miércoles, 12 de enero de 2011

LA FAMILIA QUE CURRA UNIDA.... PERMANECE ENCADENADA AL TRABAJO

Y es que hay algo muchísimo peor que un jefe explotador, que un contrato de obra, que ser becario en una empresa de reciclaje de desperdicios, que largarse a Amsterdam y colocarse detrás de un escaparate...
Algo peor que las ETT´s , que las subcontratas, que los grandes almacenes que cierran sólo el día de Navidad (y de dos a cuatro, la hora de comer...), que estar en un andamio a la intemperie en Enero en Vitoria, que asfaltar una carretera en Agosto en Despeñaperros, que los MacDonald´s, que las Telepizzas, que servir sangría a los guiris en un chiringuito de Benidorm...
Y es tener una tienda.
Que tu padre y tu madre tengan una tienda, mejor dicho...

Y quien dice una tienda dice un taller, una fabriquilla... lo que sea.

Da lo mismo que tu padre sea el regente de la boutique más chic de la zona que el tabernero del bar más cutre del barrio, porque el resultado siempre va a ser el mismo:
Puedes darte por jodid@

Sí, porque ser hijo del dueño te convierte ya no en una parte más del negocio, sino en una pieza insustituíble del engranaje económico familiar; te transformas en dependiente-administardor-obrero-noimportaqué... y aun encima sin costarle un duro a tu jefe, sin poder sindicarte, sin derecho a la huelga, sin pagas extras, sin vacaciones, sin un horario establecido...
Vamos, un esclavo legal que ni siquiera puede recurrir a poner una denuncia en una ONG porque, en teoría, lo que hace no es trabajar, sino "echar una mano".

Y luego, que aquello te marca para toda la vida; al menos uno de los hijos ha de seguir los pasos de los progenitores, le guste o no... y no importa a qué se dedique la familia; incluso puedes ser hijo del mismo Botín, que tu madre, en vez de llevarte a la playa, te hace pasar el verano sentada en el despacho de tu padre, viendo al personal sudar la gota gorda porque no puede pagar la hipoteca. Y el autor de tus días diciéndote que vayas aprendiendo, y que te quites de la cabeza esa obsesión de llegar a Presidente del Gobierno, que ese es un pelele que ni manda, ni gana pasta, ni nada de nada....

Y es que en la casa donde hay un negocio, el bissness se vive, se palpa en el aire, se respira, se deglute: en la casa de un empresario no se comen lentejas ( a no ser que la empresa sea un supermercado )...
En casa del ferretero se comen tornillos, en casa del electricista fusibles, en casa del satre botones, en casa del farmacéutico supositorios y en casa del frutero la fruta que está a punto de pudrirse...

Se desayuna trabajo, se come trabajo y se cena trabajo. Y se almuerza y se merienda en el trabajo. Los fines de semana son para hacer las cuentas del negocio, y las vacaciones para ir de ferias. Lo de la playa y el monte son mariconadas para funcionarios y currelas de fábricas.

De hecho, creo que mis hermanos y yo, antes que la tabla de multiplicar e inmediatamente después de "papá" y "mamá" lo primero que aprendimos a decir fue: "¿Qué desea?"

Sí, porque entonces, al cliente se le trataba de usted, y se le preguntaba por sus deseos, como el genio de la lámpara. No como ahora, que entras a una tienda, viene una niña vestida de Lady Gaga y te susurra: "¿Te puedo ayudar en algo?" ...
Que a tí te entran ganas de contestarle: "Pues a ver, bonita, este fin de semana tengo que hacer la mudanza del piso, conque, si te apetece, te doy la dirección, te presto un par de guantes y vienes a echarnos una mano. Por cierto, es un 5º sin ascensor...."
Pero en lugar de eso le contestas: "No, que sólo estoy mirando"

Sin embargo, lo peor de todo era que, mientras tus colegas curraban de Lunes a Viernes y los fines de semana se iban de cenas, de conciertos, de acampada... tu trabajabas de Lunes a Sábado y, si se te ocurría pedir permiso para irte de fin de semana, siempre había algo que hacer en la puñetera tienda. Y si tenías planes para el Sábado por la noche y necesitabas un dinerillo extra, tenía que darse una alineación planetaria para que tus viejos te soltasen la mosca...

Pero pese a ello lo intentabas:
"Oye, mamá"- apenas susurrabas, con la mirada baja, después de haber fregado de rodillas toda la casa, lavado la vajilla, preparado comida para una semana y planchado la ropa de toda la familia tras haber currado como un esclavo en la tienda toda la mañana y  haber hecho los deberes del Insti después de comer- "Que esta noche hay un concierto y... esto..... necesitaría 500 pesetillas... y... bueno, esta semana he trabajado mucho, y...."



"¿500 pesetas?" 

- Aullaba tu madre- "Que ésta semana has trabajado mucho, ¿eh?...  Y  te parece que nosotros, tu padre y yo, no trabajamos mucho ¿eh? ... Te parece poco el pago que recibes, ¿eh?... Te parece poco que te demos de comer y te paguemos los estudios, ¿eh?... Crees que la luz, el agua, el teléfono, son gratis, ¿eh?..."

El caso es que tú, para el segundo "¿eh?", habías enfilado ya pasillo adelante rumbo a la puerta, dejando atrás a tu enfurecida progenitora, pero de alguna manera inexplicable (véase la teoría sobre la capacidad de teletransportación de las madres en el capítulo 11- "Madre no hay más que una"-), ella aparecía súbitamente delante de la puerta, blandiendo el billete azul delante tuyo:



-"Toma, desagradecida...



Y a ver a qué hora vienes, que mañana a las seis tenemos que acercarnos a al tienda a preparar unos encargos para el Lunes"