Vuelvo estos días a Samuel Beckett . No había leído Watt , que devoro con compulsión. Después, me espera Molloy , Malone Muere y El innombrable . Me he propuesto revisitarlo todo de nuevo para poder acabar el libro sobre Morris , que, lo confieso, ya se me está comenzando atragantar. Lo peor de volver sobre Beckett es que su estilo es contagioso. Me ocurre lo mismo que con Thomas Bernhard , que no puedo evitar la imitación. Y es que, en la escritura me sucede lo del Zelig de Wody Allen , que se me pega todo. Lo más difícil luego es poder sacármelo de encima. Aunque, de todos modos, si uno lo piensa bien, no hay "encima" del que poder sacarlos. O, mejor, todo es "encima". Lo que no hay es "debajo". Somos sólo imitación, identificación, pura exterioridad. Eso es, en el fondo, el corazón de la Beckett , la toma de conciencia de que no hay un dentro, o que, de haberlo, ese dentro es inaccesible . El espíritu es un hueso. La mente es un músculo.