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como quién toca la puerta de improviso.
Son tus caricias acompañadas de culpa,
y es mi culpa acompañada de soledad
Nuestros cuerpos envueltos
en una llama del mismo infierno
Como si el fuego no hubiese desfigurado nunca
mi rostro en las madrugadas.
Y mi llaga curada de tiempo,
lamentándose lo mal aprendiz que he sido.
En cada caricia,
la pólvora que roza la lija de mi moral.
Y en el susurro que tragaba mi piel,
la ira de una pasión sofocada de esperar,
como despertando de un coma.
Pero el humo que tragamos
sólo huele a soledad.
Y en el retrovisor,
te alejas con la neblina y la noche
dejando en llamas mi vientre,
hasta convertirme en carbón.