Si hablo las lenguas de los hombres y aun de los
ángeles, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo
que hace ruido.
1
Corintios 13: 1
Hablar del amor es una cuestión
del alma puesto que no todas las personas son capaces de hablar del amor o
difundirlo hasta expresarlo de una forma genuina o humilde que arranque de raíz
todo lo negativo o temeroso que habita en el corazón.
El amor nace del aire: no lo
podemos ver, no lo podemos abrazar o vislumbrar, pero si lo podemos sentir. Es
como una ola de paz que se alarga y se encoge como un lazo que no se puede
romper o mancillar.
El sentimiento reside y se
nutre en el ambiente, y nos está esperando para resucitarnos, haciendo
castillos en la arena, ampliándose apaciblemente, y en vigilancia eterna espera
a que se advierta su gran magia y su incalculable poderío.
La voluntad está en el soplo
iluminado de la vida y no lo sabemos descubrir porque somos egoístas, no podemos
abrazarlo porque tenemos las manos llenas de las cosas mundanas, no lo podemos
oír porque estamos sordos ya que el bullicio del entorno es insoportable.
Estamos rodeados de todo
tipo de agresión circunstancial que aparta lo espontaneo y lo repentino en
nosotros, haciendo un hueco dentro del alma colmada de decepciones de todo
tipo. Todo lo insano de la vida aparta
el torrente existente que vive en el aire, de manera que lo que hay en el
espacio, y que se llama amor, no se advierte y no se examina con cuidado.
Estamos mecánicamente expuestos a las ráfagas de las tormentas, y nos
extraviamos de la corriente vital del amor y nos alejamos...
Tomémonos un minuto, ahora
mismo, y notemos la abundancia del amor. El aire está lleno de él, del amor de
Dios, colmado de la esencia que no sabemos distinguir, pero que está repleta de
vida, del oxigeno vital que hace ruido en el interior de la persona. Un tiempo de discernimiento, para que el
corazón oculte los despojos dolorosos que tratamos de olvidar, nos da la satisfacción
de sentir los latidos del pecho sin alarmas.
También en el transcurso del recorrido hacia el amor podemos hallar la
compasión, la dicha y la habilidad de aliviar los desengaños que han causado
deterioro, eliminado lo impuro y lo viciado en el ser humano. Tomémonos un instante de gloria para fluir el
amor hacia fuera, para después traerlo a residir intrínsecamente dentro del
ser.
Ese momento de fe que nos
regala Dios, es el camino para compartir la vida con otra persona, no para las
juergas o sentir un gozo instantáneo o pasajero sino para el bien, para
comunicar el afecto, para impartir la paz y corresponder con humildad y
orgullo.
Hablemos del amor, como dice
la canción de Raphael, una vez más, para tomar la vida desde el conocimiento
interno, desde la voz de Dios que se debe de escuchar en silencio. Hablemos del amor y comprendamos que existe,
que el revoloteo de las arterias del corazón es válido.
Nos dice la sanadora del
Señor en 1 Corintios 13:4-6 lo
siguiente: Tener amor
es saber soportar; es ser bondadoso; es no tener envidia, ni ser presumido, ni
orgulloso, ni grosero, ni egoísta; es no enojarse ni
guardar rencor; es no alegrarse de las injusticias, sino
de la verdad.
Hablemos del amor y cantemos
con panderos y salterios, con el ansia de compartir con ilusión, con el deseo
de donar lo mejor del ser, con un espíritu de entrega amable, con el ánimo
sensible para recibir las palabras, con ansias de comunicación y con la virtud
siempre vigente abrazada a la misericordia de Dios Santo.
Confiar en el amor sincero
al despertar todos los días, es lo que se debe de esperar, manso a las palabras
sanadoras, sencillo al abrazo fuerte de la ternura, natural a la devoción
pacífica, para descansar en Dios como un regalo que se ha de recibir en algún
momento o en un instante de vida.
Recordemos
lo que dice la Palabra de Dios en 1 Corintios 13:13: Tres cosas hay que son
permanentes: la fe, la esperanza y el amor; pero la más importante de las tres
es el amor.
Amén.