sábado, 30 de abril de 2011

La reina de la oportunidad.

Dicen que los niños tienen el don de la oportunidad. Niña Pequeña deja atrás el tópico.

Aún me quedaba un regalo por abrir tras mi pasado cumpleaños. Y Él me decía esta semana que no lo podía envolver, porque era un viaje sorpresa, planeado, parece ser, desde hacía meses; algunas personas estaban implicadas. Todo estaba preparado, hasta la maleta, gris y reluciente, con sus ruedas limpias y listas para partir hoy mismo a mediodía.

Y Niña Pequeña decidió tener fiebre esta mañana.

viernes, 29 de abril de 2011

¿Qué llevas en el bolso?

Espero al autobús que me llevará a casa, el de menos diez. Llego a la parada con unos minutos de adelanto, como siempre; la primavera se ha vuelto a poner escurridiza y ha huído, transformada en tormenta que no puede augurarme nada bueno. Dejo mi mochila fucsia en el suelo; se ha roto de nuevo el tirante izquierdo, por mucho que Él ha intentado poner remedio casero en forma de hilo y aguja rosa, pero no hay remedio: el cuaderno de anillas y el pesado libro de Historia Contemporánea pesa más que la tela fácil.

Me apoyo en el reposa-¿qué? de metal, pues otra vez un agudo dolor punzante de lumbares se ha propuesto que no cumpla -de nuevo- mi propósito de año nuevo (hacer más ejercicio, andar un poco más, moverme, fortalecer los músculos de mi dolorida espalda). La chica del principio de la fila mira hacia un punto cualquiera más allá de la cristalera, tal vez a la pila de maderas desechas y el sucio aceitoso de la calzada. A mi izquierda, otra planea por su teléfono móvil, enfrascada en leer diminutos mensajes de texto; tiene un bolso que emula a mi mochila y su peso, negro, de cuero imitado y un enganche metálico que destella bajo la luz del fluorescente. Adivino lo que tiene dentro: el libro del viaje, inconcluso por ser abierto sólo ahí, la funda de las gafas de sol -como mi vecina, hasta para los días nublados-, una paleta de maquillaje -de ese personalizado que he visto anunciado en otra marquesina- y algo por si acaso.

La muchacha de mi derecha es igual de joven que la otra y luce con disimulado orgullo unos pantalones que no deben de superar la talla 38. Su bolso es más grande que el brazo, la chaqueta, el hombro, la mano entera. Siempre me ha llamado la atención esa combinación casual de delgadez extrema, aspecto juvenil eterno y complementos... Pienso que, seguro, esta debe de llevar, además, las consabidas toallitas de limpieza y hasta un paquete de tabaco...

Van a ser en punto. El autobús anaranjado recula y comienza a estacionar desde la marquesina delantera; las dos chicas rebuscan en sus bolsos los monederos y los abonos para el viaje. Al final de la fila se apresura una pareja joven, él ochentero, ella de las de talla 38. Lleva un minúsculo bolsito blanco fruncido, todo correas al hombro: teléfono móvil, monederito plateado, paletita de maquillaje básica de tonos apagados.

Se abre la puerta del autobús y cojo posiciones desde mi tercer lugar en la fila. El tirante sigue roto, claro, y agarro descuidadamente la mochila, con su libro de Historia Contemporánea dentro. No llevo bolso -aunque me regalan muchos y revienta el armario de la entrada, dice Él con frecuencia- y busco a tientas en el bolsillo de atrás el doblado bono de viajes...

martes, 26 de abril de 2011

Vuelta al cole.

La vuelta al trabajo es apuntar en la listadecosasparahacercuandoacabeloqueestoyhaciendo cuatro cosas más con las que ya no contaba, no perder el juego de llaves más de tres veces en toda la mañana y hacer creer al alumno del fondo que es capaz de llevarme al límite sin jugar en su terreno, mirar de reojo el calendario del despacho -a ver si pasa la hoja él solo y se agotan las semanas-, decirme dos veces que tal vez merezca la pena, creerme con poca convicción que, profe, te prometo que he hecho los deberes, pero me los he dejado en la mesa del salón... Suspirar ante la agenda, contar los post-it que me quedan sin rellenar de tareas urgentes, rebuscar entre los correos electrónicos el número de fax e intentar que no se me olvide contar mentalmente hasta cien al tocar el pestillo de la siguiente clase. Volver a casa y comprobar que la inestable torre de ropa de brillantes arrugas clama por ser planchada en algún momento de la noche, recalentar las sobras de la comida de ayer, apurar el jabón en el estropajo ante dos sartenes y un cazo.

Tal vez me dé tiempo -aún no lo sé- a acercarme a la pastelería de arriba. Mañana es mi santo y habrá que celebrarlo.

lunes, 25 de abril de 2011

Y ahora, un pinchito.

Niña Pequeña -llamo.

- ¿Quéeeee, ma-máaaa? -me contesta tras su casita de muñecas.
- De segundo hoy comerás un pincho de tortilla, ¿vale?

Silencio.

- Pero mamá -protesta-, ¡si a mí no me gusta la tortilla de pincho!


domingo, 24 de abril de 2011

36.

Mamá, felicidades -dice Niña Pequeña-. Papá y yo te vamos a regalar una tarta rosa de fresa, ¿vale?

Sonrío. Prefiero la tarta de manzana. Hoy es mi cumpleaños.

viernes, 22 de abril de 2011

Hoy es Viernes Santo.

Viernes Santo. Hoy es día de entender poco y callar mucho -no como el párroco que me corresponde, que empiezo a pensar aprovecha estos momentos de protagonismo para olvidar que lo de los creyentes es encuentro con Dios, no con el servidor de la parroquia...

Vuelvo a la iglesia a la que me llevaba mi padre de pequeña. La lluvia no ha respetado el Vía Crucis y ha llorado sobre el Cristo de la Salud y su Madre Dolorosa, que se han quedado a las puertas del atrio, por miedo, por daño o porque es Viernes Santo. Me dejo llevar por las losas de granito que pisaron, antes que yo, mis abuelos, bisabuelos, los tatarabuelos que están aquí enterrados; las mismas vigas de madera, las paredes blanqueadas tras el uso, el mismo san Blas presidiendo desde la esquina del arco de piedra central...

Es Viernes Santo y es momento de silencio y contemplar el no comprender y tener que decidir entre creerse ante el sin sentido o no resistirse ante la vida dada...

jueves, 21 de abril de 2011

Menos mal que nos queda el fútbol.

Son las 15:05. Me he retrasado al recoger la cocina; caliento la leche de mi té mientras termino de secar el fregadero -nunca me gustaron las tareas de casa, excepto contemplar mis libros en el salón para elegir cuál será el siguiente. Prefiero la taza blanca y negra, la de manchas que me regaló mi amigo Juancarlos un día de cumpleaños. Por la ventana de la esquina apuntan nubarrones de Semana Santa y lluvia. Enciendo la televisión, paso rápidamente al tercer botón y me preparo para enfrentarme al telediario. Niña Pequeña juega en su cuarto vestida de princesa.

Un trascendental partido de fútbol llena la parrilla de entrada del telediario. En una especie de duelo, los hinchas de cada bando, Real Madrid y Barcelona -no lo sé a ciencia cierta: nunca me gustó el fútbol, deporte de masas de pan y circo- van llegando a no sé qué ciudad para disputarse el honor y la gloria de algo sublime.

Son las 15:10. La hora de los deportes en el telediario suele ser al final, pero hoy la importancia política del balompié deja atrás cualquier otra noticia. Zappeo rápidamente por las otras cadenas. Algo ocurre en Yemen, un joven ha disparado a otro en un colegio de Estados Unidos, hace un año de un terrible vertido en el mar que ya no interesa a nadie. Clic, clic. Vuelvo a mi cadena de siempre. Siguen hablando del partido.

15:20. Es noticia. Como hordas germanas a las puertas de Roma en el s. V, cientos, tal vez miles de hinchas han tomado la ciudad mediterránea del partido -ahora sí: Valencia. Tras horas de viaje soy informada puntualmente: a la hora de la comida todos abandonan sus rivalidades para sentarse a la mesa ante paellas y dulces de la tierra. Vuelvo a zappear, por si ha pasado algo en el planeta que pueda ser digno de mención, alguna noticia secundaria de escaso interés, algo como un expreso etarra huido a Francia tras haber sido soltado de la cárcel por error -no pasa nada, me quedo tranquila, pues el vicepresidente primero del Gobierno me indica casi personalmente que un error lo tiene cualquiera.

Recobro la compostura y busco abrigo bajo la manta de cuadros. 15:25. Para evitar problemas y dar ejemplo de civismo y buenas maneras, la policía ha trazado y protegido las calles por las que los fanáticos de cada equipo de fútbol accederán al campo de juego, terreno de batalla, espacio de lid sin igual. Esta noche sus nombres serán recogidos y esculpidos junto a las estrellas, casi a la par que los de los héroes y dioses griegos. Un japonés ha viajado durante quince horas de avión para degustar y rozar con los dedos la gloria eterna del fútbol. Se paraliza el país.

15:30. La amable presentadora se apiada de mí, el té casi se me queda frío y han pasado más cosas, aunque no lo parezca. En una riada de segundos informativos me entero de que a una atleta, campeona del mundo, le han declarado inocente, un partido político puede ser ilegalizado ante las próximas elecciones autonómicas, llora y llueve sobre las procesiones de Semana Santa y miles de personas se quedan paralizados en la autovía, camino de la playa. La presentadora vomita rápidamente otras noticias de casi interés, cansada de estar de pie ante la cámara. Libia, Estados Unidos, cuatro noticias locales.

15:35. Se cierra el informativo, no sin recordarme que habrá partido de fútbol. Posiblemente las otras cadenas no podrán hacer frente a semejante notición y me veré obligada a convertirme en un paria sobre la Tierra: esta noche me iré antes a mi cama a leer.

miércoles, 20 de abril de 2011

Siempre llueve: es Semana Santa.

Llueve. Es Miércoles Santo y diluvia, como cada Semana Santa desde hace años.

Llueve y se me acumula la tarea encima de la mesa del salón, en forma de pila donde dormita el libro de 3º de ESO y las hojas para programar las clases de las dos próximas semanas, la carpeta con ejercicios, la libreta con la docena de anotaciones de "hay que hacer..." para estos días de vacaciones. Ponerse al día, porque luego el tiempo se acelerará y habrá que hacer más exámenes de recuperación, papeleos burocráticos reclamados con urgencia por la Inspección y reuniones acumuladas para terminar el curso. O familias que no entenderán, tras nueve meses, cómo es posible que su hijo no haya trabajado Sociales, "si es sólo estudiar", me dirán, calculadora en mano, dispuestos a demostrarme que ellos saben, sí, calcular las notas -pues eso, pensaré, si es sólo eso, ¿por qué no estudia?

Es Miércoles Santo y llueve. Previsoramente, ayer quité la ropa del tendedero -aún secaba un poco el sol- y me aventuraba a colocar ropa en la lavadora -cosa de madres, tal vez. En un por si acaso cogí los yogures de Niña Pequeña para los largos días que quedan de cierre vacacional de comercios, aunque me di cuenta tarde de que faltaría pan -integral, marrón, como dice Él.

Es el centro de la Semana Santa, el preámbulo tras los Ramos de la gran fiesta de los que creen. Mañana será otro día, tal vez lloverá, anuncian. Posiblemente, una vez más, los Cielos recuerdan hoy, mañana, ¿pasado?, llorando que el domingo habrá que resucitar...

martes, 19 de abril de 2011

Hoy, manualidades.

Hoy la mañana primaveral se trocaba en anuncio de lluvia. Los niños de vacaciones se aburren, según sus padres y algunos de mis vecinos.

Por eso, para evitar que yo no me pueda aburrir de Niña Pequeña, mientras barruntaban nubes grises por las montañas del fondo de mi balcón, nos dedicamos a hacer manualidades con pinturas, papel de seda, legumbres y pegamento...

lunes, 18 de abril de 2011

A veces hay un baile en el salón.

Es meticuloso en sus acciones y ordenado en herramientas y espacio. Todo sigue un ritmo preestablecido, minucioso, deliberadamente programado.

Revisa la parrilla de la televisión para la noche y señala el programa elegido. Tendrá lugar después de la cena, cuando ya nadie pueda ocupar el espacio y todo quede así invadido por sus utensilios. Sin romper el ritmo, la cesta de mimbre se irá vaciando; las prendas, que guardó preservando sus arrugas, quedarán desmontadas sobre la tabla, sin distinción de tamaños, colores o dueños, colocada en el mismo centro exacto del salón, a medio camino entre la puerta y la ventana. Jerséis, camisetas y chaquetas se irán apilando en exactos montones distribuidos a izquierda y derecha -Él, yo, Niña Pequeña. La para mí tediosa tarea se convierte así en un sincronizado baile de prendas, agua, vapor y plancha: coger, estirar, revisar al aire, alisar sobre la tabla, comprobar calor y agua, estirar y repasar lentamente, doblar, recoger, apilar.

sábado, 16 de abril de 2011

Hoy me doy unos minutos.

No hace frío; se anuncia primavera, aunque en el telediario han dicho que es sólo espejismo de un par de días.

Aún así, me arrebujo en la breve manta de cuadros rojos y blancos, tocando apenas los flecos. Niña Pequeña está jugando en su cuarto, como cada tarde después de comer -sí, vecina: hay que mantener rutinas y horarios, aunque estemos en vacaciones. Él tendrá unos días libres dentro de poco. Así que cojo el mando de la televisión, la cuchara y el yogurt de trozos de pera -mi favorito. Dejo las zapatillas de casa junto a la alfombra y le doy un descanso a mis pies al apoyarlos en su suavidad azul, mientras contemplo con poco interés la noticia de los nueve millones de desplazamientos previstos para esta Semana Santa -es curioso cómo los que me rodean se quejan y envidian de las vacaciones de los profesores... o, más bien, ¡qué cantidad de profesores proliferan en este país, que se van todos de golpe a las playas mediterráneas!

Sí: no hace frío. Dejo la manta sobre las rodillas, los brazos bajo un suave calor que me protege; Niña Pequeña es un rumor al otro lado del pasillo, jugando con sus muñecas a ser mamá. El soniquete escenificado de los presentadores del telediario ondula por el salón. Me recuesto en el sofá y doblo las piernas: la espalda me lo agradece, sobre todo ese punto doloroso. Recoloco la manta sobre mi hombro izquierdo, mientras no suelto el mando del televisor. Apoyo la cabeza en el cojín rojo, también a cuadros, a juego con las cortinas. La presentadora de la televisión avisa de un partido de fútbol mañana, sumamente trascendental, el presidente del Gobierno termina su gira en Asia, el partido de la oposición acorta distancias de cara a las próximas elecciones. Noticias de Japón, Chile, Perú, Libia y algo ocurre en Damasco.

Entra luz rojiza de media tarde por la ventana de la esquina. Niña Pequeña canturrea algo, creo que se despiden los presentadores, el cojín me abraza, me estiro, crujen cuello y rodillas. Cierro los ojos. Sueño que me digo que me voy a dar sólo unos minutos...

miércoles, 13 de abril de 2011

Profesores de excelencia, sí.

Sigo con interés la noticia sobre la implantación del Bachillerato de Excelencia en la Comunidad de Madrid. Tema que anunciaba polémica, ya que sus sesudas señorías no tienen mucho más que hacer que criticar por si acaso, devolviéndose la pelota unos a otros -me pregunto, de paso, si no les importaría asomarse a la vida real y los casi cinco millones de parados del país... Opción esta de centrarnos -por fin- en los alumnos con las mejores calificaciones a nivel general, y no sólo a través del Bachillerato Internacional (que ya se viene aplicando en Madrid desde hace años, y nadie ha dicho nada...).

Leía hoy en el periódico, mientras comía -hoy, judías y pechuga de pollo-, que los profesores de la experiencia piloto serían seleccionados entre quienes lo desearan por una comisión de profesores universitarios designados por Educación. Y aquí es donde se me plantean mis dudas. Presupongo al leer la noticia, mientras mastico lentamente un bocado de filete de pollo, que estos profesores deberán tener unos conocimientos específicos de alto nivel: digamos, por ejemplo, una homologación bilingüe con alto dominio en algún idioma moderno. Me parece bien. Presupongo, además, que esos profesores habrán estudiado sus carreras universitarias y, tal vez, se tengan en cuenta sus notas medias o capacidad demostrada de investigación. Presupongo, al fin, mientras localizo otro bocado de filete, que esos profesores deberían tener experiencia docente demostrada -porque en las universidades, seamos claros, no se enseña a dar clase y donde se aprende es a pie de calle.

Correcto. Estos presupuestos -que me los imagino sin poder confirmar la información, entre bocado y bocado- me parecen de lógica casi aplastante.

Pero los mejores profesores -los de mejores notas, los de buenas investigaciones, los de control idiomático- deben ser para todos los alumnos, no sólo para los mejores. De la misma manera que defiendo, por ahora, esta propuesta de excelencia para dar una oportunidad educativa digna a los alumnos con mejores capacidades, también afirmo que mis mejores profesores no lo fueron por su alta capacidad intelectual.

Presuponía yo entonces, cuando estudiaba en el instituto público de aquí enfrente, según se tuerce a la izquierda, que mis profesores estaban cualificados para darme sus clases. Pero Maite, que sigue dando clase de Historia del Arte aquí enfrente, según se tuerce a la izquierda, me enseñó, sobre todo, que el esfuerzo se premia, y lo hizo desde su notable autoexigencia como docente: sus clases estaban bien preparadas, hiladas, controladas, sabiendo en todo momento sin resquicio de duda cómo comentar una obra u otra. Juan no me enseñó sólo Lengua en el extinto COU, sino también cercanía a la hora de explicarme y simplicidad didáctica en sus resúmenes. Con Santos aprendí la autodisciplina que se imponía para programar cada minuto de su precioso tiempo al darme clase de Latín. Elena me enseñó en sus clases de Literatura que sin leer no se puede vivir. Jerónimo y Pedro, en EGB, me hicieron caer en la cuenta que un profesor dice más con sus actitudes que con la tiza en la mano.

Y, además, con todos ellos tomé apuntes, estudié, preparé mi entrada en la Selectividad. A algunos les debo la paciencia que me falta -porque la experiencia enseña y no llegué a los años suficientes para ello- cuando el alumno ese deja de ser hiperactivo para convertirse en maleducado. Varios de mis compañeros de trabajo son buenos y excelentes profesores, por su dedicación, cercanía y aire de familia: el equilibrio entre el ser presencia y referente y la exigencia que te debo para que aprendas a ser tú mismo.

Y esta excelencia para el Bachillerato excelente, ¿cómo se mide?

Hoy, además, vino Miguel a verme, otro alumno de los luminosos, gritando por dentro para romperse después delante de mí. Quizá por eso esta mañana yo fui, un poquito, una profesora de excelencia.

martes, 12 de abril de 2011

A veces hay regalos...

Ayer una familia me regaló flores en el colegio.
Ayer varias madres -de las que nos ayudan en el colegio para las actividades de la ONG- me felicitaban por mi aniversario.
Ayer otra madre -esa que desayuna leyéndome- me decía: ¡ánimo, Negre!

lunes, 11 de abril de 2011

Seguro que la Inquisición hacía algo así...

He tenido que volver.

Joaquín me esperaba en la puerta: acaba de llegar, pues aún llevaba la ropa de calle. Unos minutos más tarde aparece su enfermera, que ha elegido para la ocasión bata de purísimo blanco -blanco, como el vestido de novia de la chica que se casó en aquella ciudad el mismo día que yo. Ella me invita a pasar con voz alegre a la sala de la izquierda. Elige cuidadosamente la caja de guantes -también blancos- de la talla pequeña.

Miro a mi alrededor. Sentir miedo al ir al dentista es un instinto primario, una especie de llamada de la Naturaleza y del subconsciente primitivo: el cerebro más primario percibe una anomalía, una amenaza casi latente y desconocida, y, por eso, más peligrosa. Amenaza y sensación de pánico ahogado que aumenta ante el brazo métalico en gris y blanco de los instrumentos que tengo delante, desfilando profilácticamente en la bandeja móvil. Al fondo, bajo la ventana, el legalizado maletín de primeros auxilios con respirador de oxígeno -dice-, que no me anima en esta hora torera de las cinco de la tarde.

Ella se pone a la tarea, como si tal cosa, tras dejar a mi lado un vaso azul que huele a pasta de dientes y antibiótico de dentista. El torno gira dentro de mi boca -riiiñññic, riiiñññic, rrrrr- mientras se afana en limar y limpiar; tiene cuidado en no tocar ni un milímetro de mis sensibilizadas encías, pero no lo consigue, y resisto apenas mientras aprieto los nudillos de ambas manos -noto que deben de estar ya casi níveos. Si pudiera mascar algo (es decir, si me dejara el aplicador de agua, el torno, el espéculo y la mano derecha enguantada), masticaría tensión. Riiiñññic, riiiñññic, rrrr. Casi prefiero los empastes, pienso...

- ¿Qué tal va? -pregunta Joaquín, asomándose por la puerta y preguntando con su voz cantarina-. ¿Aguanta bien?
- Nada, no aguanta nada -responde ella, riéndose a medias, mientras pongo la mejor cara de circunstancias que puedo en mi situación.

Se vuelve apenas hacia mí para recordarme la necesidad de hacer una limpieza bucal cada seis meses, usar colutorio e hilo dental, así como pasta especial para encías. Repite todo como quien tiene una lección bien aprendida, mientras asiento levemente para hacerle caer en la cuenta que eso ya lo hago diariamente y varias veces -como mandan los cánones- y que en esta hora tardía cualquier comentario sobra. El sonido afilado del torno atacando mis coronas y cuellos molares se agolpa en mi oído interno mientras ella habla: riiiñññic, riiiñññic, rrrr. Recorro mentalmente las piezas que faltan para salir de esta situación que emula, más bien, una fina tortura inquisitorial por pecados aún no cometidos...

sábado, 9 de abril de 2011

Un día como hoy...

En la casa de la esquina, según se baja por la calle de la escalerilla, un lilo explota hoy en colores. La dehesa está llena de botones amarillos.

Un día como hoy, hace seis años, Él y yo demostrábamos a muchos que dudaban de nosotros -y que, incluso, habían puesto obstáculos a ese día- que nuestro proyecto era común.

Una tarde como hoy, hace seis años, Él y yo nos casábamos.

jueves, 7 de abril de 2011

Instrucciones para un filete.

Llego del colegio. Él, con buena vista, me ha dejado preparado el primer plato: calentar y listo; le gusta cocinar y no le importa pasarse tiempo dentro -a pesar de que la cocina es minúscula, acorde con mi casa. Me parece bien y le dejo, porque no tengo mano para esto de los pucheros.

Pero, claramente, no se fía de mí. Encima del mantel -el que frutas, el que me gusta-, junto al tenedor y cuchillo, tuvo tiempo antes de irse a trabajar para dejarme una nota:

"Negre, el filete es mejor que, para que lo frías, lo partas primero en trozos. Luego échale sal, un poco de ajo y algo de tomillo".

Firmado: Él.

miércoles, 6 de abril de 2011

Bachillerato de excelencia, sí.

Saltaba la noticia: en Madrid se propone desde el gobierno autonómico la creación de centros de Bachillerato para alumnos con las mejores calificaciones. La idea se defiende considerando que hay que apoyar a los adolescentes con más capacidades, a fin de ayudarles a aprovechar al máximo su rendimiento y cualidades para el estudio. Por supuesto, esta propuesta ha sido tachada de segregadora por el gobierno central. Faltaría más. Tremenda osadía la de la Comunidad de Madrid: decir abiertamente que los mejores alumnos están desaprovechados y hay que potenciar sus capacidades... ¡A quién se le ocurre!

Quisiera recordar a sus sesudas señorías y el público en general que el Bachillerato es una etapa educativa no obligatoria, así que no me puedo explicar cuál es el problema. Ya tenemos suficiente en el sistema (des)educativo español durante la Secundaria...

Por supuesto, yo estoy plenamente de acuerdo con esta propuesta. Alguno me dirá: "sí, claro, pero esto es con dinero de todos". Claro, y lo de la jungla de Secundaria, que es peor, también es de parte de todos: educación que casi no pasa de básica (no hablo del "ser educado", que la mayoría no lo es), a precio de 47 millones de españoles y con los peores resultados de toda la Unión Europea. Y eso sí que es obligatorio. Con dinero de todos ese Bachillerato, porque el ayudar a los mejores a sacar adelante sus capacidades sólo puede ser, a la larga, en beneficio de todos: los mejores investigadores, los mejores educadores, los mejores universitarios, los mejores profesionales. Y todo, a precio nacional, de prestigio para todos.

Estoy de acuerdo con esta idea porque algunos de mis mejores alumnos -muchos de ellos, luminosos- tuvieron que soportar las faltas de respeto de unos, el desprecio al esfuerzo diario de muchos, hasta insultos por sacar buenas notas -recuerdo una que pedía que no se le dieran las notas o exámenes junto con el resto del grupo, porque la tenían amenazada. Veo ahora en algunas clases a un pequeño puñado de adolescentes que tiene derecho a rendir más, a que se reconozca abiertamente su trabajo, a que les den también sus clases de apoyo -ya que, en la realidad, las ayudas en tiempo y personal se destinan sólo a los que van peor, aunque la Ley indica que también debe hacerse con los de la cúspide.

Y, en fin, estoy de acuerdo porque así por fin el desgaste físico y emocional que supone dar clase día a día tendría su fruto: merece la pena porque hay trabajo, esfuerzo, resultados, horizonte. Porque a los muy buenos alumnos hay que separarlos para dar rienda suelta a su imaginación y curiosidad, que se ve frenada día a día por los compañeros de pésimo comportamiento, las faltas de educación, las mentiras constantes a las familias y la ley del mínimo esfuerzo. Porque las familias verán cómo sus hijos dan lo mejor de sí mismos y, seguramente, serán así más felices.

Para lo básico, el hacer que la mayoría de los alumnos tenga unas mínimas nociones culturales, regalar los títulos de Secundaria y aguantar el tirón, ya están las etapas educativas inferiores y obligatorias. Pero, por coherencia -que no se lleva: no hay más que ver a nuestros políticos actuales-, que dejen después a los mejores salir a la luz.

martes, 5 de abril de 2011

Lo habitual, vamos.

En la clase según se mira de frente...

  • Minutos de clase: 58 -tardé en abrir la puerta y perdí dos minutos.
  • Alumnos: hoy faltó uno -suele hacerlo.
  • Tiempo previo dedicado a preparar la clase de hoy: admito que poco, porque después de estar once años explicando lo mismo, he llegado a la conclusión de que las catorce placas tectónicas principales son las mismas que en el año 2000, se mueven a la misma velocidad y las montañas, llanuras y mesetas siguen estando en el mismo sitio.
  • Alumnos dedicados a hacer la tarea, tras comentar las cosas principales de la clase de hoy: 17
  • Alumnos que no han abierto todavía libro y cuaderno en el minuto 45: 1 -sospecho que ni los tiene, ya que su mochila, caída en el suelo, está sospechosamente adelgazada.
  • Alumnos que han decidido explícitamente no hacer la tarea: 1 -"¿para qué, profe?", me ha dicho. Y tiene razón: ¿para qué tener la satisfacción del trabajo bien hecho, pudiendo balancearse plácidamente hasta que suene el timbre?
  • Alumnos interesados en el final de clase: 1 -"¿a qué hora acaba este rollo de clase, profe?" Haciendo uso de su derecho democrático a tomar adultas decisiones, cierra cuaderno y clase en el minuto 30.
  • Alumnos a los que les tendría que haber traído unos refrescos y pastas, a fin de acompañar su amena charla sobre el partido de fútbol de hoy: 3
  • Alumnos que han traído hoy el libro de la asignatura por primera vez en el curso: 1
  • Alumnos que hacen tareas a escondidas de la clase siguiente porque ayer no se enteraron de que había deberes: 2
  • Conflictos de baja intensidad registrados hoy en clase: ninguno -ambiente e incidencias habituales.

lunes, 4 de abril de 2011

Manoletinas vaporosas y viaje en metro.

Me giro sobre el hombro derecho y miro de reojo hacia atrás: la larga fila central de barras amarillas está repleta de manos. Los cuerpos, más o menos apelotonados, se encuentran dispersos por todo el vagón. Llaman al chico joven que está enfrente de mí, sentado; está sin trabajo desde hace cuatro o cinco meses, está mal, está preocupado, y se lo hace saber al otro lado del teléfono móvil, aunque todos compartimos su pesar: engrosa los más de cuarenta millones de parados de España. Enfrente, la chica rubia, apenas con embarazo incipiente, aguanta de pie -como yo- la verborrea de su acompañante, en envolvente acento argentino; ella le mira, asiente, pone cara de interesada, emite cuidadosos "ajá" de respuesta neutra.

El vagón se desplaza abiertamente hacia la derecha. Toma la curva, abandona un semáforo casi en rojo.

La joven que acaba de abandonar la adolescencia, vestido gris, manga corta -hoy no me hizo falta mi bufanda en marrones y naranjas-, zapato plano lila y brillante se ha acabado sentando junto al hombre de la gorra -uno al que no le han dicho, como a mis alumnos, que en sitio cubierto no se lleva. El hombre la mira de vez en cuando, como de reojo. Tal vez sean las lentejuelas de sus manoletinas. Tal vez su vaporoso vestido.

El vagón se desliza por una recta. No queda mucho, creo, para mi destino. Pongo el punto de lectura -una pequeña foto de Niña Pequeña, de esas que dieron en su colegio hace meses.

La señora de gafas se entretiene con crucigramas. O tal vez sea un sudoku, no lo veo bien. Le vigila el joven de su izquierda, que mira por encima del hombro; no se conocen, pero deberían presentarse: el chico casi resuelve el pasatiempo en silencio, sus ojos recorren horizontales y verticales. Una mujer de edad indefinida -es decir, superados los cuarenta-, llama a voces cantarinas a Patricia, la adolescente que está a mi lado; se dan dos besos: la joven se hace notar, el mundo gira en rotación meteórica alrededor de su figura.

El vagón entra en mi parada. Las columnas de colores se suceden rápidamente. No sé si esta vez los del andén habrán leído que hay que dejar salir antes de entrar. Patricia se despide de la señora. El joven del crucigrama saca el teléfono móvil mientras se levanta. El hombre de la gorra echa un último vistazo a la chica del vestido al mismo tiempo que recoge apresuradamente sus cosas. El acompañante argentino le dice un rápido "chao" a la incipiente embarazada -que respira hondo casi de forma imperceptible. Miro mi reloj: son las siete. Me da tiempo, si voy rápido, a coger el bus de y diez...

viernes, 1 de abril de 2011

Hamburguesa, 4 euros.

En la plaza del médico, según se gira a la izquierda, junto a la agencia de viajes, un establecimiento anuncia a todo bombo su plato estrella: "Hamburguesa de Alpedrete, 4 euros".

Alpedrete. Suena a duro y recio. Podría ser un embutido especial, algo a medio camino entre el jamón dulce que paladean mis primos catalanes y la carne seca loncheada y deliciosa que saborean mis dos cuñadas en el norte español. Pero me parece también como a cocinero serio y respetable, entrado en años, conocido y concienciado de su labor gastronómica, a lo Karlos Arguiñano, empeñado en hacer de este mundo un lugar sabrosamente mejor, dedicado a paladares exigentes, pero cotidianos.

Alpedrete debe de ser una sabrosa hamburguesa de al menos dos pisos de pan del día horneado, de carne jugosa y bien hecha sobre lecho de verdura y rodajas de cebolla tierna ligeramente tostada, adornada con pulpa de jugoso tomate de la huerta y rodeada de patatas fritas cortadas al alimón, tres lonchas de queso fresco apenas deshaciéndose, rematado por un puñado de crujientes semillas de sésamo y salvado. Servido en plato cuadrado, blanco, en naranjas y amarillos y con servilleta de tela, mientras el cliente se acomoda en modernas banquetas casual-americanas de madera envejecida.

Pero Alpedrete es, también, el pueblo más cercano a la ciudad en la que vivo; imagino, entonces, que la hamburguesa tal vez proceda de la carnicería de la calle central, esa cuyo dueño estaba emparentado con mi profesora de 3º de solfeo -la que se empeñaba a toda costa en hacer de mí una respetable pianista- con mi vecina, la del portal de la derecha, y la exalumna de mi padre -de cuando daba clase allí, en prefabricadas del pueblo porque todavía no había escuela. La hamburguesa es, pues, plato principal porque tiene el sello de lo foráneo -y, ya se sabe, a los españoles todo lo que tenga el sello de fuera les parece de indeleble calidad- y lo apetitoso de lo desconocido.

Y todo, por sólo cuatro euros. Una ganga, oiga.