Me dice un buen amigo escritor que debería dejar lo que hago y ponerme a escribir esa novela que llevo tanto tiempo aplazando, como si eso fuera fácil. Como si yo escribiera bien o pudiera crear algo que mereciese la pena.
Si me hubieran preguntado de pequeño qué me gustaría ser, hubiera contestado sin pensarlo que escritor. Creo que ya lo he explicado alguna que otra vez en el blog, pero Julio Verne era para mí, una especie de semi-dios, porque era capaz de combinar aventuras con avances tecnológicos en sus novelas. De todos las infinitas probabilidades que tenía entonces, hubiera escogido esa, la de hablar sobre un mundo mejor, ciencia-ficción, lugares lejanos... aventuras, centros tecnológicos, hacerme amigo de científicos, visitar ferias de inventores, viajar por medio mundo... vamos, que podría decirse que soy lo que aspiraba a ser un hombre de finales del siglo XIX.
Técnicamente he cumplido mis sueños de niño. Mi vida es la que quería que fuese cuando pasaba horas leyendo a Stevenson, pero sobre todo a Julio Verne durante todas aquellas tardes y noches de mi infancia. Claro que solían ser hombres solteros y sin hijos a edad avanzada, pero siempre tenían un sobrino que era del que se enamoraba la chica y eso también parece ser que se ha cumplido.
Me imagino que dentro de mi realidad he vivido en uno de los universos probables que más se acerca, dentro de mis posibilidades, a la que hubiera querido entonces.
A veces, cuando de vez en cuando, me envían esos vídeos de "tú eres el dueño de tu destino" o "el poder de la mente subconsciente" o "visualiza y conseguirás" que ahora están tan de moda en mi entorno, pienso que son ganas de querer cambiar las cosas sin el esfuerzo necesario para transformar tu realidad, ya sea estudiando o tratando de mejorar cualidades personales, pero he de confesar que, después de descubrir que mi realidad tiene que ver con lo que, probablemente, imaginaba de niño, no sé qué pensar.
Confieso que en los últimos años he intentado indagar sobre ello y, como muchos otros, he intentado "cambiar" mi futuro inmediato con técnicas difícilmente explicables. También he de decir que las coincidencias entre lo que he deseado y lo que ha ocurrido me ha llevado a plantearme si no existirá una fuerza universal que pueda aliarse con nuestros deseos.
Me pregunto qué más deseo el niño y el adolescente, el joven y el adulto que he sido y fui. Y en qué momento se rompe la cadena del deseo, o cuán infelices somos al conquistar nuestros deseos, o qué responsabilidades comporta todo eso, si no hubiera sido más fácil no haber deseado nada o querer sólo ser lo más feliz que pudiera.
Aquella infancia aislada con libros, imaginar mundos, el ir al colegio sin saber muy bien para qué, el tener la sensación de ser más adulto que el resto, la desproporción entre lo que soy y lo que aparento ser, el sentirme extraño y el ser tan normal como saben ser los niños que intentar interpretar un papel que no les corresponde y no atinan a encontrar el tono y medida adecuadas para no sobreactuar.
Mi adolescencia de borracheras y accidentes.
Mi juventud de borracheras y accidentes más graves.
El corazón roto y recompuesto y vuelto a romper, y recompuesto de nuevo y roto otra vez hasta cansarse.
Querer ser alguien y seguir años después en la brecha.
Querer ser nadie.
Andar a pedradas con la luna y llamar a las cosas por su infinito número de nombres que las nombran.
Me pregunto qué querría ser ahora, qué cosa o persona querría ser si pudiera conseguir ser lo que quisiera con sólo imaginarlo, qué tendría mi vida, con quién me gustaría pasar los años de vida que me quedan.
Si cuando me pregunto si valió la pena digo que sí sin dudarlo, si llegar hasta aquí es un sueño hecho realidad, ahora ¿qué?