Los colores líquidos.
Leí hace algún tiempo "Amor líquido", un libro del sociólogo y pensador polaco Zygmunt Bauman en el que sigue desgranando su teoría de la "modernidad líquida" a la que hemos llegado a través de una evolución que ha terminado con los valores "sólidos" de la sociedad: la familia, la fidelidad, el respeto, el mérito y el esfuerzo, ... Se caracterizan así por su carácter permanente e inestable frente al líquido, voluble y engañoso, que cambia de forma en función del recipiente que le acoge.En el fondo, es lo mismo que hemos hablado aquí tantas veces: la muerte de los valores, el fin justifica los medios, la famosa frase de Marx (Groucho, por cierto) acerca de que éstos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros ... Otros para ganar más, para llegar más rápido, para utilizar a quien haga falta.
Bauman enlaza todo esto en el libro con las relaciones humanas afectivas y es aquí donde entronca su pensamiento con el mundo del fútbol, a través de la estrecha relación de éste con la sociedad en la que toma forma.
Pocas entidades son tan delicadas de gestionar como un equipo de fútbol, pues ha de encontrar acomodo en algún lugar a medio camino entre la evolución mercantilista y la propia naturaleza de un juego que sigue enfrentando símbolos y colores que representan a miles de personas identificadas con el pasado y presente de los mismos, y que no sólo exigen resultados, sino también respeto a la identidad y valores del club. Esto mueve mucho dinero y la dirección financiera es vital, no cabe duda. Pero al fútbol no se juega con chaqueta y corbata y la gente que va al campo no entiende de capitalización bursátil o análisis DAFO. Muchas veces, las cuentas del club dependen de los resultados, y éstos a su vez de imponderables que no se pueden formular por escrito porque dependen del carácter salvaje y aleatorio de un juego que tiene sus propias leyes físicas y condiciones de equilibrio desde hace siglos.
Quienes se muestran tan guardianes de lo clásico que pierden competitividad en lo moderno sufren, como el Athletic; los que olvidan lo que fueron porque ahora son sociedad anónima mueren, como la Real Sociedad; y aquéllos que ofrecen resultados a costa de violar sus señas de identidad ven rodar sus cabezas visibles, como el Real Madrid.
Pero no interesan aquí los casos conocidos, sino los de incierto desenlace, como el del Atlético de Madrid.
Tengo al Atlético por un equipo enorme por su historia y su base social, pero muy pequeño en cuanto a ideas claras y amplitud de miras. El proceso suele ser el siguiente: se colocan un listón lo suficientemente alto como para que su trabajo y categoría les impidan alcanzarlo y después se refugian en su propia desdicha como si fuera una condena inapelable e inherente a su naturaleza (“somos el Pupas”, “Papá, por qué somos del Atleti”) . Después de una crisis profunda, que les llevó a Segunda, se han empeñado en saltar los escalones de tres en tres partiendo de abajo cada año, y ya hasta se acostumbran a volver al punto de partida con los morros colorados.
Nos enseñan a cada instante quiénes fueron, pero no lo que les permitió llegar a ser así. Un grande de España se mire por donde se mire que olvidó sus valores futbolísticos hasta el punto de no recordarlos con exactitud, su condición de equipo fidelizado y popular hasta convertirse en algo vulgar objeto de chifla, y hasta los valores morales, hasta el punto de quedar en manos de unos tipos condenados en firme por apropiación indebida de un club que ya no se sabe bien a quién pertenece.
Volviendo al pensamiento de Bauman, hay algo de cambio postmoderno en la situación actual del Atlético de Madrid. No quedan ya fundamentos sólidos a los que agarrarse, ni siquiera la que ha sido casa de todos y refugio vivo de los recuerdos pasados, vendida sin que nadie entienda los motivos. No se encuentra un atisbo de identidad rojiblanca en el vestuario desde la marcha de Fernando Torres y la marginación de la cantera; nadie conoce en primera persona la historia del Atlético, por qué fue grande un día o quiénes fueron Luis, Collar, Adelardo o Escudero; nadie impregna a los compañeros de un sentimiento vivido y recibido desde niño. Tampoco hay una clara identidad en una masa social siempre fiel y sufridora, pero que parece más empeñada en vociferar que en decir algo, poco a poco alejada de un equipo irreconocible cuyo líder y esperanza es un jovencito argentino que ha debido tomar al Atlético por un mero trampolín desde el que alcanzar los sueños de grandeza que le susurra un suegro tan como peligroso.
Un club que no es el que era, unas gentes sin esperanza porque no tienen dónde resguardarse a soñar despiertos por su Atleti, unos valores tan perdidos que quizá sea obligado empezar a buscar unos nuevos; la liquidez de un fluido rojo y blanco derramado por un suelo de tarima flotante. Sin hoy ni mañana, el tiempo y la modernidad se detienen en una sociedad como la del Atlético de Madrid, que empieza a ser gaseosa.
Despistaos- El silencio
Foto: www.colchonero.com
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