Menuda la que se ha armado porque el jefe supremo de la secta católica, ha citado unas palabras de un emperador bizantino del siglo XIV en el que se dicen cuatro verdades acerca de ese gran sinvergüenza que fue el mercachifle árabe Abul Qasim (alias "Mahoma"). Es curioso cómo los clérigos, ya sean católicos, chiítas o budistas, sólo atinan a decir la verdad cuando critican una religión que no es la suya propia. Pero es difícil no acertar criticando una religión: casi todo lo malo que se pueda decir sobre ellas termina siendo cierto.
En el caso del islam, la más reciente, más brutal y más estúpida de todas las grandes supersticiones, siguen plenamente vigentes hoy en día las palabras de aquel monarca medieval al que aludía Ratzinger:
Esto era verdad en el siglo XIV y sigue siendo cierto en el siglo XXI. En todo lugar de este planeta donde el islam es mayoritario, ha llegado a serlo por medio de la conquista y la imposición violenta. "No hay coacción en religión", alegan los musulmanes que está escrito en su libro "sagrado"; pero los hechos son elocuentes. Para ellos, los no musulmanes somos el enemigo al que hay que dominar y convertir a su religión o, directamente, exterminar:
Y, por si había alguna duda, repite:
Pero estas palabras no expresan debidamente todo el terror que los talibanes sembraron en el nombre del "enviado de Alá", o los crímenes que los clérigos iraníes todavía practican. ¿Y acaso voy a olvidarme de ese firme aliado de los Estados Unidos que es Arabia Saudí, cuyo anterior monarca veraneaba en la Costa del Sol, para vergüenza de muchos españoles?
El islam es así: una religión que incita a la violencia, a la explotación del hombre por el hombre, a la anulación de la mujer, al exterminio de las minorías religiosas o sexuales, etc. ¿Por qué? Pues porque ya su fundador, el estafador Mahoma, no era precisamente un modelo de virtud: asaltó caravanas como un bandolero, rompió tratados de paz, se casó con una niña, poseía esclavos... léase cualquier biografía sobre este curioso personaje.
Ante una realidad tan cruda, es normal que los musulmanes no ahorren medios para acallar cualquier crítica, por pequeña que sea. Hace sólo unos días, unos imanes sudaneses ordenaron la decapitación de un periodista por decir que el padre de Mahoma no se llamaba Abdalá ("siervo de Alá") sino Abdallat ("siervo de la diosa Allat"), cuando es perfectamente sabido que esta diosa era adorada en La Meca, precisamente por el clan de Mahoma, mucho antes de que éste se inventara el nombre de Alá (allah, que probablemente venga de al-ilah: "el dios"). Pese a toda esta lógica aplastante, el periodista fue asesinado.
Pero, un momento, ¿de qué religión estoy hablando? ¿Sólo del islam pueden decirse esas cosas? Por supuesto que no: el cristianismo comparte el mismo pasado criminal. Lo que ocurre es que hemos quitado a los clérigos cristianos el poder que todavía retienen en el mundo árabe los clérigos musulmanes. Sin el poder, sin medios para coaccionar, las religiones se desinflan y las sociedades se hacen verdaderamente libres. Este es el gran secreto que hemos aprendido en Occidente.
Pero volvamos a Ratzinger y la morisma revuelta. Parece ser que, en una de sus fintas dialécticas, el jefe supremo de los católicos ha evitado disculparse y lo único que ha lamentado ha sido la "reacción musulmana". Luego pasa lo que pasa, que los muslimes se ponen aún más histéricos y amenazan con extender su rabia contra todo Occidente.
¿A quién beneficia todo esto? A los payasos que creen que sus dioses existen y deben prevalecer sobre los de los demás. Los musulmanes, que llevan siglos de retraso intelectual, se dejan provocar por las patochadas de un cristianismo fundamentalista que intenta (hasta ahora sin éxito) reconquistar la secularizada Europa. Quizá piensen Ratzinger, Sarkozy, Berlusconi, los neocón y los teocón que, provocando una guerra santa contra el multisecular enemigo moro, volveremos todos a llenar las iglesias con fervor religioso-patriótico, unidos todos contra la nueva amenaza global.
Pues, por lo que a mí respecta, mataos entre vosotros, imbéciles fanáticos de Alá o de Jesús. Degollaos unos a otros hasta que no quedéis ninguno, pero dejadnos en paz a los que no nos creemos vuestras necedades.
En el caso del islam, la más reciente, más brutal y más estúpida de todas las grandes supersticiones, siguen plenamente vigentes hoy en día las palabras de aquel monarca medieval al que aludía Ratzinger:
"Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba."
Esto era verdad en el siglo XIV y sigue siendo cierto en el siglo XXI. En todo lugar de este planeta donde el islam es mayoritario, ha llegado a serlo por medio de la conquista y la imposición violenta. "No hay coacción en religión", alegan los musulmanes que está escrito en su libro "sagrado"; pero los hechos son elocuentes. Para ellos, los no musulmanes somos el enemigo al que hay que dominar y convertir a su religión o, directamente, exterminar:
Matadles donde deis con ellos, y expulsadles de donde os hayan expulsado. Tentar es más grave que matar. No combatáis contra ellos junto a la mezquita sagrada, a no ser que os ataquen allí. Así que, si combaten contra vosotros, matadles: ésa es la retribución de los infieles. (Corán: sura 2, aleya 191)
Y, por si había alguna duda, repite:
¡Combatid contra quienes, habiendo recibido la escritura, no creen en Alá ni en el último día, ni prohíben lo que Alá y su enviado han prohibido, ni practican la religión verdadera, hasta que, humillados, paguen el tributo directamente! (Corán: sura 9, aleya 29)
Pero estas palabras no expresan debidamente todo el terror que los talibanes sembraron en el nombre del "enviado de Alá", o los crímenes que los clérigos iraníes todavía practican. ¿Y acaso voy a olvidarme de ese firme aliado de los Estados Unidos que es Arabia Saudí, cuyo anterior monarca veraneaba en la Costa del Sol, para vergüenza de muchos españoles?
El islam es así: una religión que incita a la violencia, a la explotación del hombre por el hombre, a la anulación de la mujer, al exterminio de las minorías religiosas o sexuales, etc. ¿Por qué? Pues porque ya su fundador, el estafador Mahoma, no era precisamente un modelo de virtud: asaltó caravanas como un bandolero, rompió tratados de paz, se casó con una niña, poseía esclavos... léase cualquier biografía sobre este curioso personaje.
Ante una realidad tan cruda, es normal que los musulmanes no ahorren medios para acallar cualquier crítica, por pequeña que sea. Hace sólo unos días, unos imanes sudaneses ordenaron la decapitación de un periodista por decir que el padre de Mahoma no se llamaba Abdalá ("siervo de Alá") sino Abdallat ("siervo de la diosa Allat"), cuando es perfectamente sabido que esta diosa era adorada en La Meca, precisamente por el clan de Mahoma, mucho antes de que éste se inventara el nombre de Alá (allah, que probablemente venga de al-ilah: "el dios"). Pese a toda esta lógica aplastante, el periodista fue asesinado.
Pero, un momento, ¿de qué religión estoy hablando? ¿Sólo del islam pueden decirse esas cosas? Por supuesto que no: el cristianismo comparte el mismo pasado criminal. Lo que ocurre es que hemos quitado a los clérigos cristianos el poder que todavía retienen en el mundo árabe los clérigos musulmanes. Sin el poder, sin medios para coaccionar, las religiones se desinflan y las sociedades se hacen verdaderamente libres. Este es el gran secreto que hemos aprendido en Occidente.
Pero volvamos a Ratzinger y la morisma revuelta. Parece ser que, en una de sus fintas dialécticas, el jefe supremo de los católicos ha evitado disculparse y lo único que ha lamentado ha sido la "reacción musulmana". Luego pasa lo que pasa, que los muslimes se ponen aún más histéricos y amenazan con extender su rabia contra todo Occidente.
¿A quién beneficia todo esto? A los payasos que creen que sus dioses existen y deben prevalecer sobre los de los demás. Los musulmanes, que llevan siglos de retraso intelectual, se dejan provocar por las patochadas de un cristianismo fundamentalista que intenta (hasta ahora sin éxito) reconquistar la secularizada Europa. Quizá piensen Ratzinger, Sarkozy, Berlusconi, los neocón y los teocón que, provocando una guerra santa contra el multisecular enemigo moro, volveremos todos a llenar las iglesias con fervor religioso-patriótico, unidos todos contra la nueva amenaza global.
Pues, por lo que a mí respecta, mataos entre vosotros, imbéciles fanáticos de Alá o de Jesús. Degollaos unos a otros hasta que no quedéis ninguno, pero dejadnos en paz a los que no nos creemos vuestras necedades.