- Hija mía, cada día estás más rara.
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Y ella la miraba despectiva, con un aire de displicencia en la mirada y un conato de angustia en la cama. Otra vez la cena en el plato, otra vez los dedos en la garganta y otra vez un pantalón que le quedaba una talla grande.
"No me pasa nada, mamá". "Estoy bien, tranquila". "Son los nervios".
Pero ella se seguía mirando al espejo. Y no entendía nada. Si cada vez estaba más delgada ¿Por qué se veía cada vez más gorda?
Las niñas volvieron a mirarle de refilón. Una vez más, las vio reirse.
E inmediatamente regresó al baño para vomitar el desayuno.