jueves, 28 de mayo de 2015

La oscuridad infinita


Hace tiempo que no escribo. Supongo que estoy demasiado ocupado o que escribir ya no ocupa el espacio que antes reclamaba como suyo. Supongo que me he hecho menos reflexivo y más activo, o que simplmente, todo vuelve a tomar velocidades casi tan de vértigo como soñaba que tendrían cuando rezaba para que los sueños se materializasen.

Durante estos años he ido escribiendo una y otra vez los inicios de proyectos que nunca acabaron de funcionar del todo. Era lo más sensato para no caer en la desesperación del día a día. Ahora recuerdo aquellos días como una gran mentira de la que no habría podido surgir esta realidad que empieza a tomar forma.

A veces me pregunto cómo pude soportarlo, no me refiero a que la vida fuera algo oscuro y difícil de llevar, sino cómo pude construir un personaje que caía y se levantaba y hacerlo mío hasta que yo mismo acabara por ponerme ese traje para salir al mundo y convencer a los demás de algo en lo que, en realidad, no creía.

A veces creo que sigo soñando.

Y me detengo y me pregunto si todo esto es cierto.

Tengo miedo de que sea igual que otras veces, que necesite otra mentira más para poder seguir adelante. Entonces miro a mi alrededor, entro en la cuenta del banco y miro la cuenta corriente, voy de vinos con los amigos y puedo pagar mi parte, los veo y pienso que nadie sabe quién o qué he sido, como si tuviera un pasado del qué avergonzarme. Supongo que ya nada será como antes, que yo no seré el mismo que hubiera sido si no hubiera visto la miseria tan de cerca, tan en silencio, tan desde detrás de las cortinas.

Durante mucho tiempo he sentido desprecio hacia la gente corriente, desprecio por los que tenían un sueldo a final de mes, no odio, sino algo más lúgubre y de baja intensidad, como si perteneciera a una casta que conoce algo que no conoce el resto, donde las cartas de embargo, las llamadas telefónicas a horas intempestivas reclamando tres cuotas de hipoteca, o el pasar por casa de mis padres para comer constituyeran algo de lo que no avergonzarse, sino que a quien debería avergonzar es al resto.

Y ese sentimiento ha quedado impregnado en lo que soy. El hombre que soy no puede ser ya de otra forma, ha aprendido que las cosas son más duras de lo que parecen y sabe que se puede adaptar a casi cualquier cosa. Y eso me hace sentir orgulloso y al mismo tiempo me aleja del mundo, me previene contra la felicidad. La felicidad es dejar de estar alerta.

Y entonces comprendo mucho mejor el odio.

El odio no es sólo miedo, el odio es el miedo a la felicidad cuando tú estás excluído de ella.

Y entonces dejas de amar

porque ser feliz implica amar

Y ese es un lujo que no se puede uno permitir cuando sólo se vive para sobrevivir.

Y un día piensas en todas las personas del mundo que sienten eso mismo que tú, a veces multiplicado por mil o diez mil y te parece un milagro que no salgan todos en tromba hacia donde estamos nosotros, que vivimos en la opulencia y en el despilfarro mientras ellos mueren en guerras o por hambrunas.

O por un mísero vaso de agua contaminado.

Y entonces...

...entonces mi vida cobra sentido.