jueves, 21 de junio de 2018

Día del padre

Celebramos el día del padre para honrar la paternidad. Cada familia celebrara este día de acuerdo a sus posibilidades y cada padre vivirá esta celebración de acuerdo a la influencia en la vida de sus hijos. Para muchos, la distancia será obstáculo para el abrazo, pero es ahí donde la tecnología acercará a padres e hijos con los saludos, ¡Viva por los MSN, el WhatsApp, Skype y el no menos célebre teléfono fijo! Yo, como tantos otros, mandaré un beso al cielo junto a mi eterno agradecimiento, mi viejo me dejó la herencia más fastuosa, poder recordarlo con orgullo. Amo ser la hija de…
Para mis hijas, esta será una celebración muy especial. Compartir este día con el padre significa la necesidad de retribuir desde el amor y de alguna forma, también simboliza el principio de un adiós. Significa expresar agradecimiento a quien les dio la vida y las ayudo a crecer, las dejó elegir, les permitió equivocarse, las abrazó cuando necesitaron consuelo y cuando consiguieron logros, y aunque muchas veces no estuviera de acuerdo supo guiarlas, sin gritos, sin insultos, con respeto. Fue generoso, con su amor y con su tiempo. Llega un momento en nuestras vidas, dónde las edades se acumulan y el orden natural no tiene sentido: es cuando el hijo se convierte en padre y el padre se convierte en hijo. Esta etapa transitan hoy, unidas y apoyándose mutuamente. Muchas horas de consultas médicas, muchos días de hospital y de esperas en la antesala de terapia intensiva, muchos kilómetros de idas y vueltas, porque a la desgracia de una enfermedad, se le suma la carencia de asistencia médica acorde a la patología, en el nosocomio de localidad. A pesar de que ya son muchos los días, nunca las he oído quejarse. Pero si las veo hacer y es ahí donde mi orgullo de madre rebasa todos los límites. El geriátrico o una persona al servicio, nunca fue la primera opción, a pesar de que el padre cuenta con una muy buena jubilación y está en condiciones de costear ambas cosas. Creo que el mejor regalo cómo padre que le han podido dar es la presencia de ellas en este momento y no por obligación o por compromiso, por AMOR. Es notable ese amor, se pone de manifiesto en cada mínima atención. Cuando lo cambian, lo bañan, le acarician las manos y los pies mientras le ponen crema, cuando le hablan y le cuentan cosas cotidianas mientras le dan los alimentos, cuando le dan los medicamentos en tiempo y forma, cuando se sientan a su lado y le leen las noticias sobre sus deportes preferidos, sin prisas, con dulzura y paciencia.
Cómo madre, estoy acompañándolas en lo que más puedo. Y no dejo de asombrarme, por la manera de proceder de ambas. Todo esto me ha llevado a comprobar de manera fehaciente que de nada valen los títulos que se pueden conseguir en la vida, ni todos los bienes materiales, ni una abultada cuenta bancaria, ni todo el poder adquisitivo, nada cuenta, nada supera el amor que fuiste capaz de dar. El AMOR, no tiene precio. Se consigue mediante trueque, “dar para recibir”. El ejemplo, también juega un papel preponderante en nuestras vidas. Seguramente ellas recibirán lo mismo de sus hijos, porque los chicos miran y copian. Y están todos ellos viendo a diario a sus madres en los cuidados para con el abuelo. Benditas sean!
¡Feliz el hijo que tiene un padre a quien amar, admirar y honrar!
¡Feliz el padre que supo dar y hoy puede recibir respeto y amor incondicional!

martes, 14 de junio de 2016

Las notitas de la abuela Olvido

Mi abuela Olvido, rara vez salía más allá del patio de su casa. Sus salidas eran a casa sus cuñados, que quedaban apenas a 3 o 4 cuadras y en ocasión de algún acontecimiento familiar o a misa para algún aniversario o cementerio los domingos. Hasta que el tío Ricardo, el marido de su hija menor, compró un televisor que también, disfrutamos todos los de la familia, por mucho tiempo. Cada día después de cenar, se iba a la casa de su hija, que quedaba al lado de la suya, a ver un nuevo capítulo de la novela, que por esos tiempos estaba en pleno auge, “La caldera del diablo”. Aunque los chicos del barrio, ya disfrutábamos desde un tiempo antes de esa caja cuadrada y mágica, gracias al almacenero de la cuadra, el “gringo” Marckotic, cómo lo llamaban entre vecinos, era oriundo de Croacia, trabajaba de albañil y había venido a vivir al barrio con su familia, su esposa y sus cinco hijos. Evidentemente Don Marckotic, que venía dejando atrás la tierra que lo vio nacer, por causa de la miseria que azotaba a gran parte de Europa, supo aprovechar el trabajo y todo lo que le ofrecía este país y en un tiempo prudencial levanto su casa y hasta un local dónde instalaron un almacén que era atendido por su señora y sus hijas. En ese mismo almacén, situó en lo alto de una vitrina de vidrio, dónde se exhibía la mercadería más cara, el primer televisor que vieron los vecinos del barrio, entre ellos mis primos, hermanos y yo. La transmisión comenzaba a las 18 has., con la señal de ajuste. Salíamos de la escuela dónde hicimos la primaria, a las 17 horas y caminábamos rapidito las cinco cuadras que separaban la escuela de la casa. Apurados, también tomábamos la merienda, para ir al almacén, dónde el dueño, con mucha generosidad, ponía los esqueletos de vino vacíos dados vuelta y en fila para que todos tengamos dónde sentarnos. No importaba si eran incómodos y nos dejaban la cola dolorida, porque bien valía la pena. Cada día el justiciero Cisco Kid y su caballo blanco nos maravillaba con su astucia para combatir a los malvados, cuando el capítulo diario llegaba a su fin, el gringo apagaba el tv para que se entendiera que era la hora de ir cada uno a su casa. Solíamos irnos siempre con ganas de más, lamentando no poder ver la serie que continuaba, ya que la transmisión duraba hasta las 24 horas. En las propagandas, veíamos los adelantos de Lassie, El Fugitivo, Bonanza y otras tantas series más, pero había que conformarse. Cuando los tíos Ricardo y Coca compraron el “Zenith”, mis primos, hermanos y yo, pudimos disfrutar de las demás series, eso sí, solo en los días fríos del año, porque en verano, eran mucho más atractivos los juegos compartidos al aire libre con los amigos del barrio. Solíamos juntarnos en el descampado que había en el centro de la manzana, dónde daban los fondos de la mayoría de las casas. Y ahí, sin más recursos que el ingenio, disfrutábamos a gusto de los juegos clásicos, mancha, escondida, saltar la soga, ladrón y policía o algún que otro inventado. Cuando fuimos más grandes y terminamos la primaria, ya la mayoría contaba con un televisor en su casa, salvo mi abuela que no podía costear semejante lujo, no contaba con pensión, ni jubilación alguna. Y ella sola debía hacerse cargo de los gastos de la casa, impuestos (luz, gas, agua), cuota del Banco hipotecario, que les había ayudado a construir la casa y además la comida y vestimenta de ella y mía. Y todo lo cubría con su trabajo de lavado y planchado, con el alquiler de una habitación y dos o tres pensionistas que tenía y a los que proveía de almuerzo y cena. Comidas servidas en riguroso horario 12hs y 20 horas. Después de dejar en orden la cocina, la abuela se iba cada noche, de lunes a viernes, a la casa su hija a mirar la novela. Cerraba su casa con llave y dejaba siempre una luz encendida, sus hijos y todos sus nietos, sabíamos de esta costumbre y también el lugar dónde la abuela dejaba la llave, por si alguno tenía la necesidad de entrar a la casa, durante su ausencia. Yo, volvía del colegio Domingo Sabio, dónde cursaba estudios, pasadas las 22 has., y más de una vez al entrar a la casa, encontré un papel sobre la mesa con notas manuscritas por la abuela, dirigidas a mí, o a alguno de mis primos. “En el horno hay comida, beso”, “Si vienen a buscar la ropa esta lista en la pieza, beso”, “Si volves a salir, cerra con llave, beso”, “No dejes el gas prendido, si te vas a dormir, beso”… Recuerdo sus notitas y me lleno de ternura. Ella, solo se iba por apenas una hora y a pocos metros de distancia, pero no dejaba de preocuparse por nosotros. Esas notitas eran un mimo más, entre los tantos a los que nos tenía acostumbrados. Yo también, alguna vez recurrí a las notitas, quizás de manera inconsciente, imitaba a mi abuela. Solía escribir mensajes y los escondía en los lugares más diversos, pero dónde yo sabía que el destinatario los encontraría tarde o temprano y sabría así de mi amor y mi agradecimiento por alguna actitud para conmigo o que me iba extrañando a la persona y el lugar. Clik. Me ilusionaba pensando en la sorpresa o la alegría que iban a generar estos mensajitos. Era una manera de estar presente, con un mimo, más allá de la distancia. Casi sin darme cuenta, esta herencia de la abuela, la traslade a mis hijas, les enseñé que para escribir, desear y decir cosas lindas, no hacía falta una tarjeta costosa, que escritas en un papel común, pero con mucho amor, cumplían el mismo objetivo. Aún hoy conservo notitas de ellas escritas para mí o para su padre. Me di cuenta de ello, hace unos días, cuando buscaba un papel que necesitaba y dentro de la caja había un folio con todos estos tesoros. Con el tiempo, dejamos de ir a lo del gringo a ver tv. Dejamos el barrio. Con el tiempo, ya no hubo más necesidad de escribir notitas para dejar sobre la mesa. Con el tiempo, dejamos de escribir y mandar cartas. Pero el tiempo, no cambia la esencia. Y cómo dice el dicho, “Lo que se hereda no se roba”. Y cómo decía mi abuela: “Cosecharás tu siembra” Prueba de ello, es el mensajito que me despertó días pasados. Mi nieta Almita, escribía y me decía mediante un mensaje de texto ( whatsapp) “ Yo te quiero”.

miércoles, 4 de enero de 2012

Hasta siempre Ventuchis!!!




Internet me dió la oportunidad de conocer mucha gente, con las que he compartido por años correos, charlas y hasta reuniones para conocernos. Entre ellos estaba Andrés, "Ventuchis" , un Asturiano de 77 años, tan lindo de Alma, cómo su tierra. Y por ser de allá, de la tierra de mi abuela Olvido, senti por él un cariño especial, supo escucharme, enseñarme y acompañarme en muchos momentos buenos y malos, con su gran sabiduría y con su respeto de hombre de bien.La vida me dió la oportunidad de conocerlo personalmente, no hace mucho en Madrid y desde entonces, llevo colcago a mi cuello el triskel que me regalo. Dejo de existir fisicamente, pero vivirá en mi corazón por siempre. Que descanses en paz mi querido Vento. ¡Te quiero y te admiro mucho!

martes, 3 de enero de 2012

AÑO NUEVO... VIDA NUEVA...


AÑO NUEVO, VIDA NUEVA…
Voy a comenzar el año confesando algo que me esta sucediendo y que no puedo reprimir más.
Sé que esta confesión no va a caer muy bien en algunas personas de mi entorno, especialmente hijas y nietos, que son quienes más me preocupan, pero deberán entender y aceptar.
Les pido mil disculpas si esto les provoca dolor, aclaro que no es mi intención hacer sufrir a nadie y les aseguro que hice lo imposible para No llegar a esta instancia, pero uno propone, Dios dispone y las redes sociales hacen el resto, fue así que conocí al tano.
Enfrente una lucha interna, ardua y en soledad hasta llegar a esta situación.
Me resistí, mientras pude y hasta me negué a mi misma, lo que me estaba pasando.
Pero al final, pudo más el constante empeño que puso él, para llegar a persuadirme de que no se puede luchar contra la corriente. Que hay que dejar que fluya lo que uno siente y vivirlo lo mejor posible. Eso si, con dignidad.
Admito que logró su cometido, que me cautivo, casi sin darme cuenta. Cómo buen seductor, se tomó su tiempo, no me acechó de manera impetuosa, fue despacio, pero constante y firme.
Y me conquistó de tal manera, que me modifica todos los sentidos. Me seduce a tal punto, que por momentos me olvido de todo.
Su presencia, esta a mi lado, dónde quiera que yo este, haciéndome sentir cómo una adolescente transitando por transformaciones endocrinas y morfológicas y variabilidad de estados de ánimos.
Tan pronto me fastidio, o enfado, o padezco miedos, cómo agrado, euforia o coraje enfrentando prejuicios. ¡Un sin fin de sensaciones!. Me nubla la vista, me ciega, me deja sin aliento, me marea, me agita, me perturba, me acalora, me desvela.
Me resulta ya muy difícil de ocultar todo esto, así que en un acto de valentía reconozco públicamente que estoy, cómo se suele decir,
“hasta los huesos” con el tano. ¡FRANCO DETERIORO!, ¡es el dueño del resto de mi vida! .

sábado, 28 de mayo de 2011

El sol del 25 viene asomando....







Este 25 de Mayo, pasó por mi vida, sin pena ni gloria. Me preocupa.
Durante mi infancia y hasta los primeros años de mi adolescencia, los preparativos del 25 de Mayo, tanto en casa, cómo en la escuela, le daban a la fecha la importancia que se merece.
No hablo de mi primer año escolar, porque en él, todavía no tenía noción de cómo se iban a suceder los acontecimientos, pero a partir de ese primer acto y durante todos los años venideros hasta terminar la escuela, esperé la fecha con mucha expectativa y nervios por saber si me iban a convocar o no, ya sea para recitar, cantar o bailar. Me gustaba participar y gracias a mis dones de “artista” o a mi poca vergüenza, siempre conseguí subir al escenario de la escuela. Mi participación en el coro fue constante, así que mi presencia en todo acto estaba asegurada. Pero yo, además aspiraba a un protagónico ¡siempre! Y no solo, porque gracias a los ensayos, que se hacían cómo mínimo dos semanas antes, me salvaba de la última hora de clase, también porque me atraían los aplausos. En los últimos años de escuela, ponía mucho esmero en hacer la composición literaria, alusiva a la fecha, porque era costumbre que se eligiera la mejor y que cómo premio su autor la leyera en el acto. La competencia era ardua, entonces era necesario estar informado y saber sobre el tema. Aunque por esos tiempos, la gran mayoría del alumnado, por voluntad propia o presionado por el entorno, se sabía las lecciones a rajatabla. Era una vergüenza, ser el “burro” de la clase y daba prestigio saber. En la escuela se aprendía y en la casa se reforzaba el aprendizaje con ayuda del aporte verbal de los padres y el manual. ¡Sobrevivíamos sin internet!
“El saber, no ocupaba lugar” Recuerdo que los actos se realizaban el día exacto, ni antes, ni después. Siempre de mañana y con toda la comunidad educativa presente, turno mañana y tarde. La puntualidad era prioridad y la pulcritud de la vestimenta no le restaba méritos. La escarapela, no podía faltar, prendida a la altura del pecho y sobre un guardapolvo tan impecable y tan blanco, cómo las cintas o vinchas en el cabello bien peinado, los guantes y las medias. Y ni hablar del calzado, que de tan bien lustrado, parecía nuevo. No era para menos, era el día de ¡LA PATRIA! La entrada de la bandera de ceremonias, se aplaudía con devoción, el izamiento de la bandera del mástil interno se presenciaba en silencio y el himno, se escuchaba y se cantaba con respeto. Y después, nos gustara o no, lo que hacían los compañeros, para conmemorar la fecha arriba del escenario, se le prestaba atención, algunas veces, con el refuerzo de la maestra, que censuraba con su mirada, siempre atenta, cualquier desconcentración. Finalizado el acto, siempre en fila y siguiendo un orden, nos dirigíamos cantando a la puerta de salida, dónde las porteras y maestras repartían una golosina o una factura. De ahí, partían luego, abanderados y escoltas, junto a los directivos y maestros hasta dónde se realizaba el desfile, generalmente en la calle céntrica de la ciudad. Yo, no tuve jamás ese honor. Mis méritos, solo alcanzaron para lucir los trajes que confeccionaba mi abuela, que más que modista era maga, para seguir el patrón del personaje que me tocaba representar y lograrlo con tela reciclada, de ropa en desuso. Pero si, tuve la suerte de ser miembro de una familia numerosa, además de predispuesta, así que al llegar a casa, después de la escuela, siempre había un pariente que iba a presenciar el desfile y allá iba yo, sin que el frío, que por esa época se hace sentir acá en el sur, merme las manifestaciones de júbilo, agitando la banderita o aplaudiendo el paso firme de los militares y civiles que avanzaban por la calle, al compás de los acordes de marchas, que fluían de los altoparlantes adosados a los postes de luz. Todo esto, siempre y cuando no tenía la suerte de estar cerca del palco oficial, desde dónde presenciaban todo las máximas autoridades de la ciudad, teniendo el privilegio de escuchar y ver a la banda musical frente a ellos. Era exactamente al costado del palco mi lugar preferido, me encantaba ver y oír la banda de cerca. La finalización del desfile, siempre ocurría cerca de las 13 hs., así que llegábamos a casa ávidos de comida. Y ahí estaban mi padre o alguno de mis tíos, haciéndose cargo de que el asado salga a punto. Y mi abuela, procurando que todo tenga el exquisito gusto de la comida casera. Ese todo, eran las ensaladas diversas y las empanadas que acompañaban al asado. Los comensales eran muchos y de gustos variados y ella trataba de complacer a todos sus hijos, nueras, yernos y nietos. Raramente, faltaba alguno, por el contrario, siempre había algún invitado extra. Después del almuerzo, se tomaba el “chupe y pase”, que consistía en un té de yuyos, (boldo, paico, cedrón), entre otros, todos mezclados en un jarro de loza grande, con una bombilla dentro, que se pasaba de mano en mano, después de tomar unos sorbos. Ese, era el momento propicio, para que los artistas de la familia hiciéramos despliegue de nuestros dones, unos tocaban los instrumentos, otros cantaban y otros bailaban, todo al compás de música folclórica, por supuesto. A veces, los primos más grandes teníamos permiso para hacer un paseíto, sin alejarnos mucho del barrio y salíamos a caminar y a lucir nuestro atuendo “dominguero”. ¡Ah, sí, sí!, los días de fiesta y los domingos, se usaba la ropa nueva. Que por lo general, no era nueva, se mantenía nueva, porque se usaba lo justo y lo necesario.
La caída de la tarde, nos encontraba a todos reunidos alrededor de la mesa del comedor, jugando a la lotería, a la perinola o al chinchón, obvio que también había merienda con pastelitos, chocolate y el infaltable mate. No tengo noción de lo que ocurriría en otras casas y con otras familias, pero seguramente era algo parecido, porque los chicos del vecindario, solíamos juntarnos en el centro de la manzana o en las veredas a jugar, pero yo, no tengo recuerdo de haber compartido con alguno de ellos esos días patrios.
Después y con tres hijas mujeres que heredaron los aires de artista de su madre, seguí participando, ya sea confeccionando los trajes que lucirían mis hijas, como espectadora, sumando aplausos o colaborando con las maestras en el armado de carteleras o en la decoración del aula.
Pero los años pasan y con ellos cambian las costumbres y las formas, es natural, todo evoluciona. No reniego contra eso, si lo hiciera sería necia. Tampoco quiero pecar por retrógrada. Pero no dejo de asombrarme y de desilusionarme. Porque los días patrios, lejos de integrar, han pasado a ser nada más y nada menos, que la oportunidad para el paseo y si caen en fin de semana, mucho mejor. En el seno familiar, no se celebra. Este año, en mi provincia y en la ciudad donde resido, el 25 de Mayo coincidió con un paro docente, que ya lleva más de un mes. Así que, acto escolar ninguno y conocimientos impartidos a los niños sobre el significado y la importancia de la fecha, menos aún, esto es lo más preocupante. Que la ignorancia nos atrape. Que los derechos de unos, se vean afectados por el justo reclamo de los derechos de los otros. Que el desconcierto abunde y las respuestas escaseen. Que sigan sumándose los días y las aulas vacías…

“Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce, lo que vale, lo que puede y lo que sabe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte, mudar de tiranos, sin destruir la tiranía” M. Moreno

Que el 9 de Julio, nos encuentre unidos, en paz y con mucho fervor patrio.

jueves, 26 de mayo de 2011

Mi nieta Almita me invito a una piyamada


Mi nieta Almita y su mami, llegaron a las 15 hs., a casa. El día anterior me había preguntado, en secreto (al oído) si podíamos ir a visitar a mi amiga Mary, la abuela de Renata. Le dije, que en ese momento no, porque había nieve y hacía frio, pero en cuanto se fuera la nieve, la llevaba.
Esperamos que mami se fuera a casa de una amiga a estudiar y caminamos de la mano las dos cuadras que separan la casa de Mary de la mía. Encontramos a Mary oficiando de abuela, mirando dibujitos animados junto a Renata, que estaba medio decaída, porque durante la noche había tenido vómitos, a causa de unas cuantas golosinas que había comido el día anterior. Almita y Renata, jugaron muy a gusto por unas horas, mientras las abuelas tomamos mate y nos pusimos al día con los acontecimientos del pueblo. Dicho en criollo, chusmeamos. Cuando volvíamos a casa, Almita me dice: Abuela, voy a hacer una piyamada y te voy a invitar. – ¿Si? ¡Qué bueno!, le contesté entusiasmada. Y ella, enseguida se puso a organizarla,
- Podemos comer, milanesas con limón y tomatitos cherry, con gaseosa-
-Me parece perfecto, Almita-
-Pero primero, tenemos que bañarnos y ponernos piyamas y pantuflas, agregó muy segura-
-Muy bien, así lo haremos, le conteste-
- Y después, nos acostamos en tu cama y miramos una peli o dibujitos y comemos postre o helado- A esta altura de la charla, fue cuando me enteré que la piyamada, se iba a realizar en mi casa. Así que, antes de entrar a casa, decidí que sería conveniente cruzar al supermercado Y hacer las compras necesarias para el evento, tal cual lo exigía el menú a gusto de la organizadora.
Cuando la madre la vino a buscar, le dijo: - ¿Me puedo quedar a dormir con la abuela?- La madre, me miró y dijo:- ¿Vos que decís má? ¿Se invitó o la invitaste?-Le respondí muy satisfecha , -Mi nieta, me organizo una piyamada, así que, vas a tener que ir a buscar piyama, pantuflas y cepillo de dientes- La madre marchó a buscar lo enumerado y a “Manchita” la mascota de peluche de Alma, que también estaba invitada a la piyamada. Y yo, me puse a hacer las milanesas. Mientras cenábamos, ante una mesa digna para la ocasión, le serví gaseosa y me pidió: -¿Le sacas el gas con una cucharita, por favor, abuela? Hago gustosa lo que me pide, sin dejar de pensar, asombrada, en la facilidad con que se expresa y se desenvuelve con sus 4 añitos.
-¿Te gusta? Le pregunte- Y me dijo: -Siiiii! ¡Gracias abuela!, me puso “trompa”, para que le dé un beso, mientras acercaba la carita hacia mí y a continuación agregó un –Te amo, abuela- , que me conmovió y lleno los ojos de lágrimas, aunque no es la primera vez que lo me lo dice. Es tan dulce, cómo ocurrente, pero lo que más me llama la atención, es su memoria.
-¿No comes más, Almita? Interrogué-. Pinchó un trozo de carne con el tenedor y ofreciéndomelo, me dijo: -¿Me haces avioncito?-
Yo: -¿Avioncito? ¿y eso?...
Ella: – Sí, cómo cuando era chiquita y no quería comer-
Y... le di el gusto, haciendo uso de mi experiencia de piloto, que estaba archivada, tomé el improvisado avioncito y maniobré de tal manera que subió, bajó y giró, hasta aterrizar con su valiosa carga en la boca de Almita, que la saboreó con sonrisa de ojos, cómplice y pícara. Cuando terminamos de juntar, lavar y guardar todo, nos pusimos los piyamas, nos cepillamos los dientes. No, nos bañamos y nos acostamos, en mi cama, a comer helado y mirar dibujitos. Ahhhhh, también, saltamos sobre la cama y nos sacamos fotos, todoooooo muy,pero muy divertido, a juzgar por la experiencia de la organizadora.
P.D. Consejo: Cuando puedas, disfruta una piyamada. Nada tiene que envidiarle al mejor programa de salida.
Además de aportar diversión a un viernes por la noche, te inyecta ánimo y te predispone para empezar un sábado con una sonrisa de oreja a oreja.
Palabra de abuela.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Ojos que no ven...




A vos, amigo ciber, que no te gusta cuando digo, que hay mucha pobreza
En el país. Y que nadie se ocupa.
Te cuento, viajo seguido a Capital, el departamento donde suelo hospedarme, esta en la calle Lima, el balcón, da para el frente y se ve la 9 de Julio en todo su esplendor y con todas sus miserias. Las autopistas, por esa zona se cruzan en varios sentidos. Debajo de ellas, quedan unos reparos propicios para cobijarse de la lluvia o el calor.
Hace 3 años, cuando fui la primera vez, esos espacios, estaban rodeados de alambre, no se podía acceder a ellos.
De pronto en un viaje, observé que ya el alambre estaba cortado y que alguien se
Había afincado debajo del cemento.
En el viaje siguiente, el alambre, brillaba por su ausencia. Pero en su lugar había cajas, cartones, trapos, un carrito que alguna vez recorrió los pasillos de un supermercado y un pedazo de goma espuma apelmazada que alguna vez lució una cobertura y fue impecable colchón.
Yo, en broma, decía: “Se esta poblando el rioba, tengo vecino nuevo”.
En el viaje anteúltimo, el vecino ya había organizado más el predio,
Además de sus pertenencias antes detalladas, se distinguían unas piedras
tiznadas, que delineaban el espacio para el fogón, sobre uno de los pilares de la autopista y dónde el fuego se encendía a la hora del descanso, y el mate, era
compartido con algún que otro acompañante ocasional.
Y frente a este, dónde el espacio entre autopista y suelo se achica, se encontraba
Todo lo que recolectado por ahí, servía para apoyar el cuerpo, protegerse y dormir.
En ese mismo viaje, un sábado a la madrugada, me despertaron los gritos
Que provenían de la calle, tipo 4 de la mañana.
Y… soy mujer… y además chusma, me asomé al balcón y me quedé un buen rato
Contemplando los sucesos.
El predio estaba más concurrido, mi vecino tenía invitados. Hablaban fuerte,
Se reían, mientras pasaban de mano en mano, un recipiente del cual bebían, no puedo decir exactamente que, pero no es muy difícil de imaginar. También se dejaba ver en la oscuridad y cada tanto, la chispita que se encendía en los puchos.
Pasaron unos minutos y veo que sale de entre ellos, una mujer y cruza la avenida hasta el espacio verde que queda justo en medio de la 9 de Julio. Se sienta en el borde de la acera que limita el concreto y el césped. Con una mano apoyada en el mentón moviendo la cabeza para uno y otro lado, mirando cómo indiferente el paso de los vehículos. No pasó mucho tiempo, que veo cruzar a otro de los invitados de mi vecino, con un cartón grande en la mano. Llegó hasta la mujer, ella se paró, se abrazaron y se fueron unos metros más allá, debajo de una palmera. Extendieron el cartón, ella se recostó, él tipo se montó sobre ella y así, sin más vueltas dieron rienda suelta a sus instintos sexuales, tan despreocupados, sin importarles nada que alguien pudiera verlos y sin que el ruido que provocan los autos en marcha, los bocinazos, las luces, los desconcentrara en absoluto.
Retorne al sueño interrumpido y a las horas, cuando me levanté, ya con el sol a pleno, saqué unas fotos, las que adjunto.
La parejita ya no estaba, pero el cartón quedó de prueba. Y a mi vecino se le habían sumado metros más allá, unos compañeros circunstanciales de morada. (Ver foto).
El último viaje, el vecino ya tenía organizado una especie de inquilinato. Los carritos, que ya eran más de tres, contaban con lugar de estacionamiento y los colchones sin funda, también se multiplicaron. El fogón, estaba rodeado con cajones a modo de bancos. Y los individuos interactuando, iban y venían, arrastrando sus carencias. En la otra esquina, debajo de un palo borracho, a pasos de canal trece, un nuevo vecino, se estaba instalando. La última vez que lo vi, después de barrer un poco, tomaba mate a la sombra del árbol, calle por medio de los otros. Me parece que no tenía intención de mezclar “hacienda” con los vecinos cercanos.
Pasando la calle San Juan, hay un puente para cruzar toda la 9 de Julio, esta frente a la puerta de Artear y detrás de la capilla que da a la plaza de Constitución. A mitad de dicho puente, te podes parar, mirar para abajo y ver que bajo el cobijo de el cemento de unos de los carriles que sale a provincia, viven dos familias completitas, madre, padre, hijos (de varias edades) y demás parientes.
A quienes en varias ocasiones y por los críos, les he alcanzado pan, fruta o leche.
¿Dónde estaban antes?, no sé. ¿Dónde están?, cómo preguntas en tu mail, ahí dónde te cuento, a poco de El Honorable Congreso, la casa Rosada y demás entes gubernamentales.
A la vista de todo él que lo quiera ver. Están y día a día se multiplican.
Y que no me vengan que es porque la zona es propicia, porque en puerto madero
También hay gente revolviendo basureros o durmiendo en la calle, Once y Congreso ni hablar, todo barrio que he recorrido, Tiene más de lo mismo.
Alguien me dijo, que estas personas son aquellas que venían desde la provincia
En el tren de los cartoneros. Iban y venían a diario.
Pero que ahora, a falta de, tienen que acomodarse cómo mejor puedan. Viven de lo
Que recogen en la basura y pueda ser vendido. Principalmente cartón. Y es mas factible encontrarlo en Capital, seguramente que si tiene casa queda lejos y el ir y venir en medios de transporte no es redituable y de otra manera imposible.
No todos cuentan con tracción a sangre y carro.
Pero si todos ellos, acarrean el desinterés de los que los vemos y la negación
A creer que existen, porque estamos lejos.
Y ojos que no ven…