Allá en tierras de árabes había una vez un príncipe que tenía un hijo que no era feliz. Sin estar enfermo precisamente, la alegría había huído de su espíritu, y sobre la cara del joven, la tristeza proyectaba sus pálidos reflejos.
¿Qué no hará un padre por su hijo? El príncipe sufría mucho al ver al suyo tan decaído y melancólico, y buscando el remedio, fué un día a consultar a un viejo derviche. Un derviche es como un monje musulmán. El derviche hace voto de pobreza y pasa la vida haciendo oración.
El príncipe le interrogó:
-¿Qué debo hacer para que la dicha vuelva a mi hijo?
Y el anciano, después de meditar un poco, le contestó que "la felicidad es una cosa difícil de encontrar en este mundo. Sin embargo -añadió-, yo conozco un medio infalible de proporcionar a vuestro hijo la felicidad".
-¿Cuál es?- preguntó el príncipe.
-Es -contestó el derviche- que vuestro hijo se ponga la camisa de un hombre feliz.
Contentísimo el príncipe, abrazó al anciano. Y en seguida fué a ver a su hijo para comunicarle el consejo del derviche y hacer que empezara a buscar su talismán.
Y el joven partió. Visitó todas las capitales de la tierra. Adquirió y se puso camisas de emperadores, camisas de reyes, camisas de príncipes, camisas de señores. Todo inútil. Con ellas no fué más dichoso, porque ninguna pertenecía a un hombre feliz.
Entonces trató de adquirir camisas de guerreros, camisas de artistas, camisas de comerciantes. No adelantó nada. Tampoco eran felices los poseedores de estas camisas.
Y siguió buscando, buscando, sin encontrar la dicha. Desesperado de haber probado tantas camisas sin haber dado con la que buscaba, volvía muy triste, un hermoso día, al palacio de su padre, cuando divisó en el campo a un robusto labrador que cantaba alegremente mientras guiaba el arado.
"He ahí -se dijo el joven- un hombre dichoso." Y dirigiéndose a él, le preguntó:
-¿Eres feliz?
-¿Quién, yo? ¡Ya lo creo!
-¿No deseas nada, además de lo que tienes?
-Nada absolutamente.
-¿Tú no cambiarías tu suerte por la de un rey?
-Jamás.
-Perfectamente. Tú eres el hombre que yo buscaba. Véndeme tu camisa.
-¿Mi camisa? -contestó el hombre estupefacto-. ¡Si yo no llevo camisa!
***
Como me contaron este cuento cuando yo era niño, así os lo cuento a vosotros. ¿Qué os parece? Yo lo he calificado de "casi inmoral,", y os voy a decir por qué.
Un cuento o una lección es inmoral cuando nos enseña algo malo o cuando nos proporciona ideas falsas. Y este cuento me parece que nos engaña un poco.
¿Qué nos quiere decir con él? ¿Que la riqueza estorba para ser feliz? ¿Que sólo en la pobreza podremos encontrar la dicha? Pues éstas son ideas falsas que representan un engaño.
Cierto. La riqueza sola no proporciona la felicidad. Hace falta, además, la salud. Hace falta la alegría y la satisfacción interior que proporcionan el trabajo y la tranquilidad de conciencia del hombre honrado. Hace falta la estimación de los demás. Pero la riqueza es siempre un elemento de bienestar y un medio de hacer el bien.
En cambio la pobreza es un mal. El que es completament pobre no puede ser feliz, porque carece de medios para satisfacer sus necesidades. Y estas necesidades no satisfechas le obligan a sufrir penalidades y, a veces, bajezas y humillaciones.
El que es completamente pobre debe tener como la primera preocupación de su vida la de dejar de serlo, por medio del trabajo y del ahorro.
Porque hay muchas clases de pobres. El que tiene su casita y su taller, o un campo, y vive de su trabajo y dispone siempre de algún dinero, puede ser todo lo feliz que en este mundo puede serlo el hombre. Pero los otros, los que no tienen el jornal seguro y el día que no trabajan no comen, ésos no pueden ser felices.
(Aquest és el darrer post de la sèrie Ideas y ejemplos)