21 de junio de 2014
Muy querido amigo:

Los bravos, los bellos, muchas veces mueren jóvenes. Arden mucho y rápido. Iluminan. (Vos tenías la piel del color del fuego). No pretendo hacerme el poeta. Perdoná. Además lo anterior seguramente ya lo sabías porque estuviste cerca mío mientras preparaba una versión para chicos de la Ilíada (Aquiles y todo eso). Pero bueno, dejame consolarme un poco de tu ausencia física con palabras. Es un recurso que tenemos los bípedos implumes (a los otros, los emplumados, los dejabas visitar el jardín sin mucho celo, aunque una vez le hincaste el diente a uno, no creas que no me acuerdo).
Voy a extrañarte. Te extraño. Gracias por tu amor y amistad, Vlad. Sé que viviste una vida breve pero feliz (lo sé porque sonreías, porque abrazabas, porque te gustaba beber agua corriente de los grifos, porque disfrutabas provocando a los perros, porque te dejabas querer, porque te paseaste por techos y cornisas y te estiraste al sol todo lo que quisiste y porque la tenías a la gorda Selma -ella también te extraña- para lavarte la capocha a lengüetazos en el sillón cada vez que dormías la mona tras una noche de excesos).
Sé también que vos nos querías a nosotros. No sé dónde ni cúando pero estoy seguro, como dice la canción de abajo, que vamos a volver a encontrarnos, y que será un día soleado. Mientras tanto haré lo posible por no ser del todo indigno de tu memoria. 
Hasta entonces, hermanito. Te quiero mucho.

N.