lunes, 5 de julio de 2021

05 de Julio - Beatos Jorge Nichols y compañeros

En Oxford, ciudad de Inglaterra, beatos Jorge Nichols y Ricardo Yaxley, presbíteros, Tomás Belson, que se preparaba para el sacerdocio, y Hunfredo Pritchard, todos los cuales, también en tiempo de la misma reina Isabel I, por haber entrado el primero en Inglaterra como sacerdote, y los otros por colaborar con él, fueron condenados a muerte y sufrieron el suplicio en el patíbulo († 1589).

Jorge Nichols (1550 - 1589). Era natural de Oxford y se sabe que estudió en el Brasenose College, y que en 1581, deseando ser sacerdote, marchó a Reims en cuyo colegio inglés hizo los estudios y fue ordenado sacerdote por el cardenal Guisa, el 24 de septiembre de 1583. Un año más tarde volvía a Inglaterra y se le asignaba, como sitio de apostolado, su propia ciudad de Oxford y sus entornos. Pudo hacer, a lo largo de seis años, un sustancioso apostolado, logrando reconciliar muchas personas con la Iglesia. Era hombre de mucha virtud, agrado y cultura, cualidades que puso al servicio de la misión católica.

Ricardo Yaxley (c.1560 - 1589). Pertenecía a una familia del Suffolk. Había nacido en Boston, Lincolnshire, probablemente el año 1560. Marchó a estudiar a Reims, donde se ordenó sacerdote el 21 de septiembre de 1585 y cuatro meses después volvía a Inglaterra con otros tres sacerdotes. Se unió a su antiguo compañero de estudios, Roberto Dibdale, y posteriormente se asoció al P. Nichols en su misión de Oxford, aunque no se ha determinado la fecha asociaron su apostolado, o quizás el motivo de estar con él en la misma posada era que había ido a verle por asuntos de dirección espiritual.

Tomás Belson (c.1564 - 1589). Era natural de Brill, junto a Ayslebury. Había sido seminarista en Reims, cuyo colegio dejó el año 1584. Estaba en la posada de Oxford para ver al P. Nichols, que era su confesor.

Hunfredo Pritchard. Era galés y vivía en Oxford; era criado de Catalina Welsh, la viuda católica dueña de la fonda en donde los cuatro fueron arrestados. Era un alma simple y honesta que durante doce años había prestado los más eficaces servicios a los católicos perseguidos.

El arresto se produjo a media noche, sin duda porque alguien avisó a la autoridad de la presencia de varios sacerdotes. Los tres huéspedes y el criado fueron arrestados -también lo fue la dueña del hostal pero no fue sometida a juicio- y llevados ante el vicecanciller, ante quien reconocieron que eran católicos. Él preguntó si había algún sacerdote entre ellos. El P. Nichols se presentó como tal y tuvo lugar seguidamente una discusión religiosa con el vicecanciller hasta que éste, dialécticamente acorralado, prefirió concluir. Enviados los sacerdotes a una cárcel y los seglares a otra y encadenados en ellas, un grupo de teólogos protestantes vino a dialogar con ellos e intentar su paso al protestantismo. El vicecanciller los interrogó de nuevo y quiso sacar de ellos con quiénes habían tratado. Pero mantuvieron su confesión católica con firmeza y no delataron a nadie.

Fueron llevados a Londres y presentados a Walsingham, quien les dijo que no sólo eran traidores sino perturbadores del orden público en el país, a lo que ellos replicaron que difundir el evangelio no podía ser calificado de desorden ni sedición. Fueron torturados con la intención de averiguar los nombres de las otras personas católicas, pero ninguno de ellos dijo nada. Entonces, fueron reenviados a Oxford para ser juzgados y condenados. El juicio tuvo lugar en el castillo de Oxford. Los cuatro, al oír la sentencia de muerte, dieron gracias a Dios y se abrazaron entre sí. Un ministro protestante le dijo a Hunfredo que era un pobre ignorante y que no sabía qué era ser católico. El dijo que sí lo sabía aunque no fuera capaz de explicarlo.

Para la ejecución pública concurrió mucha gente. Escarmentados de la capacidad del P. Nichols para explicar su fe católica, no se le dio permiso para hablar antes de ser ejecutado. Lo fue en primer lugar. Una vez ahorcado lo bajaron y el P. Yaxley se dirigió hacia el cadáver, lo abrazó y le dio gracias en público por haberlo guiado en el ministerio y haber sido para él un verdadero padre espiritual, y se encomendó a él en aquella hora tremenda. La conducta del joven sacerdote impresionó vivamente a la multitud. Seguidamente fue ahorcado, y al ser bajado, el siguiente mártir besó su cuerpo y se encomendó a él. Era Belson, que mostró en aquella hora una gran fortaleza y serenidad. Por último subió al patíbulo Pritchard con rostro sonriente y dijo a los presentes que los ponía como testigos de que no moría por otra cosa que por su fe católica. Las cabezas de los cuatro mártires fueron expuestas en el castillo de Oxford, mostrando serenidad y compostura en sus rostros, tanto que se mandó fueran expuestas en sitio menos público. Según la práctica habitual, fueron ahorcados, luego destripados y descuartizados.

domingo, 4 de julio de 2021

Domingo, 04-07-2021 14º de Tiempo ORDINARIO Ciclo B

 

Lecturas 04/07/2021

 



En aquellos días, el espíritu entró en mí, me puso en pie, y oí que me decía: «Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, un pueblo rebelde que se ha rebelado contra mí.
Ellos y sus padres me han ofendido hasta el día de hoy. También los hijos tienen dura la cerviz y el corazón obstinado; a ellos te envío para que les digas: “Esto dice el Señor.” Te hagan caso o no te hagan caso, pues son un pueblo rebelde, reconocerán que hubo un profeta en medio de ellos».


Hermanos:
Para que no me engría, se me ha dado una espina en la carne: un emisario de Satanás que me abofetea, para que no me engría. Por ello, tres veces le he pedido al Señor que lo apartase de mí y me ha respondido: «Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad».
Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo.
Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.


En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: « ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?». Y se escandalizaban a cuenta de él.
Les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe.
Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

Palabra del Señor.

Reflexión del 04/07/2021

 

04 de Julio - San Ageo - Profeta

Ageo es uno de esos profetas menores -pequeños diríamos hoy- de los que tenemos noticias suyas gracias a la tradición y a una breve obra de sólo dos capítulos, que contiene elementos suficientes para dar cuenta de una personalidad profética que permanece viva a través de las escrituras sagradas y de la tradición del judaísmo y del cristianismo.

De la persona de Ageo sabemos que se anunció su profecía al pueblo hebreo tras el regreso de los israelitas del exilio en Babilonia. La misma obra del profeta da cuenta de su actividad que comienza el día primero del mes sexto del año segundo de Darío hasta el veinticuatro del mes noveno. Es decir, que la profecía de Ageo -de la que se da cuenta a lo largo de la obra con el mismo título- aparece perfectamente delimitada cronológicamente y se sitúa entre agosto y diciembre del año 520 a.C., tras la reconstrucción del templo de Jerusalén que tuvo lugar en el año 537 a.C.

Ageo se convierte, de esta manera, en uno de los principales animadores de los israelitas que habían llegado del exilio de Babilonia y que trabajaron en la reconstrucción del templo y en la restauración de la piedad y liturgia del pueblo. La pobreza de medios, el cansancio del trabajo y las difíciles condiciones y precariedad de materiales se convirtieron en obstáculos momentáneos para continuar con el trabajo de restauración. La misión del profeta y su papel se centró en convertir sus palabras en un mensaje de ánimo y de estímulo para los que estaban trabajando en torno al templo.

La situación de destrucción total con que se habían encontrado los israelitas la ciudad de Jerusalén al regresar de Babilonia, llevó a los hebreos a comenzar a reconstruir sus propias casas y la vida familiar, dejando en segundo lugar el templo y todo lo referente al culto y a la liturgia. La principal llamada de atención de Ageo se centró en hacer todo lo posible para que los israelitas comenzaran por reconstruir el templo y toda la organización en torno a las celebraciones de adoración a Dios.

El profeta conocía la situación de los países vecinos y los problemas por los que estaba atravesando el rey Darío y su imperio persa. Era necesaria la intervención de Dios para solventar, de una vez por todas, las amenazas de los países vecinos siempre dispuestos a tomar la tierra prometida y aprovecharse de la situación de indefensión en la que se encontraba una y otra vez el pueblo hebreo. Esta situación provocó en Ageo la necesidad de anunciar la intervención de Dios en favor de su pueblo, ante las amenazas de las potencias vecinas y la destrucción del poder de los reinos profanos.

Ageo actúa como profeta -al mismo tiempo que Zacarías en un momento en el que la profecía se centra en la ciudad de Jerusalén, cuando el pueblo parece estar viviendo una aparente calma política y social, sin saber que se encuentra bajo la amenaza, siempre presente, de las nuevas naciones y potencias de la zona. La profecía de Ageo puede ser considerada uno de' los más claros reclamos públicos en favor de la fidelidad a Dios y a su alianza a través de la liturgia y el culto en el templo. Para Ageo, lo primordial para alcanzar la paz y el bienestar social pasaba por la restauración del templo y por la recuperación inmediata de las tradiciones pasadas. Por la restauración, en definitiva, de la alianza pactada con Moisés entre Dios y el pueblo.

El profeta Ageo se convierte, de esta manera, en uno de los primeros protagonistas de la literatura apocalíptica. Sus anuncios -siempre de contenido apocalíptico y escatológico- hacen que su profecía pase a ser una nueva forma de decir las cosas mirando al futuro desde otra expectativa y a la luz de la situación y del contexto en el que está viviendo el pueblo de Israel. La continuada denuncia profética y esa insistencia por recuperar lo antes posible el templo y su liturgia reflejan -en palabras del mismo profeta- una personalidad eminentemente práctica, con un gran interés por convertir las palabras en obras y hechos visibles. Todas estas actitudes lo convierten en un perfecto protagonista de la renovación –también revolución– espiritual y de la fe del pueblo.

EXHORTACIONES AL PUEBLO

Hasta nosotros han llegado otros datos de carácter histórico que atestiguan la personalidad de Ageo y el papel que ejerció en la sociedad de su tiempo. Sabemos que el gobernador Zorobabel, en compañía de Yosúa (el sumo sacerdote de Jerusalén) recién instaurado, pidieron la intervención del profeta Ageo para animar a la población con la construcción del nuevo templo y con la restauración del culto. La obra de Ageo refleja el estado en el que se encontraba el pueblo y el proceso de reconstrucción del lugar santo. Dividida en cinco exhortaciones, el profeta comienza advirtiendo de los peligros que entrañaba para la población mantener el templo en ruinas ante la pereza y dejadez por ponerse manos a la obra. Las consecuencias de una situación de ese estilo afectarían a las cosechas y al hambre del pueblo (Ag 1, 1-11). En una segunda exhortación, Ageo invita a la reconstrucción del templo como la garantía para vivir tiempos mejores, para restablecer la vida social y cultural del país y para asegurar la paz ante las amenazas de nuevas potencias enemigas (Ag 1, 12-15). La tercera exhortación de la obra profética sitúa al pueblo ante el anuncio de un nuevo templo inicialmente modesto, pero que con el tiempo se convertirá en el mejor lugar de culto para la gloria de Dios (Ag 2, 1-9). En la cuarta exhortación, Ageo describe con detalle el comienzo de la obra de reconstrucción del templo como el momento en el que la población recuperará el trato con Dios y comenzará una nueva etapa en la historia de la salvación del pueblo (Ag 2, 19). Finalmente, el profeta concluye su obra con el anuncio mesiánico del descendiente de David, a quien identificará Zorobabel como el que establecerá la prosperidad del pueblo (Ag 2,20-23).

La afirmación que hace el profeta, sobre la presencia de algún miembro de la población que recuerda el templo en su anterior esplendor, podría aludir a la edad avanzada de Ageo en el año 520 a.C. (Ag 2, 3). También sabemos que Ageo no era sacerdote, por las preguntas de carácter litúrgico que él mismo realiza al final de su obra: El día veinticuatro del noveno mes del año segundo del reinado de Darío, el profeta Ageo recibió esta palabra del Señor. Así dice el Señor todopoderoso: Pregunta a los sacerdotes qué dice la ley sobre esto (Ag 2, 10-11).

No sabemos mucho más de su persona. Ni siquiera sabemos si formó parte de la expedición de deportados que estuvieron en Babilonia o si sus referencias a la estancia en el exilio forman parte de la tradición y el testimonio de los que habían regresado. Tampoco sabemos el lugar de su nacimiento, aunque todo parece indicar, dadas las alusiones que hace a la ciudad de Jerusalén y al lugar sagrado, que vivió allí durante mucho tiempo o una gran parte de su vida.

Su personalidad tenía que estar muy en sintonía con su mensaje. La insistencia en la reconstrucción del templo, así como el anuncio de la irrupción de la era escatológica –dos constantes en su predicación–, nos permiten observar una personalidad optimista con una gran visión de futuro. Su mensaje es, en definitiva, un anuncio esperanzador que tiene en el futuro el momento de su cumplimiento. Las dificultades del presente por las que atravesaba el pueblo, se convierten para Ageo en el mejor baluarte para mirar al futuro con esperanza y con optimismo. Dos características que hacen de Ageo un profeta escatológico optimista. A fin de cuentas, para Ageo, lo verdaderamente importante era conseguir que el pueblo recuperase la ilusión por la vida y por volver el rostro hacia Dios.

sábado, 3 de julio de 2021

Lecturas 03/07/2021

 



Hermanos:
Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios.
Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros entráis con ellos en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu.


Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros».
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».
Contestó Tomás: « ¡Señor mío y Dios mío!».
Jesús le dijo: « ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».

Palabra del Señor.

Reflexión del 03/07/2021

 

03 de Julio - Santo Tomás - Apóstol

Tan pronto como Juan Bautista señaló a las turbas la presencia del Mesías entre los mortales con las palabras: "He aquí el Cordero de Dios", dos de sus discípulos que le oyeron, abandonando su compañía, se fueron en pos de Cristo. Poco a poco fueron juntándose otros, procedentes en su totalidad de las clases sociales media y trabajadora.

El Evangelio menciona a veces expresamente los nombres de los apóstoles que se unían a Cristo y describe las circunstancias que rodearon tal acontecimiento, pero ni una sola palabra encontramos en el texto neotestamentario sobre cuándo y cómo Santo Tomás se incorporó al Colegio apostólico.

Su nombre figura por vez primera en la lista que dan los evangelios sinópticos de los doce apóstoles. Pero en el orden de su colocación se percibe una variante dictada por la modestia y humildad que caracterizan a San Mateo. Mientras Marcos y Lucas (Mc. 3,18; Lc. 6,15) hablan de Mateo y Tomás, el primer evangelista invierte los términos, escribiendo: Tomás y Mateo, y para que el recuerdo de su pasada profesión le sirviera de ocasión para humillarse, añade a su nombre el epíteto del publicano (Mt. 10,3).

El hecho de que un hombre se llamara Tomás debía extrañar a los lectores griegos del Evangelio, y de ahí que San Juan Evangelista, al mencionarle, añade: Llamado Dídimo, como si dijera: nombre que en griego corresponde a la palabra "Dídimo" (Io. 11,16; 21,2). Antes de los escritos del Nuevo Testamento no encontramos ningún individuo que lleve el nombre de Tomás, mientras que la palabra "Dídimo" como nombre propio figura en algunos papiros del siglo lll a. de Cristo originarios de Egipto. Se sabe que el término "Tomás" proviene de una raíz hebraica que significa duplicar, cuyo sentido aparece en el libro del Cantar de los Cantares (4,2; 6,6), en donde se habla de "crías mellizas o duplicadas". Esta aclaración hecha por el evangelista dio pie a que se formularan multitud de hipótesis encaminadas a identificar el otro mellizo.

Antiguas crónicas le asignan un hermano gemelo, llamado Eleazar o Eliezer; una hermana, con el nombre de Lydia o Lypsia. En las Actas apócrifas que llevan su nombre y en la Doctrina Apostolorum los mellizos son llamados Judas y Tomás, nombres que se repiten juntos en la historia del rey Abgaro, de Edesa (EUSEBIO, H. Ecct. 16).

Todas estas y otras hipótesis se han creado con el laudable fin de completar las escasas informaciones evangélicas sobre nuestro apóstol. Además de ignorar cuándo, cómo y dónde fue llamado al apostolado, ignoramos también su procedencia, no siéndonos posible tampoco determinar su condición social y el oficio que ejercía antes de su vocación. Una antigua leyenda afirma que el Santo fue arquitecto, a consecuencia de lo cual, a partir del siglo XIII, el arte pictórico, entre otros el pincel de Rafael, le ha representado con una escuadra como símbolo, por considerarle Patrono de los constructores. Con todo, a través de una información de San Juan (21,1), puede conjeturarse que Tomás fue un humilde pescador, un simple marinero, sin llegar a ser propietario de embarcación alguna. Esta conjetura se armoniza con las noticias conservadas en antiguas narraciones sobre la condición humilde y pobre de sus padres.

Debía encontrarse Tomás atareado en su trabajo junto a las redes cuando oyó la invitación de Cristo, que le inducía a que le siguiera para transformarle en pescador de almas. Es de creer que, al oír la llamada de Jesús, lo abandonara todo y le siguiera, porque es muy probable que perteneciera él a aquel numeroso grupo de auténticos israelitas que sentían llamear en su corazón los ideales religiosos y mesiánicos, avivados por la esperanza de la llegada inminente del Mesías, que debía restablecer el reino de Israel. Por lo que nos deja adivinar el evangelio de San Juan, en las contadas ocasiones en que señala algún hecho o refiere algún diálogo en que interviene Santo Tomás, deducimos que nuestro apóstol era de modales poco refinados y amigo de soluciones tajantes, rápidas y expeditivas. Pero junto a esta brusquedad y rudeza tenía un corazón impresionable y sensible, demostrando repetidamente un amor extraordinario y una lealtad sin límites hacia su divino Maestro, que exteriorizaba con brutal franqueza. De ahí que, en justa correspondencia, profesara Jesús hacia él un afecto especial, como se lo demostró al aparecerse por segunda vez a sus apóstoles reunidos en el Cenáculo con el fin de quitar de los ojos de Tomás la venda de la incredulidad, que amenazaba cegarle, diciéndole en tono amistoso: "No hagas el incrédulo, que no te conviene".

De este amor y lealtad de Tomás hacia Cristo tenemos un fiel testimonio en su primera intervención que recuerda el Evangelio (Jn 11, 1-16). Crecía la animosidad del judaísmo oficial contra Jesús, y se buscaba una ocasión propicia para quitarle silenciosamente de en medio. Todas estas maquinaciones conocía las Jesús, y por ello, con el fin de ponerse al abrigo de toda asechanza, se retiró a la región de Perea. Conocían su paradero las hermanas de Lázaro, que le mandaron un recado con la noticia de que Lázaro, su hermano, estaba enfermo. A pesar de esta alarmante noticia permaneció Jesús dos días más en el lugar en que se hallaba: pasados los cuales dijo a sus discípulos: Vamos otra vez a Judea. La noticia desconcertó a los apóstoles, que recordaban el atentado que pocos días antes tuvo Jesús. Rabí—le dicen—, los judíos te buscan para apedrearte, y de nuevo vas allá? Cristo les responde que nada adverso sucederá en tanto que no llegue la hora decretada por el Padre, añadiendo: "Lázaro, nuestro amigo, está dormido, pero yo voy a despertarle". A estas palabras se acogen los discípulos con el fin de disuadirle del viaje a Judea. Sabían cuánta era la amistad que mediaba entre Jesús y la familia de Lázaro, y no dudaban de que, en caso de grave enfermedad, acudiría Jesús junto al lecho de su amigo. Pero, al anunciarles sin tapujos que Lázaro había muerto, callaron todos, consternados por la muerte de un amigo entrañable y por conjeturar que aquel triste desenlace empujaría a su Maestro a ir a Betania, situada junto a los muros de la ciudad de Jerusalén, donde, pocos días antes, los judíos juntaron piedras para apedrearles. Sólo Tomás rompió el silencio para increpar a sus compañeros de apostolado, reprochándoles implícitamente su cobardía y falta de fidelidad a su Maestro. "Vamos también nosotros a morir con Él", dijo Tomás. En sus palabras, concisas y tajantes se encierra una idea profunda. No es posible, viene a decir Tomás, que Jesús cambie de parecer y renuncie al propósito de ir a despertar a Lázaro de su sueño de muerte. Por otra parte, sería inconcebible dejarle marchar solo hacia el lugar de peligro, quedando ellos a buen recaudo en la lejana Perea. ¿Qué hacer, pues? No queda, según Tomás, otra solución airosa que acompañarle adondequiera que Él vaya, aunque esta lealtad y adhesión pueda acarrearles la muerte.

Aunque el Evangelio no lo diga expresamente, por lo que dejan entrever los textos que hablan de las actuaciones de Tomás, estaba él siempre dispuesto a dar su vida por su Maestro.

En vísperas de su pasión y muerte quiso Cristo celebrar la última cena en compañía de sus discípulos. De sobremesa se entretuvo largamente con ellos, abriéndoles de par en par su corazón dolorido y tratando de tranquilizar a sus amigos ante las perspectivas sombrías de un futuro próximo. Cristo les habló de su inminente partida: Un poco aún estaré todavía con vosotros; adonde yo voy vosotros no podéis venir. Estas palabras de adiós desgarraron el corazón de sus apóstoles hasta el punto de no poder articular palabra. Jesús infundió les ánimo diciéndoles que la separación no era definitiva porque un día se juntarían todos en la gloria. En la casa de mi Padre -aseguró les Cristo- hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros. Pues para donde yo voy, vosotros conocéis el camino. Estas últimas palabras llamaron la atención de Tomás, quien, con los ademanes rudos que le caracterizaban, objetó: No sabemos adónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? A lo cual respondió Cristo: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí.

Aunque el ánimo de Tomás estuviera abatido por el pensamiento de tener que separarse de su Maestro, no perdía, sin embargo, la esperanza de poder impedir su muerte. Bien sabia él que el verdadero israelita entra por la muerte en la paz de Dios, pero la turbación y el afán de hacer algo para salvar a Jesús no le dejaban ahondar en estos misterios. También habría oído en las sinagogas que la palabra "camino", en los profetas (Is. 30,11), se toma muchas veces en sentido moral y religioso, pero le ofusca el ansia por conocer adónde quiere marcharse su Maestro con el fin de alejar los peligros que pudiera encontrar en su camino.

Este rasgo de valentía y fidelidad del apóstol ha sido recogido exactamente por el pincel de Leonardo de Vinci en su cuadro de La última cena, en que se representa a Tomas reafirmando a Cristo calurosamente, y con maneras casi agresivas, su fidelidad.

Una vez terminadas sus últimas enseñanzas y exhortaciones, salió Jesús del Cenáculo en dirección a un huerto que estaba al otro lado del torrente Cedrón. Sus apóstoles le acompañaban en silencio, dibujándose en sus rostros la gravedad del momento. Tomás le seguía con la esperanza de salvarle. Pocos momentos antes le había dicho Jesús que Él era el camino, la verdad y la vida. Sabrá Cristo, por consiguiente, pensaba Tomás, escoger el camino verdadero para no caer en las asechanzas que le tienden sus enemigos. Además, si algunos exaltados se atrevieran a tocarle, allí estaba él, el robusto marinero, para castigar su atrevimiento.

Pero estas últimas esperanzas se derrumban al divisar el tropel de gentes que acudían a prender al Maestro, y mayormente cuando Éste mandó a Pedro que metiera la espada en la vaina, porque deseaba beber el cáliz que le presentaba su Padre. Ante esa actitud de Jesús, un grave desengaño se apodera del ánimo del fornido Tomás, que se pregunta si fue un mito y un engaño el poder que había manifestado Cristo en otras ocasiones. Él, que esperaba, como sus compañeros, la restauración de Israel y confiaba ocupar un lugar destacado en el nuevo reino, se encuentra de golpe fracasado en su ideal, objeto de escarnio de todos y con la perspectiva de volver a sus redes para ganar el pan de cada día. De ahí que, a pesar de sus bravatas y promesas, al comprobar el prendimiento de su Maestro, huye despavorido en dirección al monte Olívete para internarse en el desierto de Judá o esconderse en casa de alguna familia amiga. Pensaba Tomás que su aventura había terminado; Cristo moriría en manos de sus enemigos. Sería sepultado y desaparecería su memoria para siempre. Tanto Tomás como los otros apóstoles no previeron, ni menos esperaron, la resurrección de su Maestro.

Pasada la tormenta, encontráronse los apóstoles sin pastor, turbados y desconcertados, sumidas en la tristeza y el llanto (Mc. 16,10). María Magdalena les anunció que Jesús había resucitado y que se le había aparecido, pero ellos no lo creyeron. ¿Cómo debían ellos dar fe al testimonio de una mujer? Más tarde apareció se a dos que iban de camino y se dirigían al campo. Estos, vueltos, dieron la noticia a los demás; ni aun a éstos creyeron (Mc. 16,12,15). Los dos discípulos que se encaminaban a Emaús tardaron mucho en rendirse a la evidencia de las pruebas que les presentaba Cristo resucitado (Lc. 24,13-35). Cuando los once se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado, aparecióseles Cristo. Viéndole se postraron; pero algunos vacilaron (Mt. 28,16-17).

Una ola de escepticismo se había adueñado de los apóstoles y hacían falta pruebas fehacientes para que renaciera en ellos la fe y la confianza en Jesús. Y no tardaron éstas en venir, porque tuvo Cristo compasión de sus amados apóstoles, de dura cerviz y tardos en creer.

Estaban diez de ellos reunidos en el Cenáculo con las puertas herméticamente cerradas por temor de los judíos. De repente se presentó Cristo en medio de ellos y les dijo: La paz sea con vosotros. Aterrados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Jesús les increpó suavemente por su incredulidad, y añadió: Ved mis manos y mis pies, que yo soy. Palpadme y ved, que el espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo. Diciendo esto, les mostró las manos y los pies (Lc. 24,37,40). Pero aun con pruebas tan palmarias no creyeron ellos totalmente hasta que Cristo les abrió la inteligencia (Lc. 24,45).

Vemos en esta aparición—la misma de que habla San Juan (20,19-25)—que, a pesar de ofrecerles Jesús pruebas tan evidentes de su personalidad, algunos abrigaban ciertas sospechas. Quiso la fatalidad que a esta aparición no estuviera presente Santo Tomás, y sería aventurado querer investigar las razones que motivaron su ausencia. Quizá su mismo temperamento independiente, impulsivo y con acentuada personalidad le impelía a no querer mezclarse de nuevo en un asunto que había fracasado. El, que tanto había batallado para impedir que Jesús cayera en manos de sus enemigos, comprueba ahora que sus esfuerzos fueron inútiles y que la causa de su Maestro se había desvanecido para siempre con la muerte del mismo. Es verdad que oye voces de unos y otros de que Cristo ha resucitado y de que se ha aparecido a algunas personas; pero él quiere pruebas tangibles: exige que se le aparezca como ha hecho con otros—que no fueron tan generosos como él—; que pueda hablarle cara a cara y palparle.

Sus compañeros de apostolado, entusiasmados, contaron a Tomás que habían visto a Cristo, que le habían tocado y comido con Él. Tomás, en el fondo, quiere dar fe a su testimonio, pero responde con una negación fría a su narración entusiasta. No merece ni quiere sufrir la humillación de ser él el único del Colegio apostólico que no vea al Maestro resucitado, y de ahí sus protestas de que no creerá en lo que le dicen hasta que lo vea y toque él personalmente. Es curioso ver cómo cada vez sus exigencias van en aumento: quiere ver con sus propios ojos la señal o marca dejada por los golpes y tocar la herida. Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos y mi mano en su costado, no creeré (Jn 20,25).

No podemos afirmar que Tomás dudara formalmente de la resurrección de Cristo; más bien cabe suponer que sus exigencias ante los otros apóstoles van encaminadas a obligar a Cristo a que se le aparezca a él personalmente en premio de la fidelidad que siempre le demostró en vida. Y al formular tales pretensiones abriga en su interior la esperanza de que Jesús no se negará a ellas.

Y no podía menos de acudir Jesús al llamamiento de su apóstol. En efecto, a los ocho días estaban reunidos de nuevo los apóstoles en el Cenáculo y con ellos Tomás. Las puertas, como la primera vez, estaban cerradas. Cristo se apareció y saludó a los presentes, diciéndoles: La paz sea con vosotros. Luego dijo a Tomás: Alarga acá tu dedo, y mira mis manos, y tiende tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel (Jn. 20,26-27). Cristo conocía las condiciones puestas por su discípulo para creer en Él y se somete gustoso a que Tomás haga la experiencia de distinguir entre un fantasma y un cuerpo viviente. No es de suponer que Tomás hiciera uso de la autorización que le hacia el Maestro. Su reacción ante las palabras de Jesús fue de reconocer la divinidad de Jesús: ¡Señor mío y Dios mío! Tratase de una confesión de fe completa. Nadie en el Evangelio le había dado este título, que Él había reivindicado con términos precisos. Jesús mira al corpulento e impulsivo Tomás humillado a sus pies y con una sonrisa beatifica le reconviene, diciendo: ¿Creo ahora o no?' Tomás creyó por haber visto a Cristo; pero dichosos los que sin ver creyeron. Después de los apóstoles vendrán otros que no han contemplado la humanidad gloriosa de Cristo. A ellos se dirige elogiosamente Jesús.

Las futuras generaciones compensarán por el ardor de su fe lo que les faltará de presencia real. "El evangelista San Juan quiso cerrar su evangelio con el episodio de Tomás. La escena que él cuenta después de ésta, la aparición de Jesús en el mar de Tiberíades, es sólo un apéndice que añadió más tarde. La respuesta final de Jesús había de ser como un amén poderoso que había de resumir todo el Evangelio y había de resonar a través de todos los siglos en el alma de los creyentes: Porque me has visto has creído, Tomás. Bienaventurados los que no vieron y creyeron. Es como una amable ironía el que la liturgia coloque la fiesta de Santo Tomás el 21 de diciembre, pocos días antes de Navidad, como si le quisiera poner ante el pesebre del Niño de Belén. Diríase que ante el Niño divino está repitiendo para los vacilantes de todos los tiempos su profunda e infantil oración: ¡Señor mío y Dios mío! ¡Señor mío y Dios mío!

Con una simple mención en el relato de la pesca milagrosa (Jn 21,2) y la consignación de su nombre en la lista de los apóstoles reunidos en el Cenáculo después de la Ascensión (Act. 1,13), desaparece Tomás de los anales de la historia para adentrarse en la enmarañada selva de la leyenda. Su paso fugaz por el escenario de la historia fue provechoso para nosotros, hasta el punto que San Gregorio el Grande no vacila en afirmar que "más beneficiosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomás que la fe de los apóstoles que fácilmente creyeron (Homil. 26, in Evang., 7 ).

El apóstol enérgico y valiente sentía cómo su corazón ardía en llamas por el deseo de predicar a las gentes la buena nueva del Maestro, a quien tanto amó en vida y que, después de muerto, vio con sus ojos y pudo tocar con sus manos. La atmósfera que se respiraba en Palestina era tan hostil a Cristo que hubiera sido arriesgado organizar allí un plan sistemático de apostolado. Algunos de los apóstoles fueron encarcelados o llevados a los tribunales, prohibiéndoseles predicar la doctrina de Cristo. En estas condiciones era mejor emigrar hacia los pueblos de la gentilidad. El cristianismo no era una secta como cualquier otra de las que existían por aquel entonces en el seno del judaísmo, sino un movimiento universalista encaminado a ganar para la doctrina de Cristo a todos los hombres de buena voluntad. La estrella nacida en Belén debía alumbrar a todo hombre que viene a este mundo. A los judíos, como depositarios de la revelación primitiva, pertenecían las primicias del apostolado cristiano: pero, a causa de su obstinada ceguera, fueron ellos preteridos a los pueblos que vivían en las tinieblas y en medio de las sombras de la muerte.

Santo Tomás emprendió el camino de la gentilidad; Sabemos que salió de Palestina, y las tradiciones aseguran que marchó hacia Oriente, a las tierras por donde sale el sol, para anunciarles que otro Sol más radiante y vivificador había nacido en tierras de Palestina. Desde muy antiguo tomó cuerpo la tradición de que fue Tomás el apóstol de los partos, medas y persas, territorios que actualmente corresponden al Irak, Irán y Beluchistán. Otras tradiciones extienden hasta la India el campo de su apostolado, adonde llegó por el llamado "camino de la seda", que atravesaba la Persia, el Pakistán y el Tíbet. Se dice que su apostolado fue muy fructífero debido a su predicación y a la multitud de milagros que obró en confirmación de su doctrina. Una tradición siria llama a Santo Tomás "rector y maestro de le Iglesia de la India, fundada y regida por él". Sin embargo, los cristianos del Indostán, conocidos por el nombre de cristianos de Santo Tomás, que habitan el Malabar y pertenecen a la Iglesia siria, tienen probablemente su origen de un misionero nestoriano llamado Tomás. En la Iglesia malabar se canta en las lecciones litúrgicas en honor del Santo: "Por las fatigas apostólicas de Santo Tomás llegaron los chinos y los etíopes al conocimiento de la doctrina de Cristo. Por Santo Tomás fueron bautizados y se hicieron hijos de Dios. Por Santo Tomás el reino de Dios llegó hasta la China". En el libro de las Actas atribuidas al apóstol se refieren fantásticas aventuras referentes a su ida a la India y a sus trabajos allí como arquitecto real.

El Breviario romano dice que el Santo fue martirizado en Calamina, ciudad que no se ha identificado todavía. Parte de sus reliquias fueron trasladadas a Edesa, en cuyo lugar se mostraba su sepulcro, según testimonio de escritores cristianos antiguos. San Juan Crisóstomo enumera la tumba de Santo Tomás entre los cuatro sepulcros de los apóstoles (San Pedro, San Pablo, San Juan ) que puede identificarse su emplazamiento. De Edesa sus reliquias fueron trasladadas a la isla de Chíos y de ahí pasaron a Ortona, donde se veneran actualmente.

La tradición ha atribuido a Santo Tomás un evangelio de carácter gnóstico, que se ha perdido. El actual Evangelio de Santo Tomas, también apócrifo, refiere numerosas y fantásticas leyendas en torno a la infancia de Jesús. También se le han adjudicado el libro de las Actas de Santo Tomás y un Apocalipsis, condenado por el papa Gelasio I a fines del siglo v.

Nunca admiraremos bastante la recia figura de Santo Tomás, quien, bajo unos modales toscos, escondía un alma noble, generosa, impresionable, amante de Jesús, confesor de su divinidad y su apóstol abnegado. En vez de hacer hincapié en su incredulidad, más bien afectada que real, debemos ahondar en el conocimiento de sus excelsas virtudes para confirmarnos en nuestra condición de soldados de Cristo.

viernes, 2 de julio de 2021

Lecturas 02/07/2021



Sara vivió ciento veintisiete años. Murió Sara en Quiriat Arbá, o sea Hebrón, en la tierra de Canaán.
Abrahán fue a hacer duelo por Sara y a llorarla.
Después Abrahán dejó a su difunta y habló así a los hititas: «Yo soy un emigrante, residente entre vosotros. Dadme un sepulcro en propiedad, entre vosotros, para enterrar a mi difunta».
Después Abrahán enterró a Sara, su mujer, en la cueva del campo de Macpela, frente a Mambré, o sea Hebrón, en la tierra de Canaán.
Abrahán era anciano, de edad avanzada, y el Señor había bendecido a Abrahán en todo.
Abrahán dijo al criado más viejo de su casa, que administraba todas las posesiones: «Pon tu mano bajo mi muslo y júrame por el Señor, Dios del cielo y la tierra, que no tomarás mujer para mi hijo de entre las hijas de los cananeos, en cuya tierra habito, sino que irás a mi tierra nativa a tomar mujer para mi hijo Isaac».
El criado contestó: «Y si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿tengo que llevar a tu hijo a la tierra de dónde saliste?».
Abrahán le replicó: «De ninguna manera lleves a mi hijo allá. El Señor, Dios del cielo, que me sacó de la casa paterna y del país nativo, y que me juró: “A tu descendencia daré esta tierra”, enviará su ángel delante de ti, y traerás de allí mujer para mi hijo. Pero, si la mujer no quiere venir contigo, quedas libre del juramento.
Mas a mi hijo, no lo lleves allá». Después de mucho tiempo, Isaac había vuelto del pozo de Lajay Roi. Por entonces habitaba en la región del Negueb.
Una tarde, salió a pasear por el campo y, alzando la vista, vio acercarse unos camellos.
También Rebeca alzó la vista y, al ver a Isaac, bajó del camello.
Ella dijo al criado: « ¿Quién es aquel hombre que viene por el campo en dirección a nosotros?».
Respondió el criado: «Es mi amo».
Entonces ella tomó el velo y se cubrió.
El criado le contó a Isaac todo lo que había hecho.
Isaac la condujo a la tienda de su madre Sara, la tomó por esposa y con su amor se consoló de la muerte de su madre.


En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme».
Él se levantó y lo siguió.
Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: « ¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?».
Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».

Palabra del Señor.

Reflexión del 02/07/2021

 

02 de Julio - Santos Proceso y Martiniano

Debió ser muy ejemplar la presencia de los Apóstoles Pedro y Pablo en la prisión romana cuando se aproximaba su martirio. Habían empleado bien el tiempo para la extensión del Evangelio. Tanto el mundo judío como los gentiles habían tenido ya noticia de la Buena Nueva de la Salvación, quedaba organizada la Iglesia en sus elementos más firmes y estaban presentes ya en el mundo los que continuarían hasta que el Señor de la Historia decida el fin de la presencia del hombre sobre la faz de la tierra. Ellos intuyen que está próximo el fin de su carrera; el propio Pablo lo deja por escrito en sus cartas. Sólo queda recorrer la recta final.

El Martirologio Romano, así como el de Beda, Usuardo y Adón consignan en sus listados de mártires a Proceso y Martiniano. Resumen la entrega de su vida por Cristo presentándolos como dos de los principales carceleros que tenían la misión de custodiar la cárcel Mamertina de Roma en tiempos de Nerón y del encarcelamiento de los Apóstoles previo a su martirio.

Sin ser muy explícitos sobre su existencia, la áurea de los siglos adornó con posibilidades lo desconocido de su vida, constituyéndolas en catequesis devota. Se les presenta como soldados probablemente zafios, algo brutos y más que ensombrecidos por la escoria de la sociedad que tienen que soportar cada día en aquella cárcel pestilente. Debió resultarles extraña la presencia de aquellos dos presos que no aúllan ni vociferan como los demás; no insultan ni blasfeman, no maldicen ni amenazan. Más bien les pudieron parecer faltos de razón o trastornados por la sencillez y ensimismamiento que por tanto rato mantenían; y a lo que no encontraban ninguna explicación era a la atención que prestaban a sus compañeros de prisión a los que intentan consolar, atendiéndoles cómo pueden; hasta han visto que les daban de su comida y que han ayudado a moverse a los que ya ni eso pueden. Y les hablan de bondad, de vivir siempre, de resurrección. Un judío, Cristo, les dará la libertad y la salud. Alguno parece que les escucha con especial atención y lo incomprensible es que con la última remesa de presos que ha llegado por haber incendiado nada menos que la ciudad de Roma, ha cambiado el tono de la cárcel donde empiezan a oírse cantos y hasta sonrisa en los labios resecos por la fiebre, el contagio y el temor.

Los dos carceleros comienzan prestando atención a lo que dicen y terminan acercándose a recibir, en susurros y casi a escondidas, instrucción. Una luz del cielo se les ha encendido dentro; piden ser discípulos, quieren recibir el bautismo y se ofrecen como sustitutos de sus puestos dejándoles abierta la prisión. Una fuente de agua brota de la piedra, signada por Pedro con la cruz, para poder administrar el bautismo a ellos y a otros cuarenta y siete más. Esa es la fuente que desde entonces da agua milagrosa a quien quiere beberla para remedio de algún mal.

Sabedor el juez Paulino de lo sucedido les llama al orden, animándoles a dejar lo que incautamente han abrazado e instándoles a ofrecer culto y reconocimiento a los dioses de siempre. Pero nada puede remover su decisión y, después de escupir la estatua de Júpiter, son azotados y atormentados con la pena del fuego en la que no se sabe cómo el juez se queda ciego, es poseído del demonio y muere en tres días. A los dos que fueron carceleros les cortaron la cabeza en la Vía Aurelia, fuera de los muros de la ciudad, el día 2 de Julio, dejando sus cuerpos a los perros.

jueves, 1 de julio de 2021

Reflexión del 01/07/2021

 

Lecturas 01/07/2021



En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán. Le dijo: « ¡Abrahán!». Él respondió: «Aquí estoy».
Dios dijo: «Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré».
Abrahán madrugó, aparejó el asno y se llevó consigo a dos criados y a su hijo Isaac; cortó leña para el holocausto y se encaminó al lugar que le había indicado Dios.
Al tercer día levantó Abrahán los ojos y divisó el sitio de lejos. Abrahán dijo a sus criados: «Quedaos aquí con el asno; yo con el muchacho iré hasta allá para adorar, y después volveremos con vosotros».
Abrahán tomó la leña para el holocausto, se la cargó a su hijo Isaac, y él llevaba el fuego y el cuchillo.
Los dos caminaban juntos.
Isaac dijo a Abrahán, su padre: «Padre».
Él respondió: «Aquí estoy, hijo mío».
El muchacho dijo: «Tenemos fuego y leña, pero, ¿dónde está el cordero para el holocausto?».
Abrahán contestó: «Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío».
Y siguieron caminando juntos.
Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán alargo la mano tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: « ¡Abrahán, Abrahán!» Él contestó: «Aquí estoy».
El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo».
Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.
Abrahán llamó aquel sitio «El Señor ve», por lo que se dice aún hoy «El monte del Señor ve».
El ángel del Señor llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo y le dijo: «Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. Todas las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz». Abrahán volvió al lado de sus criados y juntos se pusieron en camino hacia Berseba, y Abrahán se quedó a vivir en Berseba.


En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. En esto le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: « ¡Animo, hijo!, tus pecados te son perdonados».
Algunos de los escribas se dijeron: «Este blasfema».
Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: « ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y echa a andar”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados - entonces dice al paralítico -: “Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa”».
Se puso en pie, y se fue a su casa.
Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.

Palabra del Señor.

 

01 de Julio - Santa Ester - Reina de Persía

La acción debemos ponerla imaginativamente en tiempos del imperio persa sasánida, en algún momento a mediados del siglo V antes de Cristo. En este tiempo sitúa el narrador la historia de Ester, la mujer judía que llega providencialmente a reina en la corte persa, precisamente cuando está a punto de ponerse en práctica un edicto de extinción de los judíos exiliados, una especie de holocausto antes de tiempo.

La historia se ubica en Susa, ciudad de verano del gran rey de los persas, donde algunos de ellos pasaban largas temporadas. Tal era el caso de Artajerjes I o Muero, que de las dos maneras se llama en la Biblia al rey de esta historia, quien gobernó el imperio persa a mediados del siglo V a.C. Comienza un día en que el rey, en medio de un banquete, hace llamar a la reina, la primera de su harén, para mostrarla a los invitados y que éstos pudiesen admirar su belleza. Por lo que fuere, los motivos no se nos dan en la narración, la reina Vasti se negó a obedecer la orden del rey, lo que fue considerado como una afrenta a los invitados y una desobediencia a la máxima autoridad del imperio. Las consecuencias fueron inmediatas: un decreto hizo perder a la reina su condición de esposa consorte y de reina. La narración concluye con una nota ejemplarizante, que refleja el tipo de valores de la sociedad en que el relato se escribe: «Cuando por todo el inmenso imperio del rey oigan el decreto real, todas las mujeres honrarán a sus maridos, nobles y plebeyos»; es decir, de ese modo se reafirmaba ante la sociedad entera el principio patriarcal de aquella sociedad, que la reina Vasti parecía poner en peligro: ¡es el marido quien manda en casa!

Un segundo cuadro completa el paisaje humano y prepara el drama del que se va a hablar. El cuadro gira también en torno al rey y a sus mujeres. En este caso, pasado algún tiempo desde el hecho anterior, se buscan por todo el reino esposas para el rey, es decir, mujeres para su harén que, según las costumbres de la época, habían de ser tanto más numerosas, cuanto más poderoso era el señor. En este contexto, se nos presenta a Mardoqueo, un judío ilustre, alto funcionario en la corte del rey, que vivía en la parte alta de Susa, donde la gente importante. Tenía consigo en casa a una bella joven judía, huérfana de padre y madre y pariente suya, a la que había adoptado como hija propia. Se llamaba Edisa o Ester, pues ambos nombres nos da el narrador bíblico. Ester parece derivar del persa stara, y significa probablemente "estrella". Es posible que el nombre tenga algo que ver con el latino steila, que en nuestra lengua ha dado Estela. Con toda naturalidad el narrador nos cuenta cómo Ester fue seleccionada para el harén del rey. Muy pronto su belleza y simpatía hacen que tenga allí una situación privilegiada, aunque -siguiendo las instrucciones de su padre adoptivo- oculta de momento su origen judío. Cuando le tocó el turno y fue llamada por el rey, Ester se convirtió en su favorita y fue coronada en seguida reina, en lugar de la destronada Vasti. El texto bíblico tiene interés en subrayar que esta circunstancia, sin embargo, no hizo cambiar de conducta a Ester. En efecto, cumpliendo las enseñanzas de Mardoqueo, ella seguía temiendo a Dios y cumpliendo sus mandamientos.

INTRIGAS Y AMENAZAS

Inmediatamente cambia el ritmo de la historia, que nos sitúa de golpe en el submundo de las intrigas de la corte. Mardoqueo descubre un complot contra el rey y lo denuncia. Según una versión, directamente; según otra, por medio de la reina Ester. En cualquiera de los casos, el complot es suprimido, y Mardoqueo adquiere prestigio y un puesto de mayor relevancia en la corte. Todo ello causa la envidia de otro funcionario, Amán, personaje de mucho ascendiente ante el rey. Cuando este último es elevado a la categoría de primer ministro, sólo Mardoqueo deja de inclinarse ante él, porque un judío sólo a Dios puede adorar y ante él inclinarse. Y ésta es la disculpa que desata una venganza, no tanto contra el personaje, cuanto contra el pueblo al que pertenecían Mardoqueo y Ester, es decir, contra el pueblo judío. Efectivamente, Amán denuncia a este pueblo ante el rey, utilizando una serie de razones, que serán -sorprendentemente- las mismas razones y prejuicios siempre utilizados por futuros antisemitas: «Hay una raza aislada -dice-, diseminada entre todas las razas de las provincias de tu imperio. Tienen leyes diferentes de los demás y no cumplen los decretos reales. Al rey no le conviene tolerarlos. Si a vuestra majestad le parece bien, sea decretado su exterminio, y yo entregaré a la hacienda trescientas toneladas de plata para el tesoro real«.

Se trata, pues, de un pueblo singular y diferente. Éste es en último término el gran delito. A partir de aquí, se le achacan los crímenes habituales: es un pueblo enemigo de todos, completamente separado por su legislación, desdeña las órdenes reales, estorba la política irreprochable y recta del gobierno, es hostil a los intereses persas y, además, comete los peores crímenes, hasta el punto de amenazar la estabilidad del reino. Ni qué decir tiene que Amán recibe carta blanca para actuar como crea más conveniente. Y «a todas las provincias del imperio llevaron los correos cartas ordenando exterminar, matar y aniquilar a todos los judíos, niños y viejos, chiquillos y mujeres, y saquear sus bienes el mismo día: el día trece del mes de marzo, o sea, el mes de Adar». La fecha es importante y juega un papel relevante en el relato bíblico. Desde el punto de vista narrativo es un término final, antes del cual hay que buscar cualquier solución, pues luego ya no será posible evitar la matanza. Desde el ángulo de la historia, es la fecha en que nacerá una festividad popular del pueblo judío, una festividad que, probablemente, esté en el origen de todo este relato.

A medida que los correos reales hacían llegar la orden a las ciudades donde existían colonias judías, la sorpresa primero, el estupor después, el miedo y la desesperación al final, eran las reacciones de la gente afectada por el decreto. Cuando Mardoqueo se enteró de lo que se avecinaba, lleva a cabo un tradicional gesto bíblico: rasga sus vestiduras, se viste de sayal, desparrama ceniza sobre su cabeza y se coloca ante el palacio real, gritando: «Desaparece un pueblo inocente». Finalmente la noticia llega a Ester, quien entra en contacto con Mardoqueo. Quizás ella pueda interceder ante el rey, quizá Dios le haya hecho subir al trono para esta ocasión, comenta Mardoqueo, hablando con ella siempre por intermediarios. La dificultad de acceder hasta el rey era, sin embargo, muy grande. A todo aquel que se acercaba a la zona real sin haber sido llamado, podía aplicársele la pena de muerte, salvo que he; rey mismo extendiese hacia él su cetro de oro. Y Ester no había sido llamada desde hacía un mes. Pero el asunto era urgente, no podían dejarse pasar sin más los días, porque, a medida que se acercaba la fecha, el peligro era más difícil de conjurar.

LA REINA ESTER ANTE EL SOBERANO PERSA

La personalidad y la piedad de Ester se muestran ahora en todo su esplendor, como pone especialmente de relieve la narración conservada en lengua griega, más larga y tardía que la hebrea. Ella sabe que ha de jugarse la vida por su pueblo, pero es consciente de que no puede hacerlo sola. Necesita la ayuda de Dios, el apoyo espiritual de todo su pueblo. Les pide, por eso, que ayunen y que oren por el buen éxito de la empresa.

Ella, aunque no haya sido llamada, irá a ver al rey, pase lo que, pase. «Si hay que morir, moriré», dice totalmente decidida. La plegaria que el autor judío de lengua griega pone en boca de la reina Ester es de una gran belleza:

«Señor mío, único rey nuestro, protégeme, que estoy sola y no tengo otro defensor que tú.

Atiende, Señor, muéstrate a nosotros en la tribulación y dame valor, Señor, Rey de los dioses y Señor de los poderosos.

Pon en mi boca un discurso acertado cuando tenga que hablar al león; haz que él cambie y aborrezca a nuestro enemigo, para que perezca con todos sus cómplices.

A nosotros, líbranos con tu mano, y a mí, que no tengo otro auxilio, fuera de ti, protégeme tú, Señor, que lo sabes todo...

Oh Dios, poderoso sobre todos, escucha el clamor de los desesperados, líbranos de las manos de los malhechores, y a mí quítame el miedo.»

Es verdad que, en el conjunto de la oración aquí extractada, resuenan fuertes acentos de venganza y de odio al enemigo. No debemos olvidar que estamos aún en los tiempos del Antiguo Testamento. El mensaje casi increíble de amar a los enemigos, propuesto por Jesús, tardará aún varios siglos en llegar. Pero la confianza en Dios, el valor de la oración personal y comunitaria, así como la fuerza del ayuno, se manifiestan en esta ocasión con toda su fuerza y su grandeza. Y no debemos olvidar que sólo con la ayuda de Dios, es decir, con su gracia, es posible cumplir el mandato del amor.

Después de tres días de ayuno, ataviada ahora con sus mejores galas, la reina traspasa los umbrales de la zona prohibida y se presenta públicamente ante el rey. Uno de los narradores subraya cómo el rey parecía ante sus ojos un ángel de Dios, cómo se llenó de temor ante el inmenso esplendor de la corte, cómo, en fin, llena de tensión y a la vez fascinada por cuanto veían sus ojos, apenas comenzó a hablar al rey, se desmayó. Pero ya el rey, movido por Dios a benevolencia, había cambiado el gesto de condena en signo de acogida y, extendiendo hacia ella el cetro que sostenía en sus manos, benévolamente la acogió. La reina, con prudencia y realismo a la vez, no expone entonces sus problemas al rey. Le invita a un banquete para el día siguiente, a la vez que invita también a Amán. Éste, lleno de contento, lo toma como un gesto de máxima consideración y se siente en la cumbre del poder. Sólo Mardoqueo, que sigue a la puerta del palacio y continúa sin inclinarse ante él, parece poner límite a su imparable ascenso político y social. Y decide acabar con su persona antes del banquete. Para ello manda levantar una altísima horca y comienza a planear, cómo pedir al rey la orden de ejecución para su enemigo.

DIOS SALVA A SU PUEBLO POR MEDIO DE ESTER

A partir de aquí los acontecimientos se precipitan. El rey no puede conciliar el sueño en la noche. Pide que le lean las crónicas de su reino y descubre los favores que en otro tiempo le hizo Mardoqueo. Se entera, además, de que nunca se le recompensó por ello. Cuando por la mañana concede a Amán audiencia, le consulta qué se debe hacer en favor de uno a quien el rey quiere honrar. Pensando que se trata de él mismo, Amán responde con una lista completa de gestos de honor y de dones excelentes. El rey, para sorpresa y estupor del primer ministro, le ordena que eso mismo se haga con Mardoqueo. Desde ese instante, las cosas van de mal en peor para el enemigo del pueblo judío. En el banquete la reina pone al rey al tanto del proyecto de exterminio del pueblo judío, que está a punto de consumarse. ¿Quién ha hecho eso?, exclama el rey. Y al saber que ha sido Amán, no puede contener su ira y sale por un momento al jardín. Amán, viéndose perdido, suplica a la reina que interceda por él. Para ello se inclina en el diván sobre la reina, justo en el momento en que entra en la sala de nuevo el rey, tomando ese gesto como un intento de abusar de la reina. Y así Amán es condenado a morir en la horca, que él mismo había preparado para Mardoqueo. Y toda la confianza, que había depositado antes en Amán, la pone ahora en Mardoqueo.

Por su parte, Ester pide al rey que revoque el decreto de aniquilación de los judíos. El asunto no era fácil, pues un decreto que llevaba la firma y el sello del rey no podía revocarse. Por eso, consultados los expertos legales del reino, se mandan nuevos correos con órdenes nuevas: «Ordenamos que no habéis de obedecer a la carta enviada por Amán... Ayudadles (a los judíos) a defenderse de quienes los ataquen, ese mismo día trece del mes de marzo, mes de Adar. Porque ese día trágico para el pueblo elegido, el Dios dominador universal, lo ha convertido en día de alegría». La continuación del relato no es agradable y causa en el cristiano lector de la Biblia una cierta turbación. A la amenaza sucede la venganza y la reina Ester pide, incluso, que pueda prorrogarse el tiempo de vigencia del decreto, para que la venganza fuese más completa. Finalmente, se manda que los días 14 y 15 del mes de Adar sean en adelante fiesta para los judíos, la fiesta de «purim», porque «Amén, hijo de Hamdatá, de Agag, el enemigo de los judíos, había hecho el sorteo, llamado "pur", para eliminarlos y destruirlos; pero cuando la reina Ester se presentó ante el rey, el rey escribió un documento volviendo contra Amán el plan perverso, que había tramado contra los judíos...».

La historia de Ester, contenida en el libro bíblico que lleva su mismo nombre, es ciertamente un relato de ficción, apoyado probablemente en dos experiencias profundas del pueblo judío. La primera se refiere a las constantes reacciones antijudías de otros pueblos ante «su diferencia» y ante su negación a dejarse absorber por la cultura y la religión ambiental. La segunda es la constante experiencia de la ayuda providente de Dios. Esta bella y cruda historia nos ha llegado en dos relatos complementarios, uno en hebreo -más breve y más antiguo- y otro en griego -mucho más amplio y posible remodelación del anterior-. Por lo demás, la composición de esta pequeña obra maestra es compleja y se extiende entre los siglos IV y I a.C. Pero, si el libro de Ester no cuenta la verdadera historia, ¿de qué nos habla realmente? Hemos visto que la historia en sí misma es dura. Pero es que habla de duras realidades. Son éstas las dificultades de convivencia entre pueblos, las amenazas de genocidio, las humanas venganzas personales y colectivas. Desgraciadamente, estos hechos sí son históricos y se han repetido muchas veces, llegando quizá a su punto álgido durante el holocausto judío de la Segunda Guerra Mundial. Pero no sólo con judíos han ocurrido estos hechos. Pueblos como el armenio o como tantos otros del África negra actual, nos recuerdan que, para nuestra vergüenza, se trata de una historia demasiado real, como para considerarla pura ficción del pasado. En este sentido, la historia de Ester nos habla de la necesidad de lograr una convivencia entre pueblos de razas y religiones diferentes; y también de que Dios está siempre del lado del más débil. Ésta era la fe de Ester y éste es su más profundo sentido religioso: que Dios está del lado de los judíos amenazados -la minoría étnica- y se vale de lo aparentemente más pequeño -una mujer, tal como se consideraba entonces ... y ahora- para lograr la salvación.

Pero este libro y su heroína tuvieron un segundo capítulo inesperado. Para los cristianos del medievo, Ester, Estela, era una prefiguración, un anticipo de la Stella Maris, es decir, de María misma, Estrella del Mar. Para ellos anunciaba ya a la Virgen María, coronada y mediadora. Y, del mismo modo que Ester, intercediendo ante Muero logró la salvación del pueblo judío, así María, coronada reina junto a su Hijo Jesucristo, intercede por todo el género humano, para obtenernos el perdón y la salvación definitiva.

 

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