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El obispo de San Sebastián, José María Uriarte, ofreció ayer una conferencia (no episcopal, aun proviniendo de un obispo), en la que expresó su "cercanía" y "sensibilidad" hacia los familiares de presos etarras que "sufren" como consecuencia de los desplazamientos que han de realizar para visitarlos. Y añadió que, siendo consciente de la incomprensión que originarían sus afirmaciones, éstas son necesarias por motivos de "misericordia".
Misericordia. Más bien miseriacordial; cordial con familiares de terroristas, en muchos casos (quizá en todos; no recuerdo condenas por su parte) aprobadores de los métodos asesinos empleados por los condenados. Ah, pero el terrible sufrimiento que ocasiona un viaje, merece compadecimiento y piedad.
Desconozco si efectuó, o ha efectuado alguna vez (publicada no está), declaración alguna acerca del sentimiento que suscita en él el dolor de los familiares de las víctimas. Ésos que ni siquiera pueden sufrir el padecimiento de un desplazamiento para visitar a un vivo: todo lo más, una tumba. Ésos a quienes, de los condenados a muerte por ETA, sólo les queda el recuerdo.
Ignoro si mostró, o ha mostrado alguna vez, misericordia hacia las propias víctimas, las vivas obligadas a sufrir vitaliciamente las consecuencias de un atentado. Éstos sí constituyen verdaderos e inicuos sufrimientos; ellos sí son inocentes sufridores de la atrocidad e inhumanidad ajenas.
En mí, las palabras de Uriarte, no generan incomprensión sino indignación, asco, repudio. Las víctimas no se encuentran a la misma distancia que los terroristas o sus familiares de un punto cero ecuánime. ¿O los familiares de quienes sometieron a Cristo a su Pasión, Crucifixión y Muerte eran equiparables, en su sufrimiento, al del propio Cristo o María?. Si aceptaban sus actos, no en ningún caso.
Ampararse en "razones humanitarias" para defender los acercamientos, como Rubalcaba y el Gobierno Zapatero para excarcelar a De Juana, es simplemente deleznable.
¿Por qué lo circunscribe a presos etarras?, ¿no sería aplicable la misma tesis para cualquier otro encarcelado?, ¿o sólo le inspiran misericordia los familiares de terroristas?.
Y lo que resulta absolutamente inaceptable es plantear el terrorismo etarra como una cuestión política. Habiendo muertes, no hay lugar para la política. Tratándose de criminales, no cabe diálogo alguno. A quienes portan y emplean armas, coacción, extorsión, persecución, a quienes imponen el terror entre sus congéneres, no se les puede denominar "adversarios políticos". Ni la esencia, ni el accidente: son asesinos.
Mientras la respuesta a la palabra siga siendo un disparo, una amenaza, un incendio, o cualesquier otro acto de violencia, la contrarrespuesta será la cárcel. Abierto tienen, y siempre lo han tenido, el camino que seguimos los demás. Si no lo toman, no pueden constituirse, en modo alguno, en compañeros de viaje.
¿Olvida, señor obispo, el quinto mandamiento: no matarás?. ¿o lo relega a un segundo, tercer, o desaparecido plano?. Quitar la vida a otro contraviene no sólo la ley de los hombres, también la ley de Dios. Es un delito, y un pecado, mortal. La pena es la cárcel; se les han concedido magnánimos beneficios penitenciarios, y no han cambiado. Para el perdón es inexorable la presencia de tres premisas: reconocimiento de culpa, arrepentimiento y propósito de enmienda. Ninguna de ellas existe.
¿Cuándo nos alentará la Conferencia Episcopal con, al menos, una matización expresa de los términos, un rechazo de las condiciones en que Uriarte propone misericordia?. Sólo inspirarían clemencia los familiares contrarios a la acción terrorista. ¿Cuándo nos satisfará con una advertencia, una sanción, una exigencia de cambio de discurso a Uriarte?. ¿Cuándo actuará el Nuncio dando traslado a Benedicto XVI?. ¿Cuándo recibiremos un mensaje de compasión hacia los que sufrimos que, desde un miembro de la jerarquía eclesiástica, se llame adversarios políticos a unos asesinos impíos?.
natpastor@gmail.com
Misericordia. Más bien miseriacordial; cordial con familiares de terroristas, en muchos casos (quizá en todos; no recuerdo condenas por su parte) aprobadores de los métodos asesinos empleados por los condenados. Ah, pero el terrible sufrimiento que ocasiona un viaje, merece compadecimiento y piedad.
Desconozco si efectuó, o ha efectuado alguna vez (publicada no está), declaración alguna acerca del sentimiento que suscita en él el dolor de los familiares de las víctimas. Ésos que ni siquiera pueden sufrir el padecimiento de un desplazamiento para visitar a un vivo: todo lo más, una tumba. Ésos a quienes, de los condenados a muerte por ETA, sólo les queda el recuerdo.
Ignoro si mostró, o ha mostrado alguna vez, misericordia hacia las propias víctimas, las vivas obligadas a sufrir vitaliciamente las consecuencias de un atentado. Éstos sí constituyen verdaderos e inicuos sufrimientos; ellos sí son inocentes sufridores de la atrocidad e inhumanidad ajenas.
En mí, las palabras de Uriarte, no generan incomprensión sino indignación, asco, repudio. Las víctimas no se encuentran a la misma distancia que los terroristas o sus familiares de un punto cero ecuánime. ¿O los familiares de quienes sometieron a Cristo a su Pasión, Crucifixión y Muerte eran equiparables, en su sufrimiento, al del propio Cristo o María?. Si aceptaban sus actos, no en ningún caso.
Ampararse en "razones humanitarias" para defender los acercamientos, como Rubalcaba y el Gobierno Zapatero para excarcelar a De Juana, es simplemente deleznable.
¿Por qué lo circunscribe a presos etarras?, ¿no sería aplicable la misma tesis para cualquier otro encarcelado?, ¿o sólo le inspiran misericordia los familiares de terroristas?.
Y lo que resulta absolutamente inaceptable es plantear el terrorismo etarra como una cuestión política. Habiendo muertes, no hay lugar para la política. Tratándose de criminales, no cabe diálogo alguno. A quienes portan y emplean armas, coacción, extorsión, persecución, a quienes imponen el terror entre sus congéneres, no se les puede denominar "adversarios políticos". Ni la esencia, ni el accidente: son asesinos.
Mientras la respuesta a la palabra siga siendo un disparo, una amenaza, un incendio, o cualesquier otro acto de violencia, la contrarrespuesta será la cárcel. Abierto tienen, y siempre lo han tenido, el camino que seguimos los demás. Si no lo toman, no pueden constituirse, en modo alguno, en compañeros de viaje.
¿Olvida, señor obispo, el quinto mandamiento: no matarás?. ¿o lo relega a un segundo, tercer, o desaparecido plano?. Quitar la vida a otro contraviene no sólo la ley de los hombres, también la ley de Dios. Es un delito, y un pecado, mortal. La pena es la cárcel; se les han concedido magnánimos beneficios penitenciarios, y no han cambiado. Para el perdón es inexorable la presencia de tres premisas: reconocimiento de culpa, arrepentimiento y propósito de enmienda. Ninguna de ellas existe.
¿Cuándo nos alentará la Conferencia Episcopal con, al menos, una matización expresa de los términos, un rechazo de las condiciones en que Uriarte propone misericordia?. Sólo inspirarían clemencia los familiares contrarios a la acción terrorista. ¿Cuándo nos satisfará con una advertencia, una sanción, una exigencia de cambio de discurso a Uriarte?. ¿Cuándo actuará el Nuncio dando traslado a Benedicto XVI?. ¿Cuándo recibiremos un mensaje de compasión hacia los que sufrimos que, desde un miembro de la jerarquía eclesiástica, se llame adversarios políticos a unos asesinos impíos?.
natpastor@gmail.com