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Y te miro pequeño y azul, como se ven las montañas al otro lado del mar,
tu abrazo me roza en menguante y tus palabras me pertenecen en creciente
… hasta que sale el sol.
Sangré al tropezar con el témpano que tenías oculto bajo las costillas,
e intercambiaste las disculpas con la llave que abrigabas bajo el pantalón
… hasta que sale el sol.
Me endulcé con el holograma que esculpí entre mis sueños,
ese que camina entre tus sábanas, y por defecto de fábrica,
le di la libertad de ser vos,
perdiendo mi gran creación entre los escombros de la realidad.
Y se me derriten los labios al amanecer,
por la caricia del ácido que se rió en mi mejilla,
pero caricia al fin.
Caricia… esa palabra carcomida por el comején de entre tus hojas astigmáticas,
que no me ven de cerca.
Estoy aquí, entre la irrealidad y la inexistencia, como cuadro de oficina.
Detrás del espejo que refleja la desnudez de lo nuestro,
que sólo existe hasta que sale el sol.
Como si los rayos quemaran la piel que besé,
como si la luz sofocara la ternura de un abrazo,
como si el día pecara.
El vacío que hace eco tras mi abdomen, me empaña tu nombre,
¿cómo se siente no tener nombre en mi lengua?
Las ansias de desaparecer tocan guitarra con mis cuerdas vocales,
y yo me siento en tu sofá... a esperar a que termine la canción.