"La magia del primer amor consiste en nuestra ignorancia de que pueda tener fin".
Benjamín Disraeli (1766-1848) Estadista ingles.
Se avistaba el otoño en el pueblo. Palidecía aquel verano que aún jugaba a seguir calentando de un modo ya tenue. Soplaba la infancia a oídos del mundo, ancho como jamás ya nunca volvería a serlo.
Él delirante observaba circular lenta la vida avistando cómo aquel descampado volvía a vestirse lentamente con la misma lona desvencijada de cada año. Corría el verano entre mariposas y libros, corría y sus ojos de niño florecían entre carromatos... Había llegado el gran día.
Desde aquel amago de asiento era imposible techar los sueños mientras se sucedía una suerte de payasos de saldo. Desfilaban las fieras frente a aquel módico domador que cada año retaba a la muerte estampando de lleno el asombro en sus pupilas de chiquillo. La pista estaba al fin desierta, se vislumbraba el momento, el reencuentro consigo mismo mientras su corazón palpitaba más y más fuerte al surcar el foco la penumbra de un circo envuelto en redobles.
Dos alas surcaron el aire. Era ella... Ella dibujando flores de papel. Era ella y el desvarío irrepetible del primer amor había vuelto a estallarle en el centro del pecho. La brisa de aquel sutil balanceo le acariciaba el cabello ahora que nada podía ya hacerla más bella a sus ojos de mocoso rapaz, embobado en aquella exquisita figura que galopaba los cielos. Era ella, perfecta y magnífica como siempre prendida del trapecio, dibujando aquella fastuosa acrobacia que lograba hacer del aire viento, del viento... amor. Era él. Él ante el amor que discurría estremecedor, que se escurría hasta otro año en el instante de un aplauso que final volvía a alejarlos hoy de nuevo, dejándolo vacío, hueco ante el intento de captar una sola mirada suya que lo hiciera eterno.
Se avistaba el otoño en el pueblo. Palidecía otro verano ya siguiente en el lugar de siempre, con la misma gente de siempre, con el mismo latido encabritado en la garganta... Pero no volvió. No acudió a la cita de siempre. No hubo paz que le vistiera el corazón de terciopelo y comprendió al fin, en su trinchera de cariño diluviado aquella noche, que no hay amor que volar pueda como el primer amor alado.
Él delirante observaba circular lenta la vida avistando cómo aquel descampado volvía a vestirse lentamente con la misma lona desvencijada de cada año. Corría el verano entre mariposas y libros, corría y sus ojos de niño florecían entre carromatos... Había llegado el gran día.
Desde aquel amago de asiento era imposible techar los sueños mientras se sucedía una suerte de payasos de saldo. Desfilaban las fieras frente a aquel módico domador que cada año retaba a la muerte estampando de lleno el asombro en sus pupilas de chiquillo. La pista estaba al fin desierta, se vislumbraba el momento, el reencuentro consigo mismo mientras su corazón palpitaba más y más fuerte al surcar el foco la penumbra de un circo envuelto en redobles.
Dos alas surcaron el aire. Era ella... Ella dibujando flores de papel. Era ella y el desvarío irrepetible del primer amor había vuelto a estallarle en el centro del pecho. La brisa de aquel sutil balanceo le acariciaba el cabello ahora que nada podía ya hacerla más bella a sus ojos de mocoso rapaz, embobado en aquella exquisita figura que galopaba los cielos. Era ella, perfecta y magnífica como siempre prendida del trapecio, dibujando aquella fastuosa acrobacia que lograba hacer del aire viento, del viento... amor. Era él. Él ante el amor que discurría estremecedor, que se escurría hasta otro año en el instante de un aplauso que final volvía a alejarlos hoy de nuevo, dejándolo vacío, hueco ante el intento de captar una sola mirada suya que lo hiciera eterno.
Se avistaba el otoño en el pueblo. Palidecía otro verano ya siguiente en el lugar de siempre, con la misma gente de siempre, con el mismo latido encabritado en la garganta... Pero no volvió. No acudió a la cita de siempre. No hubo paz que le vistiera el corazón de terciopelo y comprendió al fin, en su trinchera de cariño diluviado aquella noche, que no hay amor que volar pueda como el primer amor alado.