Regresaba a casa después de una agotadora semana de trabajo, pero lo que menos le apetecía era comenzar las tareas domésticas. Así que decidió ponerse cómoda, cogió sus zapatillas de deporte, su música y se dirigió a la playa.
Lugar para ella con especial encanto ya que desde pequeña solía ir allí, precisamente cuando no había mucha gente.
El murmullo de las olas, la brisa del viento y el inmenso mar le daban esa paz que no había podido conseguir en ningún otro lugar.
Caminaba lentamente por la arena mojada, el frío mar golpeaba sus pies, el sol inundaba su cuerpo…pensaba, reflexionaba, mirando hacia el horizonte.
Se cruzó con un hombre y sonriendo le preguntó la hora, ella le contestó mirándolo a los ojos.
Ambos prosiguieron sus caminos.
Pero de regreso a casa no podía quitarse de la mente esos ojos, algo había visto en ellos.
Se decía a si misma que era absurdo puesto que ya no lo volvería a ver más.
Al día siguiente algo le impulsó a regresar.
Se encontró de nuevo con ese hombre…esta vez hablaron más. Le preguntó su nombre e intercambiaron algunas ideas.
Estaba feliz, su corazón le latía fuertemente…¿se habría enamorado?.
Así pasaron algunos días, entre charlas y risas a medias.
No tenían cita preestablecida, pero ambos esperaban ansiosamente estar juntos.
Un día la pasión y el deseo tomó las riendas de ese encuentro…abrazos, caricias y besos desenfrenados…Los dos en un mismo cuerpo hicieron el amor.
No dijeron nada más, simplemente cada uno siguió su camino.
Así pasaron algunos meses Penélope y Damian…felices, alegres.
No tenían ningún compromiso, nada establecido…sólo estar juntos y llenarse de esa ternura y amor que los dos sabían dar.
Pero un día Penélope ya no lo encontró más, ni ese ni al día siguiente.
Miles de pregunta se hacía, miles de inquietudes surcaban su mente…miles de contestaciones que nunca encontró.
¿En qué habría fallado si tan feliz parecía?