Una mosca zumba junto a su nariz. Suelta un manotazo, pero no consigue derribarla… A su lado, el novato reacciona acercando la antorcha —de polietileno policromado, muy manejable y liviana— a la mecha del cañón…
—¡No dispares, joder!... Solo espantaba una mosca cojonera (“Como tú”, piensa)… ¡Un maldito insecto! (“Como tú”, insiste pensando)… ¡No me jodas, Alelardo!... La señal convenida es levantar el pulgar. ¡Céntrate, tío!
Entre dientes, continúa quejándose:
—Mucho máster y mucha hostia, pero de experiencia nada de nada… Así, no hay forma de ganar esta guerra.
Para Abelardo es su primera batalla, su primer trabajo. Por eso está nervioso. Y, además, por muy pacifista que sea, tendrá que disparar. Memoriza el manejo de cada arma reglamentaria —excepto el cañón y el lanzallamas, alquilados en el último momento—. Tras el reparto, a su bando le corresponde el cañón. Abelardo hubiera preferido el lanzallamas, de munición amarilla. ¡Le da suerte ese color! El cañón dispara bolas azules…
Abelardo siente un golpe en la frente y se le nubla la vista… Eliminado del campo de batalla, escupe la pintura amarilla que le chorrea hasta la boca… Mientras, su compañero alza ambos pulgares.
Amparo Martínez Alonso
Buen cañonazo en dos campos de batalla paralelos: el lúdico y el laboral. Me ha gustado. Un abrazo
ResponderEliminarEs que, a veces, te encuentras más cañonazos en el día a día que en una batalla campal. Menos mal que también hay bases amigas!!!
EliminarUn abrazoooo, Nieves.
Qué buen micro Amparo, me ha gustado mucho.
ResponderEliminarGracias y un abrazo fuerte.
Me alegro, Arte Pun. Una guerra diferente, de las que no salen por la tele (porque de esas otras ni hablo).
EliminarUn abrazo grande.
Divertido relato sobre la mala leche que hay entre compañeros de trabajo, vamos, del desprecio a los nuevos. Como la vida misma.
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