jueves, 11 de septiembre de 2008

Una sorpresa para Marta(*)

No, no hace tanto tiempo. Fue solo anteayer cuando Marta pasó el día entero con Sonia.
Sonia estaba llorando. Marta no soportaba ver a nadie llorar. Y menos a Sonia, a quien siempre se la veía tan fuerte y arrogante…¡ era perturbador y extrañísimo verla llorando a mares, con sus hermosos rojos inyectados en sangre y su linda nariz colorada como un tomate!
Marta no era amiga de Sonia. En verdad., Sonia ni siquiera tenía amigas dentro de la clase. Sonia era de esas chicas populares que solamente tratan con aquellos que les rinden pleitesía. Tenía amigas, pero en otro curso, todas mayores que ella. Pero cuando Marta la vio llorando en el baño a mediodía, al terminar las clases, y le preguntó qué le pasaba y si precisaba ayuda, Sonia parecía realmente sola y acongojada. En ese instante, Sonia lloró más fuerte aun y se abrazó a Marta. Marta se sintió halagada, como con la sensación de que podría serle útil a Sonia. Era increíble, que ella pudiera salir a la ayuda de la chica más fuerte y orgullosa del grupo. Bien sabia que a Sonia sus amigos no la querían nada. Decían que Sonia era una arpía, maligna y chismosa. Pero en medio de tantas lágrimas, Marta la veía realmente abandonada y vulnerable. De maldad, nada.
Marta pensaba que aunque no aprecies a alguien, en un momento de dolor, alguien que sufre es alguien que precisa tu ayuda, y que merece consuelo. Y a ella le daba mucha pena ver a Sonia así de derrumbada, como luego supo, porque el grupo de las grandes le acababa de dar la espalda porque una de ellas estaba ofendida con Sonia por algo que ella no alcanzaba a comprender. “Yo no hice nada….¡ me acusan injustamente!”, repetía Sonia, secándose las lágrimas en el hombro de Marta.
Marta le sugirió a Sonia que se lavara la cara con agua fría, y le aseguró que la acompañaría adonde tuviese que ir .Salieron del colegio, y caminaron lentamente. Sonia se tomaba del brazo de Marta como temiendo caerse por el camino.
- ¿Te acompaño a tu casa? – le pregunto Marta
- - No, no quiero ir a casa.
- ¿Venís vos a la mía?
- - No, no quiero que nadie me vea con esta cara – dijo, mientras ocultaba su rostro congestionado detrás de una cortina de lacio cabello dorado.
- Esta bien. Vamos a la plaza y te compro un helado para que se te pase la tristeza.
Marta estuvo todo el día acompañando a Sonia y escuchando sus historias incomprensibles acerca de intrigas entre un grupo de amigas de nombres que se le mezclaban, porque no conocía a ninguna de ellas.
Marta estaba preocupada pensando que a esa hora tendría que haber ido a devolver el libro de Historia en la biblioteca, que no llegaría a tiempo a su clase de francés, y que su madre se preocuparía. Pero Sonia aún estaba muy trastornada como para quedarse sola. Y Marta se dijo “bueno, ya que estoy haciendo la buena acción del día, y la voy a hacer hasta el final”. Al final del día, Marta se sorprendió viendo que estaba compartiendo horas muy intimas con Sonia, que la final era mucho más débil y humana de lo que los demás pensaban. Y en cierta forma se sintió orgullosa de haber descubierto la veta sensible de Sonia. Llegó a pensar que si ella era capaz de rescatar lo mejor de Sonia, quizás podría demostrarles a todos que Sonia podía unirse al grupo del curso, que podía convertirse en una buena amiga. Y también podría desmostrarle a Sonia que hay gente buena que podría escucharla y ser su amiga, en lugar de ese grupo de grandes engreídas que acababa de despreciarla.
Ese encuentro en el baño de chicas no había sido casual. Sonia se había cruzado en su camino para que ella pudiera mostrarle como es ser amigo de verdad, siendo solidario con el otro y dándole una mano en un momento difícil.
Pensando esto, Marta tuvo de repente una idea genial para cambiarle la cara a Sonia . Sin dudar en darle esta alegría, le dijo:
- Sonia, este sábado festejo mi cumpleaños en casa y quiero que vengas.
- ¿ Yo? ¿A tu cumple?
- Si, Sonia. Sé que al principio te vas a sentir rara , porque nadie de los que invito son de tu grupo, y en verdad no te aprecian mucho porque…no te conocen . Pero quiero que te conozcan y sepan quién sos . Quiero que tengas la oportunidad de sumarte a nuestro grupo. Somos buena gente, ya vas a ver.
Sonia alzó sus ojos claros tímidamente.
- ¿Estás segura de que querés que vaya a tu fiesta?
- Claro que sí. - dijo Marta, pensando por un segundo como haría para que Sonia fuera aceptada en el grupo. ¿Y si la mitad de sus amigos se enteraba y decía “si ella va yo no voy”? Bueno, la decisión ya estaba tomada.
Marta la acompañó a Sonia hasta su casa, ella la despidió e la puerta saludándola con la mano, y en la hora de viaje de regreso a su casa, Marta estuvo dudando si habría hecho lo correcto o si había ido demasiado lejos con esa invitación, conmovida por la situación. Pero ya era tarde para arrepentirse.
Se reunió con sus amigas a organizar la fiesta y no tuvo el coraje de avisarles que había invitado a Sonia. Solamente tuvo coraje para llamar a David, el chico que más le gustaba, para recordarle que no faltara a su fiesta. El le dijo que no se la perdería por nada de mundo y Marta sintió que tocaba el cielo con las manos. Sin ninguna duda, David era el mejor chico de todos. Y ella soñaba con el día en que él se animara a acercarse y a pedirle que fuera su novia. Esa noche no pudo dormir pensando en el momento en el que viera entrar a David en su propia casa…¡ Ese sería el mejor regalo de cumpleaños de todos! .
En la mañana del sábado, sus amigas llegaron para aturdirla con la decoración de la casa. Armaron sandwiches, hicieron pochoclo, pusieron las bebidas en la heladera y flores en las mesas y, cuando todo estaba listo, todas fueron a vestirse y a ponerse hermosas.
Marta se había comprado un vestido negro y zapatos nuevos especialmente para esa noche. El vestido tenía unas cadenitas plateadas al costado, que le daban un toque sensual y sofisticado. Y los zapatos eran verdaderamente preciosoa, con un broche metálico que hacía juego con las cintas del vestido. Cuando sus amigas la vieron, le dijeron “ ¡Waw , Marta!¡Parecés otra! ¡Estás sensacional!” Mientras sus amigas atendían a los invitados y servían las bebidas, ella se delineó con cuidado los ojos, se hizo rizos en el pelo, se puso su mejor perfume y sólo cuando se vio realmente preciosa, salió a saludar a todo el mundo. Todos la miraban asombrados y le decía que jamás la habían visto tan bella. Pero a ella no le importaba lo que opinaran todos. Porque sólo estaba pendiente de ver entre los invitados a quien más quería ver: a David. Ya había pensado si él no tomaba ninguna iniciativa, al menos ella podría pasar el resto de su vida pensando, feliz, que “ en este mismo sofá se sentó David en mi cumple” . Y con eso, ya se sentiría dichosa. Pero en el fondo, también sabía que lo que ella quería era deslumbrar a David, que él se enamorara perdidamente de ella, que la tomara de la mano, la mirara a los ojos y le dedicara una de sus preciosas sonrisas, solo para ella.
No quiso preguntar a sus amigas si David había llegado, para que no empezaran a reírse de su enamoramiento, y recorrió toda la casa buscándolo con los ojos. Había tanta gente que se consoló pensando que si llegaba a venir Sonia, sus amigas ni notarían su presencia y no le reprocharían nada.
Como no lo veía por ningún lado, cada vez que sonaba el timbre ella corría a ver si era él.
Luego de recibir a más amigos y amigas, sin que David llegara, Marta empezó a sentirse muy inquieta. Cuando ya no aguantaba más, le preguntó a sus amigas si David había llegado.
- Por supuesto que si …¿qué? ¿no lo viste?¡ Hace como una hora que está por aca!- le dijeron .
Marta recorrió casi corriendo toda la casa,la cocina, cada cuarto, el patio y hasta el jardín. Había gente riendo por todas partes, Y fue allí, bajo las estrellas, que vio el pelo ensortijado de David detrás de las ramas de un arbol…¡ que emoción enorme!.
Pensó en ir directo a reprocharle que no la hubiera saludado.
Después de todo, era su cumpleaños y él ni se había preocupado en ubicarla en el gentío. Pero en vez de eso, resolvió taparle los ojos para que adivinara quien era ella. Eso era buena idea : tener un pretexto para tocarlo la entusiasmaba más que ninguna otra cosa . Caminó hacia él lentamente, y cuando estaba a la distancia justa para taparle los ojos por la espalda, él giró la cabeza y la miró. “Qué lindo que es”, pensó Marta, conteniendo el aliento .Pero vio algo muy extraño pegado al rostro de David. Tardó un segundo en darse cuenta de que era una mano con uñas pintadas de rojo brillante. Y detrás de la mejilla de David, vio asomar el rostro triunfante de Sonia, sonriendo de oreja a oreja. Estaba realmente bella, con su largo pelo rubio cubriéndole la mitad de sus ojos color del cielo. Sonia estaba muy pegada a David. En verdad, él la estaba tomando por la cintura. Cuando Sonia la vió, dijo: “¡Marta, qué sorpresa! .Qué buena está la fiesta , ¿eh? … Le conté a David lo amable que fuiste el otro día conmigo…¡En verdad , con los dos, pues gracias a tu fiesta, nos acabamos de conocer!¿Donde lo tenías escondido, nena?” Y dicho esto, Sonia tomo la cara de David con las dos manos y le estampó un beso en la boca. Y siguieron los dos besándose como si Marta no existiera.
Marta caminó marcha atrás, para alejarse de los dos, y se fue directo a la cocina, a lorara sobre los vasos para lavar.No volvió a salir al jardín .En el living, intentó fingir que la pasaba bien, sintiendo que este era el peor cumpleaños de su vida.
No le contaría nada a sus amigas, sabiendo que ellas le reprocharían lo idiota que había sido por creer que Sonia merecía compasión o amistad. No le diría nada a nadie de lo que había pasado , porque todas le dirían que David es un imbécil, y ella tampoco creía eso.
Ella sentía que estaba metida en el cuento ese del escorpión que ayuda a la rana a cruzar el río, y luego le clava el aguijo y le dice “esta es mi naturaleza, debiste haberlo sabido” .

Un día muy especial(*)

Este era un día distinto a cualquier otro. Pero Tomás no quiso ilusionarse con que este día le depararía nada especial, aunque en el fondo él quería que fuera especial. A esta altura de la vida, él ya sabía que si uno se ilusiona mucho, también se desilusiona muchísimo, y él no era un chico que aceptara tranquilamente una frustración. Por eso, apenas se despertó, pensó sabiamente “veré qué me trae este día”. No era un mal día, ya que era un sábado soleado. El canto de los pajaritos le llegaba por la ventana entreabierta, y los pajaritos no cantan con tanto entusiasmo si el día está nublado. Por suerte, su primo Nico se había quedado a dormir. Nico era divertido y travieso, y Tomás nunca se aburría con él. Así que ya se les ocurriría qué hacer juntos.
Un rayo de sol dio justo sobre la nariz de Tomás, indicando que ya era hora de levantarse. Tomás se restregó los ojos con los puños cerrados, bostezó como un hipopótamo, se quitó las colchas de encima, y con los ojos todavía cerrados, se sentó en el borde de la cama. Sintió de pronto urgentes ganas de ir al baño, así que buscó con los pies sus zapatillas que había dejado en alguna parte debajo de la cama. Encontró una y se la calzó como una pantufla. Cuando a tientas encontró la otra y puso su pie adentro, sintió algo frío que se movía dentro de ella, lo que le hizo abrir los ojos de inmediato.

- ¡ Ahhhh! – gritó Tomás, viendo espantado a una víbora verde deslizarse por el piso, en dirección a su escritorio, debajo de cual desapareció.
-
Con una sola zapatilla en el pie, salió corriendo del cuarto llamando a sus padres.

- ¡Socorro! ¡Mamá, papá! ¡Hay una serpiente en mi cuarto!

Mamá abrió la puerta de su cuarto, asombrada, y le preguntó:

- ¿Qué te pasa, hijo?
- ¡Una serpiente!¡ Una víbora! ¡Salió de mi zapatilla!
- ¿Como puede ser? ¿Y donde está?
- ¡En mi habitación!
- - Hijo, acá no hay serpientes …
- ¡Pero yo la vi, te lo juro! ¡Llamalo a papá para que la mate!
- No hace falta, vamos a ver los dos….
- ¡Ni loco vuelvo a entrar a mi cuarto!
- Está bien, entro yo sola…¿ para donde se fue?
- Fue desde mi cama al escritorio… ¡ Tené cuidado , mamá!

Tomás se quedó en el pasillo temblando como una hoja, y mamá entró, decidida, a su cuarto.

- Tomás ya revisé todo tu cuarto de lado a lado y no hay nada.
- ¡No puede ser!
- No grites , que lo vas a despertar a Nico …
- ¡Te juro que la vi! ¡Hasta la toqué con mi pie! ¡Era fría, áspera y…asquerosa!
- Tal vez todavía estabas soñando …
- ¡No mamá, creéme!


Mamá sonrió, lo abrazó y le dijo.

- Bueno, por suerte ya no está ahí, se habrá escapado por la ventana. Ahora bajá a prepararme un rico desayuno que en un minuto estoy con vos pero primero terminá de vestirte.

Tomás entró a su cuarto muerto de miedo. Tomó la zapatilla que le faltaba con dos dedos, la miró por dentro, y salió corriendo del cuarto, no sin antes cerrar la puerta detrás de él. Bajó las escaleras con una zapatilla, y solo cuando estuvo abajo e todo se sentó en el último escalón y se puso la zapatilla que le faltaba. Entró a la cocina, todavía agitado por el susto.

- Mejor hago unos huevos y unas tostadas…ya se me pasará el susto – se dijo.

Abrió el cajón de los cubiertos, y sacó cubiertos para los cuatro: papá, mamá, él y Nico . Puso café en el filtro, agua en la cafetera, encendió la cafetera y miró la mesa de la cocina:
- ¿Qué me falta? Ah, claro: tazas, platos, manteca….¡ y tengo que hacer los huevos!

Abrió la alacena para sacar tazas y platos, y sacó una taza, dos tazas…pero cuando iba a tomar la tercera taza, vio una patas peludas y negras trepando a su mano…

- ¡ AAAAAHHHH! –gritó Tomás, espantado. Soltó la taza que se hizo trizas en ele suelo. Y vio a la araña escapar apuradísima hasta salir por la ventana hacia el patio.

Escuchó el ruido de la ducha arriba. Mamá estaba duchándose y no habría escuchado su grito., Y papá y Nico seguían durmiendo. ¿Valía la pena avisarle a mamá que había visto al araña más gigantesca del mundo, solo cinco minutos después de haber visto una serpiente en su zapatilla? Mamá creería que estaba loco, o que aún seguía soñando despierto. Así que resolvió dedicarse a lo práctico: a hacer el desayuno.
Armó la mesa y sacó un sartén de un estante. le puso un poco de aceite, y abrió la heladera para sacar los huevos. Lástima que en el compartimiento de los huevo vio algo que lo dejó helado. Entre la blanca hilera de huevos redondo, había un ojo grandote que lo observaba. Un ojo de verdad, con unos tendones chorreando sangre…adentro de la heladera. Tomás se tapó la boca con las dos manos, para no gritar y para no vomitar, y cerró la heladera de un portazo. El corazón le latía con tanta fuerza que estaba seguro de que se escucharía en toda la casa y todos se despertarían con sus palpitaciones. Pero nadie se despertaba.
Decidido a no intentar preparar los huevos, llevó una simple lata de galletas a la mesa, un frasco de mermelada, y abrió la lata para que estuviera lista para que todos se sirvieran cuando se dignaran despertarse y bajar a desayunar. Pero cuando la abrió, de adentro de la lata salió algo que primero le pareció a Tomás una hoja de árbol seca, torcida sobre si misma. Pero la hoja seca se trepó al borde de la lata , le mostró dos ojitos diminutos y una breve fila de dientes, y en medio de una mueca maliciosa se lanzó a volar , y despareció por la ventana …¡ era un murciélago! Tomás nunca había visto un murciélago tan cerca, pero mucho menos había visto uno en una lata de galletas. A Tomás le parecía que se estaba volviendo loco. Sintió la boca pastosa, y se quiso servir juego de un envase de cartón. Pero cuando tomó el envase sintió un peso desigual de algo sólido, que rasguñaba las paredes del envase. Volcó el envase con cuidado sobre el vaso y de él salió un gordo y pesado sapo. Tomás no supo si le dio más asco que miedo, más miedo que sorpresa, o más sorpresa que susto. Porque cuando uno quiere tomar jugo de naranja lo ultimo que imagina es que va a ver un sapo en su vaso. Arrojó el vaso con sapo y todo a la pileta de la cocina. Pero él seguía con la boca seca, y no se animaba a servirse agua de la canilla por miedo a ahogar al sapo. Entonces decidió abrir un envase de leche, que por suerte estaba fuera de la heladera. Estaba cerrado, no le traería sorpresas. Sin embargo, al servir la leche sobre su vaso, del envase salió sangre a borbotones.
Tomás se sintió mareado. Todo le daba vueltas, y sintió naúseas.

- ¡Mamá! – gritó Tomás
- ¡Ya voy, hijo! – dijo mamá.

El no estaba dispuesto a quedarse un segundo más solo en esa cocina embrujada.
Así que si el murciélago y la araña se habían escapado al patio, él haría lo mismo. Buscó la llave de la puerta del patio con manos temblorosas dentro de la frutera sobre el estante alto. Pero al tomar las llaves, una rata se subió a sus dedos. ¿Una rata, en la inmaculada cocina de mamá, que no dejaba que entrara ni una mosca? Espantado, Tomás pegó un salto hacia atrás, volcando una silla, que golpeó el cartón de jugo, que cayó al piso dejando un charco de sangre en la cocina.
¡Tanto que le gustaba a Tomás leer relatos de terror, y ahora estaba viviendo uno de ellos, justo esta mañana que todos parecían haberse olvidado de él, y nadie lo ayudaba!
Con la mano temblorosa, le pareció que tardaba un siglo en embocar la llave en la cerradura. Además, le resultaba dificilísimo meter la llave en la cerradura, porque tenia los ojos casi cerrados, ya que no quería ver ninguna otra cosa espantosa.
Finalmente la llave hizo “clic” y la cerradura cedió y se abrió. El salió de un salto afuera cerró la puerta, y justo en medio del patio vio una caja de zapatos, cerrada. Qué raro… ¿ quién dejaría eso ahí? Pensó que era algo que había olvidado Nico. Se agachó, curioso, levantó la tapa….¡ y mil asquerosas cucarachas salieron corriendo de adentro de la caja en todas direcciones!
Tomás cayó de espaldas, aterrado, y en ese momento preciso no vio más nada: un trapo negro lo envolvió y un montón de manos le golpeaban la espalda.
¿Qué está pasando? ¿Me volví loco? ¿Me están secuestrando? Luchó como pudo y pataleó en todas direcciones para librase de esa oscuridad. Sintió que se ahogaba, no entendía qué estaba pasando. Giró sus brazos con toda su fuerza y rodó por el suelo, enredándose cada ve más entre los pliegues de la tela, hasta que por fin vio una luz entre los pliegues y dirigió su cara hacia allí. Empujó con todas sus fuerzas hacia esa luz, y en un segundo vio que el trapo se levantaba. Tardó un poco que sus ojos se habituaran nuevamente a la luz, y se vio rodeado de personas, entre las que pudo distinguir la cara de su primo Nico .
- ¡ Eh, Tomás! ¡ Qué susto! ¿Eh?
Tomás no podía creer que Nico se estuviera riendo. Detrás de Nico, estaba mamá con el pelo mojado, riendo también, sosteniendo algo en las manos. Y también papá se reía, y tenía otra cosa en la mano.
- ¿Qué les pasa? – gritó Tomás - ¿No vieron lo que me pasó?
Mamá se acercó a Tomás, le acarició la cabeza y lo abrazó…
- ¡Feliz cumpleaños, hijito! – le dijo mamá, besándole la transpirada frente
- ¡Feliz cumpleaños,Tomás! – le dijeron papá y Nico.
Tomás los miró helado, mientras ellos le entregaban paquetes llenos de moños. El todavía estaba sentado en el piso, en medio de la frazada arrugada que le habían tirado encima.

- ¿Ustedes se volvieron locos? ¿De que se ríen? ¡Había una tarántula en la alacena, una rata en la frutera, un ojo en la heladera, sapos en la leche, sangre en el envase de jugo, un murciélago en la lata de galletas, cucarachas en esta caja …!¡Uf!
- Ya sabemos, ya sabemos. Todo eso lo organizó Nico con sus mascotas. Vos sabés que es loco por los bichos.

Tomás miró a Nico con odio, y se le lanzó encima dispuesto a golpearlo.

- ¿Como pudiste…?
- Pero Tomás…¿No sos fanático de los cuentos de terror? Quise que en tu cumpleaños vivieras tu propio cuento de terror …
- Pero …¡estuve en peligro!
- No, Tomás: la culebra era inofensiva, la rata y el sapo son mis mascotas, la araña no picaba, puse témpera roja al envase de jugo y un ojo de vidrio en la heladera…¡ y lo que me costó juntar esas cucarachas… y atrapar al murciélago!
- ¡Pero fue la peor mañana de mi vida! – dijo Tomás, furioso.
Nico lo abrazó y le dijo:
- Vamos, fue todo un chiste de tu primo travieso…¿me perdonás?
- No lo sé.- dijo Tomás- Vas a tener que esperar que me reponga del susto. ¿Era necesario aterrarme así?
- ¿Sabés qué? De una cosa estoy seguro: uno se olvida de muchos cumpleaños en la vida. Pero de este cumpleaños no te vas a olvidar nunca más.
- Ya lo creo- , dijo Tomás, lanzándole por la cabeza la caja de zapatos a su primo, riéndose bajito.
Luego se abrazaron, y salieron juntos a divertirse.
Y fue cierto que Tomás olvidó muchos cumpleaños.
Pero justo de ese, no se olvidó jamás.

Solo en la oscuridad ( *)

Damián no sabía si estaba más nervioso porque su madre se había ido retándolo por no haber querido acompañarla al hospital a ver cómo estaba la abuela… o porque se había quedado completamente solo en casa por toda la noche.
Sucedió que estaban cenando en casa, cuando sonó el teléfono diciendo que la abuela se había sentido mal, que una vecina había llamado a una ambulancia, y viendo que estaba muy mal, la habían llevado a hospital.
Papá y mamá se levantaron de la mesa con la velocidad del rayo, vistieron a los niños –que a esa hora ya estaban en pijamas-, y le preguntaron a Damián por qué no se me movía, si debían ir al hospital.
“No me interesa ir”, dijo Damián.
“¡Pero es tu abuela, y está grave! ¡Iremos todos a verla!”, dijo mamá.
“Yo no. No quiero” dijo Damián.
“¿Como puede ser que nunca quieras ver a tu abuela? Nunca querés acompañarnos a su casa, te vas cuando ella viene, y ahora, que es cuando más nos necesita, no venís a darle un beso”, dijo mamá., indignada.
“No, no voy”, dijo Damián, con firmeza.
“Entonces te vas a quedar solo toda la noche”, dijo papá.
Un intenso escalofrío recorrió el cuerpo de Damián, desde los talones a la coronilla. Pero la suerte estaba echada, y aunque quedarse solo en casa de noche le parecía horroroso, ir a ver a la abuela en un hospital le parecía aun más espantoso. No soportaría verla inconsciente en terapia intensiva.
Mamá estaba muy enojada y le dijo “¡Y ya que te quedás, por lo menos levantá la mesa y lava los platos!” y cerró la puerta de un golpe, con un portazo que hizo temblar las paredes.
Damián levantó la mesa, puso los platos sucios en la pileta, y corrió a encender la tele y la radio al mismo tiempo para sentirse acompañado. Pero se dio cuenta de que con ese escándalo no podría escuchar los sonidos extraños que podrían alertarlo de un peligro. Entonces apagó la radio y bajó el volumen de la tele. En la tele daban solo películas de terror, y la apagó para no sentir más miedo. Lavó los platos a medias, para terminar con eso cuanto antes. Y le parecía que alguien lo miraba desde afuera, entonces cerró la cortina.
Inquieto, decidió irse a la cama a dormir para que esa noche se acabara cuanto antes.
Pero para ir a la cama debía apagar antes las luces de toda la casa. Y no le gustaba nada eso de recorrer la casa a oscuras para dejar solamente la luz de su velador encendida.
La solución sería encender todas las luces de la casa. Pero en la casa vacía, dejar las luces encendidas le parecía sumamente cobarde y bochornoso. Entonces apagó todas las luces y corrió a su cuarto. Y cuando encendió la luz del velador, vio la puerta del armario apenas abierta. Se le erizó la piel del terror….¿ y si había entrado alguien allí? Pensó que era absurdo, porque si nunca había sitio en el armario ni para la raqueta de tenis, mucho menos lo habría para un asesino o un monstruo que acechara en la oscuridad.
Se metió en la cama y no se animó aún a pagar la luz de la mesilla. La luz hacía sombras extrañas en la pared que nunca había visto antes, con forma de telaraña gigante. No sintió que estuviera en su habitación, sino en un sitio extraño, enorme, frío y amenazante que no era su casa. “Papá, mamá, vuelvan pronto, por favor “murmuró para sí, tapándose con la sabana hasta las orejas.
De pronto, le pareció que algo se movía en su habitación y se cubrió por completo con las sabanas. Pero se sintió muy ridículo…si había un extraño que quería matarlo….¿no era más fácil matar a un chico acurrucado debajo de una sábana, que a un chico que lo mira a los ojos? ¿Acaso las sábanas eran blindadas y detendrían balas o cuchilladas? Con coraje, se destapó, y sintió un ruido debajo de la cama. ¡Oh, no, el asesino se había escondido debajo de la cama!¿Cómo haría entonces para huir de su cuarto? Pero Damián pensó “¿Cómo va esconderse un asesino debajo de mi cama? ¿Acaso es un asesino tímido? ¿Por qué no viene y me mata de una vez, en lugar de andar ocultándose detrás de mis pantuflas?”
Se dio ánimo y se atrevió a encender su linterna para ver que había debajo de su cama. Y gritó de espanto, pues debajo de su cama había las pelusas más grandes que jamás hubiera visto. “Mañana voy a limpiar esto”, se dijo.
Pero en ese momento escuchó el sonido de un suspiro junto a la puerta de su cuarto.
¿Habría alguien ahí, dispuesto a matarlo, aprovechando que estaba solo y asustado?
Y para que no se notara su temor, gritó bien fuerte:
- ¿Quién anda allí?
Y enseguida se sintió ridiculísimo. ¿Acaso un asesino le respondería “Tranquilo: Soy yo, tu asesino”?
Entonces se levantó a comprobar que no hubiera nadie detrás de la puerta. Se asomó para ver si veía algo en el pasillo. Pero al asomarse, supo que era la manera mas simple de que el presunto asesino le volara la cabeza con un disparo directo a la frente. Perdido por perdido, salió al pasillo. Y se sorprendió al ver que no había nadie. Pero también, caray, se sintió más solo que nunca… ¡No había ni siquiera un solo monstruo que le hiciera compañía!
De pronto sintió un ruido en el fondo, como viniendo de la cocina. Ya que estaba levantado, fue hacia ahí no sin antes tomar el recaudo de llevar su raqueta de tenis para atacar al intruso. Era un ruidito pequeño y continuo, como un chasquido. Dado que era imposible que nadie hubiera entrado a la casa, supuso que se trataría de una alimaña… ¿pero qué clase de alimaña? Lo que más temía era encontrarse con una alimaña muerta, pues las cosas muertas se quedan ahí, y tenés que encargarte de sacarlas del camino, y eso da mucho asco, porque no sabés si te contaminan y te enfermás y te morís.
Por eso, prefería encontrara un animal vivo, que huya y desaparezca.
Pero…¿qué podía hacer ese ruido? Damián se acercó de a poco con su raqueta alzada, lista para asestar el golpe certero. Estaba casi seguro que el ruido debía ser producido por un animal nocturno, como un murciélago… ¡lo echaría a raquetazos! ¿Raquetazos? ¡Si los murciélagos son ciegos, y no se asustan con lo que sacudas! Entonces lo mataría con un cuchillo… ¡oh, no! ¿Y luego que haría con el cuerpo inerte y sangrante? ¡Era peor el remedio que la enfermedad!
Damián se acercó en puntas de pie hacia el sitio de donde salía el sonido. No era ninguna alimaña: era una gota de agua de la canilla que caía sobre un plato, haciendo mover un tenedor. Agitado con tanto susto, Damián regresó a su cuarto deseando que sus padres regresaran cuanto antes. Antes de meterse nuevamente en la cama cerró las ventanas de su cuarto.
Cerró también las cortinas. Pero eran de una tela semitransparente y se veía todo lo que había del otro lado. Entonces, para que ningún asesino lo espiara dentro de su cuarto, buscó unas frazadas y algunos alfileres de gancho y aseguró las frazadas todo a los largo y ancho de su ventana, para que nadie pudiera observarlo desde afuera. Pero también sintió que todo eso era ridículo… ¿o acaso en patios y jardines hay asesinos observando tus movimientos por la ventana , como si vos mismo fueras un programa de televisión? ¿Tan aburridos están los asesinos hoy en día?
Cuando se metió en la cama, trató de dormirse lo más rápido posible.
Pero no pudo, porque se dio cuenta de que le daba miedo la oscuridad. Es que la oscuridad te oculta cosas: nunca sabés quién está allí, agazapado en lo más negro de la noche. Y es lógico sentir así, pues en la oscuridad nunca te espera un amigo, sino alguien que te quiere dar un susto horrible, como un gorila, una pantera o un asesino. O quizás la misma Muerte con capucha, capa y guadaña. Pero si la abuela estaba muy mal, la muerte estaría ahora con ella…¡ no estaría perdiendo tiempo acechando a Damián! En verdad, la abuela era tan viejita que seguramente la Muerte era para la abuela una vieja amiga que tomaba el te todas las tardes con ella, decidiendo qué día marcharían juntas. Es que la abuela ya no era la misma que reía cuando hacía trampa en los juegos de mesa. El una vez había visto a su perro Tony agonizando antes de que muriera, y ya no era el Tony de siempre. Ni siquiera quería buscar la pelota, que antes lo volvía loco de alegría.
Y Damián se dio cuenta de que más que miedo a la oscuridad, le tenía miedo a querer a alguien. Porque querés a alguien, y de golpe se va y te deja solo con tanto amor que no tenés a quien dárselo. Y eso duele más que el puñal del asesino que te lo clava a través de tu sábana, directo en tu corazón.
Y supo que no era que no quería ver a la abuela, sino que tenía mucho miedo de que llegara un día en que no pudiera verla más.
De pronto sintió un perfume a violetas como el que usaba la abuela.. Asomó sus ojos desde abajo de la sabana, y creyó distinguir un rizo gris en las sombras como telarañas de la pared, igualito a los rizos de la nuca de la abuela, que desaparecía tras el marco de la puerta. Y le pareció escuchar la risita de la abuela, como cuando confesaba que había hecho trampa en el juego.
En ese momento sonó el teléfono.
Damián pego un respingo, alarmado.
Saltó de la cama descalzo y se golpeó el pie con la pata de la cama .Aulló de dolor, pero saltando en una sola pata, corrió al corredor a atender el teléfono. Era mamá, que con vos muy grave le dijo:
- La abuela murió , Dami.
- ¿Cuándo?
- Recién, hace un instante.
Damián no se sintió sorprendido.
- Lo sé…- dijo, y se corrigió diciendo - .Lo siento, mamá…
- Estamos muy apenados.
Dami no supo qué decir, y de pronto le salió, sin pensar:
- Ya no hay nada que temer, mami.
- Tienes razón .Dami. Ya no hay nada que temer.
Damián volvió a la cama con una sensación extraña: ya no tenía miedo.
Supo que estaba en su casa, que era su territorio, su refugio.
De pronto se dio cuenta de que lo único que esconde la oscuridad son tus cosas de siempre: los juguetes, los libros, la raqueta…. las mismas cosas de siempre, pero sin luz. Y también los rizos de la abuela que pasa a saludarlo, hasta cuando él no saluda. La querida abuela que ríe bajito cuando hace trampa en los juegos de mesa, y que otras veces te juega a las escondidas y te gana, porque se esconde para siempre.
Sabiendo que no había nada que temer, Damián se quedó dormido sintiendo un dulce, levísimo, casi imperceptible perfume de la abuela. La misma de siempre, pero sin luz.

La pluma mágica(*)

Manuel siempre había sido un chico muy normal, feliz y tranquilo, fanático de la buena música, del fútbol y de los videojuegos. Hasta que, en primer año de la secundaria, conoció a Cecilia. Apenas la vio, lo supo: Cecilia era la chica de sus sueños. No podía ser más perfecta. Era linda, inteligente, divertida y graciosa. Tenía un pelo lacio hasta los hombros. Y justo en los hombros, se le formaban unos rulitos para arriba que a Manuel le encantaban. Usaba unas hebillas de colores que Manuel no había visto en ninguna otra parte más que en el pelo de Ceci. Encima, era la mejor alumna., cada vez que un profesor le preguntaba algo, ella levantaba la mano, y siempre respondía correctamente. Manuel no podía entender como no estaban todos los chicos perdidamente enamorados de Cecilia. Tal vez lo estaban y lo disimulaban. Desde que conocía a Cecilia, a Manuel le importaba mucho menos la música, el fútbol y los videojuegos. Sólo quería verla el mayor tiempo posible.
Pero Manuel tenía un problema: Cecilia jamás le hablaba. En verdad, ni siquiera lo miraba. Por más que él intentara acercársele, ella lo ignoraba. Le importaba más mirar su celular y recibir mensajes de texto de sus amigos. Encima, como estaba siempre rodeada por su grupo de amigas, era imposible encontrarla sola para decirle algo. Pero aunque hubiera sido posible, Manuel tenía tanto miedo de hacer un papelón o de quedar como un tonto, que ni siquiera intentaba acercársele.
¿Y si ella pensaba que él era feo, tonto o desubicado? ¿Y si a ella le gustaba otro chico?
Manuel empezó a obsesionarse tanto con Cecilia, que ya ni escuchaba lo que decían los profesores en la clase. Se pasaba el día entero mirándola, esperando oír su risa, observando como movía las manos, cómo se le balanceaban los rulos en sus hombros.
La había seguido a la casa, desde lejos, para saber donde vivía. Y cuando su mamá lo mandaba a comprar algo, pasaba siempre delante de la casa de Ceci con la esperanza de volver a verla.
Lo único que quería Manuel era saber si Cecilia gustaba un poquito de él. Pero no se animaba a preguntárselo a nadie, ni siquiera a sus amigos. Si alguien se enteraba de que estaba enamorado de Cecilia, lo cargarían, y tal vez ella se enterara. Y nada le aterraba más a Manuel. De solo pensarlo se ponía colorado.
Cecilia coqueteaba un poco en la cola del kiosko con algunos chicos, que se acercaban a ella porque era simpática. Manuel pensaba “ Si no me gustara tanto, yo también me acercaría para que me coquetee”. Pero él no se conformaría con un chiste y con que Ceci le convidara un trago de Cocacola. El quería a Ceci toda para él.

Liliana, la mamá de Manuel, estaba por cumplir cuarenta años. Como estaba un poco triste, porque le parecían demasiados años para ser una mujer tan joven, le contó a Manuel que pensaba hacer una fiesta para alegrarse un poco.

- ¿Que clase de fiesta vas a hacer, mamá? ¿Con payasos, magos y pelotero inflable? – le dijo Manuel, haciéndose el chistoso
- ¡Adivinaste, hijito!- le dijo la mamá- Voy a llamar a un mago para que haga unos trucos que nos diviertan.
- ¡Buenísimo, me encantan los magos! – le dijo Manuel.

Manuel ya lo tenía todo planeado.
Llegó la noche de la fiesta. El mago era muy bueno. Se llamaba Keko y adivinaba las cartas que aparecían en el bolsillo de la gente que estaba sentada atrás de todo. También hizo aparecer un conejo en la cartera de una señora que recién acababa de llegar y escupió como diez metros de pañuelos de colores anudados en una larga fila. Todos aplaudieron fascinados, y cuando el mago se fue a cambiarse a la cocina, Manuel lo siguió, cerró la puerta y le dijo:

- Sos muy bueno, Keko.
- Gracias- dijo el mago, sin mirarlo, mientras guardaba la galera en un bolso enorme
- Soy el hijo de la cumpleañera.
- Felicitaciones- dijo el mago doblando su capa, apurado por irse a descansar.
- Por eso me tenés que hacer un favor.
- ¡Ah , no! Plata no hago aparecer.- le dijo el mago, sonriendo, mientras cerraba el cierre de su bolso.
- No es por plata. Es por amor – le dijo Manuel.
El mago se dio vuelta y lo miró fijo. Se le acercó ., le puso una mano en el hombro y le dijo :
- Eso es grave. Contame en qué puedo ayudarte.
Manuel le contó todo. El mago lo escuchó.

Al día siguiente, Manuel fue a la escuela apretando fuerte en la mano la pluma amarilla que le había dado Keko. Era una pluma mágica. Podía ser una broma del mago, o no. Pero no perdía nada probando. En la primera hora de clases no escuchó nada más que los latidos de su corazón, latiendo con tanta fuerza que tenía miedo de que todos los escucharan. Miraba fijo a Cecilia, ansioso por que el truco funcionara en el recreo. Apenas sonó el timbre, Manuel fue corriendo al patio. Esperó a que salieran todos los chicos del baño, y se metió en uno de ellos. Cerró la puerta, se sentó en el inodoro, tomó la pluma con las dos manos, y siguió las instrucciones del mago. Apoyó la pluma entre su entrecejo, la miró fijo hasta ver todo amarillo, la sopló tres veces y dijo en voz baja “Raipse Arap Oñekep Res”, que es un deseo mágico expresado al revés, con las palabras dadas vuelta y dichas de atrás para adelante.
Apenas terminó de decir eso, sintió que todo su cuerpo se contraía hasta un tamaño mínimo, sus brazos y piernas no pesaban nada, y podía ver mucho mejor que nunca antes en su vida. ¡Podía ver todo lo que estaba adelante, atrás y a los costados, sin casi mover el cuello! Del susto, sacudió sus brazos y se dio cuenta de que se levantaba volando por encima de la puerta del baño… ¡podía volar! Pasó delante del espejo y vio maravillado que se había convertido en un hermoso canario amarillo. El mago le había dicho que el hechizo duraría los diez minutos que dura el recreo, salvo que fuera atrapado en un lugar pequeño, en cuyo caso nunca volvería a ser un chico otra vez, y quedaría para siempre en forma de canario.
Sin tiempo que perder, se lanzó al aire y buscó con su visión de 360 grados los rulos y las hebillas de Cecilia. Se moría de ganas de picotearle las cabezas a sus amigos, para embromarlos, pero le dio miedo de que le atraparan o lastimaran de un manotazo.
Vio a Cecilia sentada en un banco junto a sus amigas, debajo del árbol del patio. Era un lugar ideal, porque él podía pararse en una ramita y escuchar lo que decía ella. Como las chicas siempre hablan de chicos, seguramente sabría por fin si ella gustaba de él.
Las chicas cuchicheaban, pero Cecilia no hablaba. Solo jugueteaba con su celular diciendo “¡Me llamó Tato! ¡Me llamó Loli!”. La única que hablaba era la tonta de Mercedes, hablando del chico que le gustaba a ella. Manuel esperaba que hablara Cecilia, mientras se rascaba el piquito con la rama, de puro nervios.
En eso escuchó que Mercedes le preguntaba a Cecilia:

- ¿Y a vos, Ceci, quién te gusta?
- A mí no me gusta nadie…
- ¿Ni siquiera ese que te mira todo el tiempo?
- ¿Manuel? ¡Nada que ver, nena! ¿No viste que nadie le da bola?

Manuel hizo fuerza para no caerse de la rama de la impresión. Sintió que su corazón de pajarito se partía al medio de la tristeza. Del susto y la rabia, voló de su rama hasta entrar al baño, donde volvió a convertirse en el Manuel de siempre justo cuando sonaba el timbre de fin del recreo. Guardó la pluma amarilla en su bolsillo y volvió a clases sin ganas.
Sabiendo que Cecilia no gustaba de él, lloró toda la noche, Ni siquiera le alegraba haber podido volar y haber visto la escuela desde el cielo. ¿De qué sirve volar, si tu amor no te quiere?
A la mañana siguiente resolvió olvidarse de Cecilia y fijarse en chicas nuevas, aunque sea para demostrarle a Cecilia de que muchas otras chicas le darían bola. Entonces Manuel se dio cuenta de que en cuanto empezó a mezclarse con otras chicas, Cecilia empezó a mirarlo un poco. Y Cecilia lo miró más cuando vio que las otras chicas lo llamaban a los gritos en los recreos: “¡Manu, Manu, vení con nosotras!”
Increíblemente, Manuel cada vez se animaba más a hablarle a las chicas, y eso lo hacia sentir mucho más seguro de sí mismo. Pero por más éxito que tuviera con las chicas, seguía apenado recordando lo que había dicho Cecilia.
Un día, su amigo Joaquín se acercó a Manuel y le dijo “Me parece que Cecilia está con vos, te mira sin parar”. Manuel no estaba tan seguro. Cada vez que miraba a Cecilia, ella le desviaba la mirada. ¿Cómo saber si Ceci gustaba de él?
Un día se enteró de que Cecilia había invitado a unas chicas a la tarde a su casa para festejar su cumpleaños. Pensó que las chicas en los cumpleaños se cuentan todo, y decidió que tenía que usar su pluma mágica para descubrir lo que pensaba ahora Cecilia de él.
Esa tarde, Manuel le dijo a su mamá que se iba al cíber con unos amigos. Pero en verdad, se fue caminando a casa a Cecilia con la pluma amarilla apretada en su mano.
Vio que la casa tenia dos ventanas a la calle. Por una se veían unos sillones, como de un living, y por la otra se veía una pieza de color rosa con adornos tan lindos como todo lo que usaba Cecilia. La ventana estaba abierta. Cecilia se estaba peinando delante de un espejo. El se agachó detrás de unos arbustos, tomó la pluma amarilla, la apoyó entre sus ojos, la miró fijo hasta ver todo amarillo.
Estaba tan nervioso que no se acordaba bien las palabras mágicas, pero trató de recordarlas, la sopló tres veces y dijo, casi en secreto “ Raip Arap Oñekep Res”. Sintió que se volvía de pronto muy pequeño y muy liviano, y que son solo batir un poco sus alas ya estaba volando. Entonces voló hasta la ventana de Ceci .
Como ya estaba más seguro de si mismo, de puro caradura dijo “ Piiii…Piii” .
Ceci lo vio y pegó un grito de alegría., Se acercó a él con la sonrisa más linda que él jamás le había visto y dijo “¡Qué hermoso pajarito!”. Lo tomó con cuidado entre sus manos cálidas, le dio un beso en su cabecita y corrió al fondo a buscar una jaula.
El sentía que estaba viviendo dentro de un sueño…¡Nunca había estado tan cerca de Cecilia , ni dentro de sus manos, tan calentitas y perfumadas! .
Ella lo metió en la jaula, y la puso sobre una mesita en su pieza.
Tanta alegría tenía que se puso a gorjear y trinar tan bien que los padres de Cecilia lo escucharon y le dijeron “Canta tan lindo que te lo podés quedar “. Cecilia le trajo un alpiste riquísimo y agua fresquita, y le mostró orgullosa su pajarito a sus amigas, diciendo “Mirá la suerte que tuve, que justo para mi cumple se paró este pajarito en mi ventana, me dejó que lo agarre y se puso a cantar sin parar “

- Ceci, se parece un poco a Manuel, ese chico que te gusta, el que siempre te mira… – dijo Mercedes – Tiene el mismo flequillito en la frente …. ¿Que nombre le vas a poner?
- Ya que se parece a Manuel…¡Le voy a poner Manuel, por supuesto! - dijo Cecilia.

Ella se acercó a la jaula y apretó sus lindos labios rosados contra los barrotes

- ¿Como estás, mi Manuelito? – le dijo llena de ternura.

Manuel aprovechó, se acercó a los barrotes y le dio un piquito.
Se sintió el ave más feliz del mundo. ¡Cecilia gustaba de él, y encima lo besaba!
Ya habían pasado más de diez minutos, y aún estaba encerrado. Tal vez había dicho algo mal en el conjuro. Sabía que no podría volver a ser un chico nunca más. Pero qué le importaba. Viviría junto a la chica de sus sueños, para siempre cerca de ella, la chica más linda del colegio y del mundo. Ya ni siquiera tendría que preocuparse de cómo hacer para acercarse, hablarle, invitarla a salir. No tendría que preocuparse en cuándo darle el primer beso, cómo tomarla de la mano… “Soy un canario de suerte”, pensaba Manuel en su linda jaula. Después ya no pensaba. Sólo cantaba si escuchaba otros pajaritos cantando afuera, o cuando ella ponía música.
Todos los días se acicalaba las plumas y tomaba agua fresca que le ponía Cecilia.
Un día se le salió una pluma amarilla del pecho que le recordó levemente algo importante, aunque no sabía bien qué, así que lo olvidó enseguida.
Después ya no recordó más nada.
Sólo saltaba del palito al comedero a ver si había más alpiste.
Alpiste, alpiste, quiero más alpiste, mucho alpiste, sólo alpiste.

El mundo de Daniela(*)

- ¡ Daniela, se hace tarde! ¡Ya tenemos que ir! – le dijo la mamá
- ¡Enseguida estoy lista, mamá! – le respondió Daniela
Daniela se puso su vestido de tules, organzas, sedas y encaje largo hasta el piso, lleno de puntillas blancas flotando sobre la seda rosada como los pétalos de una flor, y agitó sus largas mangas de tul para ajustarse su corona de diamantes y rubíes sobre su hermoso cabello largo. Se ajustó el moño de raso en su cintura, se levantó de su cama gigante con sábanas de raso rosado y tules colgando del baldaquín, y caminó sobre una mullida alfombra color rosa hasta el tocador de mármol blanco con un enorme espejo con marcos dorados con capullos tallados, rodeado de cajoncitos llenos de pulseras, collares y hebillas hechos con piedras preciosas. Se cepilló el pelo con un cepillo de cristal cuidando de no cambiar de sitio su corona ni de volcar los jarrones repletos de flores perfumadas, y se puso un collar de zafiros que hacía juego con sus anillos. Cerró la puerta de su gigantesco armario espejado lleno de más de mil vestidos de princesa distintos, y saludo con un silbido a su pareja de faisanes dorados y acaricio a su cachorro de tigre albino. Luego atravesó con sus botitas de brocato de seda blanca el inmenso ventanal con paneles de cristal biselado que hacían que la luz se convirtiera en miles de minúsculos arcoiris, y vio el agua de la fuente de cristal chocar sobre piedras doradas, sobresaltando a los peces dorados y a los cisnes que habitaban el estanque. Bellos nenúfares de color blanco incandescente flotaban sobre el agua y llenaban de perfume el aire matinal.
Daniela caminó hacia una sombrilla de encaje de color lila, llena de diamantes que colgaban a sus lados, y se sentó en una silla dorada con un bonito almohadón de seda color marfil. Vio que sobre la mesa con un hermoso mantel bordado con flores amarillas había una juego de te de porcelana con corazones dorados entrelazados con flores.
De pronto llegó un camarero vestido de príncipe con un sombrero con una enorme pluma azul, quien le trajo en bandeja de plata un tazón de porcelana con forma de gato y un fragante chocolate caliente en él, junto con una fuente repleta de churros azucarados. Un ruiseñor se acercó a comer las miguitas que dejaba Daniela y se puso a contar tan bellamente que atrajo a cuatro pavos reales que abrieron sus colas ante Daniela, como pidiendo ellos también alguna miga.
Daniela comió los churros, bebió el chocolate, y el camarero le trajo una fuente enorme llena de pastas de chocolate rellenas de nata batida, y tarteletas repletas de fresas glaseadas y frambuesas bañadas en un exquisito chocolate con almendras fileteadas. Daniela comió todos los que pudo, se lamió los dedos uno por uno, se limpió con una servilleta de un finísimo hilo que olía a fresias y se puso unos largos guantes de encaje rosado. Luego tomo su bolso, bajo los escalones de su palacio y recorrió de punta a punta el parque lleno de rosas y jazmines. A su paso, sus mascotas venían a saludarla: su pony rosado su caballo blanco de largas crines sedosas, tres venados, sus ardillas, su tejón, su tigre albino, una familia de cisnes y sus dos flamencos favoritos la siguieron hasta el gigantesco portón de rejas dorado que separaba su palacio del mundo real. Una vez en la calle, camino sobre una alfombra de terciopelo rojo con bailarinas clásicas danzando a cada lado de la calle, al ritmo de dos orquestas sinfónicas que tocaba una música preciosa al mismo ritmo del paso de Daniela .Unos cortinados gigantes y antorchas con llamas inmensas hasta el cielo marcaban el camino. En la esquina, había arañas de cristal que reflejaban el fuego de las antorchas, y el de un inmenso hogar que ardía debajo de ellas. Dos leones blancos la saludaron con un rugido al cruzar la calle, y ella entró a la avenida saltando muy alegre a algo que parecía un fastuoso circo.
Unos payasos le regalaban papas fritas a todo el mundo y unos magos hacían trucos increíbles a su paso, haciendo aparecer preciosos conejos de angora que le regalaban a Daniela, a la vez que soltaban mariposas multicolores que salían de a cientos de sus galeras. Daniela se deslumbraba con las piruetas que hacían los saltimbanquis hamacándose en el aire, vestidos con impactantes trajes brillantes y capas metalizadas. Había bellísimas odaliscas bailando la danza de los siete velos junto a canastas de donde asomaban cobras ondulándose como ellas. Levantó la mirada y vio a unos equilibristas caminando por la cuerda floja a cientos de metros de altura de una piscina de aguas danzantes que subían o bajaban al ritmo de la música. Unos malabaristas sostenían decenas de globos metalizados en el aire, leves como burbujas, y había animales amaestrados haciendo hazañas asombrosas.
Daniela cruzó la calle y entró a una plaza donde todo era de color rosa, con fuentes de zumo de frambuesa, bancos de merengue y senderos de praliné. Al cruzar la plaza, una bandada de palomas también rosadas echaron a volar formando una nube también de color rosa. Los árboles tenían fragantes flores rosadas que daban sombra a una casita de chocolate comestible que era un puesto donde regalaba golosinas de lo más variadas .Los chicos iban comiendo las ventanas de caramelo, los canteros de confites y las tejas de chocolate con cereal… pero Daniela quedó deslumbrada con golosinas originalísimas. Había una que era como polvo de estrellas verdes que estallaba en su lengua con sabor a coco y miel. Otra era un rollo de diez metros de goma de mascar en una fina tira sabor melón y miel. También había spaghettis masticables de sabor a pizza, burbujas de caramelo que al morderlas soltaban un humo con sabor a piña y coco. Tenían unas brillantes perlas de durazno con sensación de nata en la boca, unas rosas glaceadas con sabor a jazmines y cocacola, unos cubos de hielo de limón con forma de beso, cápsulas con forma de osos rellenas con crema de castañas asadas, y unas paletas heladas con sabor a patatas fritas y bacon.
Llenó su bolso con estas delicias, y quiso buscar la parada del autobús. Pero en su lugar vio una carroza de cristal, con un mullido edredón dorado adentro, tirada por tres filas de caballos blancos con lazos rosados atados a sus crines. Un lacayo vestido de blanco la invitó a subir. Ella subió y recorrió una avenida que tenía el suelo tornasolado y de madreperla, brillando al sol como una enorme arcoiris, con colores que se movían según como se moviera Daniela. Adentro de la carroza había pajarillos multicolores sueltos, que viajaban contigo, se posaban en tu pelo y te alegraban el viaje con sus trinos musicales y con su vistoso plumaje. También había un grifo en la carroza de donde salían batidos de leche chocolatada helada y espumosa. Daniela se sirvió un batido en una copa de cristal tallado con cigüeñas, y escuchó un rumor fuera de la carroza. Se asomó a observar a través del cristal de la carroza que una multitud de gente arrojaba flores, agitaba banderines y lanzaban papel picado y besos a su paso. Un joven muy guapo salió de la multitud para regalarle a Daniela una caja de bombones y un ramo enorme de fragantes rosas rojas.
La carroza se detuvo ante un palacio rosado con ventanas color oro y tejados de color lila, de donde salían risas y música. Daniela entró y se encontró rodeada de niñas, cada una llevando un vestido distinto, y todos hermosos y exóticamente repletos de encajes, organizas, sedas y piedras preciosas. Todas la invitaron a una sala donde estaban bailando con largas polleras de tul con brillantina al son de una orquesta que tocaba en vivo una música hermosa. Afuera, había una pista de hielo iluminada con cientos de candelabros, en la que cientos de niñas patinaban haciendo arabescos en el hielo brillante. Alrededor de la pista había esculturas de enormes animales tallados en huelo, con luces de colores que los iluminaban por dentro. Para recorrerlas, le daban a Daniela unas preciosas pantuflas de seda y finas plumas de pichón de gaviota. Una hermosa dama vestida de gala, con un traje como de reina, tocaba una bella melodía en un impresionante piano de cola blanco, y las niñas patinaban a su compás.
A lo largo de la pista había una mesa llena de delicias como pasteles, tartas, pastas y helados de más de cien sabores diferentes. Daniela se estaba por servir uno, cuando vio que unos fuegos artificiales estallaban en el cielo detrás de unos arcos resplandecientes que eran como una puerta hacia otro sector. Unos telones de pesado terciopelo rojo daban paso a un pasillo bordeado de espejos y columnas blancas que sostenían enormes jarrones del color del cielo llenos de flores blancas. Daniela cruzó este impresionante corredor acompañada por la música de un órgano que estaba sobre los arcos, emocionada como una novia yendo al altar. A su paso se abrió una enorme puerta dorada, y ella se encontró en una terraza desde la que se veía un desfile de bellos jóvenes marchando por una avenida, bajo los fuegos artificiales que al estallar iluminaban sus sombreros con grandes penachos blancos y las lentejuelas de sus trajes parecidos a toreros dorados. Su marcha seguía el ritmo de una banda que cerraba las filas, y detrás de la banda venia corriendo un grupo de chuiquillos con las manos repletas de globos dorados, que soltaron apenas la banda acabo de pasar junto a la terraza de Daniela. Cuando la multitud se esparció, a ambos lados Daniela vio el parque de diversiones mas maravilloso que jamás hubiera podido imaginar.
Había un tobogán gigante donde los niños se lanzaban montados en suaves almohadas de pluma, había montañas rusas de vertiginosos recorrido, coloridos coches chocadores y tiovivos con corceles gigantes que subían y bajaban entre luces de colores. Montado desde un elefante todo vestido de blanco, un hombre regalaban copos de azúcar multicolores y manzanas acarameladas a los niños que pasaban. Hasta había una kermesse con puestos de tiros la blanco donde todos llevaban premio: una pelota gigante que hacia luces al rebotar en el suelo, un conejo de peluche de un metro de alto, una muñeca que camina y toma el té…y hasta un barco a vela para navegar en un lago de aguas color violeta que había en el mismo parque. Y lo mejor era que las aguas podían beberse y sabían a un delicioso zumo de uva…
Daniela estaba fascinada de estar en ese lugar tan bonito, pero sabia que ya era hora de llegar al sitio hacia donde había marchado. Le preguntó a un hada de alas de libélula como llegar a cierto sitio, y el hada le señaló la entrada a una gruta de estalagmitas y estalactitas que formaban un intrincado paseo lleno de delicadas columnas transparentes. Dentro de la gruta, se escuchaba una celestial música de arpas que acompañaba el goteo de l agua que caía al suelo brillando como oro liquido. Maravillada, Daniela recorrió la gruta descubriendo nuevas formaciones de estalactitas cristalinas a cada paso, hasta que vio una luz dorada del fondo del túnel. Se dirigió a ella, y allí encontró unas escaleras resplandecientes, que subió entusiasmada. Las paredes del costado de la escalera eran una cascada altísima de agua cristalina que caía sobre campanillas tintineantes, haciendo una música como de navidad. En la cima de la escalera, un ángel de largo vestido de color verde agua y enormes alas blancas la guió a una canastilla de oro de un globo estratosférico con forma de corazón rosado gigante, que subió impulsado por el aleteo de miles de colibríes tornasolados que no paraban de jugar entre sí. El globo subió suavemente, y desde sus alturas Daniela vio campos de tulipanes de todos los colores extendiéndose hasta el horizonte, salpicados por molinos de vientos que movían dulcemente sus aspas al atardecer. Una bandada de grullas paso volando en hilera a su lado, rumbo a la luz naranja y fucsia de un crepúsculo radiante. Fascinada viendo el sol dorado hundirse entre nubes moradas y violetas, como jirones de velos de novias con extravagantes trajes lujosos unas, o como plumas de descomunales aves míticas las otros. Daniela casi no escuchó la campanilla que anunciaba que debía descender en una nube que olía suavemente a vainilla. Salió de la canasta y se recostó en un sillón con forma de corola de amapola. Se hundió, como siempre lo hacía, en su mullida superficie, esperó a que la atendieran. Entonces sintió unas suaves manos en su cara, que le sacaban las vendas de los ojos. No pudo ver nada hasta que sus ojos se acostumbraron a la luz, y luego vio la hermosa sonrisa del doctor y los ojos curiosos de la enfermera diciendo:
- ¡ Daniela, qué pronto te recuperaste! Tus ojitos están realmente bien. Creo que no necesitás más las vendas, y que podés volver a tus actividades de siempre. La operación fue un éxito: recuperaste la vista.
Daniela suspiró, pensando que ahora había perdido su castillo, sus vestidos de tul, seda y perlas, los palacios, las bailarinas, las orquestas, el parque de diversiones, los pavos reales y los magos para siempre.
Se consoló pensando que los magníficos crepúsculos dorados siempre están allí, para cuando una quiera verlos. Y siempre hay helados, y golosinas. Y caballos blancos y magos. Y bailarinas y orquestas. Y pulseras y coronas. Y cisnes y fuentes. Y ángeles y hadas.
No están todos juntos en el mismo lugar, claro. Pero es buena idea dedicarse a encontrar todo eso otra vez.

Amigas íntimas(*)

Carolina y Belén eran grandes amigas. Carolina era reservada y tímida .Belén era loca y decidida. Carolina era una rubia romántica y soñadora, Belén era una morocha medio punk. A simple vista parecían incompatibles, pero se complementaban muy bien, y cada una aprendía algo de la otra. Belén aprendía paciencia con Carolina y Carolina aprendía audacia con Belén.
Todo empezó cuando Carolina se quedó a dormir en casa de Belén y a la mañana siguiente, como tenía frío, Belén le prestó su campera de jean. Como a Carolina le gustó, Belén le dijo que se la podía quedar por unos días. Carolina estaba tan contenta de poder vestirse un poco al estilo de Belén, que le dijo “Bueno, entonces yo te presto mi buzo de florcitas, arre”.Porque Caro siempre decía “arre”. Y Belén le dijo “Me encantaría, loca chiflada”., Porque Belén siempre le decía” loca chiflada” a sus amigas.
El fin de semana siguiente quedaron en ir juntas al shopping, y Belén pasó por la casa de Carolina, donde se puso una pollera larga de Carolina. Pero Carolina le dijo que ella usaría entonces las calzas negras y el cinturón de Belén, y así fueron al shopping.
La pasaron tan bien, que el domingo se llamaron por teléfono y Belén le dijo a Caro que ella le cambiaría su mochila negra con tachas por la mochila rosa de Carolina. En la escuela se cambiaron las mochilas.
Al salir de la escuela fueron juntas a la peluquería, y Carolina se cortó el pelo corto como Belén, y Belén se aclaró el pelo y se puso extensiones para tener el pelo de Carolina.
Al pasar a almorzar por casa de Belén, Carolina comió el guiso de carne picante que hace la madre de Belén y le encantó. Belén no comió, y prefirió pasar por casa de Carolina a comer las tartas vegetarianas que hace la mamá de Caro, que a ella le encantan. De paso, Belén le llevó a Caro unos CD de rock pesado, y Caro le dio a Belén sus discos de música romántica que a Belén cada vez le gustaba más.
De a poco se fueron dando una a la otra todas sus cosas: Belén le dio a Caro sus maquillajes y su gel para el pelo, sus zapatos, sus medias, sus camperas, sus fotos y sus bolsos. Carolina le dio a Belén sus vestidos, sus pañuelos, sus zapatos, sus libros y sus perfumes. En la escuela se las empezaron confundir, y le decían Belén a Caro y Caro a Belén.
En la casa, las mamás decían que las chicas estaban cambiadas, y los papás decían “Es la edad, están creciendo”.
A Belén, a quien siempre le había ido mal en Lengua, le empezó a ir bárbaro en esa materia. Caro, a quien siempre le iba mal en matemáticas, empezó sacarse buenas notas en las pruebas.
Un día Belén le regaló a Caro su diario íntimo con candado con la llave. Y Carolina le dio la llave de su casa. Al día siguiente Caro también le trajo su diario, y Belén le dio las llaves de su casa con el llavero de calavera.
El sábado siguiente se encontraron en la plaza y se cambiaron las bicicletas. Y dijeron que lo mejor sería cambiarse los nombres, porque a Carolina le gustaba más el nombre Belén y a Belén le gustaba más llamarse Carolina. También se cambiaron sus celulares. Eso causó un poco de lío al principio entre sus novios, hasta que se cambiaron también los novios.
Luego de enterarse de todos sus secretos leyendo sus respectivos diarios, las chicas se encontraron un viernes en la heladería y cada una pidió un helado del gusto favorito de la otra.
Como ya se estaba haciendo de noche, Carolina le dijo a Belén “Uy, me voy a casa porque mi mamá debe estar esperándome con el guiso, loca chiflada” y Belén dijo “En casa hay ensalada, arre. Pero mejor que vaya yendo antes de que oscurezca y mi mamá se ponga nerviosa”. Belén guardó el diario de Carolina en su mochila rosa, subió a su nueva bicicleta y Carolina se fue a casa de Belén y Belén se fue a casa de Carolina.
Desde entonces, siguen inseparables.
Pero en realidad, hoy en día nadie- ni siquiera ellas mismas- saben con certeza quién de las dos es Carolina y quién de las dos es Belén.

Muñecas

Mi primer novio me llamaba “muñeca” . A mí me encantaba .
Me hacía sentir tan querida ..El me llevaba a todas partes. Me compraba ropa, medias, zapatos, anillos ...Hasta que se cansó de jugar conmigo. Y mi dejó, ahí tirada .
Me sentí tan sola ...
Después conocí a un hombre serio, al que no les gustar jugar. No jugaba para nada. Pero mi mamá me decía “casate con un chico serio” , y mi padre se alegró de que él tuviera intenciones serias . Y me casé con él. Con el tipo más serio e indiferente que conocí en mi vida.
No juega . No escucha. No entiende nada .
No me entiende.
Yo ya me resigné a que no me entienda.
No hay nada que podamos compartir. Tenemos un mate para cada uno ....en un estante, de mayor a menor. Cada uno con su termo . cada uno con su yerba .

Mi marido es como un piso : se cree tan brillante que todo le resbala . Está seguro de tener una personalidad magnética . Es cierto: es ciento por ciento negativo. Nunca olvida un favor ...que te hizo.
Nunca encontrará a nadie que lo quiera tanto como él se quiere. Sus empleados no pueden evitar admirarlo. Si no, los despide.
Es más frío y artificial que el hielo seco, pero a veces te escucha para que le digas lo que pensás cuando estás de acuerdo con él. Te dice “ Es sólo una sugerencia, pero no olvides quién te la hizo”. Y acepta cualquier crítica , siempre que incluya aplausos. Menos mal que no se le dio por la bebida, porque le gusta tanto figurar que no toleraría pertenecer a Alcohólicos Anónimos. A mis hijos siempre les digo : “ Miren a papá , que más que un ejemplo, es una advertencia .”
Estando con él una se siente atraída ...a huir . Si ves dos personas juntas y una se aburre, él es la otra. Lo más interesante de él es verlo irse, porque tiene una capacidad rara : te saca privacidad sin hacerte compañía.
Eso si ; es muy culto : es capaz de aburrirte con cualquier tema.
Habla y no puede parar . Se ofende si hablás mientras el está interrumpiendo, y siempre está impaciente por escuchar lo que va a contar.
Pero solo se queda con las últimas 5000 palabras. Lo bueno es que se divierte fácilmente: solo hay que sentarse tres horas a escucharlo.
¿ Se acuerdan de Bucay en el programa de televisión? Mostraba con un móvil como se integra una familia . porque la felicidad es un equilibrio muy frágil. Cada uno en su lugar, con su rol, su espacio, sus alianzas, sin invadir el lugar del otro .
El hijo mayor , por ejemplo, que es el más inteligente, no tiene el éxito que podría alcanzar , para que su pedante padre no lo envidie y le retire su cariño .
El otro hijo sigue estrictamente los pasos que el padre y no sigue sus sueños sino los de papá: ser el mejor de los pedantes. La hija hace lo posible por atraer la atención y nadie la mira. Y el hijo menor es la oveja negra de la familia, para que todos los demás se sientan normales, eficaces y contenidos . Hasta que pasa algo que desestabiliza al grupo : Epa, la nena está embarazada para tener quien le de bola, aunque sea un recién nacido de medio metro de altura . Ella pesa más en el móvil, los hermanos menos, se unen a la madre tanto que uno le dice “ mama soy gay “ . Esto pesa tanto que la balanza se desequilibrar para el otro lado , El hijo mayor dice “ papá , soy alcohólico” Papa dice “¡No , no puede ser! “ . “ Si , papa, como vos “ , Todo se bandea para el otro lado la hija se va con un pendejo que no es el padre de su hijo. El gay se radica en Mar del Plata , el hijo alcohólico toca fondo, papa entra en crisis porque su familia no es perfecta como el creia , todos se van a la mierda y miren lo que queda : todas las culpas caen en mamá que queda así , colgada de un hilo y sola n  equilibrio inestable. Si: el papá pedante se consiguió una loca que lo hospedó en su estancia en el campo, donde el se sienta a mirar las vacas....Pero a mi él ya no me importa, lo que me importa son mis hijos, que no sé dónde están .Que se yo, me dejaron al dirección en un papelito, que no se donde lo puse ....Igual, esos ya no me deban ni bola . Creo que mi hija tuvo una nena ....¿ O era un nene? No se , ni siquiera fue capaz de llamarme después del parto. Me llamo un tipo, que no se ni quien es ....el esposo nuevo, supongo, que ni me acuerdo como se llama, ni sé si el padre del bebé .
Quedé sola...Tan sola ...no , no fue el síndrome del nido vacío ...era el síndrome del loquero vacío ....¡se fueron los locos! ¿ Y ahora que hago? Colgada . Con todos estos hilos y cordones rotos acumulados. Porque las mujeres no tiramos nada ...con tantos hilos y cordones , me puse a coser para afuera ....¿ Que podía hacer, si de moda no sé nada? Me puse a fabricar muñecas ...Una nueva familia. Todas son primorosas , las hago con vestidos de organiza y broderí ....Los zapatitos son de seda pura , y el botoncito es nacarado . Estoy rodedada de hijos perfectos , que amor . Mirá esa cosita ...sonríe todo el día . Viste el pelito? ¡Es de algodón mercerizado!....Parece seda ..¿no? Parecen todos iguales pero son todos distintos : A Rosita le puse moños de satén , como siempre hubiera querido que use mi hija .... A Maximiliano, le puse un pantalón de Príncipe de Gales con estos tiradorcitos de gamuza , y la camisita almidonada . ¿ No es un primor? ¡La corbatita es de terciopelo francés!Los amos con toda mi alma, y cada uno tiene su lugar , para que entren todos ...
.Porque la felicidad es un equilibrio muy frágil. Cada uno en su lugar, con su ropita , su espacio, sin invadir el lugar del otro ....Ellos son mis amores, nunca me han dado un disgusto. ¡ Ni siquiera se manchan! Los vendo, por supuesto, porque no puedo tener a tantos acá. Pero el que se los quiera llevar los va a pagar bien caro . Salen $ 270 ese de alla, el mas chico, $ 320 el del flequillito, Maximiliano sale $ 350 y Carolina, la rubia de las trenzas sale 380 porque me dio un trabajo esta chica ....Ah , no la vendo sin la ropita, que sale $150 más . ¿ Que me importa que alguien la quiera a toda costa , o que la quiera para llevársela a Paris a una colección particular? Bah, si yo nunca fui a París , ¿ por qué va a ir esta chirusa que es un montón de trapo y lana? En verdad, si se la quieren llevar lejos, no la vendo. Su lugar es este ...vení nena, acá , adentro de la bolsita, y la bolsita en el fondo del fondo del placard , debajo de la pila de frazadas que nunca uso…Ahí estás bien, baby  …¿ Quien la va a cuidar mejor a mi muñequita ?

Claustrofobia

Me desperté por la mañana con una sensación asfixiante.
Había soñado que el cielorraso bajaba y bajaba para aplastarme. Me levanté sudorosa y agobiada, y abrí la ventana para que entrara aire. Pero al abrirla, entró una nube de humo gris con aroma tóxico a escapes de camiones y coches.
Quise tomar un café y salir. Pero con la humedad, la puerta de la alacena se había hinchado y no pude sacar ni el café ni el azúcar. Quise tomar leche y estaba cortada. Las galletas estaban húmedas y el queso, mohoso.
En la radio, los conductores hablaban de empresas cerrando, fábricas incendiadas y dirigentes a punto de ir presos. Salir es peligroso, porque pueden asaltarte. Pero quedarte en casa también es peligroso, porque pueden entrar a atacarte. Como prefiero que me ataquen afuera para no ahogarme adentro, resolví salir del apartamento. Decidí no ir a trabajar, porque sería sumar opresión a mi sensación de ahogo.
En el corredor estrecho esperé a un ascensor atestado de gente comprimida y sin oxígeno. Contuve el pánico porque me asaltó un temor mayor de que alguno de ellos me siguiera, secuestrara y me tenga encerrada en un barril de petróleo. Lo peor era pensar que nadie pagaría un rescate por mí, sino por el barril de petróleo, que sigue en alza.
Para no andar sola por la calle, pensé en tomar el autobús. Pero me aterró la posibilidad de encontrarme prensada en una multitud empujando a los gritos de “ ¡Al fondo hay lugar!”, cuando al fondo nunca lo hay. Decidí buscar mi coche a la antesala del infierno: el oscuro tercer subsuelo del estacionamiento. Me hundí en la oscuridad de mi pequeño coche, y arranqué tratando de salir cuanto antes. Los otros coches intentaban subir la rampa estrecha y oscura hacían fila, como el metro detenido en el túnel. Empecé a sentir taquicardia y me faltó el aire. Bajé la ventanilla y respiré una bocanada de humo negro. Apenas estuve en la calle, aceleré y huí raudamente por la avenida a desesperantes 10 kilómetros por hora. Harta del atolladero de tránsito, enfilé para salir a la autopista, donde quedé atrapada en un cuello de botella, que para colmo tenía corcho.
Cuando encontré una salida, dos malabaristas se pararon delante del coche amenazando lanzar clavas en llamas en mi coche. Un joven andrajoso quiso cortarme el pelo por unas monedas. Aceleré al ver unos chavales que venían con un cepillo de dientes y un vaso de agua, para lavarme los dientes al grito de “monedita, por favor”.
Para escaparme del acoso, me metí en un centro comercial. Huyendo de las multitudes, me fui a ver una película que transcurría en un submarino que se estaba hundiendo. Sentí que faltaba ventilación en esa microsala con pasillos laberínticos, donde nunca se sabe dónde está la salida de emergencia. “Si esto se incendia, es una trampa mortal”, me dije. Y huí anhelando ver la luz. Ya era de noche.
Regresé a casa a paso de hombre por la autopista atestada. En la radio hablaban de un accidente de tránsito en cadena: cinco coches, ocho heridos graves, dos muertos. Bombardeo en Irak. Incendio en una fábrica textil. Una canción romántica “ Preso en tus brazos, atrapado en nuestro amor …” .
Llegué a casa al borde de la asfixia, y encendí el contestador telefónico, lleno de mensajes aburridos de gente que me invitaba a salir de casa para encerrarme en lugares pequeños sin ventanas donde sólo se respira humo ajeno. No me metí en la cama para no sofocarme y encendí la tele. Vi un reality show donde diez personas encerradas en la misma casa intentan convencerse de que ese encierro vale la pena. Apagué la tele y abrí una revista que comentaba el éxito de un libro que habla de los laberintos mentales que nos hacen quedarnos sin queso en una cueva de ratón. Abrí el periódico y leí una nota acerca de una película donde unos presos huyen de la cárcel para encontrase con que la libertad es una prisión más dura que la celda, porque cada uno lleva la prisión en su cabeza. Sentí un vaído.
Estuve a punto de llamar a mi terapeuta y pedirle un turno nocturno de emergencia para hablar de mi sensación de encierro. Pero recordé que tendría que esperarlo atrapada en un consultorio de escasos dos metros cuadrados. Allí los pacientes merecen su nombre porque no se puede hacer otra cosa que hojear revistas viejas que hablan de artistas internadas en un hospital, atrapadas en un set de filmación , viajando en estrechísimos aviones o entrevistadas en mínimos estudios fotográficos, prisioneras de ropa ceñida y zapatos con dolorosos tacos aguja.
Al vaído se le sumó un ahogo tan grande que corrí a tomar agua. Pero la canilla me lanzó a la cara un chirrido burlón y solo cayó una gota de líquido de color óxido. Vi todo negro y sentí que me desvanecía.
Mi vida entera pasó delante mis ojos como una película de bajo presupuesto, filmada en un videocassette digital demasiado pequeño. Luego vi un túnel largo, sofocante y estrecho. Sentí que me ahogaba, pero por suerte había una luz en el fondo. Cuando me acerqué a la luz, esta se apagó de golpe. A duras penas pude leer un cartel que decía “Por desperfectos técnicos, no habrá luz en el fondo del túnel hasta la próxima experiencia cercana a la muerte”.
Cuando volví a tomar conciencia, lo supe finalmente: no hay salida.
No podemos escapar de los microcines, los metros, los ascensores, las consultas...¡ni de este pequeño planeta! No se puede huir: adonde vayamos nos llevamos a nosotros mismos. No podemos escapar de la realidad con gin tonics, sin que la realidad nos atormente con espantosos dolores de cabeza a la mañana siguiente.
Así que más vale que nos vayamos haciendo la idea de que no nos queda más remedio que navegar sin rumbo atrapados en una Vía Láctea que se hunde entre soles mediocres encerrados en un sucio cúmulo de galaxias polvorientas, a bordo de un planeta tan deprimente que se llama "Tierra", que nos tienen atrapados, adheridos por los pies. El periódico de hoy lo confirma: esta noche veremos centellas en el cielo, restos de mugre que nos dejó el cometa Halley en su sucio andar vagabundo por el vecindario estelar.
Desde que sé esto, mi vida cambió por completo: me levanto todas las noches con una intolerable sensación de asfixia, con una angustia atroz, bañada en sudor, aterrada y con una claustrofobia agobiante.
Pero como ya me acostumbré, me importa menos. La voy piloteando. Mis lemas son: “Auxilio” y “¡Socorro!”.
Ya avisé a mi familia que cuando muera no quiero que me entierren ni me cremen, sino que arrojen mi cuerpo al viento.
Y así vivo: claustrofóbica, pero asumida.

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Sofía recordaba perfectamente el momento en que tuvo la brillante idea.
Fue una noche de sábado, de esas en que una mira el reloj en la pared, que corre implacable mostrándole que al cumpleaños de Adriana , ella ya no llegaría. Se trataba de una reunión temprana en un bar. Un café entre mujeres, contarse intimidades a toda velocidad, y salir corriendo cada una hacia el programa de sábado a la noche que prometa más sexo o menos depresión. Pero no sintió ganas de ir. De todos modos, la semana entrante todas se encontrarían nuevamente para contarse, entre divertidas y frustradas, que no había nada para contar acerca de la noche del sábado anterior. Era tarde para eso, pero aún era temprano para ir a la fiesta de su amigo Joaquín. Ya conocía demasiado esas reuniones, todas iguales. Demasiada cerveza y música a todo volumen en la linda terraza de su flamante piso, lleno de amigos de la moderna novia de Joaquín, todos esforzándose en parecer lo más raros y frikis posibles, comiendo pizza fría y comentando – una vez más- la maravillosa ambientación de la casa de Joaquín con muebles de aluminio y máscaras africanas. Joaquín era encantador, pero los amigos de su novia eran casi autistas. Sofía terminaba en la cocina haciendo café para todos, de puro aburrida. Mejor no.
Ya era tarde también para ir al vernissage de la muestra de Marisa. Marisa, su amiga fotógrafa y pintora, conocía gente interesante. Pero donde había vino, Marisa tomaba de más y se ponía pesada. No, mejor no iría. Si iba, no la dejaría irse cuando Sofía quería. Encima, Marisa se enamoraría perdidamente de quien le sirviera más vino, generalmente otro borracho como ella, que creía estar enamorándose de Marisa porque como veía doble, le veía cuatro tetas en vez de dos. Lo que Sofía más odiaba de esas historias era que el domingo posterior a sus inauguraciones Marisa la llamaba llorando porque el borracho le había vomitado el cubrecamas fucsia de seda de la India, indetico al de Sofía, porque los habían comprado juntas. Y ella lloraba porque el tipo se lo habia vomitado y encima se había ido sin haberle hecho el amor. Y lloraba más aún porque no tenía el teléfono del tipo para poder mandarlo al diablo.
Lo único que podía hacer a esta hora era ir a ver la obra de teatro de ese actor que la había invitado rogándole que ella escribiera sobre la obra en la revista donde trabajaba. Pero ella sabía que el interés de ese actor excedía el pedido puntual de que lo ayudara con la prensa. La había llamado tres veces en la semana. Ir a ver la obra sería demostrar que estaba tan interesada en él como él en ella. ¿Para qué alimentarle falsas expectativas? Después le costaría horrores sacárselo de encima a ese pedante, inventarle pretextos para no volverlo a ver. ¿Sería posible ir a ver la obra de incógnito? ¿Disfrazada, con un sombrero raro y anteojos oscuros, como los de las fiestas de Joaquín? No… llamaría la atención enseguida y él la distinguiría entre el publico al instante y no la dejaría en paz durante semanas.
Las agujas del reloj corrían y ella aún no se había secado el pelo después de la ducha.
Miró sus pantalones de raso azul sobre la cama. Y la remera escotada de seda, junto a las medias largas negras y las botas de tacón alto y hebilla plateada.
“Si me los pongo, salgo. Si no, no”decidió, como quien tira una moneda a cara o seca.
Ya estaba cansada de tanto pensar. Mentalmente, le salió cara. Guardó esa ropa otra vez en su lugar en el placard, y se puso su uniforme de entrecasa preferido. Un pantalón viejo de algodón gris y un suéter raído antediluviano. Abrió una botella de vino tinto. Puso “Hopes and Fears” del grupo inglés Keane, un compacto donde con voz dulce y sufrida se llama al amor sobre una orquesta de pianos y guitarras.
Sólo le faltaba una cosa: un cigarrillo.
Sintió desesperación por fumar un cigarrillo. Pero ya era la una de la mañana y le dio miedo de salir a la calle vacía y oscura a buscar dónde comprar cigarrillos. Una mujer sola, recién bañada, con el pelo mojado y sin corpiño, buscando cigarrillos, era la patética imagen del tabaquismo feroz. Y ella podía vivir sin fumar. O tal vez no. Ella era de esa clase de fumadoras sociales que encienden un cigarrillo en ocasiones de relax y charla. Jamás fumaba sola. Pero este encuentro íntimo consigo misma era casi un acontecimiento social. Y ella sin tabaco.
Revolvió todos los cajones buscando un cigarrillo como un ladrón buscando joyas. Finalmente recordó que conservaba un cigarro cubano que le había robado a Alberto la noche de la pelea, cuando él se fue dando un portazo. Lo había guardado para recordar el olor a él. Sólo oler ese habano la hacía desearlo intensamente, pese a que hacía años que no sabía nada de él. “¿Los habanos se vencen?”, pensó. Ella recordaba que el buen tabaco se conserva en humidificadores, para que no se sequen. Pero entre el fenómeno del Niño, la humedad de la ciudad, la humedad de su casa y las lágrimas derramadas por la partida de Alberto, el añejo cigarro estaría como nuevo.
Lo encendió como recordaba que Alberto lo encendía, aspirando con fuerza, de a poco. No era ni la mitad de malo que había supuesto. Compensaba con creces la falta de cigarrillo rubio con filtro.
“Debería empezar a fumar habanos para tener estilo en las fiestas de Joaquín”, pensó “ Lástima que son tan caros” . Aunque a ella no le importaba dar una imagen exótica para esos nerds, sabía que fumando un habano de estos causaría impresión.
Se extendió en su futón cubierto con el acolchado fucsia de la India, y acarició la suavidad de la seda con sus pies descalzos. “Por lo menos a éste no me lo vomita nadie”, pensó. “Pensar que en este mismo momento hay miles de mujeres solas desesperadas porque no tienen adónde ir, o con quien salir, Y yo me siento en la gloria aquí, con mi vino, mi habano y buena música.”, pensó ella. Había llegado a esa etapa de la vida en la que una puede ser feliz estando sola, en la que no le acompleja no tener compañía, en la que no necesitás a nadie para no desesperar. Al sonar de “Bedshaped” – forma de cama - , las volutas del humo se enroscaban sobre sí mismas sensualmente con formas casi humanas. Qué música tan adecuada para hacer el amor, para enroscarse sobre un hombre. No, no sobre cualquier hombre. Sobre Alberto.
Sofía no entendía ni la mitad de la letra. Le parecía críptica hasta para un inglés. Lo que sí entendía era “ the sun in your eyes”. El sol en tus ojos. Qué bueno es tener a quién decirle eso de “el sol en tus ojos”. Bendito quien tiene a quién decírselo. Ella había tenido. El aroma del tabaco cubano le traía todo el pasado de golpe, como la descarga de un camión repleto de escombros, sobre su cabeza. Todos los momentos con Alberto se le caían encima, un cascotazo aquí, un ladrillazo allá, y ella trataba de adivinar- como cuando al ver los escombros de una casa demolida una adivina si eso sería parte de la cocina o del baño-, si esa sensación era parte de la atracción irresistible del primer momento. O de las risas del primer mes. O de cuando bailaban desnudos, fundiéndose uno en el otro como el humo del habano. Las maratones de amor, las travesuras, los proyectos, los súbitos cambios de plan. El sol en los ojos de Alberto. Eran de color sol, casi amarillos. La envolvían, como queriendo adivinar sus pensamientos. Los ojos de Alberto la hacían sentir hermosa, le hacían creer que era el centro del mundo. Le daban calor. Como el habano. No quería acabar el habano. Cuando se terminara, se iría el aroma a Alberto.
Qué pérdida de tiempo es vivir la vida lejos de un amor así.
Ella tenía que hacer algo. Con urgencia.
Y fue entonces, a las dos en punto de la mañana, cuando encendió la computadora y se puso a escribir algo distinto a todos lo que había escrito antes.
Ya hacía quince años que era periodista free lance de varios medios. Hacía notas de arquitectura, de cine, de modas, de cocina, de teatro. Todas eran reflejos de la realidad externa, nada comprometidas, objetivas, plasmando la realidad tal como es. Alberto le había dicho una vez que le parecían notas técnicamente perfectas, pero frías, Por eso él no las leía. Solo miraba la foto de la ilustración y pasaba las hojas. Ella lo entendía: leer no era lo suyo. El era comerciante, poco sabía de periodismo.
Pero tal vez si ella lograba escribir otra cosa, él se interesaría, se sorprendería y volvería a llamarla. Pero tenía que escribir algo impactante, algo que le llegara y lo trajera hacia ella.
“Tengo que escribir nuestra historia de amor”, se dijo. Un poco mareada por el vino, comenzó a teclear, como poseída. Supo que es bueno escribir con vino en las venas. Uno no se censura, y larga todo afuera, tan visceralmente como sale la honestidad femenina en plena menstruación, que es el momento de la verdad. El vino, rojo sangre, la ponía en contacto con lo carnal. Lo que en verdad ella quería era hacer el amor con Alberto. Pero al no tenerlo, comenzó a escribir: “Una jamás imagina que en el momento más rutinario de su vida pueda cruzarse con la mayor pasión de su vida. Pero, justamente, como no lo imagina, es que está desprevenida. Y la pasión se adueña de su alma para siempre”. Le pareció muy cursi. Pero bueno, la vida es cursi. Y siguió, y siguió y siguió escribiendo hasta que los pájaros cantaron escandalosamente en la calle y el sol entró por las rendijas de la persiana, y se le empezaron a mezclar las letras en la pantalla. Se acostó vestida en el futón, hecha un ovillo.
A mediodía despertó y siguió todo el domingo, el lunes y el martes. Y asi, escribió hasta el sábado siguiente. Lo contó todo. Los arrebatos de celos, los tira y afloja, la sensación de que ninguno de los dos podría seguir trabajando nunca más, porque no podían hacer otra cosa que estar pegados cuerpo a cuerpo, porque no podían pensar más que en el otro. El miedo terrible a dejar de desearse con la misma intensidad, de amarse con tanta desesperación. Los poemas que se escribieron, el llanto a dúo, la sensación de que un amor así no es real, nadie lo tiene, de que no se lo merecían, de que no podía durar. Y finalmente la conclusión de que por tanto miedo a que esa pasión se acabe, que se convierta en un cariño tibio o en un acostumbramiento, uno hace lo posible por acabarla. Cayeron víctimas de su propio miedo, que se convirtió en una profecía autocumplida, y terminó con el portazo final. Con el cual ella estaba segura de que si alguna vez volvía a ver a Alberto, él le diría, casi satisfecho
“ ¿Viste? ¡Ya te dije que un amor así no podría durar!”.
Ella había intentado recrear la intensidad de ese amor en otros hombres. Buscaba en otros pobres diablos la risa, los pómulos, las manos y los ojos amarillos de Alberto. Pero después de Alberto, todos parecían desabridos, chatos, secos.
Decidió buscar al original. Fue en vano: él se había mudado, ella no sabía adónde.
Los amigos le habían perdido el rastro y el dijeron que creían que, harto de la ciudad, él se había ido a vivir al interior. Los buscó en guías telefónicas y en Internet, para nada.
El muy tonto tal vez ni tenía correo electrónico.

Una Navidad, al volver de una reunión familiar, ella escuchó un mensaje de Alberto en el contestador.
Se le aflojaron las rodillas al oír esa voz diciendo: “Estoy pensando en vos , y espero que estés bien”. No dejaba ningún teléfono. De eso ya hacía un año y medio.
Ella se resignó. A Alberto aún lo tenía en sueños de los que no quería despertar.
A veces pasaba semanas sin recordarlo. Pero cuando lo recordaba otra vez, era con la contundencia de demasiadas sensaciones que se le venían encima como escapando de un cofre mal cerrado.
Tal vez escribiendo toda su historia de amor podría exorcizar ese romance truncado, para quitárselo de encima como una vieja piel de lagarto y empezar de cero, como si nunca lo hubiera conocido.
Tal vez esa novela fuera su botella de náufraga al mar, y él la recogiera.
En una semana le hizo los retoques finales. Llevó la novela a tres editores, y la envió a un premio de novela importante. Los tres editores se mostraron interesados. Pero ganó el premio, buen dinero, mucha prensa y otra vez la sensación de que aquí había un error, esto es demasiado bueno para ser cierto, miedo a que todo acabe de golpe y le digan “ Todo fue una broma…¡ te estamos filmando!”.
“ Es una obra desgarrada, honesta, intensa y llena de pasión. Seguramente, será un éxito.” le había dicho su editor, que de esto sabía bastante. La única condición que puso ella fue que pusieran su correo electrónico en el libro. Y así se hizo.
Les llevó un mes y medio decidir el diseño de cubierta. El editor quería poner la fotografía de un rostro fuera de foco, pero ella quería un fondo negro con un corazón partido al medio, que tenga un relieve tridimensional llamativo, que casi doliera al verlo.
Quiso titularlo “Lenguas de fuego”, por el poema de Gustavo Adolfo Bécquer: “Dos rojas lenguas de fuego/que a un mismo tronco enlazadas/se aproximan, y al besarse/forman una sola llama…. eso son nuestras dos almas.” Pero ya había otro libro con ese titulo. Entonces eligió llamarlo “Si tú me dices ven” , por la poesía de Amado Nervo : “ Si tú me dices ven ,lo dejo todo.../No volveré siquiera la mirada /para mirar a la mujer amada... /Pero dímelo fuerte, de tal modo/que tu voz como toque de llamada,/vibre hasta el más íntimo recodo del ser,/levante el alma de su lodo/y hiera el corazón como una espada.” Y ella sabía que esa novela, si llegaba a Alberto, podría herirle el corazón como una espada para que él se decidiera a volver.


El libro fue un éxito rotundo. La primera edición se vendió en semanas, y en poco tiempo salió una segunda edición. A Sofía le hicieron infinidad de reportajes, en los que no dejó de mencionar que era un texto autobiográfico hecho con la esperanza de recuperar ese viejo amor.
Cada vez que salía de gira promocional, que venía de firmar cientos de ejemplares en otros países, que salía en la tapa de una revista como “La novelista del año” o que era invitada al milésimo programa de televisión para hablar de “El erotismo femenino, hoy”, regresaba a casa ansiosa para ver si había recibido el tan ansiado llamado o correo electrónico de Alberto, acusando recibo del mensaje.
Pero nada.


Dos año y medio después del lanzamiento de la quinta edición del libro, Alberto le escribió un correo electrónico. Le contaba que se había casado, tenía una hija y estaba viviendo en Córdoba. Y le preguntaba si seguía viviendo en el mismo teléfono, porque tenía ganas de llamarla y hablar con ella. Ella se quedó horas mirando cada línea. Tratando de interpretar por qué había él elegido esa palabra y no otra, desguasando el mensaje frase a frase hasta que perdía todo sentido y las palabras parecían letras hiladas sin ton ni son. No quiso anotar la dirección del correo, para obligarse a abrirlo nuevamente y releerlo cuando quisiera responderle. No dejaba de leerlo, como intentando descifrar una piedra de Rosetta sin tener ninguna pista. Luego de mil relecturas, lo abandonó, frustrada por no llegar a descubrir ninguna otra cosa.
Regresó al mensaje cuatro días después. Releyéndolo nuevamente, concluyó que lo que había interpretado antes se había esfumado. No había mucho que interpretar. Eran falsas percepciones suyas. Esta vez le pareció que en vez de ser un mensaje críptico era un correo formal y frío, de salutación, sin otra intención encubierta. Con cautela, ella simplemente le respondió “El teléfono es el mismo. Espero tu llamado.” Y , por las dudas , apuntó el teléfono nuevamente.
“Tal vez se contactó porque leyó el libro, le removió las tripas y comprendió que lo de “Si tú me dices ven”,va para él .” , pensó, esperanzada.

Tres semanas después, un sábado a las once y cuarto de la mañana, Alberto la llamó. Su voz, extrañamente, era la misma de antes, pero diferente. La modulaba de otra manera, como cansado, y con el acento de su provincia.
Se intercambiaron frases de cortesía, y él le contó su vida. Toda su vida. Desde la casa que se había construido con gran esfuerzo en la sierra, de los estudios de su hija, los cursos de tejido en telar que hacía su indiferente esposa, de su úlcera y cómo la estaba curando con hierbas, de su vida tranquila, su tenis y sus amigos. Le habló de la situación política en su provincia, sobre los impuestos que hay que pagar, sobre cómo lo estafó un socio, sobre lo bien que cocina y que él mismo hace las compras en el súper. Y mientras el hablaba a borbotones sobre sus tres perros, . ella sentía que estaba hablando otra persona, que el Alberto de sus sueños se perdía en el aire como el humo del cigarro. Lejos de ella, se había convertido en otra cosa . Pensó como se las arreglaría encontrándose con este nuevo Alberto. ¿ Quedaría algo de lo que había sentido por el? ¿ O los hombres se estropean lejos de nuestra influencia?
Ella quiso aferrarse a un trocito de esperanza, y esperaba a que él dejara lo mejor para el final. Pero el seguía hablando de sí mismo y no parecía querer saber nada sobre ella. Y, así de golpe, le preguntó:

- Y hablando de supermercados...Vos escribiste un libro, ¿no? Hace un tiempo fui al supermercado, porque mi esposa me manda a mi porque sé elegir la mejor carne y los mejores vinos… y bueno, estaba en la cola más larga. Y como estaba ahí aburrido, y la cola no avanzaba, me puse a ver un exhibidor con best sellers , y vi tu nombre en la tapa de uno de ellos, no recuerdo su nombre exacto, algo como “Si me dices Rubén”, algo así, con una mancha roja en la tapa. Ni lo abrí, porque estaba apurado y no tenía mucha plata . Pero vi tu correo electrónico en la contratapa y lo anoté. ¿Te va bien con tu nuevo pasatiempo?

Ella cerró la charla con pocas palabras, le deseó suerte y se despidió. Como quien arroja una moneda al aire y cae en seca.
En cuanto dejó el teléfono, caminó a su estudio, encendió la compu buscó el correo electrónico de Alberto en “Bandeja de Entrada”. Marcó el mensaje, llevó el cursor hasta la función “Borrar”, y clickeó con el índice sobre el mouse.
El mensaje desapareció de la pantalla.
Luego abrió la carpeta de “Mensajes eliminados”. Ubicó otra vez el mensaje de Alberto, nuevamente lo marcó con el cursor y - sin mirarlo ni para despedirse, para no tentarse a memorizarlo- clickeó nuevamente en “Borrar”. Se abrió un cuadro de diálogo preguntándole “¿Realmente desea eliminar definitivamente este mensaje?”
Ella clickeó sobre la palabra “Sí” .
Alberto- o Rubén, o quien fuera - desapareció para siempre.
Y con él, todas sus esperanzas. Y todos sus miedos.

Mejor no pensar

Todo comenzó de repente.
Empecé a pensar un domingo a la tarde en el que estaba un poco triste, planchando toneladas de ropa.
Volví a pensar cuando me encontré mi primera cana entre los pelos del flequillo.
Luego me encontré pensando luego de una fuerte discusión con mi marido. No pensé demasiado, lo juro. Todo fue imaginar que habrá sido de mi vida si hubiera continuado con mis estudios en vez de empezar a trabajar en la oficina adonde voy cada día. Y a decir, verdad , también pensé qué hubiera sido de mi en vez de casarme con mi marido , un hombre bueno pero muy simple. Si esperaba un poco más , tal vez conocía alguien más intelectual, más estimulante y divertido.
Es que yo me aburría con mi marido y el aburrimiento te lleva a los peores vicios.
Como percibí que pensar tanto ya me estaba haciendo daño, dejé de hacerlo comprando la revista “Hola!”. No hubo caso: no podía dejar de pensar qué pasaba con esta revista. que ya no toma fotos de la Duquesa de Alba , ni de Isabel Pantoja, ni de Gunilla von Bismarck. Debo confesar que hacía mucho que no la compraba. Mea culpa, sé que es un tremendo error, que te aleja de los grandes valores. Creí que la lectura de la revista me alejaría para siempre de otro molesto pensamiento. Pero luego volví a pensar en una fiesta donde no encontré ningún conocido. Lo hice de manera inocente, solo un poco, como para entretenerme. Por supuesto que yo sabía que pensar es peligroso, pero tampoco me consideraba una pensadora viciosa, de tiempo completo, ni me proponía ser una intelectual perdida. Nunca llegaría a tanto, no estaba en mis genes. De hecho, no es una actividad que tenga incorporada en mi vida. En mi familia nunca se pensó, nadie hablaba de pensar, era algo completamente ajeno a nuestras costumbres. Solamente una vez recuerdo que mi hermano mayor tuvo una actitud extraña por unos días en que pensó en entrar a la Universidad.
Yo era muy pequeña, entonces, y me impresioné mucho al escuchar a mi padre diciéndole a mi hermano, de madrugada en la cocina: “Tú no estarás pensando, ¿verdad?” . Y mi hermano se ofendió muchísimo y le dijo que por quién lo había tomado, y que sus amigos no eran pensadores, y que nunca se le ocurriría perder el tiempo en semejante tontería .
Yo me engañaba a mí misma diciendo que no tenía genes de pensador, y que ninguno de mis amigos pensaba, nunca había visto a mis padres pensar, así que no corría riesgos de ser una pensante de tiempo completo. Pensar no estaba en mis genes. Así que creía que no corría grandes riesgos pensando solo  durante un ratito, como para relajarme un poco, y nada más.
Pero en el fondo, sabía que me estaba engañando, porque pensar se convirtió cada día en algo más importante para mi. Al tiempo me descubrí pensando casi todos los días. Primero me escondía en el baño para pensar, pero al final pensaba prácticamente en público, sin importarme que me pescaran haciéndolo.

Comencé a pensar en el trabajo, aún sabiendo que está absolutamente prohibido pensar donde te pagan por no hacerlo. Me di cuenta que el vicio se me estaba escapando de las manos cuando comencé a pensar estando en el cine...¡hasta opinando mentalmente y sacando conclusiones acerca de lo que sucedía en la película!
Empecé a aislarme de mis amigos para leer.
En casa las cosas empeoraban. Yo llegaba, y apagaba el televisor, intentando reflexionar con mi familia acerca de nuestras preocupaciones y deseos. Incluso intenté conversar sobre moral y ética de acuerdo a lo último que había leído de Séneca. Pero cuando mencioné a Sartre, fue el acabóse: mi marido se horrorizó, discutimos toda la noche, y cuanto más discutíamos, el más se espantaba. Pobre hombre, yo le replicaba con pensamientos lógicos y profundos. ¡Hasta para discutir estaba pensando! Considerando que yo ya era un caso perdido, me dejó y se instaló en la casa de un amigo suyo que nunca piensa y sólo toma cerveza.
Un día me echaron de la peluquería porque me atreví a sacar mis propias conclusiones sobre las noticias del periódico.
Una amiga dejó de llamarme porque le aconsejé qué hacer ante su divorcio. “¡Me divorcié por pensar demasiado, y ahora me incitás a seguir pensando! ¡No tenés moral!“
Para paliar tanta soledad comencé a reunirme con amigas, que al poco tiempo acabaron haciéndome a un lado. No me avisaban de cuando y donde se reunían, y no me enviaban mensajes ni respondían mis mails . Me di cuenta de que algo pasaba cuando en un encuentro,  una comentó lo bien que lo habian pasado en el cumpleaños de la otra, y vi a las demás haciéndole señas de que callara. Claro, no me habian invitado. No me animé a preguntar por qué, pero al llegar a casa llamé a la que más confianza me inspiraba y le pregunté por qué me rechazaban tanto . “ Es que todas opinan que deberías ver un analista . Tu actitud es absolutamente insoportable. Todo lo evaluás, lo comentás, lo sopesás,  proponés cosas, sacás temas nuevos …¡ tu soberbia es increíble, no dejás de pensar! ¿ Por qué no nos dejás en paz?”
No pude ir a un analista: significaba seguir pensando cual me convendría . Por ello, resolví hacer algo útil para no sentirme tan sola e incorporarme a la sociedad de manera útil . Empecé a hacer lo que nunca hice : fui a las reuniones de padres de la cooperadora de la escuela -. Todos los martes a las 20 hs , en el salon escolar, los padres nos reuniríamos para hablar de la escuela, los alumnos, y como ayudar a que todo siga adelante. Hablaron de que en la escuela ya no hay fondos, se están quedando sin dinero. Se me ocurrió levantar la mano y proponer siete maneras distintas de recaudar fondos, desde sorteos, baile, kermesse y feria del plato. Me miraron horrorizados, como si hubiera bajado un ovni en el medio de la sala, y cambiaron de tema. Creí que no habían comprendido la propuesta y expliqué como se organiza exactamente algo así. Fue peor, me dieron la espalda y hablaron largamente de una canilla que gotea en el patio. En la orden del día restaba hablar de formar una comisión de cultura y otra para enseñar primeros auxilios, pues la escuela no tiene siquiera botiquín. Pero nadie quiso hablar del tema, porque de a una, cada una de las veinte personas levantó la mano para sugerir como hacer que la canilla no gotee. Percibí que por aguantar en silencio y no volver a alzar la mano, me estaban empezando a mirar con un poco más de simpatía que al principio. Fui tres veces más, y note que más me querían cuanto menos participaba y más callaba. Alguien pidió ayuda para hacer la revista de la escuela. Todos me miraron alarmados. Cuando dije “ yo no puedo” suspiraron aliviados , y dijeron “ lamentablemente, no hay gente interesada en hacerla, así que deberemos cerrarla definitivamente”. Todos sacudieron las cabezas graves y dijeron “ y ahora sigamos hablando de la camilla que gotea , porque puede hundir el piso del edificio”.
Resolví no asistir mas , dado que mi función ahí era probar que nadie quiere hacer nada Pero me empecé a deprimir tanto que llamé a mi marido, rogándole que volviera a casa.
Le expliqué que añoraba sus comentarios banales sobre el estado del tiempo y del tránsito, las ventajas del  salchichón sobre el salame y los partidos de futbol de la semana..
El comenzó a conmoverse hasta que cometí el error de darle demasiados sesudos motivos de por qué debía volver, que se aterró:

- ¿Lo ves? ¡Seguís pensando! ¡No quiero saber nada con vos mientras pienses!

Y me cortó.
Al día siguiente me llamó mi jefe a su despacho para decirme que si seguía así tendría que echarme del trabajo, y que necesitaba buscar ayuda urgente. Tratando de encontrar una solución que lo tranquilizara le dije:

- He estado pensando …
- ¡Esto es el colmo! ¡Piensa hasta en mi propio despacho! ¿No le da vergüenza? ¡ Salga ya mismo de aquí!


Entré en una crisis depresiva, pensando en la absurda paradoja de lamentar que me echaran de un trabajo inmundo. Para aliviar el dolor, mi voluntad cedió y fui directo a la biblioteca más grande del vecindario.
En la puerta había un puesto de promoción de una empresa de televisión por cable.
Un muchacho rubio de sonrisa angelical e impecable traje gris me detuvo a la entrada y me dijo:

- ¿ Sabés que pensar te está arruinando la vida?”

Tuve que reconocerle que si . Pero quise entrar a la Biblioteca igual.
Me detuvo en seco y me dijo:

- No lo hagas. No entres. Aún estás a tiempo de reinsertarte en la sociedad...
- Imposible- le dije – Yo pienso todos los días.
- No es imposible. Somos expertos en casos como el tuyo. La fundación Frivolidades está para salvarte. Nuestro servicio de urgencia te conecta a televisión por cable de manera gratuita las 24 horas. Contamos con más de 200 canales de deporte, musica, modas, entretenimientos y sorteos, programas femeninos, películas americanas y informativos light . ¡Es el primer servicio de cable cien por ciento no educativo del mercado! Está lleno de entretenidos avisos de venta directa y de “llame ya”. Te garantizamos que te hará dejar de pensar en sólo una semana.

Recordé a mi madre, mis hijos, mi marido, mis amigas. Una lágrima rodó por mi mejilla. El joven me abrazó, me pidió la tarjeta de crédito y me inscribió en el sistema de recuperación de pensadores de Frivolidades.
Es asombroso como ese sistema de televisión por cable barre con cualquier pensamiento en segundos. Puedo estar en pleno proceso de pensamientos, pero enciendo el canal Frivolidades y lo olvido por completo.
Desde entonces mi vida ha vuelto a la normalidad.
Mi marido regresó a casa. Aún desconfía, pero yo le hablo de moda, y de lo que hizo el perro, y veo en su rostro un alivio inmediato. Mis hijos están relajados porque ya no me importa de lo que hablemos, solo les cuento chismes de los famosos que escucho en TV Frivolidades. En casa ya no se piensa ni se conversa: miramos la tele.
No me pongo a pensar en lo que hubiera podido ser y no fue, ni en cómo cambiar las cosas. Eso es totalmente enfermizo: el único tiempo que tenemos es el ahora, y no hay manera de cambiar el destino.
Desde que no pienso, en el trabajo me ven más conforme y conectada con la realidad. Ya no quiero hacer cambios profundos ni le reclamo a mis compañeros que hagan sus tareas de modo más eficaz. Mi jefe no teme que le venga con planillas explicando que si la empresa a gana menos es porque no estamos haciendo las cosas bien, que no se necesita más empleados sino que los que están trabajan correctamente. Y al adaptarme al medio sin pensar, me ascendieron a directora y me triplicaron el sueldo. Con ese dinero compré cinco televisores, los más grandes del mercado: uno en cada habitación, para evitar pensar durante todo el día. Ahora creo en todo lo que me dicen los noticieros y los periódicos. Ya no lo evalúo patológicamente.
En las reuniones de amigos, con mi marido hablamos de los nuevos comerciales que dan por la tele y de marcas de ropa y de autos.
Hago lo que el jefe me diga y, ante la duda, no hago nada. En el tiempo libre hago lo que todos hacen o lo que esté de moda en ese momento.
Sé que si me pusiera a pensar en hacer algo distinto, caería en ese vicio que arruinó gran parte de mi vida. Pero no volverá a sucederme. No permitiré que nunca más el vicio de pensar me arruine la existencia.
Desde que no pienso, soy feliz.