Hoy hace diez años. No sé si es el día exacto, pero sí que era viernes y nos vimos en un bar al lado del cine Verdi. Y yo pensé que de dónde sale esta chica tan loca y me gustó que hubiera alguien encima de este planeta que desprendiera esa luz tan blanca. Creo que yo era otra persona distinta a la que soy ahora, escribía diferente, mejor, más yo, no sé. Tenía un blog: éste; y te llamé la chica de la bicicleta no sé el porqué; y tuvimos un instante de cosas que ocurren sin que supiéramos qué pasaba y a pesar de que me gustó la intensidad de la luz supe en ese instante que la electricidad mata.
Han pasado diez años, ayer sentí lo mismo que el día en que se acabó todo. Y hoy, que también se acaba una etapa de mi vida, sé que el que los minutos y las horas envejece como lo hacen las personas, los instantes se llenan de arrugas y pierden piel a escamas, todo lo que ocurre acaba marchitándose.
Pero recuerdo aquella tarde, en el bar de la calle Verdi, diez años atrás y cómo me cambió la vida aquello, cómo pasé de no tener rumbo a tenerlo, y cómo de tenerlo volví a perderlo en tan solo unos meses y ahora pienso que llevo así no una dácada, sino un millón de vidas tratando de encontrar algo, lo que sea, que me devuelva a ese estallido de luz que nunca he vuelto a sentir.
Un universo entre el big bang y su extinción. Eso es lo que ha transcurrido desde entonces.
Y aunque ya me despedí (durante años este blog sólo fue una larga despedida) a veces vuelvo a aquella tarde en que quedamos solos por primera vez. No para empezar desde cero, sino para reconcer cuando pase de nuevo.
Y aunque pasaron cosas y llegaron otras personas mejores, yo ya estaba muerto.
Todo esto sólo es el instante en el que pasa la vida por delante de uno.