¿Y esa historia del poeta que dejó el teclado de la
computadora y pasó a escribir a mano con una lapicera, y después pasó de la
lapicera a un lápiz, y luego a otro lápiz más fino, de modo que su escritura se
hizo más y más delgada, sutil, minúscula, hasta que una noche, al acercar el
oído a la página, pudo escuchar el estruendo de una marejada de sangre
golpeando contra los acantilados rocosos del pensamiento?
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