¿Por el 51 por ciento, por el 56 o por el 60? Deseos y sondeos, indicios y pronósticos se plantean y baten en las vísperas. Es un buen entretenimiento y no le hace daño a nadie. Porque a los que podrían desalentarse no les queda más espacio en el estado de ánimo para “desanima” su desaliento.
Estos días previos a las elecciones presidenciales del 23 de octubre, se especulan distintos y amplios porcentajes favorables al Frente para la Victoria. ¿Y si fueran menos? Qué se yo, un 49, un 47 por ciento. ¿Sería malo acaso? ¿Y si la diferencia con el segundo fuera menor al 30 por ciento, digamos un 25, o un 24? Pues nada, como diría un español de ahora. Nadita, diría un mejicano. ¿Y un argentino? Bueno, no diría nada que ya no dijera antes. Pero una vez con los resultados en escena – boca de urna, extraoficial, oficial y legal- el argentino volvería a decir que se dio lo que se esperaba. La lógica. Es lo que surge del semblanteo socio político de este último tiempo. El simple olisquear de los aires que nos circundan. Sinf, snif, y se huele el voto. Hay exagerados que olisquean que hasta los opositores desenfrenados, los que aún quedan expuestos como caricaturas, a escondidas van a votar al oficialismo. Y eso que apestan el olisqueo algunas sombras y borrascas con nombres propios; esos que los pequeños grandes medios y sus pequeños grandes periodistas amplificaron como si fuera el fin del mundo. Siempre encuentran algún nuevo demonizado oficialista. Cabría preguntarse cómo tantos demonios logran un gobierno bueno. Y aprobado mayoritariamente.
Sigamos con el pronóstico. ¿Pero y si el domingo 23, inesperadamente, caprichosamente, qué se yo, se redujesen las cifras y porcentajes de diferencia de las primarias? ¿Si el segundo llega a menos de veinte y dieciocho puntos? Imagínese al premio consuelo bailando en el palco del bunker. Bueno, es que del otro lado hay algo y no necesariamente nada. Algo, “alguito”, un retazo, una triza, un remedo. ¿O no son “alguiénes” los otros candidatos? Son seres no enseres. Y son políticos, no comediantes. No ofendo a los comediantes que hacen reír y llorar en serio. Por eso corrijo y agrego estos dos adjetivos: “malos, falsos”. Comediantes malos y falsos. Impostores de comediantes. Que se delatan ridículamente en sus propagandas de campaña, actuando como aspirantes a no poder volver del ridículo. Se me ocurre que hay hormiguitas que ya ni siquiera podrán aspirar a ser larvas. Y tampoco a reencontrar la política.
Deberían saber, entender- esos impostores de comediantes- que la presidenta, por más grande que sea, por más que se vaya agrandando, y por más que la sociedad, el pueblo, le ponga aún más virtudes y dones justificados o endulzados que la súper agrandan, no va a sacar el 100% de los votos. Y ni siquiera el 90. Esto último podría pasar excepcionalmente en alguna pequeña población del norte. O de la extrema Patagonia. Por ejemplo conseguir un 89,7 por ciento contra casi nada de los otros teniendo en cuenta abstenciones y votos en blanco. Porque únicamente a un fanático afiebrado-haber los hay- se le ocurriría pronosticar estas cifras caudalosas en todo el territorio. No es necesario que el Frente para la Victoria ingrese al Libro Guinness de récords. Ya ingresó al libro de la historia política. Y por más que Adrián Paenza diseñe y pergeñe alguna de sus elucubraciones matemáticas y le pusiera el entusiasmo oficialista de Tecnópolis, su racionalidad le impediría hacer que el Frente para la Victoria obtenga un 90 %. Por eso un cien por ciento de los votos, aunque fuera limpiamente democrático, sería visto como dictadura.
Sin duda serán menos. Menos del cien por ciento. Me atrevería a asegurarlo. El número que sea es suficiente. Como se ve, este no es un gobierno hegemónico. La sociedad es la que elige el mismo gusto. ¡Qué se le va a hacer ¡ En estos tiempos es hegemónicamente kirchnerista, cristinista y peronista.
Por Orlando Barone(Agencia de Noticias Télam)