Los niños pueden parecerse, en cierto modo, a prisioneros inocentes que han sido condenados, no a la muerte, sino a la vida, sin haber tenido aún noticia del contenido de su sentencia.
Arthur Schopenhauer. Parerga y paralipomena.
Veo a un niño.
Está tumbado en la cama. Jugando a la consola. La televisión obedece sus órdenes devolviéndole una serie de imágenes coloreadas que le bombardean. Avanza entre los peligros. Los sortea.
Veo como, nervioso, se mordisquea el labio inferior, algo pelado ya. Probablemente se haga una pequeña herida.
Veo su pelo revuelto.
La mirada fascinada fija en la pantalla. Los dedos realizando frenéticas combinaciones en el mando: Bloqueo, atrás, abajo, adelante, abajo, puñetazo alto. Uno menos, muerto electrocutado.
No se entera de gran cosa respecto al funcionamiento del mundo y la gente, pero como todos los niños cree saber mucho. Su sabiduría es inocente, producto de la ignorancia.
Sabiduría ignorante.
Veo cierta pureza marchitarse.
El chico se llama Daniel. Pero, como es un niño, le llamaremos Dani. A él no le gustan los diminutivos, se siente demasiado pequeño para que lo empequeñezcan. En su sabiduría ignorante quiere crecer rápido. Cuando sea algo más listo querrá no haber crecido. Y se equivocará igual que ahora porque, en realidad no hay nada que merezca la pena ser querido, ni hay paso del tiempo en ningún sentido, ni nada que aprender u olvidar, ni tu ni yo ni él.
Y fuera del tiempo siempre es tarde.
Una voz surge del pasillo, una voz rota por la lucha sin cuartel, por un no esperar de la esperanza ya nada.
- ¡Dani, es Mario!
- ¡Ya voy mamá!
Dani se levanta de un salto, apaga la consola y la tele y se acerca a la puerta de la habitación. Observa el pasillo e intenta ver con los oídos. Escucha a su madre en la cocina, atareada en la limpieza de una olla, intentando sacar brillo, las cosas de la casa han de estar limpias. No hay peligro. Sigilosamente coge la bolsa de plástico que ha escondido bajo la cama y la mete en su mochila, la cubre por encima con un par de comics por si surge un imprevisto, es un secreto entre spiderman y el. Se echa la mochila al hombro y sale de la habitación rumbo al mundo exterior. Con decisión. Con inocencia.
Su madre le detiene al pasar por la cocina.
- Toma, llévate esto por si te entra hambre.
Le da unas galletas untadas en mantequilla envueltas en papel de aluminio.
- No llegues muy tarde, va a venir Javier a cenar.
- Jooooo...
- No lloriquees.
- No me gusta Javier, tiene los dientes podridos.
- Es verdad, por eso tienes tú que cepillártelos todos los días.
- Y grita mucho, y huele mal.
- Ya, pero mamá tiene que hablar con el de cosas importantes.
- Joooo...
- Venga que está Mario esperándote abajo.
- Adiós.
- Pórtate bien, y ten cuidado.
- Siiiii.
- Te quiero.
- ........
Dani sale de casa y cierra la puerta. Su madre mira un rato la puerta cerrada, se queda bloqueada mirando la madera, tiene ganas de llorar. Luego vuelve a la cocina.
Mario está en la puerta del portal con Vicente. Mario es su mejor amigo en este momento, pasan todas las tardes juntos, la mayor parte del tiempo jugando al fútbol. Mario es muy bueno, seguramente llegará a profesional, además es carismático y tiene espíritu de liderazgo, y lo mejor es que tiene todo eso sin alardear de ello. Se complementa bien con Dani y su carácter más retraído pero también calculador. Vicente es una nueva incorporación con la que Dani no está muy de acuerdo. Es un chico gordo y torpe pero buena gente. Ahí están, Mario da patadas al balón oficial de la selección de fútbol, aquella que le hizo soñar en el último mundial, que le hace soñar a diario. Un sueño madurado a patadas. Dani sale y saluda.
- Hola.
- Ya era hora, ¿lo has traído?
- Si, está en la mochila, ¿y vosotros?
Mario hace un gesto con la cabeza hacia Vicente, este levanta una bolsa de plástico y sonríe orgulloso.
- ¿Dónde vamos Mario, donde la última vez?
- No, nos pueden estar esperando, mejor a otra parte, podemos ir a la zona del polideportivo, y hay que coger periódicos.
- ¿No tenéis periódicos?
- No, tenía que traerlos Vicente pero se le ha olvidado.
- Vicente, tenías que traer los periódicos.
- Lo siento, se me olvidó.
- Mierda, eres tonto, siempre igual.
- Lo siento Dani.
- Yo he traído mis cosas y era más difícil, Mario también lo ha traído y era más difícil.
- Se me olvidó.
- Siempre se te olvida todo, todo menos comer puto gordo.
- No te metas con Vicente, ya sabemos como es, yo sabía que no traería nada.
- Como siempre.
- A la que vamos buscamos en los contenedores de papel.
- Venga vámonos ya, no puedo volver muy tarde.
Se ponen en marcha. Mario con su inseparable balón, dando toques y regateando a jugadores imaginarios. Vicente detrás, con su paso lento y simiesco. Dani en el centro, mirando al suelo. El sol sobre sus cabezas. El vacío eterno sobre ellos. Todo un mundo perdido y convulsionándose a su alrededor. Caminan hasta salir de la urbanización. Bajan por la calle y encuentran el primer objetivo.
- Mira, allí hay un contenedor de papel, vete a buscar periódicos Vicente.
- Voy.
Dani observa a Vicente alejarse, puede verle la raja del culo asomando sobre el pantalón y lo odia.
- Vicente es tonto, no sé por qué nos vamos con él.
- A mi me cae bien, no es mala persona.
- Pero parece retrasado.
- Bueno, pero acuérdate
- Ya bueno.
- Es un tío grande y fuerte, te acuerdas de cómo agarró a ese gitano.
- Si, parecía un oso. La verdad es que nos vino bien, pero a veces no le aguanto.
- Pareces enfadado Dani.
- Es por el tío ese, Javier, no me gusta que venga a casa, siempre deja a mi madre rara.
- ¿Rara?
- Si, como tonta y triste, y la hace llorar.
- ¿Qué hace, le pega?
- No sé, se encierran en la habitación. Mi madre no me dice nada, están ahí mucho rato y luego él se va. No sé qué hace pero algo malo. Cuando mi padre salga de la cárcel voy a decirle que le mate, yo le ayudaré.
- Tu padre sí que molaba.
- Mi padre es el mejor, a ver si vuelve.
- Si, me dijo que iba a hacerme una ballesta como la tuya. ¿Cuando viene?
- No sé, mi madre dice que va a tardar. ¡¡Vamos gordo!!
Vicente está zambulléndose en el contenedor de papel, introduce medio cuerpo por la abertura intentado llegar al fondo, los pies le cuelgan, la raja del culo sobresale como nunca, suda y gruñe, finalmente emerge de allí con unos periódicos en la mano, es todo sonrisa, los alza y zarandea mientras se aproxima a sus compañeros con su andar patizambo.
- Ya los tengo.
- ¿Qué pasa, no llegabas?
- No, está casi vacío.
- Pues venga. Entonces Mario, vamos al polideportivo ¿no?
- Si, buscamos algo por allí, en esa zona no hemos estado.
Vuelven a ponerse en marcha. Pasan la rotonda y se meten en el parque. Mario y Dani comienzan a pasarse en balón el uno al otro. Vicente también quiere que se lo pasen, pero le ignoran. Vicente suplica y se acerca al balón. Mario y Dani se ríen de el pasándoselo de uno a otro y haciéndole correr. Atraviesan el parque y suben la cuesta del mercado. Dani saca el paquete de galletas y empieza a comérselas, Vicente no pierde detalle.
- Hey, dame una.
- Son mías.
- Venga, por favor.
- No.
- Jo, solo una, no te pido más.
- Siempre igual, siempre pidiendo, tráete tus galletas.
- Se me ha olvidado coger algo.
- Siempre se te olvida pero luego bien que quieres.
- Venga dame una.
- Estás muy gordo.
- Una y no te pido más.
- Toma, para que te calles ya, pero tráete las tuyas y me das.
- Gracias. Mmmm, con mantequilla.
- Eres un gordo.
- Qué rica, ¿me das otra?
- Te dije solo una.
- Por favor, solo otra más y te dejo en paz, te lo prometo.
- No.
Pasan el mercado y el río y suben la cuesta camino al polideportivo cuya piscina asoma ya en el horizonte. La cuesta es empinada y Vicente se va quedando atrás jadeando. En su interior hay demasiada mantequilla. En cambio Mario es todo energía, pateando el balón y marcando importantes goles imaginarios. Dani se deja regar por el atardecer pensando en su padre y en la raja del culo de Vicente. De repente ve un buen objetivo en la calle de enfrente y se detiene.
- Oye Mario, ahí hay una, ¿qué te parece?
Mario observa y estudia.
- Puffff, no sé.
- Podemos hacerlo ahí.
- Estamos muy cerca del poli, pasa gente, vamos mejor por detrás de la piscina.
- Yo creo que esa está bien.
- Vamos primero a mirar por allí.
- Vale.
Suben un poco más y tuercen a la izquierda. Ahora el camino es llano, Vicente lo agradece. Van bordeando la piscina. Está vacía. Cerrada. No la abrirán hasta verano, no queda mucho ya. Al pasar por el borde no pueden evitar desear que llegue ya el verano para zambullirse en la piscina y acabar las clases. No más madrugones, ni clases, ni ver la cara de doña Manolita todos los días. Coger las bicis y perderse por los descampados de las afueras, las guerras de tomatitos entre barrios, las aventuras. Ojalá llegue ya el verano. Dejan atrás la piscina. Mario observa el horizonte como un cazador y exclama.
- Allí. Esa es la buena.
- ¿Cuál?
- Allí Vicente, ¿no la ves?
- Ah sí.
- ¿Qué dices Dani?
- Si, no está mal.
- Es perfecta, mira, podemos escondernos detrás de esos setos para verlo, es perfecta.
- Si, está genial.
- Ya sabía yo que teníamos que venir por aquí, además no hay edificios, no pasa nadie.
- Pues venga, vamos.
- Vamos.
Se acercan al objetivo, solitario en medio de la calle. Al llegar a su altura lo rodean y lo observan de cerca, juzgándolo desde todos los ángulos. Es justo lo que buscan. Dani y Mario están entusiasmados con el hallazgo y no pueden ocultar su satisfacción que también contagia a Vicente.
- Buah, es de metal, perfecto.
- Y no tiene agujeros como las nuevas, ya verás cómo va a petar.
- Jajajaja, va a ser de las buenas.
- Si, como la que hicimos donde el centro comercial, ¿te acuerdas?
- Ya te digo, como moló, estas papeleras son las mejores.
- Jo, yo no estaba.
- Pues ya verás Vicente, estas papeleras son las mejores para hacerlo.
- Jajajaja.
- ¿Qué hay dentro?
- Bah, poca cosa.
- Pues venga, Vicente trae los periódicos.
Vicente empieza a deshojar los periódicos sin poder reprimir su risilla nerviosa, entusiasmado por lo que se avecina. Mario y Dani van ahuecando la papelera, ellos tienen más práctica y ya saben cómo colocar las cosas. La vacían y vuelven a meter parte del contenido en el interior reservando otro poco para ponerlo encima.
- Vicente, haz bolas con las hojas del periódico y vete pasándomelas, no las aprietes demasiado.
- Vale, jijiji.
- Tú vigila Dani.
- Vale.
Vicente obedece y va pasando las bolas de papel a Mario que las coloca meticulosamente entre la basura. Las coloca con cuidado, como si fueran de porcelana, asegurándose de que están en la mejor posición posible, rehace la obra un par de veces.
- Vale Vicente, ya no me des más. Dani, pásate los botes.
Dani se descuelga su mochila, la apoya en el suelo y descorre la cremallera. Aparta los comics de spiderman que le han servido de camuflaje y agarra la bolsa de plástico, en ella ha guardado cinco botes que ha sustraído de su casa a lo largo de semana y media para no levantar sospechas, son productos que usa su madre, desodorantes, laca, y uno que pone espuma para cabello rizado. Se los pasa a Mario que con la misma delicadeza los va colocando en la papelera, ligeramente separados sin estarlo demasiado, pide a Vicente más bolas de papel que va colocando alrededor, ligeramente apretadas sin estarlo demasiado, el vandalismo es toda una ciencia. Mario se lo toma en serio, le gusta la parafernalia que rodea al acto, le gusta supervisar y controlar, sentirse importante.
- Ahora mi parte, Vicente, pásame mi bolsa.
- Toma.
Mario saca de su bolsa de plástico un bote de gasolina para mecheros. Se la ha jugado bastante para traerlo, es con el que su padre se recarga el zippo, si se da cuenta de que no está le puede caer un buen castigo. Pero lo tiene todo pensado, su padre está todo el día trabajando en el taller y para cuando llegue a casa después de su obligado paso por el bar el bote estará de nuevo en su sitio, silencioso como si nunca se hubiese movido de allí. Abre el tapón y empieza a rociar el interior de la papelera con el chorro, el fuerte olor a gasolina les excita. Miran nerviosos alrededor en busca de ojos acusadores, no hay moros en la costa. Mario sonríe satisfecho admirando la obra.
- Y ahora el toque final.
Cubre la papelera con la basura que habían dejado apartada y echan el resto de papeles de periódico junto con otro chorro de gasolina a modo de guinda. Ya está todo listo para la función. Solo falta una cosa, el verdugo. Mario recuerda que el honor fue suyo la última vez y decide dejar la gloria a otro.
- Bueno, ya está, ¿quién lo prende?
- Yo, yo, dejadme a mí.
- Ni hablar Vicente, me toca a mí.
- Por favor Dani déjame a mí.
- Te he dicho que no, me toca a mí, dame el mechero Mario.
- Aquí está.
- ¿No viene nadie no?
- Todo despejado Dani.
- Jo, quería prenderla yo.
Vicente y Mario se alejan prudencialmente unos cuantos pasos mientras Dani echa el último vistazo alrededor y se agacha. Otra cosa buena de las papeleras antiguas es que tienen una abertura por debajo y hacen que la mezcla arda más rápido y mejor. Dani acciona el mechero que al principio no funciona, se pone nervioso y sigue probando, Mario le espeta desde la distancia.
- Vamos, date prisa.
- Esta mierda no va.
Finalmente aparece la deseada llama. Dani la dirige hacia tres puntos hasta que comienzan a arder. Aparecen las primeras y tímidas columnas de humo. Se levanta y echa a correr, ve a Mario y Vicente que han emprendido la carrera un poco antes que él. Corren como posesos hasta los setos y de un salto se ocultan detrás de ellos, agazapados, apretados entre sí, la camaradería del delincuente, juntos para ver el espectáculo. Sus tres cabezas asoman tras el seto, vigilantes como un cachorro de cancerbero. Mario expectante, serio y silencioso. Dani nervioso porque todo salga bien, por no fallar ni fallarse. Vicente sin poder contener su nerviosa risilla.
- ¿Ha prendido bien?
- Si.
- ¿La encendiste por varios sitios?
- Si, si.
- Jijiji.
- ¿Seguro?
- Que si Mario.
- Mira, ya empieza a salir un poco de humo.
- Ya está, ahí va.
- Jijiji.
El humo comienza a elevarse y crecer ante la impaciente mirada de nuestros tres amigos. La misión se encamina hacia el éxito. El humo se ennegrece y espesa, comienzan a aparecer las llamas. Dani, Vicente y Mario con los ojos fijos y abiertos como platos no quieren parpadear para no perder detalle. Súbitamente Mario repara en un elemento inesperado y, desde luego, no deseado.
- Mierda, viene alguien.
- ¿Dónde?
- Allí.
- Mierda.
Una pareja se aproxima al lugar caminando lentamente, un chico y una chica, mayores que ellos, dando un tranquilo paseo por el parque cogidos de la mano, alejados del bullicio para concentrarse el uno en el otro. Van directos a la papelera. Detrás del seto nuestros chicos no dicen nada, están paralizados, las llamas crecen y se elevan mordiendo ya el exterior de la papelera. La pareja se detiene al llegar a ella y la observan desde una distancia prudencial. Hablan entre ellos. El corazón de Dani late con fuerza, bombeando en su cabeza mientras observa en silencio. El chico extraño toma la decisión de no ignorar lo que ve y realizar una buena acción, se agacha, recoge un puñado de arena con las manos, se acerca y lo arroja sobre la papelera mientras aparta el humo con la mano, dice algo a la chica que se acerca, lleva una botella de agua en la mano que ha sacado de su bolso. El chico se aleja en busca de otro puñado de arena. La chica se acerca, desenrosca la botella y empieza a verter el contenido sobre la papelera. Dentro de esta las llamas abrazan desde hace un rato a los botes que se dilatan. El agua ha llegado tarde, los botes no aguantan más, se rinden y se produce la explosión. Una enorme llamarada asciende a los cielos envuelta en un ruido ensordecedor. Los ojos de Dani, Vicente y Mario observan como el cuerpo de la chica cae hacia atrás a cámara lenta, su cabeza envuelta en llamas como si fuese una gigantesca cerilla. Su acompañante, algo más alejado, cae también, de culo contra el suelo de arena, se incorpora rápido y, a pesar de haber mirado a la chica fijamente a la cara en multitud de ocasiones declarándole su profundo amor, cede a su primer impulso que es correr como una perra pensando que el mundo se le cae encima. Su chica gira y grita tirada en el suelo y se golpea frenética la cabeza, las llamas han desaparecido pero sigue saliendo humo de sus cabellos quemados. El chico vuelve corriendo a su lado. Dani, Vicente y Mario reaccionan al fin y salen despavoridos de allí. Corren como nunca en sus vidas. Mario es el más veloz, Dani le sigue de cerca, solo puede ver la espalda de su compañero deslizándose a toda velocidad. Pasan la piscina y al bajar la cuesta su velocidad aumenta, sortean a la gente y siguen corriendo, ninguno piensa en Vicente que ha tropezado y caído más atrás.
Dani llega finalmente al río y se detiene, ya no puede más, no escucha nada, su cabeza va a estallar, no controla su respiración, se ahoga. Ve a Dani arrodillado en el suelo, jadeando, repta hacia él, no pueden hablarse concentrados en respirar. Mario es el primero que habla.
- ¿Qué ha pasado?
- No lo sé.
- ¿Dónde está Vicente?
- No lo sé.
- Tenemos que irnos de aquí.
- Vámonos, vámonos.
- Mierda, me he dejado el balón.
- Déjalo.
Se incorporan y se alejan por el borde del río en silencio, ya no corren pero caminan deprisa, muy deprisa, miran hacia atrás cada pocos pasos, ni rastro de Vicente, tampoco parece que nadie les siga. Su respiración se va calmando, no así su corazón y sus tripas.
- ¿Crees que nos han visto Dani?
- Imposible, estábamos escondidos.
- ¿Crees que han cogido a Vicente?
- No lo sé.
- Si le cogen nos va a acusar.
- Seguro que estará escondido.
- Mierda, si le cogen nos va a acusar.
- ¿Qué hemos hecho?
- Nada, ha sido culpa de ellos, no debían acercarse.
- Pero la chica...
- Ha sido culpa suya.
- Mierda, nos van a coger.
- No nos van a coger, esto no ha pasado.
- Nos van a coger.
- Escucha Dani, nosotros no hemos estado ahí ¿entiendes?
- Si.
- No va a pasar nada, no volveremos por allí.
- Nos van a coger.
- Nadie nos ha visto.
- ¿Y ahora?
- Yo me voy a casa.
- ¿Te vas?
- Si, tiro por allí, ya nos veremos, adiós Dani.
- Adiós.
Mario se aleja rápidamente. Dani lo observa alejarse hasta que se pierde detrás de un edificio. Vuelve a mirar hacia el otro lado del río intentando ver a Vicente, no lo ve, el mundo sigue a lo suyo, no ha cambiado nada. Da una patada a una piedra y pone rumbo a su casa. Camina despacio, mira al suelo y ve el cuerpo de la chica caer, escucha sus gritos, la ve golpearse la cabeza, mira hacia atrás, no le sigue nadie.
Finalmente llega al portal de casa. Se mira en el espejo de la puerta. Está convencido de tener en su cara todas las marcas de un terrible delito. Se peina con los dedos y llama al timbre. Nadie contesta.
En casa su madre, de rodillas, escucha el timbre y lo ignora, sigue con lo que está haciendo. El timbre suena otra vez, y otra. Ella lo ignora. Cuando suena por cuarta vez decide ver quién es, se saca la polla de la boca y se levanta a abrir.
- ¿Qué pasa Paula?
- Voy a ver, lo mismo es Dani.
- Joder que mierda.
Se limpia la comisura de los labios y sale de la habitación. Javier emite un bufido mientras se la mete en el pantalón, se acerca a la mesa, inclina la cabeza, coge el turulo y aspira con fuerza.
Paula camina por el pasillo en dirección a la puerta, el timbre vuelve a sonar, lo coge.
- ¿Quién es?
- Mamá abre, soy yo.
Presiona el botón y escucha la puerta abrirse. Ella también se peina con los dedos mientras se apoya pesadamente contra la pared. Escucha a su hijo subir por las escaleras. Respira hondo, quita el cerrojo de la puerta y abre.
- Dani, ¿cómo llegas tan pronto?
- Me aburría.
- ¿Que te aburrías, y Mario?
- Se fue a casa.
- Tienes cara rara, ¿habéis discutido?
- No mamá.
- No me mientas.
- Te digo que no.
- A ver, mírame.
Paula se sorbe la nariz. Se agacha y con ambas manos coge la cara de su hijo para dirigir la mirada hacia ella. Ambos infiernos se miran fijamente, ambos tienen los ojos llorosos y el pelo revuelto. A ella le moquea la nariz y tiene las manos frías. El tiene la cara caliente y el labio en carne viva. Ambos saben que algo pasa, que algo no funciona bien en el otro, pueden notar el aura enrarecida. Cubiertos por un barniz de desesperación quieren adivinarlo todo sin hablar. Una voz les saca de su trance.
- ¿Qué pasa Paula, vienes?
- Es Dani.
- Hombre campeón, ¿qué tal te va?
- Hola Javier.
Javier se acerca por el pasillo balanceando su delgado cuerpo y su podrida sonrisa. Su larga melena lisa cayéndole por los hombros. No lleva camiseta y se puede apreciar el tatuaje de Jesucristo en su pecho. Jesucristo mira al cielo y llora por todos nosotros. Paula suelta la mirada de su hijo y se incorpora, prefiere ignorar lo que ha visto y lo que siente. Javier llega a su altura, agarra a Paula por la cintura y pasa una mano por el pelo de Dani alborotándolo.
- ¿Ya has terminado de jugar campeón?
- Si.
- No te apetece bajarte otro ratito, aún es pronto.
- No, no quiero bajar más.
- ¿Seguro?
- No quiero bajar más.
- ¿Qué le pasa?
- Creo que ha discutido con su amigo.
- No he discutido con nadie.
- Bueno, como quieras. Oye cariño, Javier y yo tenemos que hablar de unas cosas, vete a tu cuarto y pon la consola, luego te hago unos perritos calientes para cenar.
- Vale mamá.
Dani se aleja por el pasillo mirando al suelo, va seguido de sus fantasmas. A mitad de camino su madre le llama.
- Dani.
- ¿Si?
- Te quiero.
- .....
Paula y Javier vuelven a la habitación y cierran la puerta. Ella enciende un cigarro con mano temblorosa. Javier se baja el pantalón y se saca la polla.
- Bueno tía, acaba lo que empezaste.
- Ahora no, está el niño.
- Te prometo no hacer ruido.
- Te digo que ahora no.
- No pensaras dejarme así joder, mira como la tengo, mira como palpita, va a explotar joder.
- schh...baja la voz.
- Vamos zorra, trae tu boca hasta aquí.
- No me llames zorra hijo de puta.
- Eh, no me jodas, sino te va a conseguir la coca quien yo te diga.
- Puedo conseguirla de otros.
- Sabes que esta y a este precio no y estás viviendo de venderla, sino búscate un curro legal como todos los pringaos.
- No hay nada.
- Pues ya sabes lo que toca.
- Cabrón.
Dani se tumbó en la cama y se puso a ojear un comic, desistió a causa del ruido. Encendió la tele y la consola. Cogió el mando y escogió al personaje de Raiden. Subió un poco el volumen de la tele con la vana esperanza de borrar de su mente los gritos de aquella chica que ahora además se mezclaban con los gritos que llegaban de la habitación de su madre.
El eco de esas voces se prolongaría durante años, expandiéndose en el espacio y el tiempo como las ondas de una piedra arrojada a un lago. Generaciones de buscadores perdidos hasta llegar a las cuencas vacías de una calavera en la que risa y llanto se mezclan y confunden en la paz del fin del mundo.