Le llamaban "el señor cerdales" y es que era tan guarro como el integrante de la más selecta piara. No vivía en una pocilga pero su hogar bien podía ser considerado como tal. Adolecía de escrúpulos y había enfermado, además, de ese mal tan molesto para los vecinos y que los expertos conocían como Síndrome de Diógenes.
Ave que volaba iba a su cazuela. Carros, chinchetas, pinzas, cordones, camisetas, bolsas, cajas, anillos, juguetes, baratijas... todo valía. Incluso hubo un día que encontró un escorpión en una urna y, sin preguntar ni denunciar, la hizo suya como animal de compañía.
Sucedío otro día que se encontró una rata merodeando entre sus juguetes favoritos y la metió en una especie de jaula con noria que había encontrado para tal ocasión. Sucedió que encontró un cachorro de perro que fue criando con mimo y con hambre hasta que se fue haciendo mayor y se convirtió en un ogro de dientes afilados y gruñido permanente. Y sucedió que completó el zoológico con un gato pardo que encontró entre cubos de basura en busca de una raspa de pescado que él ya había tomado prestada con anterioridad.
Sucedió que el perro vio al gato, que el gato vio a la rata y que la rata vio el escorpión. Sucedió que el perro se lanzó sobre el gato, el gato hurgaba en la jaula de la rata y en su huída y persecución tiraron la jaula del escorpión. Sucedió que el escorpión picó al señor cerdales antes de desaparecer entre la montaña de desperdicios, que el señor cerdales cayó desnudo al suelo y que la rata buscó su ano como escondrijo. Sucedió que el gato se aferró a su piel para defenderse del perro y sucedió que el perro mordió su cuello por confusión. Al final el escorpión murió de viejo, la rata se comió las tripas del señor cerdales y el perro se comió al gato, al señor cerdales y a la rata.
Desde hace meses solamente se escuchan ladridos y lamentos en el interior de la casa. Huele tan mal como siempre, incluso algunos dicen que peor. Pero nadie se atreve a pasar porque tienen miedo a infectarse. Una sirena de policía rompe el silencio. Una patada en la puerta rompe la monotonía. Y una cascada de vómitos se camufla con el hedor. No hay nada más que basura y un perro flaco que va directo a la perrera. Nadie volvío a ver al señor cerdales.