Una brizna de hierba en un parque lleno de flores amarillas y violetas se mece con una brisa ligera.
Es pequeña y fina, de un color verde intenso como el mar en el País de las Maravillas.
Un niño sonriendo sinceramente y sin preocupaciones delante de otro, el primero sin una paleta y el
segundo con una peonza entre sus dedos, a punto de tirarla al suelo y hacerla rodar.
Una playa en invierno, durante la noche, vacía de personas pero llena de seres vivos no humanos,
reflejándose la luna decreciente en el mar de plata y oro.
Un poeta que, a las ocho de la tarde, en medio de una cafetería atestada de gente, recibe a una musa
de ojos verdes que le hace escribir los versos más grandes esa tarde.
Un desierto en el que un cactus acaba de florecer, mostrando un milagro de color rojo sangre y del
tamaño de siete margaritas blancas.
Un potrillo que se sostiene por primera vez sobre sus frágiles patas ante la admiración y el orgullo
de su madre, una yegua primeriza.
Una mirada rasgada, sabia y sincera surcando el rostro de un señor de sesenta y nueve años
observando con detenimiento y atracción a una señora de noventa.
Una rata que, tras un duro día de esfuerzo y trabajo, consigue llevar a sus decenas de hijos y nietos
una barra de pan recién hecho.
Un cañón olvidado en la cima de una montaña sobre el cual está creciendo la secuoya más alta de
todos los tiempos y cuyo interior está lleno de raíces.
Una adolescente que otorga su bien más preciado al chico que le lleva gustando nada más y nada
menos que siete meses.
Un señor que recuerda, por un instante, a su nieta porque ve en ella reflejados sus propios ojos y, al
hacerlo, llora de alegría por volver a ser él mismo.
El primer beso entre dos niños de siete años que, actuando por imitación, descubren que hay algo en
eso que despierta en ellos nuevas sensaciones.
Un libro que acaba tal y como esperabas, salvándose aquel personaje que más se parece a ti y no
muriendo de tristeza y soledad, como sospechabas en un principio.
Una taberna llena de risas, cerveza y amigos entre los que se encuentran el dueño de la misma, un
anciano que la frecuenta y un mendigo que ha sido invitado por encontrarse allí por casualidad.
Un policía que baja su fusil, dándose por vencido y naciendo en un mundo nuevo, ante una de las
armas más poderosa de todas: una flor.
Un perro que, tras pasar siete días y siete noches acompañado de, exclusivamente, lluvia y frío, es
encontrado y socorrido por un joven que vive con tres chuchos más.
Una piedra blanquecina que refleja el sol que incide en ella creando un arcoiris que tiene el
privilegio de no ser visto por ningún ser humano.
Una mujer que en su etapa adulta consigue vencer un cáncer de pulmón puesto que se aferra, como
pocos, a la vida.
Un chico pelirrojo cuyas mejillas están colmadas de pecas de todos los tamaños y tonalidades de
marrón.
Un mendigo que da los buenos días a todo aquel que pasa por el callejón más pequeño de la ciudad
más grande del mundo.
Un pecho pequeño de una chica de veinte años que cabe a la perfección en la mano de aquel que,
con su permiso, la acaricia.
Un humano que mira a los ojos a un primate y siente que tiene ante sí a un hermano y no a alguien
inferior ni digno de lástima.
Eso es Amor.
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