Pero no podía negarlo, aunque en parte se había callado por el qué dirán, el verdadero motivo era que, bueno, le daba muchísimo corte. Ella era una chica guapísima, extrovertida e inteligente, con toda una legión de tipos que darían un brazo por salir con ella y él era un gigantón desgarbado bastante tímido,despistado y algo solitario. Además, había que reconocer que tampoco es que fuera un genio de la ingeniería, precisamente. Aún así, eran buenos amigos. Era su mejor amiga, la única persona a la que se atrevía a confiarle casi todos sus secretos, pero era precisamente la posibilidad de fastidiar eso lo que más le asustaba.
Estaba nervioso sólo de pensarlo. Iba a necesitar unas cuantas copas para calmarse un poco y reunir el valor necesario. Igual debería invitarle a un par de copas también a ella para tranquilizarla un poco. A veces tenía un carácter de mil demonios. Bueno, más bien casi siempre, al menos durante un rato. Durante un tiempo había intentado tratarla según el protocolo nobiliario, pero cada vez que lo hacía se ponía hecha una furia, quedándose fría y distante. Por el contrario, cuando la tuteaba, a veces le echaba la bronca por ser tan descarado, pero se le pasaba el mal humor en seguida y pasaban el resto de la tarde charlando tan tranquilos.
Ser amigo, quizás el mejor amigo, de la chica que le gustaba distaba de ser todo ventajas. Podía ser bueno espantando moscones, pero a veces tenía la sensación de que Treia no le percibía como un hombre, como alguien que podría desearla. A veces se sentía como una mascota, dulce y adorable, pero que ni loca se llevaría a la cama. Todo se parecía demasiado a aquel monólogo satírico que un comediante había contado en cierta ocasión. La que terminaba con “Así que si hay una extinción masiva y quedas como el último hombre sobre la faz de la Tierra, quizás, sólo quizás, puedas mojar…”. No era lo que se decía una gran perspectiva, y menos porque distaba mucho de ser el único hombre, no sólo sobre la faz de la Tierra, sino de la vida de Treia.
El peor era ese tipejo, Grougan. Para Thorcrim no era más que un pretencioso embustero enamorado de sí mismo, pero para la mayor parte de la gente era un joven noble, valiente, guapo y encantador, y tan rico que podría perder una bolsa de oro cada día de su vida y poder morir anciano estando aún forrado. Era un guerrero experimentado, que había salido un par de veces de aventuras y había ido a la guerra, y para muchas era el soltero más codiciado de Kazak Monk. A Thorcrim le hervía la sangre cada vez que le veía cortejando a Treia, sobre todo porque ella aceptaba de buen grado sus atenciones.
Aunque nunca le había caído bien, no había estado seguro de que no era más que un farsante hasta hacía unos meses atrás, cuando le había tocado reparar su coraza después de unas incursiones. Sus compañeros y él le habían contado a todo aquel que estuviera dispuesto a oírles toda una serie de fantásticas aventuras que habían culminado enfrentándose a toda una banda de trolls. Mientras media ciudad escuchaba sus historias, Grumry le había encargado que recompusiera armadura del joven noble, una excepcional coraza completa, forjada por el propio Grumry tiempo atrás, que estaba bastante dañada. Thorcrim jamás había trabajado en una pieza de esa calidad y complejidad. Recordó haberse preguntado cómo demonios se las iba a apañar para dejarla como nueva. Como si pudiera leerle el pensamiento, Grumry le había dichocon esa voz pausada y grave: “Observa la pieza y concéntrate en ella y te dirá todo lo que necesitas saber, y algunas cosas más.”
martes, 25 de mayo de 2010
miércoles, 19 de mayo de 2010
Origen de Thorcim
Era el final del verano en las montañas de Kazak-Monk, lo cual implicaba fiesta. La fiesta de la cosecha y la vendimia era un gran momento para todos los enanos, especialmente para los jóvenes, y muy especialmente para los que aún no tenían pareja estable. La potente cerveza enana corría en abundancia en ese tipo de fiestas, y las habituales inhibiciones se tendían a relajar un poco.
Thorcrim no tenía pareja estable. Bueno, en realidad tampoco tenía pareja inestable. Ni un mal ligue pasajero, ni nada de nada. Aquella podía ser una buena ocasión de cambiar un poco las cosas.
Podía ser una buena ocasión para confesarle a Treia que le gustaba. Conocía a aquella pelirroja desde que eran niños, cuando llevaba unas ridículas coletitas, tenía la cara llena de pecas y los paletos algo separados. Claro que desde entonces se había convertido en toda una mujer. Una muy hermosa, por cierto. Mientras que él se había convertido en un aprendiz de armero.
No era que no estuviera contento con su puesto. De hecho, convertirse en el aprendiz del maestro Grumry había sido un gran avance para él. Si no se habría convertido en cavador, como lo había sido su padre, y el padre de su padre, y el padre del padre de su padre, etcétera. En definitiva, estaría en lo más bajo de la sociedad enana, por no hablar de que seguiría teniendo que compartir cuarto con sus seis hermanos, y el aseo con sus cuatro hermanas además. Lo malo de ser uno de los medianos en una familia tan numerosa era que nadie solía hacerle demasiado caso. El maestro Grumry no es que fuera un manantial exuberante de cariño y afecto, la verdad es que casi ninguno de su raza lo era, pero se preocupaba por él, y Thorcrim le apreciaba de veras aunque fuera un maestro bastante exigente. Consideraba que era lo más parecido a un padre que había tenido en su vida. Bastante más parecido que su verdadero padre, ya puestos.
El problema era que un aprendiz de armero no era tampoco lo que se dice suficiente para codearse con la nobleza, y Treia era de buena familia. Realmente no sabía de cual, siempre había sido muy reservada sobre ese tema, pero tampoco había que ser un experto en moda para saber que las botas que llevaba un día cualquiera costaban más que todo el vestuario de Throcrim, probablemente incluyendo el valor del baúl donde lo guardaba. Y eso que no era en absoluto ostentosa, al menos al compararla con algunos de sus amigos.
Ahí estaba el problema. Entre los enanos, pretender salir con alguien de una posición más elevada era cuando menos mal visto. Y si se trataba de alguien con una posición mucho más elevada… bueno, era algo que muchos encontraban directamente inaceptable. Pero era lo que había. Llevaba callándose mucho tiempo.
Thorcrim no tenía pareja estable. Bueno, en realidad tampoco tenía pareja inestable. Ni un mal ligue pasajero, ni nada de nada. Aquella podía ser una buena ocasión de cambiar un poco las cosas.
Podía ser una buena ocasión para confesarle a Treia que le gustaba. Conocía a aquella pelirroja desde que eran niños, cuando llevaba unas ridículas coletitas, tenía la cara llena de pecas y los paletos algo separados. Claro que desde entonces se había convertido en toda una mujer. Una muy hermosa, por cierto. Mientras que él se había convertido en un aprendiz de armero.
No era que no estuviera contento con su puesto. De hecho, convertirse en el aprendiz del maestro Grumry había sido un gran avance para él. Si no se habría convertido en cavador, como lo había sido su padre, y el padre de su padre, y el padre del padre de su padre, etcétera. En definitiva, estaría en lo más bajo de la sociedad enana, por no hablar de que seguiría teniendo que compartir cuarto con sus seis hermanos, y el aseo con sus cuatro hermanas además. Lo malo de ser uno de los medianos en una familia tan numerosa era que nadie solía hacerle demasiado caso. El maestro Grumry no es que fuera un manantial exuberante de cariño y afecto, la verdad es que casi ninguno de su raza lo era, pero se preocupaba por él, y Thorcrim le apreciaba de veras aunque fuera un maestro bastante exigente. Consideraba que era lo más parecido a un padre que había tenido en su vida. Bastante más parecido que su verdadero padre, ya puestos.
El problema era que un aprendiz de armero no era tampoco lo que se dice suficiente para codearse con la nobleza, y Treia era de buena familia. Realmente no sabía de cual, siempre había sido muy reservada sobre ese tema, pero tampoco había que ser un experto en moda para saber que las botas que llevaba un día cualquiera costaban más que todo el vestuario de Throcrim, probablemente incluyendo el valor del baúl donde lo guardaba. Y eso que no era en absoluto ostentosa, al menos al compararla con algunos de sus amigos.
Ahí estaba el problema. Entre los enanos, pretender salir con alguien de una posición más elevada era cuando menos mal visto. Y si se trataba de alguien con una posición mucho más elevada… bueno, era algo que muchos encontraban directamente inaceptable. Pero era lo que había. Llevaba callándose mucho tiempo.
martes, 4 de mayo de 2010
Alas de dragón IX
IX
La aparición de aquella extraña flota había ensombrecido el ánimo de todos. Aún antes de que Xhaena se lo confirmara, Thorcrim había sospechado que había algo antinatural en aquellos barcos voladores. Bueno, algo aún más antinatural que las estrafalarias invenciones de gnomos chiflados que solían ser aquellas cosas. Se movían casi como seres vivos. Como si algo que no terminara de ser de este mundo los animara. E incluso desde la distancia, pudo apreciar que la madera con la que estaban construidos tenía un aspecto oscuro y brillante. Aquellos barcos estaban recién construidos. Todos ellos.
La sabia druida les había dicho que tenía noticias de una extraña actividad de tropas de Alexandria al sur, cerca de un pueblecito en medio de ninguna parte llamado Homlet. Ignoraba de qué se trataba exactamente, pero sospechaba que tenía algo que ver con la misteriosa aparición de aquellos barcos, aparentemente surgidos de la nada. Aquella información podía evitar que la bola de grasa que era la reina Zane pusiera sus rechonchos dedos sobre Sanlhoria, así que sin pensárselo dos veces, se dirigieron a aquel lugar del que nunca antes habían oído hablar. El joven enano no quería ver una guerra. Era muy poco probable que aquel conflicto entre humanos tuviera alguna repercusión seria en los profundos salones enanos bajo las montañas, pero aún así, una gran guerra nunca era una buena noticia. Muchas vidas iban a perderse en vano por la ambición de aquella reina chiflada.
El caso era que partieron hacia el sur, abriéndose paso a través de bandidos y todo tipo de seres desagradables, sobre todo unos humanoides reptilianos con un olor realmente nauseabundo, llamados trogloditas, que acechaban los caminos entre las montañas. Por fortuna, estaban bastante mejor equipados que la otra vez para soportar los rigores del camino. La mayor parte de ellos lucían armaduras nuevas y armas de mejor calidad. Él mismo había adquirido una coraza de bandas de acero y había comenzado a usar un hacha pesada, típica de los guerreros de su raza.
Aunque tampoco todo fue tan malo, ya que coincidieron en el camino con una caravana de feriantes. Gente interesante, que agradecieron poder contar con su protección en esos caminos tan peligrosos, y a cambio les dieron una amena fiesta cuando sus caminos se separaron. Hubo de música, baile y bebida en abundancia, aunque algo floja para su gusto. Al final, hasta Denay se animó a sacar a bailar a la elfa, y todo. No estuvo del todo mal.
Al día siguiente, llegaron a uno de esos lugares que servían como descanso en los caminos, con posada, taberna, establos, y hasta un pequeño templete. El primer signo de civilización que habían visto en cuatro días. Como una polilla hacia una vela, el enano se dirigió a la taberna. El antro en cuestión se parecía a muchas otras que había visto, algo sucia y maloliente y bastante ruidosa. Lo que diferenciaba aquel lugar de otros que había visto era que el centro de buena parte del barullo era una mujer humana, joven, delgaducha y pelirroja, vestida con un estrafalario conjunto rosa y una capa azul. Junto a ella, sobre su mesa, había unas cuantas jarras de cerveza vacías, y enfrente un tipo enorme que también se había bebido lo suyo, y probablemente lo de alguien más también. Para sorpresa de Thorcrim, la chica y el hombretón comenzaron a echar un pulso. El ruido se hizo ensordecedor, mientras que la concurrencia animaba a uno u otro y se cruzaban apuestas. De repente se hizo el silencio, cuando la pelirroja ganó.
Aquello era increíble. El brazo de la chica no tendría ni la mitad de grosor que el de su oponente. De acuerdo que el otro tipo parecía estar bastante borracho, mientras que a ella apenas parecían haberle afectado las cervezas, pero aún así era increíble.
La joven se puso a recoger las ganancias de las apuestas con gesto desenfadado, ante las miradas iracundas de los perdedores, que se estarían preguntando dónde estaba el truco. Aquella chica debía de ser muy valiente, muy estúpida, valientemente estúpida o estúpidamente valiente, Thorcrim no supo exactamente qué opinar. Aunque parecía estar un poco loca, en cierto modo le recordaba a Treia, su amiga de toda la vida. No es que se parecieran físicamente, más allá de que las dos eran pelirrojas, ni tampoco se comportaran de forma parecida, aunque las dos tenían una expresión de confianza en sí mismas. En cualquier caso, le cayó bien, así que se presentó y se sentó a la mesa con ella. Ella se presentó como Daphne, pidió un par de cervezas a la camarera, y le desafió a otro pulso.
En esas estaban cuando se oyó un jaleo de mil demonios afuera. Thorcrim apuró su cerveza de un sorbo y salió a ver qué pasaba, seguido de Daphne, que llevaba su cerveza consigo. En el exterior había siete hombres, altos, rubios, fuertes y armados hasta los dientes, en torno a otro hombre, de mayor edad, con un puñal clavado en el pecho, muerto. Bárbaros. Salvajes de los páramos. Kehays, en definitiva. Cuatro de los hombres habían rodeado a Garret, al que amenazaban con sus armas. Le acusaban de haber asesinado al hombre muerto, y decían algo acerca de que uno de ellos había visto a un hombre con una capucha de lobo haber apuñalado a su compañero. A todo esto se adelantó Denay, que intentó razonar con sus congéneres, diciendo que el asesino debía de haber sido otro tipo, aunque los otros no parecían muy dispuestos a creerle. Tampoco es que los tipos con capucha de piel de lobo fueran tan comunes.
Viendo que la conversación no iba a ninguna parte, Denay propinó un brutal puñetazo a su paisano que le derribó al suelo. El silbido del acero saliendo de su funda sonó por doquier. Alta diplomacia kehay en acción. Malditos fueran aquellos salvajes, pero que le ahorcaran si no se unía al combate.
La aparición de aquella extraña flota había ensombrecido el ánimo de todos. Aún antes de que Xhaena se lo confirmara, Thorcrim había sospechado que había algo antinatural en aquellos barcos voladores. Bueno, algo aún más antinatural que las estrafalarias invenciones de gnomos chiflados que solían ser aquellas cosas. Se movían casi como seres vivos. Como si algo que no terminara de ser de este mundo los animara. E incluso desde la distancia, pudo apreciar que la madera con la que estaban construidos tenía un aspecto oscuro y brillante. Aquellos barcos estaban recién construidos. Todos ellos.
La sabia druida les había dicho que tenía noticias de una extraña actividad de tropas de Alexandria al sur, cerca de un pueblecito en medio de ninguna parte llamado Homlet. Ignoraba de qué se trataba exactamente, pero sospechaba que tenía algo que ver con la misteriosa aparición de aquellos barcos, aparentemente surgidos de la nada. Aquella información podía evitar que la bola de grasa que era la reina Zane pusiera sus rechonchos dedos sobre Sanlhoria, así que sin pensárselo dos veces, se dirigieron a aquel lugar del que nunca antes habían oído hablar. El joven enano no quería ver una guerra. Era muy poco probable que aquel conflicto entre humanos tuviera alguna repercusión seria en los profundos salones enanos bajo las montañas, pero aún así, una gran guerra nunca era una buena noticia. Muchas vidas iban a perderse en vano por la ambición de aquella reina chiflada.
El caso era que partieron hacia el sur, abriéndose paso a través de bandidos y todo tipo de seres desagradables, sobre todo unos humanoides reptilianos con un olor realmente nauseabundo, llamados trogloditas, que acechaban los caminos entre las montañas. Por fortuna, estaban bastante mejor equipados que la otra vez para soportar los rigores del camino. La mayor parte de ellos lucían armaduras nuevas y armas de mejor calidad. Él mismo había adquirido una coraza de bandas de acero y había comenzado a usar un hacha pesada, típica de los guerreros de su raza.
Aunque tampoco todo fue tan malo, ya que coincidieron en el camino con una caravana de feriantes. Gente interesante, que agradecieron poder contar con su protección en esos caminos tan peligrosos, y a cambio les dieron una amena fiesta cuando sus caminos se separaron. Hubo de música, baile y bebida en abundancia, aunque algo floja para su gusto. Al final, hasta Denay se animó a sacar a bailar a la elfa, y todo. No estuvo del todo mal.
Al día siguiente, llegaron a uno de esos lugares que servían como descanso en los caminos, con posada, taberna, establos, y hasta un pequeño templete. El primer signo de civilización que habían visto en cuatro días. Como una polilla hacia una vela, el enano se dirigió a la taberna. El antro en cuestión se parecía a muchas otras que había visto, algo sucia y maloliente y bastante ruidosa. Lo que diferenciaba aquel lugar de otros que había visto era que el centro de buena parte del barullo era una mujer humana, joven, delgaducha y pelirroja, vestida con un estrafalario conjunto rosa y una capa azul. Junto a ella, sobre su mesa, había unas cuantas jarras de cerveza vacías, y enfrente un tipo enorme que también se había bebido lo suyo, y probablemente lo de alguien más también. Para sorpresa de Thorcrim, la chica y el hombretón comenzaron a echar un pulso. El ruido se hizo ensordecedor, mientras que la concurrencia animaba a uno u otro y se cruzaban apuestas. De repente se hizo el silencio, cuando la pelirroja ganó.
Aquello era increíble. El brazo de la chica no tendría ni la mitad de grosor que el de su oponente. De acuerdo que el otro tipo parecía estar bastante borracho, mientras que a ella apenas parecían haberle afectado las cervezas, pero aún así era increíble.
La joven se puso a recoger las ganancias de las apuestas con gesto desenfadado, ante las miradas iracundas de los perdedores, que se estarían preguntando dónde estaba el truco. Aquella chica debía de ser muy valiente, muy estúpida, valientemente estúpida o estúpidamente valiente, Thorcrim no supo exactamente qué opinar. Aunque parecía estar un poco loca, en cierto modo le recordaba a Treia, su amiga de toda la vida. No es que se parecieran físicamente, más allá de que las dos eran pelirrojas, ni tampoco se comportaran de forma parecida, aunque las dos tenían una expresión de confianza en sí mismas. En cualquier caso, le cayó bien, así que se presentó y se sentó a la mesa con ella. Ella se presentó como Daphne, pidió un par de cervezas a la camarera, y le desafió a otro pulso.
En esas estaban cuando se oyó un jaleo de mil demonios afuera. Thorcrim apuró su cerveza de un sorbo y salió a ver qué pasaba, seguido de Daphne, que llevaba su cerveza consigo. En el exterior había siete hombres, altos, rubios, fuertes y armados hasta los dientes, en torno a otro hombre, de mayor edad, con un puñal clavado en el pecho, muerto. Bárbaros. Salvajes de los páramos. Kehays, en definitiva. Cuatro de los hombres habían rodeado a Garret, al que amenazaban con sus armas. Le acusaban de haber asesinado al hombre muerto, y decían algo acerca de que uno de ellos había visto a un hombre con una capucha de lobo haber apuñalado a su compañero. A todo esto se adelantó Denay, que intentó razonar con sus congéneres, diciendo que el asesino debía de haber sido otro tipo, aunque los otros no parecían muy dispuestos a creerle. Tampoco es que los tipos con capucha de piel de lobo fueran tan comunes.
Viendo que la conversación no iba a ninguna parte, Denay propinó un brutal puñetazo a su paisano que le derribó al suelo. El silbido del acero saliendo de su funda sonó por doquier. Alta diplomacia kehay en acción. Malditos fueran aquellos salvajes, pero que le ahorcaran si no se unía al combate.
miércoles, 28 de abril de 2010
Nueva viñeta!
Despúes del parón navideño llega una nueva viñeta, que describe el conversación privada que tuvieron Medrash y Tarja antes de entrar en el foso de los demonios.
Espero que os guste!
Espero que os guste!
martes, 27 de abril de 2010
Des Ann, Kane, Kurt, Lys, Medrash y Tarja
martes, 20 de abril de 2010
Alas de dragón VIII
VIII
El cielo mostraba una miríada de colores. El negro se tornaba en violeta, que se volvía un rojo intenso, y naranja después, mientras que el sol salía de su descanso nocturno. Quizás no era el momento más sagrado de su diosa, pero incluso un clérigo de Shiva podía apreciar la belleza del amanecer. En parte porque era junto con el atardecer uno de los momentos en los que su fría dama se encontraba con su marido, Pelor, pero sobre todo porque hacía apenas un mes que había estado muerto. Desde que habían logrado resucitarlo, todo parecía más luminoso y agradable, y se sentía más optimista. No sabía cuánto tiempo le duraría, pero esperaba que fuera mucho.
Al día siguiente de su resurrección, su discípulo se había marchado, dejando sólo una nota sin demasiados detalles, pero no había estado sólo. Desde su aventura, había trabado una cierta relación con Gilian y con el orfanato al que ayudaba, así como con Thorcrim, que seguía buscando algún maestro herrero enano que completara su formación. Los dos le habían visitado de vez en cuando. Cora y Denay también se habían marchado, como guardianes de una caravana comercial, y no había vuelto a saber de ellos desde que partieron.
En esas estaba cuando escuchó el rítmico sonido de las corazas de mallas y placas, y se vio rodeado de cuatro miembros de la temida Guardia Carmesí, de bajo rango, a juzgar por sus armaduras poco ornamentadas. La Guardia Carmesí no sería el cuerpo más apreciado ni disciplinado del ejército de Alexandria, pero sí uno de los más temidos. Se les consideraba los puños de hierro de la reina, que cada vez con más frecuencia, utilizaba sin miramientos. Que estuvieran allí sólo podía significar una cosa. Problemas, graves problemas.
El que parecía el líder, un tipo con un peto de placas y la cara surcada de cicatrices, le ordenó que depusiera las armas y se rindiera, pues la reina había dado orden de arrestarlo, acusado de espionaje. Los cargos eran sencillamente ridículos, pero algo en su interior le dijo que si acompañaba a aquellos hombres jamás volvería a ser visto, así que se dispuso a vender cara su vida.
Aquello habría sido su fin si no fuera porque, providencialmente, Thorcrim y Gilian habían decidido visitarlo aquella misma mañana. El enano iba enfundado en una flamante coraza de bandas de acero, y portaba un hacha de combate, también nueva. Se lanzó de cabeza contra la retaguardia de los guardias, embistiendo a un tipo cetrino con cota de mallas que llevaba un arco, antes de emprenderla a hachazos, que el individuo repelía a duras penas con una espada corta. No sería la técnica más sutil ni elegante del mundo, pero parecía efectiva. La primera noticia que tuvieron de la halfling fue un pequeño virote de ballesta clavándose en el costado del líder de los guardias, en la juntura entre dos placas. Aprovechando el impulso inicial, presionaron a los guardias hasta que abatieron a tres de ellos, y el cuarto optó por la retirada, sin duda en dirección al acuartelamiento más cercano, así que los tres compañeros corrieron como alma que lleva el diablo hacia las afueras de la ciudad. Aunque lograran probar su inocencia, habían matado a tres guardias. No podrían regresar jamás.
Acababan de dejar atrás las últimas casas de los suburbios cuando se encontraron de cara con Daemigoth, Cora y Denay, que, cosas del destino, regresaban en esos momentos. En pocas palabras, y sin dejar de caminar a paso ligero, les informaron de lo sucedido, y decidieron refugiarse en el bosque del sureste, donde Xhaena les podría dar consejo sobre qué hacer.
Cuando se encontraban en las afueras del bosque de repente el cielo se oscureció. Los compañeros alzaron la vista hacia el cielo y contemplaron anonadados un espectáculo que se resistían a creer. Decenas, centenares de barcos voladores, surcaban majestuosamente el aire, batiendo sus alas propulsoras con movimientos rítmicos y acompasados, en vez del traqueteo con el que se solían mover esas creaciones mecánicas, mientras el sol destelleaba en los rutilantes refuerzos metálicos de las naves. Se dirigían hacia el este, hacia Sanlhoria. La patria de Garret.
Aquello era imposible. Alexandria jamás había poseído una flota semejante. Sólo unos cuantos ingenieros gnomos conocían los secretos de la construcción de los motores de aquellos barcos, y muy pocos de ellos trabajaban para un reino que no fuera Sanlhoria. Se suponía que el aquel reino no podía movilizar más de un centenar, pero estaban contemplando al menos cinco veces aquella cantidad.
Era imposible. Era una locura. Era… el principio de una guerra.
Demasiado asombrados para pronunciar una sola palabra, corrieron hacia el bosque en busca del sabio consejo de Xhaena. Garret maldijo en voz baja. Se le había terminado el optimismo.
El cielo mostraba una miríada de colores. El negro se tornaba en violeta, que se volvía un rojo intenso, y naranja después, mientras que el sol salía de su descanso nocturno. Quizás no era el momento más sagrado de su diosa, pero incluso un clérigo de Shiva podía apreciar la belleza del amanecer. En parte porque era junto con el atardecer uno de los momentos en los que su fría dama se encontraba con su marido, Pelor, pero sobre todo porque hacía apenas un mes que había estado muerto. Desde que habían logrado resucitarlo, todo parecía más luminoso y agradable, y se sentía más optimista. No sabía cuánto tiempo le duraría, pero esperaba que fuera mucho.
Al día siguiente de su resurrección, su discípulo se había marchado, dejando sólo una nota sin demasiados detalles, pero no había estado sólo. Desde su aventura, había trabado una cierta relación con Gilian y con el orfanato al que ayudaba, así como con Thorcrim, que seguía buscando algún maestro herrero enano que completara su formación. Los dos le habían visitado de vez en cuando. Cora y Denay también se habían marchado, como guardianes de una caravana comercial, y no había vuelto a saber de ellos desde que partieron.
En esas estaba cuando escuchó el rítmico sonido de las corazas de mallas y placas, y se vio rodeado de cuatro miembros de la temida Guardia Carmesí, de bajo rango, a juzgar por sus armaduras poco ornamentadas. La Guardia Carmesí no sería el cuerpo más apreciado ni disciplinado del ejército de Alexandria, pero sí uno de los más temidos. Se les consideraba los puños de hierro de la reina, que cada vez con más frecuencia, utilizaba sin miramientos. Que estuvieran allí sólo podía significar una cosa. Problemas, graves problemas.
El que parecía el líder, un tipo con un peto de placas y la cara surcada de cicatrices, le ordenó que depusiera las armas y se rindiera, pues la reina había dado orden de arrestarlo, acusado de espionaje. Los cargos eran sencillamente ridículos, pero algo en su interior le dijo que si acompañaba a aquellos hombres jamás volvería a ser visto, así que se dispuso a vender cara su vida.
Aquello habría sido su fin si no fuera porque, providencialmente, Thorcrim y Gilian habían decidido visitarlo aquella misma mañana. El enano iba enfundado en una flamante coraza de bandas de acero, y portaba un hacha de combate, también nueva. Se lanzó de cabeza contra la retaguardia de los guardias, embistiendo a un tipo cetrino con cota de mallas que llevaba un arco, antes de emprenderla a hachazos, que el individuo repelía a duras penas con una espada corta. No sería la técnica más sutil ni elegante del mundo, pero parecía efectiva. La primera noticia que tuvieron de la halfling fue un pequeño virote de ballesta clavándose en el costado del líder de los guardias, en la juntura entre dos placas. Aprovechando el impulso inicial, presionaron a los guardias hasta que abatieron a tres de ellos, y el cuarto optó por la retirada, sin duda en dirección al acuartelamiento más cercano, así que los tres compañeros corrieron como alma que lleva el diablo hacia las afueras de la ciudad. Aunque lograran probar su inocencia, habían matado a tres guardias. No podrían regresar jamás.
Acababan de dejar atrás las últimas casas de los suburbios cuando se encontraron de cara con Daemigoth, Cora y Denay, que, cosas del destino, regresaban en esos momentos. En pocas palabras, y sin dejar de caminar a paso ligero, les informaron de lo sucedido, y decidieron refugiarse en el bosque del sureste, donde Xhaena les podría dar consejo sobre qué hacer.
Cuando se encontraban en las afueras del bosque de repente el cielo se oscureció. Los compañeros alzaron la vista hacia el cielo y contemplaron anonadados un espectáculo que se resistían a creer. Decenas, centenares de barcos voladores, surcaban majestuosamente el aire, batiendo sus alas propulsoras con movimientos rítmicos y acompasados, en vez del traqueteo con el que se solían mover esas creaciones mecánicas, mientras el sol destelleaba en los rutilantes refuerzos metálicos de las naves. Se dirigían hacia el este, hacia Sanlhoria. La patria de Garret.
Aquello era imposible. Alexandria jamás había poseído una flota semejante. Sólo unos cuantos ingenieros gnomos conocían los secretos de la construcción de los motores de aquellos barcos, y muy pocos de ellos trabajaban para un reino que no fuera Sanlhoria. Se suponía que el aquel reino no podía movilizar más de un centenar, pero estaban contemplando al menos cinco veces aquella cantidad.
Era imposible. Era una locura. Era… el principio de una guerra.
Demasiado asombrados para pronunciar una sola palabra, corrieron hacia el bosque en busca del sabio consejo de Xhaena. Garret maldijo en voz baja. Se le había terminado el optimismo.
miércoles, 14 de abril de 2010
La justicia de Hextor II
Procedió a leer los cargos:
-“Se te acusa de haber fracasado en tu deber ante Hextor y ante tu señor.”-Se tomó unos instantes para que calara la acusación-“Se te acusa de no haber pagado tu tributo a esta capilla.”-Otra pausa. Aquellos eran los dos cargos que se les había atribuido a los demás. Era el momento del golpe teatral, así que continuó diciendo. –“Se te acusa de haber ROBADO el tributo de Hextor para tus propios fines.”
La multitud, que hasta entonces había guardado completo silencio, no pudo reprimir un gemido de sorpresa y temor. El robo a un templo se consideraba uno de los peores delitos, y la crueldad de su castigo sólo estaba limitada por la imaginación y el sadismo del álastor encargado de juzgarlo.
-“Sin embargo, existe la posibilidad de que tu evidente fracaso se deba a que Hextor te haya concedido tantos hijos sanos.”-Nuevamente cogió por sorpresa a los presentes. No era nada común que un álastor admitiera ningún tipo de atenuante. –“Deberías sentirte honrado por ello, pero es igualmente evidente que tus compromisos exceden tu pobre capacidad. Por ello, y en nombre de Hextor, reclamo para él lo que es suyo. Uno de tus hijos mayores se convertirá en propiedad de esta capilla. A ti se te aplicarán cien latigazos como castigo por tu fracaso.”
El hombre abrió los ojos desmesuradamente y se puso pálido como el pergamino. Jacob no deseaba quedarse con el hijo mayor, la opción más obvia para la mayoría dada su excelente condición física. Parecía demasiado estúpido para ser cualquier cosa que no fuera campesino o carne de cañón para la batalla, pero no en un verdadero guerrero, y ya era casi un hombre, lo cual le hacía menos moldeable. Quería quedarse con la niña, obviamente más avispada, y lo suficientemente joven para convertirla en lo que fuera con un poco de paciencia. Aún así, decidió arriesgarse a darle a elegir al padre entre su hijo y su hija mayor. Lo cierto es que tampoco era un gran riesgo, el muchacho ya era casi un hombre, que haría el trabajo de un adulto, quizás más que el de uno, y en un año o poco más abandonaría la familia para fundar la suya propia, mientras que la chiquilla estaba en esa época complicada en la que comía como un adulto pero no podía trabajar como tal.
Tal y como era de esperar, el hombre eligió a la joven, en voz tan baja que apenas se escuchó. Sin alterar ni un instante su tono de voz, Jacob le hizo repetir su decisión de modo que todos los presentes pudieran oírla. El ya de por sí opresivo silencio que reinaba en el templo pareció hacerse más intenso, como si todos tuvieran algo que decir pero nadie osara hacerlo. El padre sabía que estaba condenando a su hija a la muerte, pocos sobrevivían más de un par de años como esclavos de Hextor. La made también lo sabía, pero aunque tenía los ojos llenos de lágrimas, sabía que era la mejor opción para el resto de la familia. La niña también lo sabía, y por ello jamás les perdonaría. Jacob Kane también sabía eso, por eso había dado elección al padre. Por lo que respectaba a la muchacha ella ya no tenía una familia. Lo que ella no sabía era que la iba a tener, una más grande, más fuerte y más unida de lo que la había tenido nunca.
Al finalizar el día tenía cinco esclavos, y había un hombre había sido ejecutado. Se trataba del quinto de la lista, un hombre de treinta y pocos años, casado con una jovencita. Aunque sus tierras no eran buenas, Jacob sospechaba que la importante cantidad que adeudaba sólo podía deberse a un descarado escamoteo, seguramente intentando ahorrar una suma suficiente para huir a otro lugar. Probablemente había cometido el grave error de subestimar al nuevo álastor. Su final sería un ejemplo para que otros no cometiesen el mismo error. Jacob sólo lamentaba no haber dispuesto de un verdugo habilidoso para administrar el castigo, ser ahorcado con sus propias tripas. Aunque Luca se había empleado con notable entusiasmo, lo cierto era que aquel criminal se había escapado con apenas quince minutos de tormento. Un verdadero verdugo podría haberlo prolongado durante horas. En cierta ocasión había visto un hombre desollado en vida que había sobrevivido durante todo un día antes de desangrarse. De todos modos, el cadáver de aquel desgraciado colgaría durante un par de semanas siendo pasto de los cuervos, como recordatorio para el resto. De los cinco esclavos que había cosechado, dos hombres jóvenes y en un estado de salud aceptable serían enviados al templo madre como parte del tributo, que de esa manera quedaría sobradamente cubierto, y uno, la esposa del hombre ejecutado, permanecería el resto de su vida como esclava de la capilla. No se trataba de una mujer especialmente hermosa, pero tampoco era fea, por lo que los soldados de la guardia se alegrarían de contar con sus amables servicios. Era una lástima que aquel lamentable grupo de soldados que conformaban su guardia estuviera tan dominado por sus instintos más básicos, pero a fin de cuentas, el que quiera tener perros tiene que arrojarles un hueso de vez en cuando.
Para muchos clérigos, donar esclavos como parte del tributo era una medida desesperada, ya que al reducir la población bajo su control, se reducía su poder. Sin embargo, Jacob se había dado cuenta de que aquella malicienta tierra estaba alimentando demasiadas bocas, así que hasta que los campesinos no se recuperaran un poco y las cosechas mejorasen con su renovado trabajo, no podría soportar a más gente. Además, las tierras del hombre ejecutado se repartirían entre siervos más honrados y trabajadores, por lo que tampoco se le echaría de menos.
De todos modos, estaba más interesado en los otros dos esclavos, la chiquilla y un muchacho que también parecía prometedor. Ambos permanecerían un mes entre los esclavos, y si lograban sobrevivir y conservar la cordura, los convertiría en siervos del templo bajo su control personal, al igual que tres jóvenes que ya había comenzado a adiestrar. Con el tiempo aprenderían a respetarle de un modo que jamás habían respetado a sus padres, a luchar, a ser valientes, a sentirse superiores a la masa e campesinos y cual era su lugar en la Iglesia de Hextor. No era un ejército, pero era un comienzo. Y Jacob era un hombre paciente…
-“Se te acusa de haber fracasado en tu deber ante Hextor y ante tu señor.”-Se tomó unos instantes para que calara la acusación-“Se te acusa de no haber pagado tu tributo a esta capilla.”-Otra pausa. Aquellos eran los dos cargos que se les había atribuido a los demás. Era el momento del golpe teatral, así que continuó diciendo. –“Se te acusa de haber ROBADO el tributo de Hextor para tus propios fines.”
La multitud, que hasta entonces había guardado completo silencio, no pudo reprimir un gemido de sorpresa y temor. El robo a un templo se consideraba uno de los peores delitos, y la crueldad de su castigo sólo estaba limitada por la imaginación y el sadismo del álastor encargado de juzgarlo.
-“Sin embargo, existe la posibilidad de que tu evidente fracaso se deba a que Hextor te haya concedido tantos hijos sanos.”-Nuevamente cogió por sorpresa a los presentes. No era nada común que un álastor admitiera ningún tipo de atenuante. –“Deberías sentirte honrado por ello, pero es igualmente evidente que tus compromisos exceden tu pobre capacidad. Por ello, y en nombre de Hextor, reclamo para él lo que es suyo. Uno de tus hijos mayores se convertirá en propiedad de esta capilla. A ti se te aplicarán cien latigazos como castigo por tu fracaso.”
El hombre abrió los ojos desmesuradamente y se puso pálido como el pergamino. Jacob no deseaba quedarse con el hijo mayor, la opción más obvia para la mayoría dada su excelente condición física. Parecía demasiado estúpido para ser cualquier cosa que no fuera campesino o carne de cañón para la batalla, pero no en un verdadero guerrero, y ya era casi un hombre, lo cual le hacía menos moldeable. Quería quedarse con la niña, obviamente más avispada, y lo suficientemente joven para convertirla en lo que fuera con un poco de paciencia. Aún así, decidió arriesgarse a darle a elegir al padre entre su hijo y su hija mayor. Lo cierto es que tampoco era un gran riesgo, el muchacho ya era casi un hombre, que haría el trabajo de un adulto, quizás más que el de uno, y en un año o poco más abandonaría la familia para fundar la suya propia, mientras que la chiquilla estaba en esa época complicada en la que comía como un adulto pero no podía trabajar como tal.
Tal y como era de esperar, el hombre eligió a la joven, en voz tan baja que apenas se escuchó. Sin alterar ni un instante su tono de voz, Jacob le hizo repetir su decisión de modo que todos los presentes pudieran oírla. El ya de por sí opresivo silencio que reinaba en el templo pareció hacerse más intenso, como si todos tuvieran algo que decir pero nadie osara hacerlo. El padre sabía que estaba condenando a su hija a la muerte, pocos sobrevivían más de un par de años como esclavos de Hextor. La made también lo sabía, pero aunque tenía los ojos llenos de lágrimas, sabía que era la mejor opción para el resto de la familia. La niña también lo sabía, y por ello jamás les perdonaría. Jacob Kane también sabía eso, por eso había dado elección al padre. Por lo que respectaba a la muchacha ella ya no tenía una familia. Lo que ella no sabía era que la iba a tener, una más grande, más fuerte y más unida de lo que la había tenido nunca.
Al finalizar el día tenía cinco esclavos, y había un hombre había sido ejecutado. Se trataba del quinto de la lista, un hombre de treinta y pocos años, casado con una jovencita. Aunque sus tierras no eran buenas, Jacob sospechaba que la importante cantidad que adeudaba sólo podía deberse a un descarado escamoteo, seguramente intentando ahorrar una suma suficiente para huir a otro lugar. Probablemente había cometido el grave error de subestimar al nuevo álastor. Su final sería un ejemplo para que otros no cometiesen el mismo error. Jacob sólo lamentaba no haber dispuesto de un verdugo habilidoso para administrar el castigo, ser ahorcado con sus propias tripas. Aunque Luca se había empleado con notable entusiasmo, lo cierto era que aquel criminal se había escapado con apenas quince minutos de tormento. Un verdadero verdugo podría haberlo prolongado durante horas. En cierta ocasión había visto un hombre desollado en vida que había sobrevivido durante todo un día antes de desangrarse. De todos modos, el cadáver de aquel desgraciado colgaría durante un par de semanas siendo pasto de los cuervos, como recordatorio para el resto. De los cinco esclavos que había cosechado, dos hombres jóvenes y en un estado de salud aceptable serían enviados al templo madre como parte del tributo, que de esa manera quedaría sobradamente cubierto, y uno, la esposa del hombre ejecutado, permanecería el resto de su vida como esclava de la capilla. No se trataba de una mujer especialmente hermosa, pero tampoco era fea, por lo que los soldados de la guardia se alegrarían de contar con sus amables servicios. Era una lástima que aquel lamentable grupo de soldados que conformaban su guardia estuviera tan dominado por sus instintos más básicos, pero a fin de cuentas, el que quiera tener perros tiene que arrojarles un hueso de vez en cuando.
Para muchos clérigos, donar esclavos como parte del tributo era una medida desesperada, ya que al reducir la población bajo su control, se reducía su poder. Sin embargo, Jacob se había dado cuenta de que aquella malicienta tierra estaba alimentando demasiadas bocas, así que hasta que los campesinos no se recuperaran un poco y las cosechas mejorasen con su renovado trabajo, no podría soportar a más gente. Además, las tierras del hombre ejecutado se repartirían entre siervos más honrados y trabajadores, por lo que tampoco se le echaría de menos.
De todos modos, estaba más interesado en los otros dos esclavos, la chiquilla y un muchacho que también parecía prometedor. Ambos permanecerían un mes entre los esclavos, y si lograban sobrevivir y conservar la cordura, los convertiría en siervos del templo bajo su control personal, al igual que tres jóvenes que ya había comenzado a adiestrar. Con el tiempo aprenderían a respetarle de un modo que jamás habían respetado a sus padres, a luchar, a ser valientes, a sentirse superiores a la masa e campesinos y cual era su lugar en la Iglesia de Hextor. No era un ejército, pero era un comienzo. Y Jacob era un hombre paciente…
viernes, 9 de abril de 2010
Alas de Dragón VII
VII
Salir de la cueva donde habían permanecido una interminable semana fue un camino penoso, lejos de la liberación que habían pensado que sería. Estaban todos destrozados, tanto física como emocionalmente. Con la ayuda del bárbaro, Daemigoth cargaba con el cadáver del que había sido su mentor y amigo, mientras que el enano y Cora llevaban el del discípulo de Xhaena. Sólo les quedaba la esperanza de que la recompensa por el cien veces maldito rubí fuera suficiente para pagar su resurrección. Y si podía ser, la del explorador, claro.
Tras casi un día de marcha, llegaron a Alexandria, donde se dirigieron al templo de St Cuthbert, para ver si su exigua recompensa bastaba para pagar la resurrección. No le hacía ninguna gracia ese lugar. Los clérigos no veían la competencia con muy buenos ojos, así que Garret nunca había sido muy popular por allí. Además, los devotos del también llamado dios verdugo veneraban la ley, no la justicia, así que la compasión no era uno de sus puntos fuertes, precisamente. No era uno de los cultos más apreciados en los barrios bajos donde se había criado.
Les reclamaron dos mil piezas de oro por resucitarles, y eso que les hacían precio especial por haber caído al servicio del palacio, según dijo el clérigo. Aquello era más dinero del que cualquiera de ellos había visto en su vida, y salvo milagro, estaba claro que la recompensa no iba ser ni de lejos tan generosa. Cuando se disponían a marcharse, el clérigo se fijó en la capa con unas alas bordadas que habían encontrado en la caverna, e inmediatamente se ofreció a resucitar a los dos a cambio de la misma. No había que ser un genio para darse cuenta de que aquel cabrón codicioso e insensible sabía que la capa valía mucho más. Daemigoth se puso enfermo, después de todo lo que habían hecho por esa panda de desagradecidos, ahora además intentaban timarles. Muy a regañadientes, se calló. Si tenían que dejar que les jodieran por recuperar a Garret, que así fuera. Desgraciadamente, el bárbaro no tuvo el sentido común de resignarse e insultó al clérigo. “Comadreja codiciosa” fue lo más suave que le soltó, y después, evidentemente, les echaron a patadas. Aunque Daemigoth podría haber firmado todas y cada una de las palabras que el salvaje dijo, estuvo a punto de intentar estrangular a ese tipo por negarle a oportunidad de revivir a su mentor.
Después fueron al palacio, donde casi inmediatamente fueron recibidos. Por suerte, el kehay prefirió quedarse fuera, lo que estuvo bien para evitar más conflictos por su falta de tacto. No era que Daemigoth esperara un desfile de bienvenida, pero el trato que allí recibieron fue menos que correcto. Les recibió un secretario de aspecto cetrino, que les reclamó el rubí y les entregó una bolsa con quinientas piezas de oro. Cuando le intentaron explicar que con aquello apenas pagarían la mitad de una de las dos resurrecciones que necesitaban, con unos gélidos modales, les invitó a que se marcharan, lo cual era el modo fino de mandarles a la mierda. Estaba claro que la muerte de Garret no le iba a quitar el sueño a nadie en ese palacio.
O eso pensaban , porque cuando estaban a punto de salir se encontraron con una muchacha, vestida ricamente. Cuando se quitó la capucha de su capa roja, el enano y Gilian la reconocieron como la princesa Neivah, la sucesora al trono de Alexandria. A Daemigoth le pareció una chica muy guapa, con cara agradable y pelo moreno, que además, al contrario que todos los demás en ese maldito edificio, no les trató como si fueran un montón de basura. En pocas palabras, les dijo que era injusto que después de todo lo que habían hecho no pudieran ni recuperar a sus compañeros caídos, así que les dio un colgante con el que deberían poder pagar las resurrecciones y se fue sin más. Parecía que no quería que nadie la viera ayudando a los aventureros.
Daemigoht pensó que igual temía que si se corría la voz de que no era una cabrona sin sentimientos igual la desheredaban, viendo como era el plan general en ese lugar.
Regresaron al templo de St Cuthbert, donde las estimaciones de la princesa fueron correctas, y aquel atajo de codiciosos despiadados accedieron a revivir a Garret y al otro. Las tres horas que duró el complejo ritual fueron de una agónica espera. Daemigoht no sabía casi nada sobre el proceso, ya que estaba mucho más allá de las capacidades de su mentor, pero había oído que no siempre funcionaba, así que después de haber entregado algo que valía diez veces más que todas sus posesiones juntas, incluida su casa, resultaba que no había garantías.
Tras una espera que se le hicieron interminables, Garret y el aprendiz de Xhaena aparecieron caminado tranquilamente por la puerta, un poco pálidos, pero con un aspecto aceptable. Y bueno, estaban vivos, que no era poco. Después de esto, todos estuvieron más aliviados de lo que nadie pudo expresar. Repartieron el resto de la recompensa y se dispersaron por toda la ciudad para hacer compras. Aquella noche había fiesta, y tenían mucho que celebrar.
La fiesta duró toda la noche, y fue muy divertida. Fue agradable ver a los que habían sido sus compañeros en un contexto distinto de luchar por sus propias vidas, y Garret acabó totalmente borracho, tras haber intentado seguir el ritmo de bebida del enano, que dos horas más tarde también acabó por los suelos. Él mismo acabó algo achispado, y encontrando agradable compañía a lo largo de la noche.
Sin embargo, se mantuvo lo bastante sobrio para no cambiar de opinión sobre una decisión que llevaba algún tiempo madurando. A la mañana siguiente, dejando solamente una nota para Garret, Daemigoth abandonó Alexandria. Había decidido dirigirse a un monasterio que había en las montañas al este. Sentía que debía aprender autodisciplina si quería tener una oportunidad de dominar realmente su poco corriente don, y esperaba que allí pudieran enseñársela. Por segunda vez en una semana, cogió sus escasas posesiones y abandonó su hogar.
Salir de la cueva donde habían permanecido una interminable semana fue un camino penoso, lejos de la liberación que habían pensado que sería. Estaban todos destrozados, tanto física como emocionalmente. Con la ayuda del bárbaro, Daemigoth cargaba con el cadáver del que había sido su mentor y amigo, mientras que el enano y Cora llevaban el del discípulo de Xhaena. Sólo les quedaba la esperanza de que la recompensa por el cien veces maldito rubí fuera suficiente para pagar su resurrección. Y si podía ser, la del explorador, claro.
Tras casi un día de marcha, llegaron a Alexandria, donde se dirigieron al templo de St Cuthbert, para ver si su exigua recompensa bastaba para pagar la resurrección. No le hacía ninguna gracia ese lugar. Los clérigos no veían la competencia con muy buenos ojos, así que Garret nunca había sido muy popular por allí. Además, los devotos del también llamado dios verdugo veneraban la ley, no la justicia, así que la compasión no era uno de sus puntos fuertes, precisamente. No era uno de los cultos más apreciados en los barrios bajos donde se había criado.
Les reclamaron dos mil piezas de oro por resucitarles, y eso que les hacían precio especial por haber caído al servicio del palacio, según dijo el clérigo. Aquello era más dinero del que cualquiera de ellos había visto en su vida, y salvo milagro, estaba claro que la recompensa no iba ser ni de lejos tan generosa. Cuando se disponían a marcharse, el clérigo se fijó en la capa con unas alas bordadas que habían encontrado en la caverna, e inmediatamente se ofreció a resucitar a los dos a cambio de la misma. No había que ser un genio para darse cuenta de que aquel cabrón codicioso e insensible sabía que la capa valía mucho más. Daemigoth se puso enfermo, después de todo lo que habían hecho por esa panda de desagradecidos, ahora además intentaban timarles. Muy a regañadientes, se calló. Si tenían que dejar que les jodieran por recuperar a Garret, que así fuera. Desgraciadamente, el bárbaro no tuvo el sentido común de resignarse e insultó al clérigo. “Comadreja codiciosa” fue lo más suave que le soltó, y después, evidentemente, les echaron a patadas. Aunque Daemigoth podría haber firmado todas y cada una de las palabras que el salvaje dijo, estuvo a punto de intentar estrangular a ese tipo por negarle a oportunidad de revivir a su mentor.
Después fueron al palacio, donde casi inmediatamente fueron recibidos. Por suerte, el kehay prefirió quedarse fuera, lo que estuvo bien para evitar más conflictos por su falta de tacto. No era que Daemigoth esperara un desfile de bienvenida, pero el trato que allí recibieron fue menos que correcto. Les recibió un secretario de aspecto cetrino, que les reclamó el rubí y les entregó una bolsa con quinientas piezas de oro. Cuando le intentaron explicar que con aquello apenas pagarían la mitad de una de las dos resurrecciones que necesitaban, con unos gélidos modales, les invitó a que se marcharan, lo cual era el modo fino de mandarles a la mierda. Estaba claro que la muerte de Garret no le iba a quitar el sueño a nadie en ese palacio.
O eso pensaban , porque cuando estaban a punto de salir se encontraron con una muchacha, vestida ricamente. Cuando se quitó la capucha de su capa roja, el enano y Gilian la reconocieron como la princesa Neivah, la sucesora al trono de Alexandria. A Daemigoth le pareció una chica muy guapa, con cara agradable y pelo moreno, que además, al contrario que todos los demás en ese maldito edificio, no les trató como si fueran un montón de basura. En pocas palabras, les dijo que era injusto que después de todo lo que habían hecho no pudieran ni recuperar a sus compañeros caídos, así que les dio un colgante con el que deberían poder pagar las resurrecciones y se fue sin más. Parecía que no quería que nadie la viera ayudando a los aventureros.
Daemigoht pensó que igual temía que si se corría la voz de que no era una cabrona sin sentimientos igual la desheredaban, viendo como era el plan general en ese lugar.
Regresaron al templo de St Cuthbert, donde las estimaciones de la princesa fueron correctas, y aquel atajo de codiciosos despiadados accedieron a revivir a Garret y al otro. Las tres horas que duró el complejo ritual fueron de una agónica espera. Daemigoht no sabía casi nada sobre el proceso, ya que estaba mucho más allá de las capacidades de su mentor, pero había oído que no siempre funcionaba, así que después de haber entregado algo que valía diez veces más que todas sus posesiones juntas, incluida su casa, resultaba que no había garantías.
Tras una espera que se le hicieron interminables, Garret y el aprendiz de Xhaena aparecieron caminado tranquilamente por la puerta, un poco pálidos, pero con un aspecto aceptable. Y bueno, estaban vivos, que no era poco. Después de esto, todos estuvieron más aliviados de lo que nadie pudo expresar. Repartieron el resto de la recompensa y se dispersaron por toda la ciudad para hacer compras. Aquella noche había fiesta, y tenían mucho que celebrar.
La fiesta duró toda la noche, y fue muy divertida. Fue agradable ver a los que habían sido sus compañeros en un contexto distinto de luchar por sus propias vidas, y Garret acabó totalmente borracho, tras haber intentado seguir el ritmo de bebida del enano, que dos horas más tarde también acabó por los suelos. Él mismo acabó algo achispado, y encontrando agradable compañía a lo largo de la noche.
Sin embargo, se mantuvo lo bastante sobrio para no cambiar de opinión sobre una decisión que llevaba algún tiempo madurando. A la mañana siguiente, dejando solamente una nota para Garret, Daemigoth abandonó Alexandria. Había decidido dirigirse a un monasterio que había en las montañas al este. Sentía que debía aprender autodisciplina si quería tener una oportunidad de dominar realmente su poco corriente don, y esperaba que allí pudieran enseñársela. Por segunda vez en una semana, cogió sus escasas posesiones y abandonó su hogar.
martes, 6 de abril de 2010
La justicia de Hextor I
La capilla era pequeña y oscura, apenas decorada con unos cuantos candelabros, elaborados sin mucho arte. El territorio que dominaba no era mucho mejor, una serie de campos mustios, con un ganado raquítico y unos campesinos cuyo aspecto era igualmente miserable, que habitaban una aldea con casas de tejados desvencijados. Todo cuanto abarcaba a la vista era pobre, sucio y maloliente en aquel pequeño dominio subsidiario. Y sin embargo, aquello era suyo. Él era el álastor de esas tierras, amo y señor de las mismas, con derecho sobre la vida y la muerte de todos los que moraban en ella. Para mayor gloria de Hextor, naturalmente. No era mucho, pero era un principio.
Y Jacob siempre había pensado que era preferible gobernar en el averno que no servir en el cielo. Apenas hacía unos meses que le habían concedido el dominio, pero las cosas comenzaban a cambiar lentamente. Su predecesor en el cargo había hecho un buen trabajo inculcando a los siervos un saludable temor por la autoridad, pero por lo demás era obvio que se había tratado de un completo idiota por dejar que el lugar se echara a perder de aquella manera. Cuando llegó, los campesinos estaban tan débiles que apenas podían sostener sus herramientas de trabajo, así que se había visto obligado a aumentar la ración de alimentos. Aquello había mejorado algo el paupérrimo aspecto de sus siervos, pero aún no había dado tiempo para que la cosecha aumentara. La del año siguiente probablemente sería mejor, pero primero tenía que enviar su tributo a La Capilla del Lamento del Sur, y lo cierto era que no había mucho que enviar, lo que podría ser un problema. Había llegado de exprimir un poco a los siervos, pero sin sacarles todo el jugo, y había sido tristemente obvio que no todos iban a poder cumplir con las expectativas. “El objetivo del siervo y del esclavo es servir con su vida o con su muerte a su señor”, era la palabra de Hextor, y con su muerte no resultaban de momento demasiado útiles.
Ante él se encontraban una fila de no menos de veinte siervos, aquellos que no habían podido cumplir con el tributo. Mirándolo por el lado bueno, aquella colección de desgraciados le daría la oportunidad de reafirmar su autoridad, para evitar que pudieran pensar que se trataba de un señor demasiado benévolo. Además, le permitiría enviar otro tipo de tributo. Le disgustó ver entre la fila al molinero, Dein o Deir, o como se llamara aquel personajillo, el único de toda la aldea que poseía una oronda barriga. Estaba claro que sisaba del grano más de lo que correspondía, como casi todos los de su oficio. El hecho de que fuera uno de sus más hábiles delatores implicaba que era demasiado útil para castigarlo con demasiada dureza, por lo que estaba algo más tranquilo que los demás, aunque no mucho. Treinta latigazos y una multa en especie de sus reservas de grano serían suficientes, y probablemente más de lo que se esperaba ese hombrecillo. Seguramente gimotearía como una niña, pero lo aceptaría y seguiría proporcionando su valiosa información si le amenazaba con quitarle su privilegiado oficio. Más le dolerían los latigazos del hambre.
Observó cuidadosamente todos los hombres de la fila e identificó a sus familias, anotando mentalmente el número de hijos, estado físico y edad de los mismos. Como un ganadero examina el ganado que está punto de adquirir. Cotejó los nombres de los infortunados aldeanos con la lista que tenía entre sus manos, fijándose en los seis que tenían deudas más elevadas. La lista estaba escrita en caracteres abisales, en una rebuscada caligrafía. La mayoría de los campesinos no sabía leer ni escribir, pero nunca estaba de más que no entendieran el documento que tenía entre las manos. Nunca estaba de más remarcar las distancias, y el imaginar las acusaciones de qué crímenes y castigos estarían apuntados en ella era un tormento en sí mismo para muchos.
Se tomó su tiempo antes de empezar, dejando que el silencio alimentara la incertidumbre. Quizás fuera algo teatral, pero parecía tener efecto. Después condenó rápidamente a los cuatro primeros hombres con penas de latigazos y entre 2 y 4 semanas de trabajos forzados en la tierra de la capilla, junto con los esclavos. Una pena dura, que habría sido considerado desproporcionado al otro lado del océano para castigar a unos hombres que apenas habían dejado de entregar cosechas por valor de unas pocas monedas de plata, pero era el mejor trato que podían esperar de un servidor del Señor de la Tiranía. Más de uno de los sacerdotes más inflexibles habrían ordenado azotarlos hasta la muerte, pero los quería vivos y trabajando, no muertos e inútiles. Además, ya había sido prevista la merma en los impuestos, de manera que no suponía un grave contratiempo. Y ya habían sido previstos castigos más severos para los que estuvieron más lejos de cumplir sus obligaciones hacia Hextor y hacia su señor, que serían suficiente para dar ejemplo. El quinto hombre era uno de ellos. Debía el equivalente a 57 monedas de plata. Tenía mujer y seis hijos. El mayor tendría unos 15 o 16 años, más alto que la mayoría de los hombres de la aldea, con la constitución de un buey, aunque no mucho más inteligente, a juzgar por su aspecto. El menor sólo era un bebé, no tendría más de dos años. Era toda una proeza que ese hombre hubiera logrado mantener una familia tan extensa en una tierra como aquella, pero era evidente que el exceso de bocas que alimentar era el motivo por el que había quedado tan lejos de poder pagar el tributo exigido. Se fijó entonces en una niña, la segunda hija del hombre, probablemente, de trece o catorce años, y parecía inteligente y en buena forma. Su expresión denotaba que sospechaba que su padre no se iba a librar tan fácilmente como los demás, lo cual era cierto. Pero Hextor no debía guardar rencor a un hombre que sin duda había trabajado duramente. Si su carga familiar era demasiado pesada, habría que aligerarla.
Y Jacob siempre había pensado que era preferible gobernar en el averno que no servir en el cielo. Apenas hacía unos meses que le habían concedido el dominio, pero las cosas comenzaban a cambiar lentamente. Su predecesor en el cargo había hecho un buen trabajo inculcando a los siervos un saludable temor por la autoridad, pero por lo demás era obvio que se había tratado de un completo idiota por dejar que el lugar se echara a perder de aquella manera. Cuando llegó, los campesinos estaban tan débiles que apenas podían sostener sus herramientas de trabajo, así que se había visto obligado a aumentar la ración de alimentos. Aquello había mejorado algo el paupérrimo aspecto de sus siervos, pero aún no había dado tiempo para que la cosecha aumentara. La del año siguiente probablemente sería mejor, pero primero tenía que enviar su tributo a La Capilla del Lamento del Sur, y lo cierto era que no había mucho que enviar, lo que podría ser un problema. Había llegado de exprimir un poco a los siervos, pero sin sacarles todo el jugo, y había sido tristemente obvio que no todos iban a poder cumplir con las expectativas. “El objetivo del siervo y del esclavo es servir con su vida o con su muerte a su señor”, era la palabra de Hextor, y con su muerte no resultaban de momento demasiado útiles.
Ante él se encontraban una fila de no menos de veinte siervos, aquellos que no habían podido cumplir con el tributo. Mirándolo por el lado bueno, aquella colección de desgraciados le daría la oportunidad de reafirmar su autoridad, para evitar que pudieran pensar que se trataba de un señor demasiado benévolo. Además, le permitiría enviar otro tipo de tributo. Le disgustó ver entre la fila al molinero, Dein o Deir, o como se llamara aquel personajillo, el único de toda la aldea que poseía una oronda barriga. Estaba claro que sisaba del grano más de lo que correspondía, como casi todos los de su oficio. El hecho de que fuera uno de sus más hábiles delatores implicaba que era demasiado útil para castigarlo con demasiada dureza, por lo que estaba algo más tranquilo que los demás, aunque no mucho. Treinta latigazos y una multa en especie de sus reservas de grano serían suficientes, y probablemente más de lo que se esperaba ese hombrecillo. Seguramente gimotearía como una niña, pero lo aceptaría y seguiría proporcionando su valiosa información si le amenazaba con quitarle su privilegiado oficio. Más le dolerían los latigazos del hambre.
Observó cuidadosamente todos los hombres de la fila e identificó a sus familias, anotando mentalmente el número de hijos, estado físico y edad de los mismos. Como un ganadero examina el ganado que está punto de adquirir. Cotejó los nombres de los infortunados aldeanos con la lista que tenía entre sus manos, fijándose en los seis que tenían deudas más elevadas. La lista estaba escrita en caracteres abisales, en una rebuscada caligrafía. La mayoría de los campesinos no sabía leer ni escribir, pero nunca estaba de más que no entendieran el documento que tenía entre las manos. Nunca estaba de más remarcar las distancias, y el imaginar las acusaciones de qué crímenes y castigos estarían apuntados en ella era un tormento en sí mismo para muchos.
Se tomó su tiempo antes de empezar, dejando que el silencio alimentara la incertidumbre. Quizás fuera algo teatral, pero parecía tener efecto. Después condenó rápidamente a los cuatro primeros hombres con penas de latigazos y entre 2 y 4 semanas de trabajos forzados en la tierra de la capilla, junto con los esclavos. Una pena dura, que habría sido considerado desproporcionado al otro lado del océano para castigar a unos hombres que apenas habían dejado de entregar cosechas por valor de unas pocas monedas de plata, pero era el mejor trato que podían esperar de un servidor del Señor de la Tiranía. Más de uno de los sacerdotes más inflexibles habrían ordenado azotarlos hasta la muerte, pero los quería vivos y trabajando, no muertos e inútiles. Además, ya había sido prevista la merma en los impuestos, de manera que no suponía un grave contratiempo. Y ya habían sido previstos castigos más severos para los que estuvieron más lejos de cumplir sus obligaciones hacia Hextor y hacia su señor, que serían suficiente para dar ejemplo. El quinto hombre era uno de ellos. Debía el equivalente a 57 monedas de plata. Tenía mujer y seis hijos. El mayor tendría unos 15 o 16 años, más alto que la mayoría de los hombres de la aldea, con la constitución de un buey, aunque no mucho más inteligente, a juzgar por su aspecto. El menor sólo era un bebé, no tendría más de dos años. Era toda una proeza que ese hombre hubiera logrado mantener una familia tan extensa en una tierra como aquella, pero era evidente que el exceso de bocas que alimentar era el motivo por el que había quedado tan lejos de poder pagar el tributo exigido. Se fijó entonces en una niña, la segunda hija del hombre, probablemente, de trece o catorce años, y parecía inteligente y en buena forma. Su expresión denotaba que sospechaba que su padre no se iba a librar tan fácilmente como los demás, lo cual era cierto. Pero Hextor no debía guardar rencor a un hombre que sin duda había trabajado duramente. Si su carga familiar era demasiado pesada, habría que aligerarla.
Los 10 mandamientos del arte de la guerra.
Los 10 mandamientos del arte de la guerra.
Por Jacob Kane.
1. Tendrás en cuenta tu función en el equipo, y te situarás allí donde puedas desempeñarla con mayor eficacia. Recordarás tus poderes y beneficios pasivos, así como marcar a tus enemigos, declararlos presa, o lo que sea, en el momento oportuno.
2. Tendrás en cuenta la función de tus compañeros, y evitarás situarte en la medida de lo posible en lugares donde les obstaculices, no impidiendo el avance de los luchadores de melé ni cortando la retirada de un aliado trabado que deba evitar el combate cuerpo a cuerpo. También flanquearás con tus aliados a la primera ocasión.
3. Si el enemigo tiene poderosos ataques de área, te alejarás de tus compañeros e intentarás entremezclarte entre los enemigos. En caso contrario, permanecerás cerca de tus aliados y les darás apoyo.
4. Centrarás el fuego con tus compañeros sobre los adversarios más dañinos siempre que sea posible, especialmente contra aquellos que parezcan más frágiles.
5. No entrarás en medio de una gran concentración de enemigos, ya que no solo evitarás que te flanqueen, sino que evitarás recibir fuego amigo de área.
6. Protegerás a los sanadores, al menos mientras no hayan gastado todas sus sanaciones, y reclamarás su ayuda cuando lo necesites.
7. Usarás el terreno en tu beneficio, y evitarás que el enemigo haga lo mismo. De este modo, buscarás situarte en las esquinas si tus adversarios intentan flanquearte, pero las evitarás si no deseas verte trabado cuerpo a cuerpo, evitarás los cuellos de botella, etcétera.
8. Si vas a hacer varias acciones en un turno, harás primero las que no puedan pifiar, como mantenimientos de poderes y sanaciones, o las más importantes, salvo que hayas planeado algo que requiera un orden determinado.
9. Usarás tus poderes mayores en cuanto la situación permita un buen aprovechamiento de los mismos, en lugar de esperar a que sea demasiado tarde. Un enemigo que muera en los primeros compases del combate ya no será una amenaza.
10. No usarás tus poderes supremos cuando el combate ya esté ganado, pero tampoco esperarás a usarlos para cuando ya esté perdido.
Basado en las enseñanzas del “Codex de hierro” la guía táctica y uno de los libros sagrados de la iglesia de Hextor.
Por Jacob Kane.
1. Tendrás en cuenta tu función en el equipo, y te situarás allí donde puedas desempeñarla con mayor eficacia. Recordarás tus poderes y beneficios pasivos, así como marcar a tus enemigos, declararlos presa, o lo que sea, en el momento oportuno.
2. Tendrás en cuenta la función de tus compañeros, y evitarás situarte en la medida de lo posible en lugares donde les obstaculices, no impidiendo el avance de los luchadores de melé ni cortando la retirada de un aliado trabado que deba evitar el combate cuerpo a cuerpo. También flanquearás con tus aliados a la primera ocasión.
3. Si el enemigo tiene poderosos ataques de área, te alejarás de tus compañeros e intentarás entremezclarte entre los enemigos. En caso contrario, permanecerás cerca de tus aliados y les darás apoyo.
4. Centrarás el fuego con tus compañeros sobre los adversarios más dañinos siempre que sea posible, especialmente contra aquellos que parezcan más frágiles.
5. No entrarás en medio de una gran concentración de enemigos, ya que no solo evitarás que te flanqueen, sino que evitarás recibir fuego amigo de área.
6. Protegerás a los sanadores, al menos mientras no hayan gastado todas sus sanaciones, y reclamarás su ayuda cuando lo necesites.
7. Usarás el terreno en tu beneficio, y evitarás que el enemigo haga lo mismo. De este modo, buscarás situarte en las esquinas si tus adversarios intentan flanquearte, pero las evitarás si no deseas verte trabado cuerpo a cuerpo, evitarás los cuellos de botella, etcétera.
8. Si vas a hacer varias acciones en un turno, harás primero las que no puedan pifiar, como mantenimientos de poderes y sanaciones, o las más importantes, salvo que hayas planeado algo que requiera un orden determinado.
9. Usarás tus poderes mayores en cuanto la situación permita un buen aprovechamiento de los mismos, en lugar de esperar a que sea demasiado tarde. Un enemigo que muera en los primeros compases del combate ya no será una amenaza.
10. No usarás tus poderes supremos cuando el combate ya esté ganado, pero tampoco esperarás a usarlos para cuando ya esté perdido.
Basado en las enseñanzas del “Codex de hierro” la guía táctica y uno de los libros sagrados de la iglesia de Hextor.
domingo, 14 de marzo de 2010
El sueño de Kayrion XIII
-“Oye, ahora que lo pienso, tú también tienes una espada. ¿Me la enseñas?”
-“Claro, pero me temo que tampoco te la puedo dejar coger. Tu tía Valadia tiene razón, no es un juguete, y puede ser muy peligrosa si no se sabe manejar bien.”
-“Ah, bueno. Pues entonces me enseñas a manejarla y ya está. Así podría cogerla. ¿Me enseñarás? ¡Porfi, porfi, porfi, porfi…!!!”
Aquello no le gustó ni un pelo. Era poco probable que a Dannelle le gustara la idea. De hecho, lo más seguro es que la enfureciera bastante. Por otro lado, tampoco le sabía bien negárselo a Janice.
-“Bueno, pero sólo si tu madre está de acuerdo.”
-“Jooo, pero seguro que dice que no. No le gusta que ande con espadas, ni siquiera de madera.”. Se quedó pensando durante un momento.-“Oye, ¿me guardarías un secreto? Una cosa que no le contarías a nadie nunca, ni aunque te amenacen, o te hagan daño. Ni siquiera a mamá. Nunca, nunca. Y me lo tienes que prometer.”
Kayrion dudó. Aquella podía ser una buena oportunidad para empezar a ganarse la confianza de su hija, pero tampoco quería hacerlo mintiendo a Dannelle. Finalmente se decidió por una solución de compromiso.-“Vamos a ver. Vale, sólo si no es algo peligroso. Si no es algo peligroso te prometo que no se lo contaré a nadie, ni siquiera a tu madre. Espero que te baste con eso.”
Janice le miró con una obvia expresión de escepticismo. Finalmente asintió con la cabeza. –“Vale, pero que conste que me fío de ti porque mamá me dijo que me fiara de ti, ¿eh? Y no se lo digas a nadie o no te perdonaré nunca, nunca, nunca.”- Dicho esto, se metió entre el colchón y las tablas de la cama, y sacó de entre medias una espada de madera. No era muy grande, poco más que una espada corta, pero en las manos de la pequeña parecía un espadón, y necesitaba ambas manos para manejarla. Blandió el arma un par de veces. Aquella escena le trajo muchos recuerdos del pasado a Kayrion, de tiempos más difíciles, pero también más felices, y de otra persona.-“Mira. Era del hermano mayor de Denil, pero dejó de usarla cuando empezó a entrenarse con una de verdad, así que me la quedé yo. Mamá no sabe que la tengo, porque no le gustaría que la tuviera. Pero no es peligrosa, así que no se lo puedes contar, porque me lo has prometido. Porque no se lo vas a contar, ¿no?”
En otras circunstancias el paladín quizás podría haber estado de acuerdo. Pero se trataba de su propia hija, y de la hija de Dannelle. Y con aquél tosco mandoble de juguete en sus manos, la pequeña le recordaba demasiado a su madre. La escena podía evocar muchas palabras en su mente, pero “inofensiva” no era una de ellas. Examinó con cuidado el arma. Al menos carecía de cualquier tipo de borde afilado, y al parecer la habían lijado bien para no dejar astillas peligrosas. A regañadientes, decidió asentir.
-“Está bien. Te prometo que no se lo contaré a nadie. Sólo le contarás que tienes esa espada a quien tú quieras, pero si quieres que te enseñe a usarla le tendrás que pedir permiso a tu madre, ¿de acuerdo?”- Esperó que aquella solución salomónica fuera bastante.
Se preguntó que posibilidades había de que Dannelle ignorara la existencia de la espada, oculta en un escondite tan obvio. Y si no lo sabía, seguramente lo intuía. Se preguntó si esa era la razón por la que ocultaba sus propias hazañas: que Janice se le parecía demasiado como para que una madre se sintiera tranquila. De hecho, el parecido era también bastante preocupante para un padre recién estrenado como él. Con todo lo que había luchado y padecido, le espantaba la idea de que su hija pudiera pasar por lo mismo en un futuro. No estaba dispuesto a permitirlo, aunque sabía que había heredado el carácter aventurero y la terquedad de sus padres, por lo que podía ser algo muy difícil de evitar.
Oyó entonces que llamaban a la puerta. Janice escondió rápidamente su espada debajo de la almohada y le hizo un gesto de silencio. Dannelle les llamó para que bajaran al comedor, la comida estaba preparada. Un olorcillo bastante apetitoso llegaba desde el piso de abajo. Kayrion sintió que podría llegar a acostumbrarse a lo que iba a ser su nueva vida, que podría ser una segunda oportunidad para él y para Dannelle…
Entonces volvió la oscuridad, a sentir el frío, a sentirse entumecido, a notar algo maligno palpitando en su pecho. Había vuelto a despertar, seguía en el hielo. Sintió dolor y rabia de volver a la realidad. Sabía que sólo había sido un sueño, pero había sido tan real. Pensó en Dannelle. Esperó que se encontrara a salvo. Rezó mentalmente por ella y por todos los demás antes de sumirse nuevamente en la piadosa inconsciencia.
-“Claro, pero me temo que tampoco te la puedo dejar coger. Tu tía Valadia tiene razón, no es un juguete, y puede ser muy peligrosa si no se sabe manejar bien.”
-“Ah, bueno. Pues entonces me enseñas a manejarla y ya está. Así podría cogerla. ¿Me enseñarás? ¡Porfi, porfi, porfi, porfi…!!!”
Aquello no le gustó ni un pelo. Era poco probable que a Dannelle le gustara la idea. De hecho, lo más seguro es que la enfureciera bastante. Por otro lado, tampoco le sabía bien negárselo a Janice.
-“Bueno, pero sólo si tu madre está de acuerdo.”
-“Jooo, pero seguro que dice que no. No le gusta que ande con espadas, ni siquiera de madera.”. Se quedó pensando durante un momento.-“Oye, ¿me guardarías un secreto? Una cosa que no le contarías a nadie nunca, ni aunque te amenacen, o te hagan daño. Ni siquiera a mamá. Nunca, nunca. Y me lo tienes que prometer.”
Kayrion dudó. Aquella podía ser una buena oportunidad para empezar a ganarse la confianza de su hija, pero tampoco quería hacerlo mintiendo a Dannelle. Finalmente se decidió por una solución de compromiso.-“Vamos a ver. Vale, sólo si no es algo peligroso. Si no es algo peligroso te prometo que no se lo contaré a nadie, ni siquiera a tu madre. Espero que te baste con eso.”
Janice le miró con una obvia expresión de escepticismo. Finalmente asintió con la cabeza. –“Vale, pero que conste que me fío de ti porque mamá me dijo que me fiara de ti, ¿eh? Y no se lo digas a nadie o no te perdonaré nunca, nunca, nunca.”- Dicho esto, se metió entre el colchón y las tablas de la cama, y sacó de entre medias una espada de madera. No era muy grande, poco más que una espada corta, pero en las manos de la pequeña parecía un espadón, y necesitaba ambas manos para manejarla. Blandió el arma un par de veces. Aquella escena le trajo muchos recuerdos del pasado a Kayrion, de tiempos más difíciles, pero también más felices, y de otra persona.-“Mira. Era del hermano mayor de Denil, pero dejó de usarla cuando empezó a entrenarse con una de verdad, así que me la quedé yo. Mamá no sabe que la tengo, porque no le gustaría que la tuviera. Pero no es peligrosa, así que no se lo puedes contar, porque me lo has prometido. Porque no se lo vas a contar, ¿no?”
En otras circunstancias el paladín quizás podría haber estado de acuerdo. Pero se trataba de su propia hija, y de la hija de Dannelle. Y con aquél tosco mandoble de juguete en sus manos, la pequeña le recordaba demasiado a su madre. La escena podía evocar muchas palabras en su mente, pero “inofensiva” no era una de ellas. Examinó con cuidado el arma. Al menos carecía de cualquier tipo de borde afilado, y al parecer la habían lijado bien para no dejar astillas peligrosas. A regañadientes, decidió asentir.
-“Está bien. Te prometo que no se lo contaré a nadie. Sólo le contarás que tienes esa espada a quien tú quieras, pero si quieres que te enseñe a usarla le tendrás que pedir permiso a tu madre, ¿de acuerdo?”- Esperó que aquella solución salomónica fuera bastante.
Se preguntó que posibilidades había de que Dannelle ignorara la existencia de la espada, oculta en un escondite tan obvio. Y si no lo sabía, seguramente lo intuía. Se preguntó si esa era la razón por la que ocultaba sus propias hazañas: que Janice se le parecía demasiado como para que una madre se sintiera tranquila. De hecho, el parecido era también bastante preocupante para un padre recién estrenado como él. Con todo lo que había luchado y padecido, le espantaba la idea de que su hija pudiera pasar por lo mismo en un futuro. No estaba dispuesto a permitirlo, aunque sabía que había heredado el carácter aventurero y la terquedad de sus padres, por lo que podía ser algo muy difícil de evitar.
Oyó entonces que llamaban a la puerta. Janice escondió rápidamente su espada debajo de la almohada y le hizo un gesto de silencio. Dannelle les llamó para que bajaran al comedor, la comida estaba preparada. Un olorcillo bastante apetitoso llegaba desde el piso de abajo. Kayrion sintió que podría llegar a acostumbrarse a lo que iba a ser su nueva vida, que podría ser una segunda oportunidad para él y para Dannelle…
Entonces volvió la oscuridad, a sentir el frío, a sentirse entumecido, a notar algo maligno palpitando en su pecho. Había vuelto a despertar, seguía en el hielo. Sintió dolor y rabia de volver a la realidad. Sabía que sólo había sido un sueño, pero había sido tan real. Pensó en Dannelle. Esperó que se encontrara a salvo. Rezó mentalmente por ella y por todos los demás antes de sumirse nuevamente en la piadosa inconsciencia.
martes, 9 de marzo de 2010
Alas de dragón VI
VI
El túnel permanecía n un silencio casi absoluto, si se hacía la excepción de los rítmicos ronquidos del enano. Todos dormían, excepto la arquera élfa, que permanecía en el trance en el que los de su raza se sumían en sustitución del sueño, y elbárbaro a quien conocían como Denay. Este se revolvió incómodo. Había sido incapaz de dormir, aunque esa era la menor de sus incomodidades. Lo peor eran los roces de su disfraz, y un cierto sentimiento de culpabilidad. Porque nada en el guerrero humano kehay llamado Denay era cierto. Jamás había recibido nada parecido a una instrucción en combate. Tampoco era kehay, ya que pertenecía al pueblo de los sirvientes sometidos, los mecdos, aunque una parte de su sangre sí que era kehay. Ni siquiera era del todo humano, ya que la otra mitad de su sangre era élfica. Y, sobre todo, no era él, sino ella, y su nombre no era Denay, sino Danelle.
Odiaba con todo su ser cada segundo que había pasado con aquel corsé de cuero y metal que ocultaba sus formas femeninas y ensanchaba sus hombros y su cintura. Apenas le dejaba respirar, y le había dejado los muslos y las axilas en carne viva. La especie de bozal que le cubría media cara apenas la dejaba mover la cabeza con libertad, pero lo necesitaba, no sólo para ocultar sus facciones, sino para ayudarla a distorsionar su voz. Se sentía sucia después de más de una semana sin poder asearse en condiciones, y algo culpable por no contarle a sus compañeros su verdadera identidad.
Pero no podía fiarse de ellos. No parecían malas personas, pero eran mercenarios, y si se enteraban de que había una recompensa por devolverla a los Páramos del Norte, lo más seguro era que no dudaran en capturarla y envolverla para regalo para entregársela a su cruel padre. Su madre siempre le había dicho que era difícil saber qué podían llegar a hacer las personas cuando había oro de por medio. Y si se hablaba de enanos, famosos por su sed de metales preciosos, la cosa era incluso peor. De todas formas, de una forma u otra, todo iba a acabar en breve. Si de algún modo lograban completar esa estúpida misión, se dispersarían y no se volverían a ver jamás. Y si no, bueno, estarían todos muertos, lo que, visto por el lado bueno, significaría que sus problemas dejarían de tener importancia.
Xhaena había sido la única que había sabido ver más allá de su disfraz, y había descubierto su identidad, aunque sabía que su secreto estaba a salvo con ella. La druida le había impresionado profundamente. Aunque apenas había hablado con ella unas horas, sentía que era una de las personas más generosas que había conocido, y sin duda la más sabia.
Mientras estaba ocupada con esos pensamientos, de uno en uno, sus compañeros se fueron despertando. Sin decir una palabra, se dispusieron delante de las puertas de bronce de doble hoja que se alzaban ante ellos. Estaban cerradas con llave, por lo que la halfling, Gilian, sacó unas ganzúas de su bolsillo y comenzó a hurgar con ellas en la cerradura. De repente so oyó un chasquido seco y una fiera llamarada salió de un minúsculo agujerito encima de la cerradura, abrasando a la pobre mediana, que quedó seriamente herida. Garret tuvo que emplear casi todas sus reservas mágicas para sanarla. Aunque, quedó en un estado aceptable, la magia no hizo que la volvieran a crecer las cejas. Aquello no era lo que se decía un gran comienzo.
Después, con mucho cuidado, lograron abrir la puerta. Y cuando lo hicieron, se les cayó el alma a los pies. Estaban en una enorme sala sobriamente decorada, el primer lugar limpio y ordenado que habían visto en una semana. En el centro había una piscina poco profunda. Y en la piscina, una gigantesca criatura reptiliana, con cinco cabezas. Detrás de ella había un elfo de aspecto siniestro, vestido con una túnica negra, que sonreía sádicamente. Resultaba obvio que les estaba esperando.
El desconocido, que se presentó como Dark Smare, les dedicó un aplauso sardónico y les felicitó por haber llegado pese a los impedimentos que había puesto en el camino. Incluso se ofreció a devolverles el rubí si vencían a su mascota, ya que, fuera lo que fuese que pretendiera hacer con él, ya lo había logrado.
Aquella demostración de cinismo hizo que la sangre hirviera en las venas de Dannelle. Otra parte de ella, la más lógica, pensó que no tenían posibilidad alguna contra ese monstruo, y menos aún contra ese elfo, si realmente era suficientemente poderoso para dominar a la hidra. Su única posibilidad era huir. Estaban perdidos si intentaban atacar a aquella criatura. Habría sido una locura el intentarlo siquiera. Algo en contra de toda lógica.
El último pensamiento medianamente racional que tuvo Dannelle antes de que su rabia más primaria se apoderara de ella fue que la lógica estaba sobrevalorada. Cargó contra el monstruo sin titubear mientras gritaba como una maníaca.
Las cabezas de la hidra se abalanzaron sobre la insensata semielfa, veloces y mortíferas como un rayo, pero sólo una de ellas logró morderla en un hombro, lo que no fue suficiente para detener aquella carga berséker. La enfurecida bárbara llegó hasta el pecho de la bestia, y descargó un salvaje mandoblazo contra uno de los cuellos. Su correspondiente cabeza aulló de dolor, pero el monstruo se dispuso a contraatacar. En ese momento, el resto de compañeros se pusieron en marcha. Daemigoth lanzó un multicolor proyectil mágico contra el hechicero, mientras que Cora y Gilian dispararon contra a la bestia. Garret y Thorcrim cargaron contra el monstruo, siendo ambos recibidos por una barrera de cabezas enfurecidas. El enano fue seriamente herido, pero ya fuera por resistencia o por simple terquedad, siguió luchando, mientras que el clérigo golpeaba una de las cabezas una y otra vez con su maza, hasta que otra logró morderle con fuerza el torso, levantándolo en vilo. Siguió golpeando con sus últimas fuerzas mientras la hidra mordía una y otra vez, hasta que cayó inerte al suelo.
Otras dos cabezas se habían centrado en Thorcrim que, adiestrado para defenderse de atacantes más altos que él, evitaba la peor parte de la furia del monstruo con su escudo, mientras que asestaba potentes martillazos en cada ocasión que tenía, hasta que finalmente fue derribado por los proyectiles mágicos que lanzaba Dark Smare.
Daemigoth se abalanzó contra el malvado hechicero, mientras Gilian y Cora le daban fuego de apoyo. Tras ser herido levemente, Smare dejó caer el rubí y tras amenazar con que volvería, despareció en medio de un fulgurante destello.
Mientras tanto, Dannelle seguía atacando los cuellos de la hidra con su mandoble con la fiereza de una valkiria. Ya había cortado de cuajo dos de las cinco cabezas. Había recibido innumerables heridas, pero inexplicablemente seguía en pie, luchando, sacando fuerzas de flaqueza.
Finalmente, Daemigoth saltó con su lanza sobre el lomo de la bestia, desde el podio que había ocupado Smare, mientras que Cora y Gilian la asaetaban sin descanso. Sólo entonces el monstruo cayó.
Dannelle no tuvo tiempo de celebrar la victoria. A medida que la ira y el miedo de la batalla se desvanecía, hicieron lo mismo las últimas reservas de energía interior que le quedaban. El mundo se oscureció súbitamente y cayó al suelo inconsciente.
El túnel permanecía n un silencio casi absoluto, si se hacía la excepción de los rítmicos ronquidos del enano. Todos dormían, excepto la arquera élfa, que permanecía en el trance en el que los de su raza se sumían en sustitución del sueño, y elbárbaro a quien conocían como Denay. Este se revolvió incómodo. Había sido incapaz de dormir, aunque esa era la menor de sus incomodidades. Lo peor eran los roces de su disfraz, y un cierto sentimiento de culpabilidad. Porque nada en el guerrero humano kehay llamado Denay era cierto. Jamás había recibido nada parecido a una instrucción en combate. Tampoco era kehay, ya que pertenecía al pueblo de los sirvientes sometidos, los mecdos, aunque una parte de su sangre sí que era kehay. Ni siquiera era del todo humano, ya que la otra mitad de su sangre era élfica. Y, sobre todo, no era él, sino ella, y su nombre no era Denay, sino Danelle.
Odiaba con todo su ser cada segundo que había pasado con aquel corsé de cuero y metal que ocultaba sus formas femeninas y ensanchaba sus hombros y su cintura. Apenas le dejaba respirar, y le había dejado los muslos y las axilas en carne viva. La especie de bozal que le cubría media cara apenas la dejaba mover la cabeza con libertad, pero lo necesitaba, no sólo para ocultar sus facciones, sino para ayudarla a distorsionar su voz. Se sentía sucia después de más de una semana sin poder asearse en condiciones, y algo culpable por no contarle a sus compañeros su verdadera identidad.
Pero no podía fiarse de ellos. No parecían malas personas, pero eran mercenarios, y si se enteraban de que había una recompensa por devolverla a los Páramos del Norte, lo más seguro era que no dudaran en capturarla y envolverla para regalo para entregársela a su cruel padre. Su madre siempre le había dicho que era difícil saber qué podían llegar a hacer las personas cuando había oro de por medio. Y si se hablaba de enanos, famosos por su sed de metales preciosos, la cosa era incluso peor. De todas formas, de una forma u otra, todo iba a acabar en breve. Si de algún modo lograban completar esa estúpida misión, se dispersarían y no se volverían a ver jamás. Y si no, bueno, estarían todos muertos, lo que, visto por el lado bueno, significaría que sus problemas dejarían de tener importancia.
Xhaena había sido la única que había sabido ver más allá de su disfraz, y había descubierto su identidad, aunque sabía que su secreto estaba a salvo con ella. La druida le había impresionado profundamente. Aunque apenas había hablado con ella unas horas, sentía que era una de las personas más generosas que había conocido, y sin duda la más sabia.
Mientras estaba ocupada con esos pensamientos, de uno en uno, sus compañeros se fueron despertando. Sin decir una palabra, se dispusieron delante de las puertas de bronce de doble hoja que se alzaban ante ellos. Estaban cerradas con llave, por lo que la halfling, Gilian, sacó unas ganzúas de su bolsillo y comenzó a hurgar con ellas en la cerradura. De repente so oyó un chasquido seco y una fiera llamarada salió de un minúsculo agujerito encima de la cerradura, abrasando a la pobre mediana, que quedó seriamente herida. Garret tuvo que emplear casi todas sus reservas mágicas para sanarla. Aunque, quedó en un estado aceptable, la magia no hizo que la volvieran a crecer las cejas. Aquello no era lo que se decía un gran comienzo.
Después, con mucho cuidado, lograron abrir la puerta. Y cuando lo hicieron, se les cayó el alma a los pies. Estaban en una enorme sala sobriamente decorada, el primer lugar limpio y ordenado que habían visto en una semana. En el centro había una piscina poco profunda. Y en la piscina, una gigantesca criatura reptiliana, con cinco cabezas. Detrás de ella había un elfo de aspecto siniestro, vestido con una túnica negra, que sonreía sádicamente. Resultaba obvio que les estaba esperando.
El desconocido, que se presentó como Dark Smare, les dedicó un aplauso sardónico y les felicitó por haber llegado pese a los impedimentos que había puesto en el camino. Incluso se ofreció a devolverles el rubí si vencían a su mascota, ya que, fuera lo que fuese que pretendiera hacer con él, ya lo había logrado.
Aquella demostración de cinismo hizo que la sangre hirviera en las venas de Dannelle. Otra parte de ella, la más lógica, pensó que no tenían posibilidad alguna contra ese monstruo, y menos aún contra ese elfo, si realmente era suficientemente poderoso para dominar a la hidra. Su única posibilidad era huir. Estaban perdidos si intentaban atacar a aquella criatura. Habría sido una locura el intentarlo siquiera. Algo en contra de toda lógica.
El último pensamiento medianamente racional que tuvo Dannelle antes de que su rabia más primaria se apoderara de ella fue que la lógica estaba sobrevalorada. Cargó contra el monstruo sin titubear mientras gritaba como una maníaca.
Las cabezas de la hidra se abalanzaron sobre la insensata semielfa, veloces y mortíferas como un rayo, pero sólo una de ellas logró morderla en un hombro, lo que no fue suficiente para detener aquella carga berséker. La enfurecida bárbara llegó hasta el pecho de la bestia, y descargó un salvaje mandoblazo contra uno de los cuellos. Su correspondiente cabeza aulló de dolor, pero el monstruo se dispuso a contraatacar. En ese momento, el resto de compañeros se pusieron en marcha. Daemigoth lanzó un multicolor proyectil mágico contra el hechicero, mientras que Cora y Gilian dispararon contra a la bestia. Garret y Thorcrim cargaron contra el monstruo, siendo ambos recibidos por una barrera de cabezas enfurecidas. El enano fue seriamente herido, pero ya fuera por resistencia o por simple terquedad, siguió luchando, mientras que el clérigo golpeaba una de las cabezas una y otra vez con su maza, hasta que otra logró morderle con fuerza el torso, levantándolo en vilo. Siguió golpeando con sus últimas fuerzas mientras la hidra mordía una y otra vez, hasta que cayó inerte al suelo.
Otras dos cabezas se habían centrado en Thorcrim que, adiestrado para defenderse de atacantes más altos que él, evitaba la peor parte de la furia del monstruo con su escudo, mientras que asestaba potentes martillazos en cada ocasión que tenía, hasta que finalmente fue derribado por los proyectiles mágicos que lanzaba Dark Smare.
Daemigoth se abalanzó contra el malvado hechicero, mientras Gilian y Cora le daban fuego de apoyo. Tras ser herido levemente, Smare dejó caer el rubí y tras amenazar con que volvería, despareció en medio de un fulgurante destello.
Mientras tanto, Dannelle seguía atacando los cuellos de la hidra con su mandoble con la fiereza de una valkiria. Ya había cortado de cuajo dos de las cinco cabezas. Había recibido innumerables heridas, pero inexplicablemente seguía en pie, luchando, sacando fuerzas de flaqueza.
Finalmente, Daemigoth saltó con su lanza sobre el lomo de la bestia, desde el podio que había ocupado Smare, mientras que Cora y Gilian la asaetaban sin descanso. Sólo entonces el monstruo cayó.
Dannelle no tuvo tiempo de celebrar la victoria. A medida que la ira y el miedo de la batalla se desvanecía, hicieron lo mismo las últimas reservas de energía interior que le quedaban. El mundo se oscureció súbitamente y cayó al suelo inconsciente.
domingo, 7 de marzo de 2010
El sueño de Kayrion XII
Increíble… Hacía sólo un segundo le miraba como si le estuviese perdonando la vida y ahora se ponía así por ver cómo había hecho la imposición de manos. La niña se puso con cuidado de pie encima de la cama para asegurarse de que el pie ya no le dolía y sin previo aviso se puso a dar saltos sobre la cama. Kayrion no pudo reprimir una sonrisa pensando en los rápidos cambios de humor de la niña. Digna hija de su madre, de eso no cabía duda. Cuando la niña le vio sonreír dejó de saltar y se volvió hacia él. Volvió a poner un intento de cara seria, pero aún menos convincente que antes.
-“Bueno, te perdono que me hicieras pupa en el pie. Pero todavía estoy enfadada, ¿eh? Bueno, a lo mejor no tanto como antes, pero bueno… Pero sigo enfadada.”- se quedó en silencio durante un instante antes de decir. “Pero si te portas bien a lo mejor te perdono por lo de no estar aquí antes. Y que sepas que si me fío de ti es porque mamá me lo ha pedido, que si no, no me fiaba. Porque conozco a un montón de niños que sus padres no son buenos o que no tienen. Está Jamie, que no tiene papá, y Joser, que sí que tiene pero que no vive con él desde hace mucho, o Denil, que sí que tiene papá y es muy simpático pero no es su papá de verdad, sino el novio de su mamá, porque su papá de verdad era muy malo y les pegaba. Y a Jansen su papá también le pegaba, pero su mamá se vino aquí con él para que no le pegase más. Pero su papá vino un día y dijo que les iba a obligar a volver a su otra casa, pero no le dejaron y al final mamá le echó de aquí. Y creo que el papá de Joser también vino una vez y también le echaron, pero no me acuerdo muy bien porque fue hace mucho tiempo. Tú no irás a pegarle a nadie, ¿verdad?”
La pregunta le sorprendió, pero respondió sin dudar.-“Pues claro que no voy a pegarle a nadie. Te lo juro por lo más sagrado.”
-“¿Y eso es algo muy importante? ¿Es como prometer?”
-“Más o menos, es aproximadamente lo mismo.”
-“Pues vamos a ver, levanta esta mano.”- dijo alzando la mano derecha. Al instante la bajó de nuevo y alzó la izquierda dubitativa antes de volver a bajarla.-“Oye, ¿cual era la mano para prometer?”
Kayiron alzó su mano derecha sin vacilar-“Esta, Janice, es esta.”
Jani alzó también su mano derecha-“Vale, ahora promételo por algo que te importe mucho.”
-“Te juro por mi honor de Templario que cuidaré siempre de ti y de tu madre, que nunca os abandonaré, y que pase lo que pase, jamás os haré daño de ningún tipo.”
-“Qué largo te ha salido. Yo siempre prometo por Pip.”- dijo señalando al cachorrito, que sintiéndose mencionado prefirió esconderse debajo de la cama. –“Oye, ¿me dejas que te pregunte una cosa?”
-“Claro, lo que tú quieras.”
-“¿Por qué no vivís juntos mamá y tú? Porque mamá es la mejor y ella te quiere mucho. A veces me habla mucho de ti, pero luego se pone triste cuando cree que ya me he dormido. No le digas que algunas veces me he hecho la dormida pero estando despierta, pero es verdad. Algunas veces hasta la he visto llorar… ¿Es que tú no la querías? ¿O es que no querías estar conmigo?”
Al paladín se le hizo un nudo en el estómago. El saber que esa pregunta tenía que llegar tarde o temprano no le ayudó demasiado a sentirse preparado para la misma. Tenía decidido que no podía reconocer que había desconocido su existencia hasta hacía apenas una hora, aquello sería traumático para Jani y podría volverla contra su madre, algo que Kayrion también se resistía a hacer, y más ahora que comenzaba a comprender que él no era el único que había sufrido los últimos añós.-“Bueno… Yo quería mucho a tu madre. Más de lo que te puedas imaginar Ella... es muy especial. Supongo que ya lo sabes. Y desde luego que sí quería estar contigo. Tú también eres muy importante para mí, no sabes cuanto."-hizo una breve pausa buscando en vano las palabras.-"Es algo bastante complicado…”
-“Pero eso no es verdad. Lo de que las cosas son complicadas. Las cosas son muy sencillas. Bueno, casi todas. Eso, que las letras esas que usáis para escribir el común sí que son difíciles, o las sumas que me pone mamá, pero casi todo lo demás es muy fácil. Los mayores sólo decís que algo es muy difícil cuando no lo queréis explicar. Es como cuando Marie le preguntó a la profe de dónde venían los niños, que no veas la cara que puso. La profe, no Marie. O cuando le dije a mi tía Val si me podía enseñar a usar su espada. Porque mi tía Val tiene una espada, ¿lo sabías? Y es una genial, con mucho filo, pero no me deja cogerla y…”
Kayrion suspiró, aliviado por la escasa capacidad de mantener la atención de Janice. Al menos le daba tiempo para idear una buena respuesta ante la inevitable pregunta sobre su ausencia. Suponiendo que algo así existiera...
-“Bueno, te perdono que me hicieras pupa en el pie. Pero todavía estoy enfadada, ¿eh? Bueno, a lo mejor no tanto como antes, pero bueno… Pero sigo enfadada.”- se quedó en silencio durante un instante antes de decir. “Pero si te portas bien a lo mejor te perdono por lo de no estar aquí antes. Y que sepas que si me fío de ti es porque mamá me lo ha pedido, que si no, no me fiaba. Porque conozco a un montón de niños que sus padres no son buenos o que no tienen. Está Jamie, que no tiene papá, y Joser, que sí que tiene pero que no vive con él desde hace mucho, o Denil, que sí que tiene papá y es muy simpático pero no es su papá de verdad, sino el novio de su mamá, porque su papá de verdad era muy malo y les pegaba. Y a Jansen su papá también le pegaba, pero su mamá se vino aquí con él para que no le pegase más. Pero su papá vino un día y dijo que les iba a obligar a volver a su otra casa, pero no le dejaron y al final mamá le echó de aquí. Y creo que el papá de Joser también vino una vez y también le echaron, pero no me acuerdo muy bien porque fue hace mucho tiempo. Tú no irás a pegarle a nadie, ¿verdad?”
La pregunta le sorprendió, pero respondió sin dudar.-“Pues claro que no voy a pegarle a nadie. Te lo juro por lo más sagrado.”
-“¿Y eso es algo muy importante? ¿Es como prometer?”
-“Más o menos, es aproximadamente lo mismo.”
-“Pues vamos a ver, levanta esta mano.”- dijo alzando la mano derecha. Al instante la bajó de nuevo y alzó la izquierda dubitativa antes de volver a bajarla.-“Oye, ¿cual era la mano para prometer?”
Kayiron alzó su mano derecha sin vacilar-“Esta, Janice, es esta.”
Jani alzó también su mano derecha-“Vale, ahora promételo por algo que te importe mucho.”
-“Te juro por mi honor de Templario que cuidaré siempre de ti y de tu madre, que nunca os abandonaré, y que pase lo que pase, jamás os haré daño de ningún tipo.”
-“Qué largo te ha salido. Yo siempre prometo por Pip.”- dijo señalando al cachorrito, que sintiéndose mencionado prefirió esconderse debajo de la cama. –“Oye, ¿me dejas que te pregunte una cosa?”
-“Claro, lo que tú quieras.”
-“¿Por qué no vivís juntos mamá y tú? Porque mamá es la mejor y ella te quiere mucho. A veces me habla mucho de ti, pero luego se pone triste cuando cree que ya me he dormido. No le digas que algunas veces me he hecho la dormida pero estando despierta, pero es verdad. Algunas veces hasta la he visto llorar… ¿Es que tú no la querías? ¿O es que no querías estar conmigo?”
Al paladín se le hizo un nudo en el estómago. El saber que esa pregunta tenía que llegar tarde o temprano no le ayudó demasiado a sentirse preparado para la misma. Tenía decidido que no podía reconocer que había desconocido su existencia hasta hacía apenas una hora, aquello sería traumático para Jani y podría volverla contra su madre, algo que Kayrion también se resistía a hacer, y más ahora que comenzaba a comprender que él no era el único que había sufrido los últimos añós.-“Bueno… Yo quería mucho a tu madre. Más de lo que te puedas imaginar Ella... es muy especial. Supongo que ya lo sabes. Y desde luego que sí quería estar contigo. Tú también eres muy importante para mí, no sabes cuanto."-hizo una breve pausa buscando en vano las palabras.-"Es algo bastante complicado…”
-“Pero eso no es verdad. Lo de que las cosas son complicadas. Las cosas son muy sencillas. Bueno, casi todas. Eso, que las letras esas que usáis para escribir el común sí que son difíciles, o las sumas que me pone mamá, pero casi todo lo demás es muy fácil. Los mayores sólo decís que algo es muy difícil cuando no lo queréis explicar. Es como cuando Marie le preguntó a la profe de dónde venían los niños, que no veas la cara que puso. La profe, no Marie. O cuando le dije a mi tía Val si me podía enseñar a usar su espada. Porque mi tía Val tiene una espada, ¿lo sabías? Y es una genial, con mucho filo, pero no me deja cogerla y…”
Kayrion suspiró, aliviado por la escasa capacidad de mantener la atención de Janice. Al menos le daba tiempo para idear una buena respuesta ante la inevitable pregunta sobre su ausencia. Suponiendo que algo así existiera...
sábado, 27 de febrero de 2010
El sueño de Kayrion XI
El paladín entró finalmente en la habitación, que estaba en la penumbra. Allí estaba Janice, sentada sobre su cama, con su cachorrito al lado. El aspecto de la pequeña había cambiado bastante desde hacía unos pocos minutos. Su madre la había lavado y peinado con esmero, y se había cambiado la ropa. Ahora llevaba un sencillo vestido azul claro. Por primera vez pudo ver las orejas apuntadas que antes había ocultado su desordenada cabellera, que denotaban una parte de sangre élfica. Se alegró que la niña hubiese resultado ser semielfa, sobre todo por Dannelle. Sin importar todo lo malo que hubiese podido hacer, habría sido inhumano desearle a una madre ver envejecer y morir a su hija mientras ella permanecía joven. Janice tenía una expresión hosca en la cara, mitad desagrado por volverle a ver y mitad dolor contenido. Su pie derecho estaba vendado.
Ante el silencio del paladín, fue la niña la comenzó a hablar.
-“Mamá me ha dicho que tú eres bueno, y que no estabas aquí con nosotras porque estabas haciendo cosas muy importantes y por su culpa y que tú no eres malo y que me quieres mucho y que no te vas a ir. Dice que pasó una cosa muy complicada pero que no fue culpa tuya. ¿Eso es verdad?”
-“Sí, es verdad. Pero tranquila, que todo eso ya pasó. Te prometo que ahora me quedaré aquí contigo y con tu madre.”- aún se le hacía muy difícil pensar en Dannelle en esos términos.
-“Pues yo no me lo creo. Seguro que no es culpa de mamá. Seguro. Ella es muy buena conmigo y seguro que también era muy buena contigo. Seguro que es todo culpa tuya. Y que conste que yo no he pedido que te quedes. Y seguro que me lo ha dicho para que no me enfade contigo, porque me ha dicho que no tengo que enfadarme contigo porque eres mi papá y no tengo que enfadarme contigo. Pero mi mamá nunca dice mentiras.”- su furiosa expresión se difuminó un poco-“Bueno, menos cuando dice que las espinacas están muy ricas y que me sientan muy bien. Pero en lo demás siempre me dice la verdad. Menos cuando no me quiere decir las cosas. ¿No la habrás obligado a decirme eso, verdad?”
-“Te prometo que no le he obligado a decir nada. Y bueno, no fue sólo culpa suya, yo también tuve mi parte de responsabilidad en todo eso, pero todo lo demás es verdad. Sí, es cierto que es algo muy complicado.”- dudó que más decir durante un instante. Después decidió cambiar de tema.-“Bueno, creo que será mejor que veamos ese pie.”
-“Pues yo no necesito que me mires el pie, seguro que no. Mamá me lo puede curar, seguro, pero me ha dicho que te deje porque tú puedes curarlo mejor. Seguro que no, pero vale, porque mamá me lo ha dicho, que si no, no te dejo…”
Kayrion retiró con mucho cuidado la venda y examinó el piececito herido. Tres de los dedos se estaban amoratando, y dos de las uñas estaban rotas. Su madre le había puesto algún tipo de ungüento, algo élfico a juzgar por el olor a hojas frescas que desprendía. Palpó los deditos con mucho cuidado. Efectivamente, el dedo pulgar estaba roto, y era posible que el índice tuviese alguna fisura. Comprobó que la fractura estaba correctamente alineada, seguramente obra de Dannelle, que no había querido que la relación entre Janice y el paladín no empeorara aún más dejándole realizar esa sencilla pero dolorosa operación. Durante todo el proceso Jani intentó ocultar el dolor que sentía, pero no pudo reprimir una mueca y que un lagrimón se le escapara. Además apretó a Pip sobre su pecho con tanta fuerza que el animal soltó un gemido hasta que la niña volvió a aflojar. Kayrion puso la mano sobre el pie de su hija, cerró los ojos y susurró una breve plegaria. Aunque aquello no era demasiado para emplear su don de la curación, nunca estaba de más no dar por supuestos los dones otorgados por los dioses. Se concentró durante un instante y dejó que la energía positiva fluyera a través de él para que curara las heridas de Janice en medio de un leve resplandor. Cuando retiró las manos el pie estaba en perfectas condiciones, e incluso los raspones que Jani tenía en codos y rodillas habían desaparecido.
La niña abrió mucho los ojos-“Vaaaaayaaaaa… eso ha sido como magia. Pero no ha sido como la magia. Bueno, como la magia que hace el novio de mi tía Val. Bueno, mi tía Val tiene un novio, pero no habla mucho. Se llama Barret o algo así. No es que parezca muy listo y está siempre en las nubes, pero se porta bien conmigo y mi tía Val le quiere mucho. Igual hasta se casan algún día de estos. ¿Tú conoces a mi tía Val? Bueno, pues Garret también hace magia y también te cura, pero mola más que lo que has hecho tú. Bueno, a él no le salen lucecitas y no se nota ese calorcito. También te cura, pero no mola tanto…”
Ante el silencio del paladín, fue la niña la comenzó a hablar.
-“Mamá me ha dicho que tú eres bueno, y que no estabas aquí con nosotras porque estabas haciendo cosas muy importantes y por su culpa y que tú no eres malo y que me quieres mucho y que no te vas a ir. Dice que pasó una cosa muy complicada pero que no fue culpa tuya. ¿Eso es verdad?”
-“Sí, es verdad. Pero tranquila, que todo eso ya pasó. Te prometo que ahora me quedaré aquí contigo y con tu madre.”- aún se le hacía muy difícil pensar en Dannelle en esos términos.
-“Pues yo no me lo creo. Seguro que no es culpa de mamá. Seguro. Ella es muy buena conmigo y seguro que también era muy buena contigo. Seguro que es todo culpa tuya. Y que conste que yo no he pedido que te quedes. Y seguro que me lo ha dicho para que no me enfade contigo, porque me ha dicho que no tengo que enfadarme contigo porque eres mi papá y no tengo que enfadarme contigo. Pero mi mamá nunca dice mentiras.”- su furiosa expresión se difuminó un poco-“Bueno, menos cuando dice que las espinacas están muy ricas y que me sientan muy bien. Pero en lo demás siempre me dice la verdad. Menos cuando no me quiere decir las cosas. ¿No la habrás obligado a decirme eso, verdad?”
-“Te prometo que no le he obligado a decir nada. Y bueno, no fue sólo culpa suya, yo también tuve mi parte de responsabilidad en todo eso, pero todo lo demás es verdad. Sí, es cierto que es algo muy complicado.”- dudó que más decir durante un instante. Después decidió cambiar de tema.-“Bueno, creo que será mejor que veamos ese pie.”
-“Pues yo no necesito que me mires el pie, seguro que no. Mamá me lo puede curar, seguro, pero me ha dicho que te deje porque tú puedes curarlo mejor. Seguro que no, pero vale, porque mamá me lo ha dicho, que si no, no te dejo…”
Kayrion retiró con mucho cuidado la venda y examinó el piececito herido. Tres de los dedos se estaban amoratando, y dos de las uñas estaban rotas. Su madre le había puesto algún tipo de ungüento, algo élfico a juzgar por el olor a hojas frescas que desprendía. Palpó los deditos con mucho cuidado. Efectivamente, el dedo pulgar estaba roto, y era posible que el índice tuviese alguna fisura. Comprobó que la fractura estaba correctamente alineada, seguramente obra de Dannelle, que no había querido que la relación entre Janice y el paladín no empeorara aún más dejándole realizar esa sencilla pero dolorosa operación. Durante todo el proceso Jani intentó ocultar el dolor que sentía, pero no pudo reprimir una mueca y que un lagrimón se le escapara. Además apretó a Pip sobre su pecho con tanta fuerza que el animal soltó un gemido hasta que la niña volvió a aflojar. Kayrion puso la mano sobre el pie de su hija, cerró los ojos y susurró una breve plegaria. Aunque aquello no era demasiado para emplear su don de la curación, nunca estaba de más no dar por supuestos los dones otorgados por los dioses. Se concentró durante un instante y dejó que la energía positiva fluyera a través de él para que curara las heridas de Janice en medio de un leve resplandor. Cuando retiró las manos el pie estaba en perfectas condiciones, e incluso los raspones que Jani tenía en codos y rodillas habían desaparecido.
La niña abrió mucho los ojos-“Vaaaaayaaaaa… eso ha sido como magia. Pero no ha sido como la magia. Bueno, como la magia que hace el novio de mi tía Val. Bueno, mi tía Val tiene un novio, pero no habla mucho. Se llama Barret o algo así. No es que parezca muy listo y está siempre en las nubes, pero se porta bien conmigo y mi tía Val le quiere mucho. Igual hasta se casan algún día de estos. ¿Tú conoces a mi tía Val? Bueno, pues Garret también hace magia y también te cura, pero mola más que lo que has hecho tú. Bueno, a él no le salen lucecitas y no se nota ese calorcito. También te cura, pero no mola tanto…”
Alas de Dragón V
V
A Cora no le gustaba ni un pelo el complejo de cuevas y túneles donde se habían metido. Se sentía como una rata en un laberinto. Aquel no era lugar para gente civilizada. Si es que quedaba algo de eso en el mundo. Con todo lo que había visto en la guerra civil de su tierra, tenía serias dudas al respecto.
La primera parte de su aventura había sido algo mejor. En un bosque, al aire libre. Eso no quería decir que hubiera sido fácil. Los cobardes y despreciables kobolds no habían cesado de acosarles con sus ruines pero peligrosas emboscadas. Suerte habían tenido de encontrarse con la señora del lugar, la druida Xhaena. Era una mujer impresionante, sabia, serena y de porte orgulloso. Lo que se supone que debía de ser un elfo. Era la primera de su raza que se había encontrado desde que huyera de su patria que no era otro triste refugiado descastado como ella. Xhaena no sólo les había ayudado y sanado sus heridas, sino que les había proporcionado otro compañero, su aprendiz, un explorador humano llamado Saiban.
Las noticias que les había dado no eran demasiado alentadoras. Una tribu de gnolls nómadas se había instalado en las ruinas del antiguo monasterio dos días atrás, pocas horas después de que hubieran pasado la halfling, el humano y el enano. Sus posibilidades de usar la misma entrada que los desaparecidos era por tanto nula, pero Xhaena les había hablado de una segunda entrada, una gruta natural que enlazaba con el complejo de cavernas que los antiguos monjes habían usado para construir sus catacumbas. También les advirtió que algo oscuro y antinatural moraba en aquel lugar desde hacía algún tiempo.
A la entrada de la cueva se encontraron con un grupo de kobolds. Una comadreja gigante que usaban de mascota había mordido a Denay, y el joven bárbaro había perdido mucha sangre y aún se encontraba débil. Un poco a regañadientes, Cora tuvo que admitir que se había preocupado un poco por la suerte del kehay. Aunque en batalla era agresivo y temerario, resultaba bastante agradable. Para ser humano, claro estaba.
Tras haberse enfrentado a unas extrañas criaturas que les habían emboscado desde el techo de la cueva, habían encontrado una puerta de madera con una especie de palanca a un lado. Al tirar de ella, la puerta se había abierto de golpe, dejando salir una auténtica riada. Al dispersarse las aguas, se encontraron con Gilian, la halfling y el enano, así como con el humano que era amigo de sus compañeros, que estaba inconsciente en el suelo. Los tres tenían un aspecto deplorable, pálido y arrugado. Por no hablar del enano, que con todo el pelo mojado corriéndole por la cara, le recordó a un chucho que alguien hubiera intentado ahogar en un río. A un perro bastante gordo y feo, añadió mentalmente, aunque, sensatamente, se abstuvo de decir nada.
Nadie estaba en condiciones de continuar, así que se atrincheraron lo mejor que pudieron en una habitación en ruinas llena de alambiques oxidados y polvorientos, y de tarros cuyos contenidos hacía tiempo que se habían convertido en polvo. Aquel lugar daba la impresión de llevar en ruinas desde la noche de los tiempos, aunque era probable que sólo llevara unas cuantas décadas en ese estado. Un siglo o dos como mucho. Pero las construcciones humanas no solían aguantar demasiado bien el paso del tiempo, al igual que aquellos que las habían edificado. Por alguna razón, ese pensamiento le resultó deprimente a la joven elfa.
Unas pocas horas más tarde, ya debía ser plena noche en el exterior, recibieron la inesperada visita de Timber, el lobo de Xhaena, que portaba unas bayas mágicas, regalo de su dueña, con las que lograron sanar al clérigo. Por desgracia, el estúpido humano había decidido salir al exterior para sus rezos matutinos en vez de realizarlos en la relativa seguridad de la sala donde se habían parapetado. Este ritual era necesario para restaurar sus poderes sanadores, de los que andaban desesperadamente necesitados. El clérigo fue emboscado por dos esqueletos animados, que volvieron a dejarlo inconsciente, y suerte tuvo de que el bárbaro, Denay, hubiera decidido acompañarlo. Cora se preguntó en qué clase de mundo enloquecido podía un salvaje superar en sentido común a un sacerdote instruido.
Además, la presencia de los esqueletos era más que perturbadora. Aunque no era ninguna experta, se suponía que los no muertos sólo podían subsistir en un puñado de lugares esparcidos por todo el mundo, aquellos malditos en los que las energías necróticas se derramaban por el mundo. Y se suponía que aquellas catacumbas no eran en absoluto uno de esos lugares. Presintió que algo estaba yendo terriblemente mal en aquel lugar. No se sintió muy optimista en ese momento, y su ánimo había decaído aún más cuando debieron permanecer dos días más en aquel espantoso lugar, sin nada que hacer salvo mirar las paredes. Se quedaron hasta que se recuperaron lo suficiente para estar en condiciones de continuar su misión con alguna mínima posibilidad.
Después de eso, habían sido emboscados por unas monstruosas arañas gigantes, que cerca estuvieron de acabar con ellos, y que dejaron a Saiban y Denay debilitados por su veneno. Aquello reforzó el presentimiento ominoso de la elfa. Las arañas, y en especial las gigantes, habían tenido un significado de mala premonición para los suyos desde la noche de los tiempos.
Siguieron avanzando hasta que poco después se encontraron cara acara con una docena de esqueletos, liderados por uno con una estatura que excedería los nueve pies, que probablemente habría pertenecido a un ogro tiempo atrás. Antes de que Garret pudiera reunir las energías luminosas, que harían retroceder a aquellas abominaciones, el gigantesco esqueleto se abalanzó sobre ellos. Saiban, el discípulo de Xhaena, había dado un paso al frente, pero no fue rival para el monstruoso no-muerto, que de un solo zarpazo le destrozó la garganta y le rompió el cuello, matándolo casi en el acto. Lo único que pudieron hacer por el infortunado muchacho fue vengarle, cuando Garret finalmente logró dispersar y paralizar a esas cosas con sus poderes sagrados.
Tras el combate, envolvieron respetuosamente a Saiban en su propia capa. Heridos y totalmente exhaustos, descansaron una pocas horas, contemplando unas enormes puertas bellamente labradas que se alzaban ante ellos. Fuera lo que fuese lo que había al otro lado, todos intuían que iba a ser el mayor desafío que se habían encontrado hasta el momento.
A Cora no le gustaba ni un pelo el complejo de cuevas y túneles donde se habían metido. Se sentía como una rata en un laberinto. Aquel no era lugar para gente civilizada. Si es que quedaba algo de eso en el mundo. Con todo lo que había visto en la guerra civil de su tierra, tenía serias dudas al respecto.
La primera parte de su aventura había sido algo mejor. En un bosque, al aire libre. Eso no quería decir que hubiera sido fácil. Los cobardes y despreciables kobolds no habían cesado de acosarles con sus ruines pero peligrosas emboscadas. Suerte habían tenido de encontrarse con la señora del lugar, la druida Xhaena. Era una mujer impresionante, sabia, serena y de porte orgulloso. Lo que se supone que debía de ser un elfo. Era la primera de su raza que se había encontrado desde que huyera de su patria que no era otro triste refugiado descastado como ella. Xhaena no sólo les había ayudado y sanado sus heridas, sino que les había proporcionado otro compañero, su aprendiz, un explorador humano llamado Saiban.
Las noticias que les había dado no eran demasiado alentadoras. Una tribu de gnolls nómadas se había instalado en las ruinas del antiguo monasterio dos días atrás, pocas horas después de que hubieran pasado la halfling, el humano y el enano. Sus posibilidades de usar la misma entrada que los desaparecidos era por tanto nula, pero Xhaena les había hablado de una segunda entrada, una gruta natural que enlazaba con el complejo de cavernas que los antiguos monjes habían usado para construir sus catacumbas. También les advirtió que algo oscuro y antinatural moraba en aquel lugar desde hacía algún tiempo.
A la entrada de la cueva se encontraron con un grupo de kobolds. Una comadreja gigante que usaban de mascota había mordido a Denay, y el joven bárbaro había perdido mucha sangre y aún se encontraba débil. Un poco a regañadientes, Cora tuvo que admitir que se había preocupado un poco por la suerte del kehay. Aunque en batalla era agresivo y temerario, resultaba bastante agradable. Para ser humano, claro estaba.
Tras haberse enfrentado a unas extrañas criaturas que les habían emboscado desde el techo de la cueva, habían encontrado una puerta de madera con una especie de palanca a un lado. Al tirar de ella, la puerta se había abierto de golpe, dejando salir una auténtica riada. Al dispersarse las aguas, se encontraron con Gilian, la halfling y el enano, así como con el humano que era amigo de sus compañeros, que estaba inconsciente en el suelo. Los tres tenían un aspecto deplorable, pálido y arrugado. Por no hablar del enano, que con todo el pelo mojado corriéndole por la cara, le recordó a un chucho que alguien hubiera intentado ahogar en un río. A un perro bastante gordo y feo, añadió mentalmente, aunque, sensatamente, se abstuvo de decir nada.
Nadie estaba en condiciones de continuar, así que se atrincheraron lo mejor que pudieron en una habitación en ruinas llena de alambiques oxidados y polvorientos, y de tarros cuyos contenidos hacía tiempo que se habían convertido en polvo. Aquel lugar daba la impresión de llevar en ruinas desde la noche de los tiempos, aunque era probable que sólo llevara unas cuantas décadas en ese estado. Un siglo o dos como mucho. Pero las construcciones humanas no solían aguantar demasiado bien el paso del tiempo, al igual que aquellos que las habían edificado. Por alguna razón, ese pensamiento le resultó deprimente a la joven elfa.
Unas pocas horas más tarde, ya debía ser plena noche en el exterior, recibieron la inesperada visita de Timber, el lobo de Xhaena, que portaba unas bayas mágicas, regalo de su dueña, con las que lograron sanar al clérigo. Por desgracia, el estúpido humano había decidido salir al exterior para sus rezos matutinos en vez de realizarlos en la relativa seguridad de la sala donde se habían parapetado. Este ritual era necesario para restaurar sus poderes sanadores, de los que andaban desesperadamente necesitados. El clérigo fue emboscado por dos esqueletos animados, que volvieron a dejarlo inconsciente, y suerte tuvo de que el bárbaro, Denay, hubiera decidido acompañarlo. Cora se preguntó en qué clase de mundo enloquecido podía un salvaje superar en sentido común a un sacerdote instruido.
Además, la presencia de los esqueletos era más que perturbadora. Aunque no era ninguna experta, se suponía que los no muertos sólo podían subsistir en un puñado de lugares esparcidos por todo el mundo, aquellos malditos en los que las energías necróticas se derramaban por el mundo. Y se suponía que aquellas catacumbas no eran en absoluto uno de esos lugares. Presintió que algo estaba yendo terriblemente mal en aquel lugar. No se sintió muy optimista en ese momento, y su ánimo había decaído aún más cuando debieron permanecer dos días más en aquel espantoso lugar, sin nada que hacer salvo mirar las paredes. Se quedaron hasta que se recuperaron lo suficiente para estar en condiciones de continuar su misión con alguna mínima posibilidad.
Después de eso, habían sido emboscados por unas monstruosas arañas gigantes, que cerca estuvieron de acabar con ellos, y que dejaron a Saiban y Denay debilitados por su veneno. Aquello reforzó el presentimiento ominoso de la elfa. Las arañas, y en especial las gigantes, habían tenido un significado de mala premonición para los suyos desde la noche de los tiempos.
Siguieron avanzando hasta que poco después se encontraron cara acara con una docena de esqueletos, liderados por uno con una estatura que excedería los nueve pies, que probablemente habría pertenecido a un ogro tiempo atrás. Antes de que Garret pudiera reunir las energías luminosas, que harían retroceder a aquellas abominaciones, el gigantesco esqueleto se abalanzó sobre ellos. Saiban, el discípulo de Xhaena, había dado un paso al frente, pero no fue rival para el monstruoso no-muerto, que de un solo zarpazo le destrozó la garganta y le rompió el cuello, matándolo casi en el acto. Lo único que pudieron hacer por el infortunado muchacho fue vengarle, cuando Garret finalmente logró dispersar y paralizar a esas cosas con sus poderes sagrados.
Tras el combate, envolvieron respetuosamente a Saiban en su propia capa. Heridos y totalmente exhaustos, descansaron una pocas horas, contemplando unas enormes puertas bellamente labradas que se alzaban ante ellos. Fuera lo que fuese lo que había al otro lado, todos intuían que iba a ser el mayor desafío que se habían encontrado hasta el momento.
martes, 23 de febrero de 2010
El sueño de Kayrion X
Al rato regresó Dannelle. En una voz muy baja, poco más que un susurro, le dijo.
-“Ya está más calmada. Creo que deberías hablar con ella a solas. Está un poco asustada por todo esto, pero es una chica valiente. Todo esto la supera. Es lista, lo acabará entendiendo, pero necesitará algo de tiempo. No te preocupes, sé que te acabará queriendo. Eres el hombre más bueno que he conocido y sabes hacerte querer, así que ten confianza en ti mismo. Además, creo que llevaba tiempo queriendo conocerte, es solo que le ha pillado demasiado de sorpresa. Le he dicho que vas a curarle el pie, ¿podrías?”
-“Sí, claro… Ya sabes que no hay ningún problema por eso”- asintió.
-“Creo que se ha roto un dedo.”
-“Podré arreglarlo, no te preocupes.”
-“Lo sé.”- dijo con tono y mirada de tener toda su confianza puesta en él.
Kayrion se maldijo mentalmente. Incluso después de todo ese tiempo y todo lo que le había hecho, ella seguía sabiendo cuando necesitaba calmarse un poco, y cómo hacerlo. Se preguntó en qué situación le dejaba el hecho de que una de las personas que mejor le conocía le hubiera podido juzgar tan mal. Llegó a plantearse si Dannelle no habría tenido algo de razón, después de todo. Finalmente hizo de tripas corazón y se dirigió a la habitación de Janice. Mientras tomaba aire antes de abrir la puerta, Dannelle le puso la mano en el hombro. Se volvió y sus miradas se encontraron.
-“Sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero hay algo que tengo que pedirte. Por favor, no le digas nada de lo que hacía antes.”
-“¿No se lo has contado? ¿Por qué? Debería saberlo, y estaría orgullosa de todo lo que hiciste. ¿Es que te avergüenzas de aquello?”
-“No, no es eso. Sé que sólo hice lo que tenía que hacer. Me puedo arrepentir de muchas cosas, pero no de eso. Sólo quiero que no se sienta rara. Ya sabes… Es muy probable que ella herede mi poder.”- Sus ojos crepitaron por un instante, cargados de energía psiónica.-“Aún es muy pequeña para que sepa que seguramente algún día tendrá que cargar con esto. Con esta mezcla de maldición y don.”- vaciló por unos instantes. –“Aunque no sé si en realidad no se lo he contado por eso… o porque me da miedo que sepa toda la sangre que he derramado… Creo que intuye algo, pero no quiero que sepa que su madre fue una de las guerreras más salvajes de la última generación. Por favor…”
-“La mayoría estaría orgulloso de haber luchado, ¿sabes? Fue algo digno de ser contado. Y estoy seguro de que cualquier niño se enorgullecería de que su madre hubiera combatido como tú lo hiciste. Pero está bien. Si no quieres no se lo diré.”- reflexionó sobre un instante y continuó –“¿Y le contaste algo sobre mí? ¿O sobre lo que hice yo?”
-“Sí. Se lo conté todo. Quería que estuviera orgullosa de ti, que te conociera todo lo posible, aunque nunca te hubiera visto.”
Kayrion se preguntó cómo podía estar orgullosa de lo que había hecho él y avergonzarse de lo que había hecho ella, teniendo en cuenta que siempre habían combatido codo con codo, pero Danelle le interrumpió empujándole suavemente hacia la puerta y diciéndole. –“Ya hablaremos luego. Será mejor que no la hagas esperar más. Suerte…”
-“Ya está más calmada. Creo que deberías hablar con ella a solas. Está un poco asustada por todo esto, pero es una chica valiente. Todo esto la supera. Es lista, lo acabará entendiendo, pero necesitará algo de tiempo. No te preocupes, sé que te acabará queriendo. Eres el hombre más bueno que he conocido y sabes hacerte querer, así que ten confianza en ti mismo. Además, creo que llevaba tiempo queriendo conocerte, es solo que le ha pillado demasiado de sorpresa. Le he dicho que vas a curarle el pie, ¿podrías?”
-“Sí, claro… Ya sabes que no hay ningún problema por eso”- asintió.
-“Creo que se ha roto un dedo.”
-“Podré arreglarlo, no te preocupes.”
-“Lo sé.”- dijo con tono y mirada de tener toda su confianza puesta en él.
Kayrion se maldijo mentalmente. Incluso después de todo ese tiempo y todo lo que le había hecho, ella seguía sabiendo cuando necesitaba calmarse un poco, y cómo hacerlo. Se preguntó en qué situación le dejaba el hecho de que una de las personas que mejor le conocía le hubiera podido juzgar tan mal. Llegó a plantearse si Dannelle no habría tenido algo de razón, después de todo. Finalmente hizo de tripas corazón y se dirigió a la habitación de Janice. Mientras tomaba aire antes de abrir la puerta, Dannelle le puso la mano en el hombro. Se volvió y sus miradas se encontraron.
-“Sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero hay algo que tengo que pedirte. Por favor, no le digas nada de lo que hacía antes.”
-“¿No se lo has contado? ¿Por qué? Debería saberlo, y estaría orgullosa de todo lo que hiciste. ¿Es que te avergüenzas de aquello?”
-“No, no es eso. Sé que sólo hice lo que tenía que hacer. Me puedo arrepentir de muchas cosas, pero no de eso. Sólo quiero que no se sienta rara. Ya sabes… Es muy probable que ella herede mi poder.”- Sus ojos crepitaron por un instante, cargados de energía psiónica.-“Aún es muy pequeña para que sepa que seguramente algún día tendrá que cargar con esto. Con esta mezcla de maldición y don.”- vaciló por unos instantes. –“Aunque no sé si en realidad no se lo he contado por eso… o porque me da miedo que sepa toda la sangre que he derramado… Creo que intuye algo, pero no quiero que sepa que su madre fue una de las guerreras más salvajes de la última generación. Por favor…”
-“La mayoría estaría orgulloso de haber luchado, ¿sabes? Fue algo digno de ser contado. Y estoy seguro de que cualquier niño se enorgullecería de que su madre hubiera combatido como tú lo hiciste. Pero está bien. Si no quieres no se lo diré.”- reflexionó sobre un instante y continuó –“¿Y le contaste algo sobre mí? ¿O sobre lo que hice yo?”
-“Sí. Se lo conté todo. Quería que estuviera orgullosa de ti, que te conociera todo lo posible, aunque nunca te hubiera visto.”
Kayrion se preguntó cómo podía estar orgullosa de lo que había hecho él y avergonzarse de lo que había hecho ella, teniendo en cuenta que siempre habían combatido codo con codo, pero Danelle le interrumpió empujándole suavemente hacia la puerta y diciéndole. –“Ya hablaremos luego. Será mejor que no la hagas esperar más. Suerte…”
Alas de Dragón IV
IV
Gilian pensó que el tiempo estaba acabándose. Que estaban jodidos. No tenía ni idea del tiempo que llevaba en aquella maldita sala. Varios días, seguro, pero quizás sólo dos, quizás cuatro. A la halfling se le habían hecho más largos que un mes. Bastante malo era estar en una habitación sellada que se llenaba de agua a un ritmo agónicamente lento, en unas catacumbas abandonadas largo tiempo atrás, pero desde unas horas atrás Thorcrim y ella habían tenido que empezar a hacer auténticas virguerías para lograr que Garret siguiera respirando. El clérigo seguía grogui después del último combate, y en todo el tiempo transcurrido aún no se había despertado, aunque para lo que había que ver, casi que mejor para él. Si no fuera por el costrón de sangre seca que tenía en un lado de la cabeza, parecería que sólo estaba dormido. Qué cara de paz que tenía el jodío, pensó con amargura. Sólo le faltaba el pijamita y el osito de peluche. Y mientras tanto, el enano y ella tratando de apilar todos los muebles de la habitación para que siguiera teniendo la cabeza fuera del agua, y llevaban ya cerca de dos días sin dormir.
Los bardos solían hablar bien sobre los valientes clérigos que apoyaban a sus compañeros valientemente desde la primera línea de batalla, pero lo que sus canciones no decían era qué demonios hacía el resto cuando el que necesitaba ser remendado era precisamente el sanador.
Recapituló cómo habían llegado a meterse en esa situación. La habían llamado de palacio. Bueno, casi que la habían llevado a rastras, pero en cualquier caso necesitaban dinero para el orfanato, y rápido. Para su sorpresa, la llevaron ante la Reina Zane en persona. Le pareció uno de los seres más desagradables que había conocido, y eso que se había pasado media vida en los bajos fondos de las ciudades más duras de Areos. Mil veces peor que su aspecto era su histriónica y autocomplaciente risa. El caso era que quería que recuperaran una joya que le habían robado, un rubí enorme, pero que tenían información de que podía estar en las catacumbas de un monasterio abandonado. Dijo que no iba a mandar a la Guardia Alexandrina o a los rastreadores de St Coubert para buscar a un vulgar raterillo del tres al cuarto, así que la mandaría a ella y a otro mercenario, junto con un clérigo de Shiva. Por lo que sabía sobre la profesión, Gilian tenía serias dudas de que un vulgar raterillo hubiera sido capaz de colarse sin más en un lugar tan vigilado como el palacio, pero, sensatamente, se abstuvo de comentarlo. Eso sí, pensó para sus adentros que enviar a tres novatos contra alguien capaz de robar el rubí distaba de ser sensato. El problema era que no podía negarse, y comprendía demasiado bien que el que no regresaran jamás no era algo que le fuera a quitar el sueño a la reina. Simplemente se limitaría a enviar a otro grupo, quizás algo más experimentado. Se sentía como el gusano en el anzuelo, pero no quedaba otra.
El camino hacia el monasterio no fue demasiado complicado. Tras cruzar el bosque y enfrentarse a un grupo de goblins de aspecto miserable, a los que machacaron sin muchas complicaciones, llegaron al monasterio. Allí fue donde las cosas empezaron a tocerse. Lo primero, porque no encontraron ni rastro de los ladrones, y segundo, porque lo que sí se encontraron fue con toda una serie de monstruos que se habían instalado en el lugar. Orcos y arañas gigantes campaban por todas partes. Hubo un par de combates en los que pensó que no lo conseguirían.
Por suerte, Thorcrim y ella habían congeniado bien, y el enano atraía la atención de sus adversarios mientras ella buscaba un hueco en sus defensas. El tipo era duro, y encajaba bien los golpes. No le gustaba mucho hablar, pero ella tampoco es que fuera muy parlanchina, así que se llevaban bien. Además, parecía que tenía una cierta fijación con proteger cualquier cosa que fuera más pequeña que él, lo que le venía muy bien. Parecía buen tipo.
Garret tampoco es que hablara mucho, pero tampoco parecía mala persona. Estaba bien eso de tener algo de magia de sanación, para variar. Pero por desgracia el clérigo parecía tener la extraña habilidad de estar ahí donde hubiera un golpe, así que se tenía que curar a sí mismo más que a ningún otro.
Finalmente, en el último combate, Garret había recibido un mazazo en un lado de la cabeza y había quedado inconsciente. Afortunadamente, o eso pensaron en ese momento, se habían encontrado con un una sala con paredes mucho mejor trabajadas que el resto, que parecía más una cueva que túneles construidos por el hombre. Parecía un buen lugar donde descansar un poco, y falta les hacía. Pero apenas habían entrado, las puertas se habían sellado con gruesas losas de piedra y había comenzado a entrar agua. Poco a poco. Tan poco a poco que Gilian se preguntó qué clase de enfermo retorcido habría diseñado esa trampa. Ahora, casi tres días después de haber entrado, se les había acabado la comida, pero eso iba a dejar de ser un problema en breve Al menos, pensó con ironía, no les faltaría agua. El líquido elemento estaba a punto de llegar al techo.
Finalmente, le fallaron las fuerzas para seguir nadando, y lentamente comenzó a hundirse, hasta que la manaza de Thorcrim la cogió por el pescuezo y la subió a la superficie. Iba a decirle que la soltara, que no merecía la pena seguir luchando, cuando o oyó un ruido de piedra moviéndose. Y de repente, toda el agua que se había estado acumulando durante todo aquel tiempo se precipitó de golpe por la puerta, que alguien o algo había vuelto a abrir. La riada que se formó los arrastró sin remedio, hasta que al cabo de unos instantes, Gilian se encontró tirada de bruces en un pasillo, calada hasta los huesos y escupiendo el agua que había tragado. A su lado, Thorcrim maldecía dolorido mientras trataba de quitarse de encima a Garret, que había caído sobre él. Parecía un enorme perro de lanas mojado.
Hasta unos instantes más tarde no se percataron de que encontraba ante tres perfectos desconocidos, acompañados de Cora, la elfa que la había ayudado unos días atrás.
Gilian pensó que el tiempo estaba acabándose. Que estaban jodidos. No tenía ni idea del tiempo que llevaba en aquella maldita sala. Varios días, seguro, pero quizás sólo dos, quizás cuatro. A la halfling se le habían hecho más largos que un mes. Bastante malo era estar en una habitación sellada que se llenaba de agua a un ritmo agónicamente lento, en unas catacumbas abandonadas largo tiempo atrás, pero desde unas horas atrás Thorcrim y ella habían tenido que empezar a hacer auténticas virguerías para lograr que Garret siguiera respirando. El clérigo seguía grogui después del último combate, y en todo el tiempo transcurrido aún no se había despertado, aunque para lo que había que ver, casi que mejor para él. Si no fuera por el costrón de sangre seca que tenía en un lado de la cabeza, parecería que sólo estaba dormido. Qué cara de paz que tenía el jodío, pensó con amargura. Sólo le faltaba el pijamita y el osito de peluche. Y mientras tanto, el enano y ella tratando de apilar todos los muebles de la habitación para que siguiera teniendo la cabeza fuera del agua, y llevaban ya cerca de dos días sin dormir.
Los bardos solían hablar bien sobre los valientes clérigos que apoyaban a sus compañeros valientemente desde la primera línea de batalla, pero lo que sus canciones no decían era qué demonios hacía el resto cuando el que necesitaba ser remendado era precisamente el sanador.
Recapituló cómo habían llegado a meterse en esa situación. La habían llamado de palacio. Bueno, casi que la habían llevado a rastras, pero en cualquier caso necesitaban dinero para el orfanato, y rápido. Para su sorpresa, la llevaron ante la Reina Zane en persona. Le pareció uno de los seres más desagradables que había conocido, y eso que se había pasado media vida en los bajos fondos de las ciudades más duras de Areos. Mil veces peor que su aspecto era su histriónica y autocomplaciente risa. El caso era que quería que recuperaran una joya que le habían robado, un rubí enorme, pero que tenían información de que podía estar en las catacumbas de un monasterio abandonado. Dijo que no iba a mandar a la Guardia Alexandrina o a los rastreadores de St Coubert para buscar a un vulgar raterillo del tres al cuarto, así que la mandaría a ella y a otro mercenario, junto con un clérigo de Shiva. Por lo que sabía sobre la profesión, Gilian tenía serias dudas de que un vulgar raterillo hubiera sido capaz de colarse sin más en un lugar tan vigilado como el palacio, pero, sensatamente, se abstuvo de comentarlo. Eso sí, pensó para sus adentros que enviar a tres novatos contra alguien capaz de robar el rubí distaba de ser sensato. El problema era que no podía negarse, y comprendía demasiado bien que el que no regresaran jamás no era algo que le fuera a quitar el sueño a la reina. Simplemente se limitaría a enviar a otro grupo, quizás algo más experimentado. Se sentía como el gusano en el anzuelo, pero no quedaba otra.
El camino hacia el monasterio no fue demasiado complicado. Tras cruzar el bosque y enfrentarse a un grupo de goblins de aspecto miserable, a los que machacaron sin muchas complicaciones, llegaron al monasterio. Allí fue donde las cosas empezaron a tocerse. Lo primero, porque no encontraron ni rastro de los ladrones, y segundo, porque lo que sí se encontraron fue con toda una serie de monstruos que se habían instalado en el lugar. Orcos y arañas gigantes campaban por todas partes. Hubo un par de combates en los que pensó que no lo conseguirían.
Por suerte, Thorcrim y ella habían congeniado bien, y el enano atraía la atención de sus adversarios mientras ella buscaba un hueco en sus defensas. El tipo era duro, y encajaba bien los golpes. No le gustaba mucho hablar, pero ella tampoco es que fuera muy parlanchina, así que se llevaban bien. Además, parecía que tenía una cierta fijación con proteger cualquier cosa que fuera más pequeña que él, lo que le venía muy bien. Parecía buen tipo.
Garret tampoco es que hablara mucho, pero tampoco parecía mala persona. Estaba bien eso de tener algo de magia de sanación, para variar. Pero por desgracia el clérigo parecía tener la extraña habilidad de estar ahí donde hubiera un golpe, así que se tenía que curar a sí mismo más que a ningún otro.
Finalmente, en el último combate, Garret había recibido un mazazo en un lado de la cabeza y había quedado inconsciente. Afortunadamente, o eso pensaron en ese momento, se habían encontrado con un una sala con paredes mucho mejor trabajadas que el resto, que parecía más una cueva que túneles construidos por el hombre. Parecía un buen lugar donde descansar un poco, y falta les hacía. Pero apenas habían entrado, las puertas se habían sellado con gruesas losas de piedra y había comenzado a entrar agua. Poco a poco. Tan poco a poco que Gilian se preguntó qué clase de enfermo retorcido habría diseñado esa trampa. Ahora, casi tres días después de haber entrado, se les había acabado la comida, pero eso iba a dejar de ser un problema en breve Al menos, pensó con ironía, no les faltaría agua. El líquido elemento estaba a punto de llegar al techo.
Finalmente, le fallaron las fuerzas para seguir nadando, y lentamente comenzó a hundirse, hasta que la manaza de Thorcrim la cogió por el pescuezo y la subió a la superficie. Iba a decirle que la soltara, que no merecía la pena seguir luchando, cuando o oyó un ruido de piedra moviéndose. Y de repente, toda el agua que se había estado acumulando durante todo aquel tiempo se precipitó de golpe por la puerta, que alguien o algo había vuelto a abrir. La riada que se formó los arrastró sin remedio, hasta que al cabo de unos instantes, Gilian se encontró tirada de bruces en un pasillo, calada hasta los huesos y escupiendo el agua que había tragado. A su lado, Thorcrim maldecía dolorido mientras trataba de quitarse de encima a Garret, que había caído sobre él. Parecía un enorme perro de lanas mojado.
Hasta unos instantes más tarde no se percataron de que encontraba ante tres perfectos desconocidos, acompañados de Cora, la elfa que la había ayudado unos días atrás.
jueves, 18 de febrero de 2010
El sueño de Kayrion IX
A los pocos segundos Janice entró como una exhalación en la casa, seguida de cerca por el cachorrito, y más de lejos por el perro grande, que se quedó en la puerta. En sus manos llevaba con cuidado una pequeña cesta con algunos huevos, que le mostró orgullosa a su madre, con carita de no haber roto un plato en su vida. Se los entregó y se dirigió a Kayrion.
“Hola, Kayrion. Era Kayrion, ¿no? ¿Ya habéis hablado? No me dijiste que tenías que hablar con mi mamá. ¿La conocías ya? No habrás dicho alguna tontería como el otro im… el caballero tonto ese que te conté, ¿verdad que no? ¿Te vas a ir ahora? ¿Vas a volver a llamar al caballo ese? Quiero verlo. Porque antes lo vi, claro, pero estaba encima y no es lo mismo. Y iba muy lento. Seguro que corre mucho. ¿A que sí?...”
Dannelle puso su mano sobre el hombro de su hija. Con voz suave le dijo. “No, cariño, no se va a ir. Y sí que nos conocíamos, desde hace mucho tiempo, antes de que tú nacieras. Porque él es…” – su voz le falló por un instante-“es tu padre.”
La pequeña abrió desmesuradamente los ojos mirando al caballero, que se agachó ante ella para estar más a la altura de la pequeña. En su cara se formó una mueca de incredulidad.
-“¿Que tú eres mi papá? Pero… ¿Seguro? Como…”- Por primera vez desde que Kayrion la conocía, la niña pareció quedarse sin palabras.
Kayrion se sintió desfallecer. Finalmente fue capaz de articular-“Sí Janice. Lo soy…”
La niña se acercó al paladín, que se agachó y abrió los brazos para recibir a su hija. Tenía una sensación extraña, una mezcla de alegría y de pánico, de emoción y de responsabilidad…
De repente la niña se puso roja de ira y le dio un puñetazo en la muejilla, seguido de una patada en la espinilla. Sólo gritó una cosa: “¡Cabrón!”
Kayrion jamás se habría imaginado que Janice pudiera golpear con tanta fuerza, y sobre todo con tanta rabia. Evidentemente, Kayrion había sufrido ataques mucho más contundentes a lo largo de su vida, pero pocas cosas le habían herido tan profundamente. A pesar de que la niña se tenía que haber hecho daño en el pié al golpear la coraza de su pierna, salió corriendo en dirección a la puerta. Kayrion se quedó paralizado, contemplando la escena como si de repente el tiempo se hubiera ralentizado. Lo vio todo notando cada mínimo detalle, pero sin oír nada, como si estuviera contemplando una pintura o una ilusión. No se percató de que Dannelle había comenzado a moverse hasta que vio que le había cortado el paso a su hija y la retenía entre los brazos. Le dijo algo que no comprendió a la pequeña, que había empezado a llorar. Después se la llevó escaleras arriba.
Kayrion se sintió enfermo, peor de lo que se había sentido en años, como un alma en pena. Poco a poco recuperaba el sentido del tiempo y la realidad. Si no fuera por el pequeño hilo de sangre que le manaba del labio, casi podría decir que lo que acababa de ocurrir no había sido real. Aquello no tenía ningún sentido. No tenía ni idea de qué debía hacer. Quizás lo mejor era abandonar esa casa e instalarse en cualquier otra del pueblo. Lo importante era estar cerca de Janice, y no estaba nada seguro de querer vivir bajo el techo de Dannelle.
Al poco Dannelle volvió a aparecer por las escaleras, con la expresión nuevamente triste y cansada. Kayrion pensó por un momento que iba a pedirle que se marchara, pero lo que hizo fue un gesto para que la siguiera. Asintió y sin pronunciar palabra la siguió por las escaleras y un pasillo hasta llegar a una espaciosa habitación, un dormitorio. Adivinó que no se trataba de la habitación de Dannelle, ni tampoco la de Janice. Estaba decorada con esmero, pero parecía poco usada, todo demasiado nuevo. Era una habitación de invitados, y Dannelle le hizo un gesto que se acomodara.
Kayrion dudó. –“Quizás no sea una buena idea. Igual debería…”
Ella le interrumpió poniendo el índice sobre sus labios, como solía hacer hacía tanto tiempo, y negó con la cabeza, adivinando lo que iba a decir. “Kayrion, Tienes que quedarte, te lo ruego. Siento lo que ha pasado, es todo culpa mía, pero tienes que quedarte. Nuestra hija te necesita, ahora lo sé más que nunca. Ahora sé que crecer sin padre le ha hecho mucho más daño del que imaginaba. Y yo… Por favor… Ponte cómodo, cámbiate y aséate un poco. Yo voy a hablar un poco con ella, pero después tiene que hablar contigo. Por favor…” Se quedó mirándole a los ojos con expresión suplicante hasta que el paladín asintió. Después le limpió la sangre del rostro con su pañuelo y se marchó a otra habitación.
Kayrion comenzó a quitarse la coraza lentamente, colocando las piezas sobre un maniquí portaarmaduras que había en un rincón, y después se sentó sobre el edredón azul de la cama. Vio una palangana con agua y diversos instrumentos de aseo, junto a un pequeño altarcillo de Shiva. Era posible que todo eso estuviera ahí acomodarse a los gustos de Garret y Valadia, para las visitas Dannelle que había mencionado, pero el paladín intuyó que no era ese el motivo de la peculiar decoración de la habitación.
Una vez libre de su armadura, se lavó la cara y las manos y se cambió el conjunto acolchado que llevaba por unos ropajes más ligeros que llevaba en las alforjas. Después se santiguó ante el altar y rezó para que Shiva le ayudase a tomar las decisiones correctas. Dejó de hacerlo en cuanto se dio cuenta de que tenía la mente demasiado dispersa y llena de dudas para rezar como era debido. Consideró que habría sido una falta de respeto continuar en ese estado.
“Hola, Kayrion. Era Kayrion, ¿no? ¿Ya habéis hablado? No me dijiste que tenías que hablar con mi mamá. ¿La conocías ya? No habrás dicho alguna tontería como el otro im… el caballero tonto ese que te conté, ¿verdad que no? ¿Te vas a ir ahora? ¿Vas a volver a llamar al caballo ese? Quiero verlo. Porque antes lo vi, claro, pero estaba encima y no es lo mismo. Y iba muy lento. Seguro que corre mucho. ¿A que sí?...”
Dannelle puso su mano sobre el hombro de su hija. Con voz suave le dijo. “No, cariño, no se va a ir. Y sí que nos conocíamos, desde hace mucho tiempo, antes de que tú nacieras. Porque él es…” – su voz le falló por un instante-“es tu padre.”
La pequeña abrió desmesuradamente los ojos mirando al caballero, que se agachó ante ella para estar más a la altura de la pequeña. En su cara se formó una mueca de incredulidad.
-“¿Que tú eres mi papá? Pero… ¿Seguro? Como…”- Por primera vez desde que Kayrion la conocía, la niña pareció quedarse sin palabras.
Kayrion se sintió desfallecer. Finalmente fue capaz de articular-“Sí Janice. Lo soy…”
La niña se acercó al paladín, que se agachó y abrió los brazos para recibir a su hija. Tenía una sensación extraña, una mezcla de alegría y de pánico, de emoción y de responsabilidad…
De repente la niña se puso roja de ira y le dio un puñetazo en la muejilla, seguido de una patada en la espinilla. Sólo gritó una cosa: “¡Cabrón!”
Kayrion jamás se habría imaginado que Janice pudiera golpear con tanta fuerza, y sobre todo con tanta rabia. Evidentemente, Kayrion había sufrido ataques mucho más contundentes a lo largo de su vida, pero pocas cosas le habían herido tan profundamente. A pesar de que la niña se tenía que haber hecho daño en el pié al golpear la coraza de su pierna, salió corriendo en dirección a la puerta. Kayrion se quedó paralizado, contemplando la escena como si de repente el tiempo se hubiera ralentizado. Lo vio todo notando cada mínimo detalle, pero sin oír nada, como si estuviera contemplando una pintura o una ilusión. No se percató de que Dannelle había comenzado a moverse hasta que vio que le había cortado el paso a su hija y la retenía entre los brazos. Le dijo algo que no comprendió a la pequeña, que había empezado a llorar. Después se la llevó escaleras arriba.
Kayrion se sintió enfermo, peor de lo que se había sentido en años, como un alma en pena. Poco a poco recuperaba el sentido del tiempo y la realidad. Si no fuera por el pequeño hilo de sangre que le manaba del labio, casi podría decir que lo que acababa de ocurrir no había sido real. Aquello no tenía ningún sentido. No tenía ni idea de qué debía hacer. Quizás lo mejor era abandonar esa casa e instalarse en cualquier otra del pueblo. Lo importante era estar cerca de Janice, y no estaba nada seguro de querer vivir bajo el techo de Dannelle.
Al poco Dannelle volvió a aparecer por las escaleras, con la expresión nuevamente triste y cansada. Kayrion pensó por un momento que iba a pedirle que se marchara, pero lo que hizo fue un gesto para que la siguiera. Asintió y sin pronunciar palabra la siguió por las escaleras y un pasillo hasta llegar a una espaciosa habitación, un dormitorio. Adivinó que no se trataba de la habitación de Dannelle, ni tampoco la de Janice. Estaba decorada con esmero, pero parecía poco usada, todo demasiado nuevo. Era una habitación de invitados, y Dannelle le hizo un gesto que se acomodara.
Kayrion dudó. –“Quizás no sea una buena idea. Igual debería…”
Ella le interrumpió poniendo el índice sobre sus labios, como solía hacer hacía tanto tiempo, y negó con la cabeza, adivinando lo que iba a decir. “Kayrion, Tienes que quedarte, te lo ruego. Siento lo que ha pasado, es todo culpa mía, pero tienes que quedarte. Nuestra hija te necesita, ahora lo sé más que nunca. Ahora sé que crecer sin padre le ha hecho mucho más daño del que imaginaba. Y yo… Por favor… Ponte cómodo, cámbiate y aséate un poco. Yo voy a hablar un poco con ella, pero después tiene que hablar contigo. Por favor…” Se quedó mirándole a los ojos con expresión suplicante hasta que el paladín asintió. Después le limpió la sangre del rostro con su pañuelo y se marchó a otra habitación.
Kayrion comenzó a quitarse la coraza lentamente, colocando las piezas sobre un maniquí portaarmaduras que había en un rincón, y después se sentó sobre el edredón azul de la cama. Vio una palangana con agua y diversos instrumentos de aseo, junto a un pequeño altarcillo de Shiva. Era posible que todo eso estuviera ahí acomodarse a los gustos de Garret y Valadia, para las visitas Dannelle que había mencionado, pero el paladín intuyó que no era ese el motivo de la peculiar decoración de la habitación.
Una vez libre de su armadura, se lavó la cara y las manos y se cambió el conjunto acolchado que llevaba por unos ropajes más ligeros que llevaba en las alforjas. Después se santiguó ante el altar y rezó para que Shiva le ayudase a tomar las decisiones correctas. Dejó de hacerlo en cuanto se dio cuenta de que tenía la mente demasiado dispersa y llena de dudas para rezar como era debido. Consideró que habría sido una falta de respeto continuar en ese estado.
viernes, 22 de enero de 2010
Alas de Dragón III
III
Caía la tarde sobre los suburbios exteriores de la ciudad de Alexandria. En el interior de una pequeña casa, poco más que una cabaña, no muy diferente de todas las demás que la rodeaban, salvo por el emblema de una espada atravesando una luna helada pintado, sin demasiado arte, sobre el dintel de la puerta, un joven hechicero se echaba por fin a descansar. Estaba un poco aburrido, después de haber acabado sus tareas, más o menos, pero no podía salir de la casa porque le tocaba hacer de niñera del bárbaro que Garret y él, se habían encontrado dos días atrás, que seguía inconsciente. Qué demonios, pensó, estaba tremendamente aburrido.
Garret había comenzado a cuidar al bárbaro del norte, y pensaba que había sido víctima de algún conjuro bastante desagradable, porque no parecía tener ninguna herida física seria ni padecer ninguna enfermedad. Viendo que no le había matado y que no parecía empeorar con el tiempo, más bien lo contrario, Garret había deducido que lo que necesitaba aquel tipo no era más que unos días de reposo. El hechicero pensó que para eso tampoco hacía falta pasarse años estrujándose la cabeza estudiando magia y sanación, pero bueno, no era cosa suya. Ni siquiera se habían molestado en quitarle la ropa, sólo esa armadura herrumbrosa que llevaba. Eso era algo de lo que Daemigoth se sintió sinceramente agradecido. Bastante malo era de estar de niñera de un tío noqueado como para tener que andar lavándole con una esponjita. Además, el tío era un salvaje, igual al despertarse se tomaba a mal que le hubieran quitado sus pinturas espirituales de guerra, su costra ritual de roña o lo que fuera, quién sabía.
De todas formas, tampoco es que tuviera un aspecto demasiado impresionante. Se suponía que los hombres del norte eran muy altos y musculosos, pero ese no es que fuera un enano, pero era un poco más bajo que él, y, aunque de musculatura fibrosa, era bastante delgado, un poco tirillas. En cualquier caso, viendo lo que le había hecho a aquel zombi estando en las últimas, tampoco es que fuera para tomárselo a broma.
Voviendo a Garret, el caso era que al día siguiente de que aparecieran aquellos zombis le llamaron de palacio. Aquello no solía ser una buena noticia, no era ningún secreto que la presencia del clérigo era incómoda para algunos burócratas, que le permitían quedarse y le hacían míseras concesiones a cambio de que les hiciera algunos recados, como había sido acondicionar aquel cementerio dejado de la mano de todos los dioses habidos y por haber.
Lo malo era que Garret se había tomado la confidencialidad de la misión en serio, así que no le había dado detalles más allá de que tenían que ir a un antiguo monasterio abandonado al sureste, pero los rumores callejeros decían que le habían enviado a recuperar algo que alguien había robado, bien al templo de Heironeous, bien al propio palacio, según la versión que uno quisiera creer. Por lo visto no le habían mandado solo, sino con otros tipos, una halfling relacionada con un horfanato, que estaba básicamente en las misma tesitura que Garret, la de que o iba a hacer el trabajo sucio o le cerraban el chiringuito.
Lo único en lo que se ponían de acuerdo los rumores era que el tercero en discordia era un enano. Unos decían que era un enano defensor, el equivalente a un caballero enano de elite, que había llegado como embajador de las montañas del norte, y al que le habían pedido que ayudara a recuperar el misterioso tesoro perdido como muestra de buena voluntad. Según otros, era un clérigo del dios enano, Móradin, y que lo que buscaban era una reliquia perdida de su templo, no algo de Alexandria. Y otros decían que no era más que un mercenario y un mensajero, un pringado a sueldo, en definitiva. Con la suerte que estaban teniendo últimamente, Daemigoth imaginó que lo más probable era que la tercera teoría fuera la correcta.
Se suponía que no iban a tardar más que dos días, uno para ir y encontrar lo que fuera y otro para volver, pero el plazo había concluido y no había ni rastro de ellos, y Daemigoth empezaba a estar preocupado. Garret podría ser un plasta santurrón, pero le había acogido cuando el resto del mundo le había dado la espalda, mientras aprendía a controlar sus poderes, en un momento en el que el joven hechicero era un constante peligro para todos los que le rodeaban, ya que podía comenzar a arrojar llamas o relámpagos sin control en cuanto se enfadaba, asustaba o, sencillamente, se encontraba incómodo.
Ya había decidido que si al amanecer del día siguiente no habían regresado, partiría en su búsqueda, y ya había localizado cierta ayuda. A través del orfanato donde trabajaba la halfling que había acompañado a Garret se había enterado de que había una mercenaria elfa llamada Cora que podía estar interesada en acompañarle a cambio de una parte de la recompensa que fueran a recibir por la misión. Además, parecía que conocía a la halfling y al enano, y que habían colaborado en un combate contra unos bandidos. Esa elfa parecía un poco engreída, pero nada que coincidiera con la reputación de su pueblo. Sólo cabía esperar que también fuera tan buena arquera como solía decirse. Los elfos del norte llevaban años matándose entre sí en una sangrienta guerra civil, así que podía esperarse que cualquiera de ellos que hubiera logrado sobrevivir hasta aquellas fechas estuviera versado en combatir. No podía estar seguro de que fuera totalmente de fiar, pero el número de personas en el que alguien como él, criado en las calles, confiaba era realmente escaso. Al menos la elfa estaba bastante buena, así que no sería un gran sacrificio pasarse unos días con ella, pensó.
Después comenzó a hacer algunos preparativos, como reunir provisiones, buscarse un mapa de la zona y ese tipo de cosas. Se suponía que no estarían fuera más que un par de días, pero se suponía que eso era el tiempo que Garret iba a tardar en volver. Pensó entonces que tendría que pedir a alguna amiga que se encargara del tipo en coma.
Entonces Daemigoth comenzó a oír movimiento en la habitación de invitados. Parecía que el bárbaro finalmente se había despertado. Cuando el hechicero entró en la habitación, pareció sobresaltarse, pero recuperó la compostura rápidamente y un instante después ya se había puesto de pie y miraba fijamente al que había sido su cuidador a los ojos, con un cierto aire de desafío. Aunque algo desorientado, parecía estar de nuevo en forma, de modo que Daemigoth decidió pedirle ayuda para rescatar a Garret.
Afortunadamente para él, el bárbaro, que se presentó como Denay, de las tribus Kehay, recordaba al clérigo y que le había ayudado, de modo que aceptó sin hacer preguntas. Ni siquiera quiso saber dónde ni preguntó por una recompensa. Asuntos de honor o alguna chorrada semejante, pensó el hechicero, cualquiera habría pedido algo a cambio sin necesidad de ser un hijo de perra. Quizás simplemente estaba agradecido, o quizás no fuera muy listo, pero le vendría bien igualmente, suponiendo que la estocada que le había sacudido a aquel zombi no hubiera sido pura suerte.
Al día siguiente, una hora antes del amanecer, con sólo sus armas y víveres para tres días, Daemigoth, Denay y Cora salieron de Alexandria. Sólo unos perros callejeros les vieron partir a su primera misión.
Caía la tarde sobre los suburbios exteriores de la ciudad de Alexandria. En el interior de una pequeña casa, poco más que una cabaña, no muy diferente de todas las demás que la rodeaban, salvo por el emblema de una espada atravesando una luna helada pintado, sin demasiado arte, sobre el dintel de la puerta, un joven hechicero se echaba por fin a descansar. Estaba un poco aburrido, después de haber acabado sus tareas, más o menos, pero no podía salir de la casa porque le tocaba hacer de niñera del bárbaro que Garret y él, se habían encontrado dos días atrás, que seguía inconsciente. Qué demonios, pensó, estaba tremendamente aburrido.
Garret había comenzado a cuidar al bárbaro del norte, y pensaba que había sido víctima de algún conjuro bastante desagradable, porque no parecía tener ninguna herida física seria ni padecer ninguna enfermedad. Viendo que no le había matado y que no parecía empeorar con el tiempo, más bien lo contrario, Garret había deducido que lo que necesitaba aquel tipo no era más que unos días de reposo. El hechicero pensó que para eso tampoco hacía falta pasarse años estrujándose la cabeza estudiando magia y sanación, pero bueno, no era cosa suya. Ni siquiera se habían molestado en quitarle la ropa, sólo esa armadura herrumbrosa que llevaba. Eso era algo de lo que Daemigoth se sintió sinceramente agradecido. Bastante malo era de estar de niñera de un tío noqueado como para tener que andar lavándole con una esponjita. Además, el tío era un salvaje, igual al despertarse se tomaba a mal que le hubieran quitado sus pinturas espirituales de guerra, su costra ritual de roña o lo que fuera, quién sabía.
De todas formas, tampoco es que tuviera un aspecto demasiado impresionante. Se suponía que los hombres del norte eran muy altos y musculosos, pero ese no es que fuera un enano, pero era un poco más bajo que él, y, aunque de musculatura fibrosa, era bastante delgado, un poco tirillas. En cualquier caso, viendo lo que le había hecho a aquel zombi estando en las últimas, tampoco es que fuera para tomárselo a broma.
Voviendo a Garret, el caso era que al día siguiente de que aparecieran aquellos zombis le llamaron de palacio. Aquello no solía ser una buena noticia, no era ningún secreto que la presencia del clérigo era incómoda para algunos burócratas, que le permitían quedarse y le hacían míseras concesiones a cambio de que les hiciera algunos recados, como había sido acondicionar aquel cementerio dejado de la mano de todos los dioses habidos y por haber.
Lo malo era que Garret se había tomado la confidencialidad de la misión en serio, así que no le había dado detalles más allá de que tenían que ir a un antiguo monasterio abandonado al sureste, pero los rumores callejeros decían que le habían enviado a recuperar algo que alguien había robado, bien al templo de Heironeous, bien al propio palacio, según la versión que uno quisiera creer. Por lo visto no le habían mandado solo, sino con otros tipos, una halfling relacionada con un horfanato, que estaba básicamente en las misma tesitura que Garret, la de que o iba a hacer el trabajo sucio o le cerraban el chiringuito.
Lo único en lo que se ponían de acuerdo los rumores era que el tercero en discordia era un enano. Unos decían que era un enano defensor, el equivalente a un caballero enano de elite, que había llegado como embajador de las montañas del norte, y al que le habían pedido que ayudara a recuperar el misterioso tesoro perdido como muestra de buena voluntad. Según otros, era un clérigo del dios enano, Móradin, y que lo que buscaban era una reliquia perdida de su templo, no algo de Alexandria. Y otros decían que no era más que un mercenario y un mensajero, un pringado a sueldo, en definitiva. Con la suerte que estaban teniendo últimamente, Daemigoth imaginó que lo más probable era que la tercera teoría fuera la correcta.
Se suponía que no iban a tardar más que dos días, uno para ir y encontrar lo que fuera y otro para volver, pero el plazo había concluido y no había ni rastro de ellos, y Daemigoth empezaba a estar preocupado. Garret podría ser un plasta santurrón, pero le había acogido cuando el resto del mundo le había dado la espalda, mientras aprendía a controlar sus poderes, en un momento en el que el joven hechicero era un constante peligro para todos los que le rodeaban, ya que podía comenzar a arrojar llamas o relámpagos sin control en cuanto se enfadaba, asustaba o, sencillamente, se encontraba incómodo.
Ya había decidido que si al amanecer del día siguiente no habían regresado, partiría en su búsqueda, y ya había localizado cierta ayuda. A través del orfanato donde trabajaba la halfling que había acompañado a Garret se había enterado de que había una mercenaria elfa llamada Cora que podía estar interesada en acompañarle a cambio de una parte de la recompensa que fueran a recibir por la misión. Además, parecía que conocía a la halfling y al enano, y que habían colaborado en un combate contra unos bandidos. Esa elfa parecía un poco engreída, pero nada que coincidiera con la reputación de su pueblo. Sólo cabía esperar que también fuera tan buena arquera como solía decirse. Los elfos del norte llevaban años matándose entre sí en una sangrienta guerra civil, así que podía esperarse que cualquiera de ellos que hubiera logrado sobrevivir hasta aquellas fechas estuviera versado en combatir. No podía estar seguro de que fuera totalmente de fiar, pero el número de personas en el que alguien como él, criado en las calles, confiaba era realmente escaso. Al menos la elfa estaba bastante buena, así que no sería un gran sacrificio pasarse unos días con ella, pensó.
Después comenzó a hacer algunos preparativos, como reunir provisiones, buscarse un mapa de la zona y ese tipo de cosas. Se suponía que no estarían fuera más que un par de días, pero se suponía que eso era el tiempo que Garret iba a tardar en volver. Pensó entonces que tendría que pedir a alguna amiga que se encargara del tipo en coma.
Entonces Daemigoth comenzó a oír movimiento en la habitación de invitados. Parecía que el bárbaro finalmente se había despertado. Cuando el hechicero entró en la habitación, pareció sobresaltarse, pero recuperó la compostura rápidamente y un instante después ya se había puesto de pie y miraba fijamente al que había sido su cuidador a los ojos, con un cierto aire de desafío. Aunque algo desorientado, parecía estar de nuevo en forma, de modo que Daemigoth decidió pedirle ayuda para rescatar a Garret.
Afortunadamente para él, el bárbaro, que se presentó como Denay, de las tribus Kehay, recordaba al clérigo y que le había ayudado, de modo que aceptó sin hacer preguntas. Ni siquiera quiso saber dónde ni preguntó por una recompensa. Asuntos de honor o alguna chorrada semejante, pensó el hechicero, cualquiera habría pedido algo a cambio sin necesidad de ser un hijo de perra. Quizás simplemente estaba agradecido, o quizás no fuera muy listo, pero le vendría bien igualmente, suponiendo que la estocada que le había sacudido a aquel zombi no hubiera sido pura suerte.
Al día siguiente, una hora antes del amanecer, con sólo sus armas y víveres para tres días, Daemigoth, Denay y Cora salieron de Alexandria. Sólo unos perros callejeros les vieron partir a su primera misión.
jueves, 14 de enero de 2010
El sueño de Kayrion VIII
Kayrion se sintió algo conmovido ante aquello, pero la furia que sentía no se apagó del todo. Tras un breve instante de silencio replicó.- “¿Eso es lo que creías que eras para mí? ¿Que todo era un deber y nada más? No era mi deber amarte, nunca lo fue. Nadie me obligó, y quizás precisamente por eso fue lo mas autentico, lo más puro, que he sentido nunca. Fuiste tú quien no podía admitir que realmente te quería dar lo mejor de mi ser. Te lo di todo, pero siempre quisiste más. ¡Y después elegiste lo que creíste mejor para mí sin preguntarme! ¿Quién te creíste que eras para darte ese derecho? No me diste opción de decidir en mi propia vida. Me negaste la oportunidad de haber visto crecer a mi hija. No abandoné mi deber a los dioses ni renegué de mis votos, como no puedo hacerlo ahora. ¿No comprendiste que era una de las cosas que más me definían?”
-“Lo intenté. Lo intenté, te lo juro, pero creí que eso te estaba consumiendo…”- replicó Dannelle.
-“¿Qué lo intentaste? Pues no me dejaste otra opción que refugiarme aun más en ellos después de que me abandonaras, de que me apartaras de tu lado. ¿Y sabes qué?, en estos años puedo haber hecho buenas obras, pero por tu decisión también fueron de los peores de mi vida.”- la voz de Kayrion comenzó a bajar de intensidad. Comenzaba a sentir cómo la ira terminaba de desaparecer, dejando tan sólo una terrible sensación de vacío.- “Estos años han sido el invierno mas largo y frío que jamás ha vivido mi corazón... y aunque tú creas lo contrario no es hielo lo que quería guardar dentro de mí, ni tampoco es eso lo que Shiva me pediría... Me hiciste pensar que no me necesitabas, que no me querías a tu lado. Que decidiste que lo mejor para ti era estar lo más lejos posible de mí. Que me habías olvidado. No me dejaste otra salida que intentar aceptarlo. Y finalmente lo acepé. Lo acabé aceptando todo.”- Tras haber expresado todo lo que sentía él también comenzó a sentirse cansado. Se produjo entonces un prolongado silencio. Empezó a preguntarse si no habría sido demasiado duro con Dannelle, que parecía haberse quedado sin palabras. Después de todo, ella había tenido que criar a Janice sola, y era probable que eso hubiera sido una penitencia más que severa por cualquier falta que hubiera cometido.
Finalmente Dannelle volvió a tomar la palabra. –“Lo siento… no sé que más puedo decir… supongo que nada. ¿Tan mal te comprendí? No sé cómo te pude hacer tanto daño. Yo te amaba… Quería que estuviéramos siempre juntos, ¿sabes? Pero sobre todo quería que fueras feliz. Yo… Creí que te estaba dejando marchar. Para que pudieras ser libre. Para que eligieras cómo querías vivir. Pero te estaba echando de mi vida, ¿no es cierto? ¿Cómo pude estar tan equivocada?”
Con un gesto desvalido señaló la casa donde se encontraban.- “Estaba segura de que no querías esto, que nunca serías feliz en un lugar como este, en un hogar. Te rompí el corazón igual que a mí misma. Hice que nuestra hija creciera sin su padre. Si lo hubiera sabido… si te hubiera preguntado… si no hubiera sido tan estúpida…”- Apoyó su espalda en la pared, y se dejó deslizar hasta que quedó sentada en el suelo. Se hizo un ovillo abrazándose las rodillas.-“No pude hacerlo peor, ¿verdad?”
Nuevamente se quedaron en silencio. Dannelle seguía en el suelo, inmóvil, sin dejar de llorar pero sin emitir sonido alguno. Era la imagen de la tristeza y la derrota. Kayrion se sintió profundamente conmovido, pero era incapaz de articular palabra. Sentía que no había ninguna que pudiera expresar lo que sentía, como una mezcla de compasión, rencor, amargura y los restos del amor que habían compartido hacía tanto tiempo. Finalmente se acercó a ella, se quitó el guantelete y acarició suavemente los cabellos. Ella levantó un poco la cabeza, agradeciéndole el gesto con la mirada y una levísima sonrisa.
Súbitamente, Dannelle se incorporó tan rápido que Kayrion, sorprendido, retrocedió un par de pasos. Ella cogió un trapo, lo mojó en un balde con agua y se lo pasó por la cara, secándose después con la parte del trapo que seguía seca. Su expresión cambió totalmente, abandonando repentinamente el aspecto triste que tenía a favor de uno más tranquilo y decidido. Kayrion se preguntó por un instante si no se habría estado burlando de él, si sólo era una farsa, una actuación digna de un premio. Hasta que escucho unos alegres ladridos inconfundiblemente agudos. Janice y su pequeño chucho volvían a casa. Comprendió que la verdadera actuación empezaba ahora. Por la rapidez de la transformación, Kayrion intuyó que no era la primera vez que se tragaba su pesar para no hacer sufrir a su hija.
En voz baja, casi susurrando, Dannelle le dijo –“Jamás podré retroceder y evitar haber hecho lo que hice, ni compensaros por ello. Ni siquiera esperar que me perdones por lo que hice. Pero hay algo que sí que puedo hacer.”
-“Lo intenté. Lo intenté, te lo juro, pero creí que eso te estaba consumiendo…”- replicó Dannelle.
-“¿Qué lo intentaste? Pues no me dejaste otra opción que refugiarme aun más en ellos después de que me abandonaras, de que me apartaras de tu lado. ¿Y sabes qué?, en estos años puedo haber hecho buenas obras, pero por tu decisión también fueron de los peores de mi vida.”- la voz de Kayrion comenzó a bajar de intensidad. Comenzaba a sentir cómo la ira terminaba de desaparecer, dejando tan sólo una terrible sensación de vacío.- “Estos años han sido el invierno mas largo y frío que jamás ha vivido mi corazón... y aunque tú creas lo contrario no es hielo lo que quería guardar dentro de mí, ni tampoco es eso lo que Shiva me pediría... Me hiciste pensar que no me necesitabas, que no me querías a tu lado. Que decidiste que lo mejor para ti era estar lo más lejos posible de mí. Que me habías olvidado. No me dejaste otra salida que intentar aceptarlo. Y finalmente lo acepé. Lo acabé aceptando todo.”- Tras haber expresado todo lo que sentía él también comenzó a sentirse cansado. Se produjo entonces un prolongado silencio. Empezó a preguntarse si no habría sido demasiado duro con Dannelle, que parecía haberse quedado sin palabras. Después de todo, ella había tenido que criar a Janice sola, y era probable que eso hubiera sido una penitencia más que severa por cualquier falta que hubiera cometido.
Finalmente Dannelle volvió a tomar la palabra. –“Lo siento… no sé que más puedo decir… supongo que nada. ¿Tan mal te comprendí? No sé cómo te pude hacer tanto daño. Yo te amaba… Quería que estuviéramos siempre juntos, ¿sabes? Pero sobre todo quería que fueras feliz. Yo… Creí que te estaba dejando marchar. Para que pudieras ser libre. Para que eligieras cómo querías vivir. Pero te estaba echando de mi vida, ¿no es cierto? ¿Cómo pude estar tan equivocada?”
Con un gesto desvalido señaló la casa donde se encontraban.- “Estaba segura de que no querías esto, que nunca serías feliz en un lugar como este, en un hogar. Te rompí el corazón igual que a mí misma. Hice que nuestra hija creciera sin su padre. Si lo hubiera sabido… si te hubiera preguntado… si no hubiera sido tan estúpida…”- Apoyó su espalda en la pared, y se dejó deslizar hasta que quedó sentada en el suelo. Se hizo un ovillo abrazándose las rodillas.-“No pude hacerlo peor, ¿verdad?”
Nuevamente se quedaron en silencio. Dannelle seguía en el suelo, inmóvil, sin dejar de llorar pero sin emitir sonido alguno. Era la imagen de la tristeza y la derrota. Kayrion se sintió profundamente conmovido, pero era incapaz de articular palabra. Sentía que no había ninguna que pudiera expresar lo que sentía, como una mezcla de compasión, rencor, amargura y los restos del amor que habían compartido hacía tanto tiempo. Finalmente se acercó a ella, se quitó el guantelete y acarició suavemente los cabellos. Ella levantó un poco la cabeza, agradeciéndole el gesto con la mirada y una levísima sonrisa.
Súbitamente, Dannelle se incorporó tan rápido que Kayrion, sorprendido, retrocedió un par de pasos. Ella cogió un trapo, lo mojó en un balde con agua y se lo pasó por la cara, secándose después con la parte del trapo que seguía seca. Su expresión cambió totalmente, abandonando repentinamente el aspecto triste que tenía a favor de uno más tranquilo y decidido. Kayrion se preguntó por un instante si no se habría estado burlando de él, si sólo era una farsa, una actuación digna de un premio. Hasta que escucho unos alegres ladridos inconfundiblemente agudos. Janice y su pequeño chucho volvían a casa. Comprendió que la verdadera actuación empezaba ahora. Por la rapidez de la transformación, Kayrion intuyó que no era la primera vez que se tragaba su pesar para no hacer sufrir a su hija.
En voz baja, casi susurrando, Dannelle le dijo –“Jamás podré retroceder y evitar haber hecho lo que hice, ni compensaros por ello. Ni siquiera esperar que me perdones por lo que hice. Pero hay algo que sí que puedo hacer.”
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