Hay que ver lo que cuesta hacerse con una nueva vida. ¡Y cada año lo mismo...! Con lo bien que me fue siendo niña repelente, niña prodigio, incluso cuando fui niñata. Lo bien que lo pasé siendo jovenzuela y mujerzuela. Lo mucho que disfruté cuando fui mujer de su casa, mujer trabajadora, florero, independiente, mujer fatal, mujer de vida alegre... Y un largo etcétera que ya conté en su día. Pero faltaron unos años de mi vida que ahora mismo me dispongo a relatar.
Recuerdo el año que elegí ser señorita. Señorita de buen ver. ¡Fantástico! Lo primero que hice fue ir a una óptica. Compré gafas de todos los colores. Y así me pasé el año. Cambiándome de gafas y viendo como nadie. Estaba encantada con mi buen ver, hasta que me aburrí de tanta lente. Y al año siguiente me convertí en señorita de compañía. Ese año me lo pasé en grande. La de relaciones que tuve... ¡No paraba en casa de tanto acompañar! Que si cruzaba la calle a una ancianita, que si le daba la mano a un niño... Y así todo el tiempo.
Pero el año se acabó. Y me tocó ser señorita de alto standing. Lo primero que hice fue comprarme unos tacones. Y después aprendí inglés. Me pasé el año standing tan alto que a veces me daba vértigo. Hasta que mis pies se resistieron y decidí convertirme en señorita de buena presencia. Y allí estaba yo. Presentándome a todo el mundo con la mejor de mis sonrisas. No había acto benéfico o celebración altruista en los que faltara mi buena presencia. Fue agotador. Ese año adelgacé tanto que cuando me di cuenta me había convertido en señoritinga. ¡Qué debilidad! ¡Necesité un año para reponerme!
Hasta que se me metió en la cabeza ser dama... Ser dama es una experiencia alucinante. Empecé siendo damisela, para no llamar la atención. Pero pronto me convertí en dama de honor. Me pasaba el día dedicada a las más honorables causas. Yo qué sé, comía, dormía, paseaba, aba... Fue una experiencia tan relajante... Sintiendo estaba que se me terminara el año. Pero como nada es eterno, se me acabó la buena vida y de la noche a la mañana me convertí en dama de Shanghai. Ese año fue tremendo. ¡No me enteraba de nada! Cada vez que alguien me hablaba ¡me sonaba a chino! Menos mal que después me tocó ser damajuana. Fue tanto lo que bebí que terminé hecha un botijo. ¡Hay que ver lo que hace el agua y demás elementos nobles...!
El año siguiente me dejé de tonterías y me convertí en dama de las camelias. ¡Y de los camelios...! Y así me pasaba las horas. Montada en camelio de acá para allá. Hasta que un día una camelia se dio la vuelta, me enseñó los dientes y metió tal rugido ¡que me caí de las jorobas! Fue tan grande el susto que ipso facto me transformé en dama de hierro. Estuve todo el año tan rígida y estirada ¡que no me salió ni una arruga! Hasta que elegí ser dama de Elche. Me puse los cascos, unos cuantos collares y me pasé el año escuchando música. Hay que ver qué bien se pasa siendo dama de Elche. Nunca tuve frío en las orejas. ¡Pero el resto del cuerpo se me quedó petrificado...!
No quiero ni acordarme de cuando me tocó ser primera dama. Organicé todas las carreras que pude. De fondo, cien metros lisos, mariposa, obstáculos, empresariales, a caballo... En fin, todas las que ustedes puedan imaginar. Terminé agotada. Ese año fui siempre la primera. En acostarme. Porque del resto, nunca conseguí mis objetivos. Pero bueno, la vida es larga, así que algún día lo volveré a intentar. Y todavía me queda ser dama de noche, dama de negro, dama de Troya y unas cuantas damas más que no recuerdo. Este año, debido a mi múltiple y complicada personalidad, he decidido convertirme en damero. Qué bien. Me voy a pasar el año jugando. ¡A ver si conozco a un ajedrez! Mi media naranja. O mi medio tablero... Vaya usted a saber.
Mientras tanto ¡BUENOS DÍAS! ¡Que amanece un nuevo enero...!
La tarde que jugué con la selección (y 2)
Hace 1 día