miércoles, 5 de octubre de 2011

El 23 será un día matemático

¿Por el 51 por ciento, por el 56 o por el 60? Deseos y sondeos, indicios y pronósticos se plantean y baten en las vísperas. Es un buen entretenimiento y no le hace daño a nadie. Porque a los que podrían desalentarse no les queda más espacio en el estado de ánimo para “desanima” su desaliento.

Estos días previos a las elecciones presidenciales del 23 de octubre, se especulan distintos y amplios porcentajes favorables al Frente para la Victoria. ¿Y si fueran menos? Qué se yo, un 49, un 47 por ciento. ¿Sería malo acaso? ¿Y si la diferencia con el segundo fuera menor al 30 por ciento, digamos un 25, o un 24? Pues nada, como diría un español de ahora. Nadita, diría un mejicano. ¿Y un argentino? Bueno, no diría nada que ya no dijera antes. Pero una vez con los resultados en escena – boca de urna, extraoficial, oficial y legal- el argentino volvería a decir que se dio lo que se esperaba. La lógica. Es lo que surge del semblanteo socio político de este último tiempo. El simple olisquear de los aires que nos circundan. Sinf, snif, y se huele el voto. Hay exagerados que olisquean que hasta los opositores desenfrenados, los que aún quedan expuestos como caricaturas, a escondidas van a votar al oficialismo. Y eso que apestan el olisqueo algunas sombras y borrascas con nombres propios; esos que los pequeños grandes medios y sus pequeños grandes periodistas amplificaron como si fuera el fin del mundo. Siempre encuentran algún nuevo demonizado oficialista. Cabría preguntarse cómo tantos demonios logran un gobierno bueno. Y aprobado mayoritariamente.

Sigamos con el pronóstico. ¿Pero y si el domingo 23, inesperadamente, caprichosamente, qué se yo, se redujesen las cifras y porcentajes de diferencia de las primarias? ¿Si el segundo llega a menos de veinte y dieciocho puntos? Imagínese al premio consuelo bailando en el palco del bunker. Bueno, es que del otro lado hay algo y no necesariamente nada. Algo, “alguito”, un retazo, una triza, un remedo. ¿O no son “alguiénes” los otros candidatos? Son seres no enseres. Y son políticos, no comediantes. No ofendo a los comediantes que hacen reír y llorar en serio. Por eso corrijo y agrego estos dos adjetivos: “malos, falsos”. Comediantes malos y falsos. Impostores de comediantes. Que se delatan ridículamente en sus propagandas de campaña, actuando como aspirantes a no poder volver del ridículo. Se me ocurre que hay hormiguitas que ya ni siquiera podrán aspirar a ser larvas. Y tampoco a reencontrar la política.

Deberían saber, entender- esos impostores de comediantes- que la presidenta, por más grande que sea, por más que se vaya agrandando, y por más que la sociedad, el pueblo, le ponga aún más virtudes y dones justificados o endulzados que la súper agrandan, no va a sacar el 100% de los votos. Y ni siquiera el 90. Esto último podría pasar excepcionalmente en alguna pequeña población del norte. O de la extrema Patagonia. Por ejemplo conseguir un 89,7 por ciento contra casi nada de los otros teniendo en cuenta abstenciones y votos en blanco. Porque únicamente a un fanático afiebrado-haber los hay- se le ocurriría pronosticar estas cifras caudalosas en todo el territorio. No es necesario que el Frente para la Victoria ingrese al Libro Guinness de récords. Ya ingresó al libro de la historia política. Y por más que Adrián Paenza diseñe y pergeñe alguna de sus elucubraciones matemáticas y le pusiera el entusiasmo oficialista de Tecnópolis, su racionalidad le impediría hacer que el Frente para la Victoria obtenga un 90 %. Por eso un cien por ciento de los votos, aunque fuera limpiamente democrático, sería visto como dictadura.

Sin duda serán menos. Menos del cien por ciento. Me atrevería a asegurarlo. El número que sea es suficiente. Como se ve, este no es un gobierno hegemónico. La sociedad es la que elige el mismo gusto. ¡Qué se le va a hacer ¡ En estos tiempos es hegemónicamente kirchnerista, cristinista y peronista.


Por Orlando Barone(Agencia de Noticias Télam)

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Con Al Capone, Hitler y Atila es más fácil

Se sabe que el arte de todos los tiempos ha contado la historia de todos los villanos. Pero una vez que el villano no puede hacer daño a nadie. Si Mike Amigorena no sabe esto: lo intuye. Porque Héctor Magnetto está vivo y colea y el final está aún abierto. Amigorena puede hacer de Hamlet, y según la crítica lo hace con talento; pero para hacer hoy del oculto titiritero mediático, retratándolo en delitos de chantage, tortura y despojo, se requieren otros dones espirituales e ideológicos. Y ningún actor está obligado a tenerlos y menos a forzarlos. Amigorena debe haberse dado cuenta –lo que es indicio de salvador instinto- de que si a un actor le encomiendan personificar a un puntero suburbano grasa y corrupto le será fácil y sin riesgos. Temerario sería interpretar a Bin Laden aunque esté muerto. Porque podría tener recursos de vendetta post mortem. Y nunca se sabe.
Cuando Orson Welles en 1941 interpretó al temible magnate periodístico William Randolph Hearst, el personaje real estaba en decadencia y su imperio en el ocaso. Ya había sido desactivado y era inocuo. Y cuando Paul Muni en la primera versión de la película “Scarface”, en 1932, se puso en la piel diabólica de Al Capone, este ya estaba en cana y listo para ser clausurado como convicto. Con el paso del tiempo retratar en el arte al “Padrino” fue y es tan manso como retratar a Peter Pan o al descubridor de la vacuna contra la poliomielitis. Porque “Don Corleone” expandió su bonomía y le da nombre a pizzerías y cantinas, y no sé si a algún lujoso complejo de turismo al estilo de Sicilia.
En tanto, Hollywood se cansó de demonizar justificadamente a Hitler, pero después de la guerra y cuando ya el tipo se había vuelto carbonilla. Ahora también los alemanes hacen con Hitler lo que quieren, hasta chistes. Otro gran malo fue Atila. El que por donde pasaba no dejaba crecer la hierba, y al que los antiguos romanos le llamaban “el azote de Dios”. Atila llegó a personaje histórico cuando ya los hunos estaban bajo tierra y eran leyenda. Porque en su época no lo nombraba nadie sin bajar la voz y cerrar las puertas. Y aunque en el siglo quinto, no había cine: había teatro. Sin embargo ningún actor ni juglar iba a ser tan suicida de disfrazarse graciosamente de Atila, sin pensar en que éste podía enterarse y subirse al escenario con el caballo y blandiendo la cimitarra de doble filo. Hoy hay tiernísimos padres, tan posmos, que a sus bebitos les ponen de nombre Atila. Como podrían ponerle “Bambi”.
Acaso sería original escribir y representar una obra de teatro con un Atila bondadoso cuyo hobby en lugar de descuartizamiento en vivo fuera levantar hogares de asistencia y recuperación de movileros de radio y televisión. Recobrarlos en seres cuerdos y prudentes, incapaces de desear ni provocar incendios ni de anunciar amenazas de meteoritos. Resta ahora esperar que el desenlace de la retorcida historia del personaje Magnetto sea tan feliz para los argentinos, que cualquier actor en el futuro se muera de ganas de interpretarlo.
Pero se ve que todavía falta para que un villano real pase a ser de película. Es decir, pase a ser inofensivo.
Lo único cierto de esta historia es que Mike Amigorena está tranquilo y muy bien en el papel de Hamlet. Entre “ser y no ser” eligió ser sin aspirar a héroe. Pero ya nadie sabrá que “ser” hubiera sido personificando a Magnetto.




Por Orlando Barone.Para Agencia de Noticias Télam. 27 de Septiembre de 2011.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Si no dan para presidentes, menos para mito

Evita y Perón son mito. Por eso abundan las recreaciones artísticas que los hacen protagonistas de poesías, pinturas, canciones, novelas, películas y óperas. En estos días, en los cines, se ha convertido en éxito “Juan y Eva”, que a la presidenta le ha gustado mucho. Y también le está gustando al público. No se calcula en esta crónica si es más valiosa ésta o aquella Eva; y si esta actriz o este actor son más fieles retratos que los de las otras películas; tampoco si quienes mejor relataron el relato del peronismo son Favio o Pino, José Pablo Feimann o Jorge Coscia; Carpani, Daniel Santoro, José María Castiñeira de Dios, Leónidas Lamborghini o Rodolfo Walsh. O Ignacio Copani. Y es opinable si la òpera la cantan Madonna, Paloma San Basilio o Nacha Guevara. Un mito resiste: supera cualquier afán de alteración-sea a favor o en contra-, y es inviolable a la profanación gorila o a los contrastes de sus múltiples relatores. El peronismo es sin duda la materia que más chances tiene para construirlos. Es mito en su misma gestación. Hizo que un balcón y que la fuente lo fuesen.
Néstor Kirchner forma parte de él; actuó para no desmerecerlo. Y quizás la mitología todavía está probando y evaluando sus méritos para aceptar su ingreso a esa mitología. El contexto histórico lo ha puesto en camino. Porque el gran examinador es el tiempo. En verdad al mito lo diseñan, lo construyen y lo consagran los pueblos. Sobre una materia dada, auténtica, se agrega la legitimación artesanal de quienes lo esculpen sin pedirle permiso a la historia. La revisionan si eso fuese necesario, y casi siempre lo es, porque la historia suele tener propietarios muy conservadores y los pueblos para poder levantar sus mitos tienen que recobrarla a sus expropiadores.
Otro requisito que hay que tener en cuenta, es que no puede haber mitos amasados con materias chirles. Dudosas y tímidas. Ni con políticos dóciles a esa levedad inconsistente, sin sublevarse. A nadie se le ocurriría que de tantos presidentes y gobiernos que la Argentina ha tenido en el último siglo se puedan estar palpitando o diseñando mitos como los de Perón y Evita. Sobraron deseos y faltaron aspirantes. Hipólito Irigoyen que pudo serlo, no lo es. Hubo presidentes que ni siquiera debían haber sido presidentes. Todavía surgen algunos aunque cada vez con menos probabilidad de que el sucedáneo tenga éxito. Fernando de la Rúa fue un ruidoso ejemplo de este modelo groseramente “antimito”. En tanto, Cristina, es Cristina. En pleno ejercicio, la racionalidad es lo que a ella la sustenta. La racionalidad del poder político y el poder del pueblo. Lo que está en su naturaleza.
El mito surge o no surge. Y responde menos al pensamiento que al sentimiento. A los antiguos pensadores griegos como Platón les perturbaba que los mitos fueran consagrados por emociones y sentimientos postergando el saber y el intelecto. Tenían celos y con razón: reconocían que el mito no era la verdad pero que era verosímil. Ya hoy se sabe que nada se sabe sobre el mito, más que es insoslayable a la cultura y que fertiliza cada vez que esa cultura se sacude o se innova o reconstruye. Perón y Evita seguirán siendo sujetos de la mirada del arte. Centrípetos y centrífugos dejan al margen otros protagonismos carentes de ese sustrato carismático, mágico, simbólico que ellos detentan. No a solas sino con el pueblo. Cuando uno ve últimamente en los palcos y barricadas políticas a candidatos y jefes de distintos partidos opositores, y se desafía al juego intelectual de proyectarlos a mitos, se reconoce impotente. No hay caso. No se puede hacer fuego con agua. No se puede hacer historia con chismes. Uno no se imagina a De Narváez ni a Ricardo Alfonsín integrando la leyenda; a Duhalde menos. Y ni siquiera a Hermes Binner, el más nombrado últimamente. A éste le pasa como a esos actores que a medida que desde el margen se acercan al centro, más desacompasados van quedando. El margen amparaba a Binner del protagonismo. Y hoy cuanto más al palco se sube más terrestre y antilegendario desciende. Se lo vio en esa perspectiva de tamaño al lado de Cristina. Es que a partir del kirchnerismo es más difícil que antes. Entrar en competencia hoy luce, para los opositores, tan desigual que el voto se ha puesto monótono. La K cambió el abecedario. Hizo mito a una letra. Y está en trance de entrar en la leyenda el nombre del que la impuso en la política. La mediocridad no es fértil y lo que más abunda.
No es para todos la bota de presidente.
Mucho menos lo es la bota de siete leguas del mito.


Por Orlando Barone . Para Agencia de Noticias Télam