero esta vez no esperamos
que naciera en la fachada
de un comercio pringado de rombos verdes.
La tejimos uniendo viejos retales
abandonados tras los sueños y los fogones.
Cada uno eligió su trapo favorito.
Unos buscaron entre murmullos
dormidos de su infancia,
otros debajo de la siesta
que habían despreciado,
Mi retal era la sombra
de la esbelta silueta de mi gata.
Para nuestra sorpresa
cada pieza encajaba sin esfuerzo
con todas las demás.
Teníamos la primavera dentro
pero fue necesario un cataclismo
para descubrirla.
sábado, diciembre 15, 2012
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