23.1.25

Una delicada obstinación

Cada nuevo libro de Juan Antonio González Iglesias (Salamanca, 1964) es recibido con alborozo por sus lectores. Desde 2019 no publicaba uno de poesía (en 2024 apareció Historia alternativa de la felicidad). Aquel año, por cierto, fueron dos. Ve ahora la luz en su sello habitual, Visor, Nuevo en la ciudad nueva y lo mismo que Jardín Gulbenkian se desarrollaba, digamos, en Lisboa, éste lo hace en Nápoles, ciudad literaria por excelencia, tan italiana como española, tan de Oriente como de Occidente. 
Supongo que no se lee igual esta nueva (un adjetivo unido al nombre que la dieron los griegos: Neápolis) entrega del salmantino si uno ha pisado ese lugar, de actualidad gracias al director de cine napolitano Paolo Sorrentino por su película Parténope (la urbe vieja, la dulcis, “suave Parténope” virgiliana, “centro” de la Magna Grecia). Veinte poemas la componen. Todos dedicados (a “los destinatarios ideales de su lectura y sus mejores compañeros”) y todos con un bien escogido epígrafe (o más) al frente. De Platón, Aristóteles, Mann, el Marqués de Santillana, Dante, Cervantes, Séneca, Leopardi, Lorca, Tomás de Aquino, JRJ, Goethe, Virgilio…
Se abre con un prólogo y se declara como un homenaje a la poeta portuguesa Sophia de Mello Breyner Andresen.
Al machadiano “saber esperar” alude el autor para situar este demorado encuentro con la ciudad mediterránea. Menciona después al emperador Federico II (que la calificó de “amenísima”), a Alfonso el Magnánimo (protagonista de uno de los poemas), Cervantes (para él, un “sueño”), Garcilaso, Quevedo, Góngora (que no llegó a visitarla) y a Francisco de Aldana, “napolitano de nacimiento”. “Estamos en la capital de un reino”. En el sentido profético más que en el político, matiza. “Aquí descansan quienes anhelan el todo. En este modo de vida único se sacia cualquier sed de síntesis”. Recuerda, en fin, a Borges y se pregunta: “¿Qué será la poesía, sino una delicada obstinación?”. Explica el sentido de su luminoso homenaje a Sophia, como la llaman sin más los portugueses. 
De los poemas poco cabe decir: se dicen por sí mismos. Siguen la estela de ese clasicismo del que hace gala la poesía de González Iglesias, sin apenas variación desde el principio. Un clasicismo que aúna el de la Antigüedad con el del Siglo de Oro. Quizás su lírica se haya hecho más reflexiva y filosófica. También más sentenciosa. Retóricas al margen, se apoya en el resuelto uso del encabalgamiento para aportar al ritmo la cadencia métrica necesaria. La que le es inherente. De “canto” (el “sexto”) habla en un momento dado, y no por nada. Diría que Nuevo en la ciudad nueva está escrito en una eliotiana, feliz “coincidencia de lo eterno / con el instante”. 
Tal vez sea la belleza, un ideal a nuestro alcance, el asunto que vertebra el discurso de este libro unitario. “La belleza trae la justicia al mundo”, “nos vuelve a todos bienaventurados”, escribe. Y: “La belleza, / suma de muchos sueños”. La de los cuerpos (que pueden ser de carne o de mármol y casi siempre masculinos), presentes en poemas como “Lunes en el museo” y “Hércules Farnesio”. La del mar, el Mediterráneo. La de la luz (en “Mediodía”, por ejemplo). La del Vesubio, un volcán, todo un emblema al que se nombra en varias ocasiones, protagonista de ”Indiferentes al Vesubio” (tres gatos) o “Nieve en el Vesubio”. La de la arquitectura. De iglesias como la de los Pescadores (“Lo imprevisto cumple / lo meditado y hace que la vida / se desenrede”), museos, palazzos... Y en “Maiolicato”, una de las composiciones más logradas del conjunto, consagrada al claustro de la Basílica de Santa Clara. La belleza de las palabras (“¿Será / posible que me haya enamorado / de una palabra?”, en referencia a “magnánimo”), visible en el poema “Imprenta”, donde traduce a Horacio y se confirma su condición de humanista, un poeta sobre el que recae con pleno sentido ese adjetivo. Un defensor a ultranza de la humanitas y, por eso, alguien convencido de que lo que le pasa a un ser humano nos pasa a todos. Inseparable de su oficio de catedrático de Filología Latina (que asume, claro está, el pasado griego) y traductor de Horacio, Ovidio y Catulo. Se aprecia muy bien en “Anábasis”, donde “las hojas cantan en dialecto jonio”. 
Inseparable es también Nápoles de la figura de Benedetto Croce, la ciudad donde vivió y donde está su casa. Tras la visita a su biblioteca, González Iglesias escribe estos versos en su poema “Estética”: “Mientras recorro este refugio pienso/ que desde el centro de esta biblioteca / –con mirada serena hacia el pasado– / se enunció la perfecta equivalencia / entre el lenguaje y la poesía, entre / la inteligencia y la libertad”.
En “Acepto todas las imperfecciones”, “El caos de la época. / La negligencia de los gobernantes. No puedo nada contra ellos. Tengo / que seguir. El silencio y el amor / son lo mío”. Y sigue: “Dejo a la Providencia que se encargue / del mundo por un día, como lleva / milenios encargándose de esta / ciudad suya, desde antes de que fuera / fundada. Esta ciudad en la que todo / es posible”. “En estas calles / está prefigurado el Paraíso”, concluye. 
En otros sitios hace mención a “esta / época oscura que nos ha tocado”, a “lo turbio del mundo” y a “un mundo que supera por momentos / mis límites”, alusiones que cuadran bien con el poema “Elogio de cultura europea”, el que termina: “¿Y hoy, ahora? / ¿Qué queda de esplendor, qué de aventura”.
Qvodammodo omnia” es otra joya. De la sección más metafísica. Empieza: “De algún modo, cada uno de nosotros / es todo”. Se inspira en una frase de la Summa Theologica de Tomás de Aquino, quien cita a su vez a Aristóteles. “Todas las cosas, todas las personas / eso es lo que somos”. “Somos el jardín mismo que pisamos, agua / de frescor ágil…”. No “es casual”  que “volviera / aquí para escribir, entre estas cuatro / breves paredes, solo y en el centro / hermosamente multitudinario / de esta ciudad, que es todas las ciudades”. 
En “Lluvia” señala “la secreta armonía de las cosas”.
La belleza del amor tampoco falta: “Sé que, para el amor, lo conocido / y el que conoce son la misma cosa”, leemos en “Mediodía”.
Con “Nadador en Paestum”, “oh delicado fotograma griego, / oh símbolo felizmente lanzado / hasta ver otra vez el sol”, se cierra el libro. Con él vuelve la luz y el Resurgiremos de la omnipresente Sophia de Mello Breyner, que vio en el conocido tuffatore “la antelación de la belleza”. 

Nuevo en la ciudad nueva
Juan Antonio González Iglesias
Visor, Madrid, 2024. 62 páginas. 14 €

 NOTA. Esta reseña se ha publicado en EL CUADERNO

"Veduta del Golfo di Napoli", de Pietro Aldi


19.1.25

Los reinos de la mirada





Confieso que la primera impresión cuando se me propuso formar parte del jurado de este premio fue de extrañeza. Luego, de forma inmediata, dudé. Sí, había participado en múltiples jurados a lo largo de mi vida, pero todos habían sido literarios; más que nada, de poesía. Nunca fue fácil juzgar el trabajo de otros, pero hacerlo sobre una materia que uno no conoce bien ni cuyos resortes domina… Es verdad que tanto el fotógrafo como el poeta se constituyen, como dijo Valente y me gusta repetir, en torno a dos reinos. Uno es el de la visión. De la mirada, prefiero decir, que comparte con el fotógrafo. El otro es de la memoria, que, al menos en mi caso, va indefectiblemente unido a la fotografía, ya que ayuda a fijar lo retrospectivo. Porque, como el poema, consolida un instante para siempre. Parecidos razonables hay, no cabe duda. Por eso acepté al final el envite. Agradecido, claro.
Después de ver las imágenes finalistas, comprendí que, gusto personal mediante, uno tenía algo muy parecido al criterio. La ayuda de mis compañeros de jurado, José Tono y Manuela Lorente, completó el círculo. Ojalá acertáramos.
Por lo demás, nunca he sido un buen fotógrafo. Aficionado, quiero decir. Herencia paterna, me temo. Ni antes con las cámaras analógicas ni ahora con las de los móviles, que han convertido a cualquiera en un presunto artista.
Es cierto que he estado cerca de ese oficio desde hace casi medio siglo: mis suegros y un hermano de mi mujer se han dedicado a esa profesión en el placentino Estudio Foto Rex, que nació en Tánger.
Dándole vueltas al asunto que nos ocupa, caí en la cuenta de que mi relación con la fotografía era más intensa de lo que pensaba. Además de por mi interés por ese género artístico, en lo que respecta a mi propia poesía. Así, he escrito poemas inspirados en imágenes concretas. Por ejemplo “Borgeana”, un homenaje al poeta argentino Jorge Luis Borges a partir de las fotografías que le hizo Fernando Scianna en Sicilia. O “Campo de robles en Wamel”, basado en “Eichenkamp bei Wamel”, fotografía de Albert Renger-Patzsch fechada a mediados de los años cuarenta del siglo pasado. Y “Vista de ciudad con transatlántico”, que surgió de la fotografía del mismo titulo tomada por el maestro Horacio Coppola en Buenos Aires allá por 1936. A las de otro fotógrafo genial, Bernard Plossu, le dediqué toda una serie. En mi último libro, Sobre el azar del mapa, también hay poemas inspirados en viejas instantáneas de la ciudad búlgara de Sofía o en retratos del viajero Patrick «Paddy» Leigh Fermor cuando pasó por allí.
He encontrado muchos versos que tienen que ver con esto mismo, donde aparecen la palabra foto o fotografía, lo que demuestra una constante.
Es en mi colaboración con el fotógrafo suizo Patrice Schreyer donde mejor se aprecia esta simbiosis, digamos, entre las imágenes y las palabras. A instancias del galerista ginebrino Jorge Cañete, Schreyer visitó Extremadura. Nunca había estado antes. Fue a finales de año y en una época de lluvias. Viajó por toda la región y de ese recorrido surgieron numerosas instantáneas. Melancólicas, casi en blanco y negro. De una Extremadura inédita, diría. O inexplorada. Después de verlas, en un rapto que no pude controlar y que duró un par de intensas mañanas, escribí, de manera sucesiva y casi automática, un centenar largo de dísticos (un par de sencillos versos) que al final acompañaron a aquellas en un libro titulado, como la muestra celebrada, por primera vez, en la localidad suiza de Grandson, Extremamour. Copio algunos. Los que considero más adecuados para expresar lo que esas fotografías me inspiraron.
 
Que la naturaleza es un secreto
lo sabemos al ver lo que nos muestra.
 
Es la imagen del campo esta que doran
las ráfagas de luz del sol primero.
 
Dejad que el sol corone
la lenta superficie de las cosas.
 
La niebla, ese fenómeno
que viste de misterio cuanto toca.
 
Saudoso atardecer, triste el ocaso
que precede a la noche más oscura.
 
En la ventana,
un pequeño reptil se bebe el sol.
 
Hoy la melancolía es ese claro
que alumbra entre las nubes un misterio.
 
La roca solitaria en medio de la loma
sirve para explicar la metafísica.
 
La más humilde flor echa por tierra
cualquier tratado en torno a la belleza.
 
No hay nada más concreto
que lo abstracto.
 
La luz es la materia de las cosas.
Ese rayo de sol, una promesa.
 
Hasta donde la vista alcance
está mi reino. 

NOTA. Este texto abre el catálogo Concursos Sociales 2022-2023de la Real Sociedad Fotográfica de España. Lo publica Ediciones Asimétricas. 

Ilustra esta entrada la fotografía de © Mariano Gómez Isern que ganó el primer premio del concurso en la categoría de blanco y negro. 

18.1.25

Bibliografía

A la busca de otra cosa, me he topado con un ejemplar algo ajado de esta breve antología, A la imagen de un lugar, que se publicó, en edición no venal, en la imprenta de la Diputación de Cáceres, de quien dependía tanto la Institución Cultural El Brocense como, a su vez, el Complejo Cultural Santa María de Plasencia. Dentro de unos meses, hará treinta años. 
Su impulsor fue Javier Castro, coordinador por aquel entonces (o eso supongo) de las actividades del Complejo, y, como reza en el colofón, los poemas que la componen fueron leídos en una de sus salas el 20 de abril de 1995. A decir verdad, apenas lo recuerdo. 
El cuaderno o plaquette lleva en la cubierta un linograbado de Emilio Gañán, apenas un muchacho cuando lo hizo. Del diseño, el cuidado y la producción editorial se ocupó Julián Rodríguez. Sólo por estas dos razones, la publicación es un lujo. Si a eso le añadimos que lleva un breve prólogo de Gonzalo Hidalgo Bayal: "Territorio"...
Sólo afea la edición de la pequeña muestra, de un precioso tono vainilla e impreso en un papel excelente, las dos grapas que le pusieron. Bien está.

Un feliz extravío

Hace poco, hablaba José Luis Melero (Zaragoza, 1956) de esos gustosos "libros secretos y delicados, esos que nunca circularán por las autopistas de la literatura sino por carreteras comarcales o secundarias". Y matizaba: "Pero es en éstas donde más se disfruta de los viajes, donde más y mejor se ven los paisajes". Al leerlo, pensé de inmediato en el que tenía entre manos, éste, Bibliotecas y extravíos, el sexto de la serie "La vida de los libros", formada por los títulos La vida de los libros, Escritores y escrituras, El tenedor de libros, El lector incorregible y Lecturas y pasiones, todos publicados por la ejemplar Xordica. 
En el prólogo (de los que uno disfruta, como, pongo por caso, los de Borges), Melero vuelve a declarar su predilección "por los autores preteridos y los libros olvidados" y "humildes". Por "la defensa de la lectura de lo arrabalero". Recurre entonces a la presunta sentencia de Tácito –citado, a su vez, por el lingüista Rosenblat–, lo de que "El atender con esmero a las cosas muy pequeñas o, al parecer, insignificantes, es señal de una gran fuerza de atención y de mucha capacidad para las empresas importantes". 
Esta nueva entrega melariana, escrita, según él, con el mismo "impulso irresistible de la escrupulosidad" (ahora cita a María Moliner) que ha caracterizado a las anteriores, da una vuelta de tuerca más a ese mundo propio que ha creado en torno a los libros, donde se entremezclan las obsesiones, digamos, con las novedades. Para empezar, por ejemplo, las "autodedicatorias" de Miguel Labordeta, junto a su hermano José Antonio, uno de los personajes habituales de esta suerte de novela en marcha, como podría definirse este proyecto de escritura que nunca pierde de vista la obra de Andrés Trapiello. Su "universo trapiellista", como lo denomina. 
Resulta imposible dar cuenta de todo el rimero de nombres que aparecen en estas páginas. Conocidos, no pocos, y desconocidos, los más. Sí podemos acotar los asuntos sobre los que suelen versar estos textos que antes de llegar al libro fueron publicados como artículos de periódico. En Heraldo de Aragón, para más señas, del que es columnista. Y ya que lo menciono, empezaría con esa región, la aragonesa, que fue reino y que a efectos bibliográficos apabulla por su riqueza a cualquier persona que se interese por los libros; no digamos si es, ay, extremeña. Las comparaciones... Y ya en Aragón, cabe precisar, Zaragoza, su ciudad natal (y "de lecturas"), el centro de su microcosmos. No tanto por lo patrimonial o paisajístico (que también) cuanto por los aragoneses, verdaderos protagonistas de estos ensayos literarios. Aragoneses, aclaro, o vinculados a Aragón, ya sean viajeros o estables. Sí, a este hombre le cabe Aragón en la cabeza; como a Fraga el Estado, según Felipe González. Su historia, sus tradiciones (ante todas, la jota), sus hablas particulares, su bibliografía y, por no seguir, su gente y la forma de ser que la singulariza. O la singularizaba, que ya... No defiendo, al revés, los nacionalismos ni sus pequeñas réplicas territoriales, pero el aragonesismo de Melero sabe conjugar lo universal con lo local, clave para comprender la verdadera dimensión de lo que en literatura, por concretar, importa. 
Los libros, dije, y la bibliofilia, otro asunto capital, el que más, en los intereses de Melero. Menos los nuevos que los usados. Ediciones raras cuya adquisición (o ni eso: a veces basta con ser localizadas o vistas) depara alegrías inenarrables que, con todo, él sabe contar. Y ahí, los bibliófilos, las bibliotecas particulares (que, como la historia de España, siempre terminan mal), las editoriales (Aguilar, Grijalbo, Xordica), las librerías y, en fin, los libreros; los de viejo, sobre todo. Cada uno, como todos los protagonistas de estas obras, con su novela a cuestas. Como las del valiente Moneva, el pianista Felisberto Hernández, el psiquiatra Merenciano, la familia Rabal, los poetas Camín, Boluda y Blanca Luz, el periodista Mariano de Cavia (y Casa Lac), el político y bibliófilo Negrín, o los cinematográficos (Melero es cinéfilo) Neville y María Asquerino.
La poesía merece un lugar sobresaliente. Algo que se agradece (si uno fuera conspiranoico, diría que está en marcha una conjura de los medios contra ella). La de Hinojosa, Lorca y Rosales (con la Guerra Civil al fondo), la de Gil de Biedma (y sus Moralidades), Fernando Ferreró (y su poesía secreta), Francisco Pino (y su inquietante Asalto a la Cárcel Modelo, subtitulado 22 de agosto de 1936), Ángel Guinda (y sus calcetines), Gerardo Diego (y sus antologías), Machado (y sus Nuevas canciones), los cordobeses de Cántico (y sus homosexualidades), Antonio Moreno (en su vertiente memorialista), etc. Hasta El miajón de los castúos, de mi paisano Luis Chamizo (el único extremeño, junto al gran Roso de Luna, que aparece en escena), merece un cariñoso comentario. 
Atiende también al género narrativo, empezando por Baroja, otra de sus ineludibles referencias. El capítulo más largo del conjunto lo dedica a una memorable visita a Itzea, en Vera de Bidasoa, la casa de los Baroja, un texto que ya se editó en una preciosas plaquette, con el título de Un viaje a Itzea (Ediciones La Ventolera), con ilustraciones de su amigo Pepe Cerdá.  
Como Sender, otro habitual, Cunqueiro (y la lamprea), Irene Vallejo (y su Lo infinito en un chunco), Benet (en Calanda), Umbral, Jesús Pardo (lo diarístico es esencial en Melero), Marías (y la búsqueda de un sucesor para el Reino de Redonda), Sábato (y su ego)...
La amistad es una virtud que Melero cultiva con pasión semejante a la de los libros. Quien siga sus andanzas a través de Facebook podrá dar fe. De ello da muestra al mencionar a tantos y tantos. A Félix Romeo (que nunca muere), Ignacio Martínez de Pisón, Antón Castro, Fernando Sanmartín, Daniel Gascón, Julio José Ordovás, etc. 
Porque estamos hablando de un libro, es necesario ponderar su lenguaje. Melero escribe con claridad y concisión y jamás se rinde a la opulencia y la solemnidad. Sobriedad, mesura... y humor. Sí, su sentido del humor hace aún más llevadera la lectura de estas obras por las que transitan con frecuencia seres extraños y desconocidos que han escrito libros que difícilmente interesarían a alguien que no fuera un oscuro erudito si él no supiera darle a su historia el toque mágico que convierten a obra y autor en materia de interés general. Ese saber reírse de tal o cual anécdota o de cualquier atrabiliario personaje sin herir la sensibilidad de nadie añade mordiente a sus relatos, poco importa al final de qué se trate. 
A la postre, cuánto aprendemos sus lectores con Melero. Sin querer, que no es esa su misión, ajena a lo didáctico. Qué feliz extravío. 
A los libros les ha entregado buena parte de su vida: esfuerzos y sacrificios. Lo que más le ha complacido, confiesa en uno de los artículos más melancólicos (y el que más me ha gustado), ha sido "leerlos, estudiarlos y escribir sobre ellos". Luego, ante ese final inevitable donde casi todas las bibliotecas se malbaratan, pregunta retóricamente: "¿A qué entonces tanto esfuerzo, tanta entrega, tanto entusiasmo?". Y remata: "Si fuera un iluso pensaría que al menos dejo un puñado de libros escritos y que tal vez puedan un día interesar a alguien". Mañana, no sé, nadie lo sabe, aunque el rigor juegue de su parte, pero el presente, para no pocos letraheridos como yo, lo tienen asegurado. 

Bibliotecas y extravíos
José Luis Melero
Xordica, Zaragoza, 2024. 294 páginas. 21 euros

NOTA. Esta reseña se ha publicado en EL CUADERNO.

17.1.25

Volvemos a la Alberti

En la librería Rafael Alberti ya anuncian el encuentro o presentación de Meditaciones del lugar.
Este poeta de provincias agradece de antemano la presencia de cuantos lectores capitalinos quieran acompañarnos. Al lado de José Muñoz Millanes y Jordi Doce y en ese sitio...
Gracias, editores; gracias, librera; gracias, presentadores. 

15.1.25

Plano de una ciudad con playa

En la antología Parada Gijón-Xixón Poemas (título que nos lleva sin querer a Favorables París Poema, rótulo de la revista de Vallejo y Larrea ), los poetas Juan Muñiz (Langreo, 1957), Pedro Luis Menéndez (Gijón, 1958), Álvaro Díaz Huici (Gijón, 1958), José Luis Argüelles (Mieres, 1960), César Iglesias (Mieres, 1961) y José Carlos Díaz (Gijón, 1962), todos de la misma generación, reúnen versos localizados en esa ciudad norteña. En rigor, la suya. Porque somos, dijo Seamus Heaney, los lugares que habitamos y “la poesía nos proporciona una forma de mirar el mundo y descubrir nuestro lugar en él”. “Yo en el lugar y el lugar en mí”, escribió el Nobel irlandés.
La ilustración de la cubierta, de Marina Lobo, los sitúa a los seis en una playa, solos o conversando (son amigos), frente al Cantábrico, que no deja de ser el punto de observación preferido por todos. Bajo una luz que se nos antoja septentrional y murnia
Quienes por suerte hemos frecuentado esa ciudad miramos a esos hombres desde la barandilla del paseo del Muro de San Lorenzo, entre el Piles y Cimadevilla, a la altura de una de las escaleras que lo numeran (12), incluida la más conocida (4): la monumental Escalerona.
El prólogo de la muestra es obra del que fuera presidente del Principado de Asturias, el escritor Pedro de Silva Cienfuegos-Jovellanos, gijonés del 45. Se refiere en él a los “poetas muy hechos” que han propiciado esta “colección de poemas, hijos de seis padres”. Cree que “aquello que les lleva a sindicarse es la inspiración gijonesa de sus versos” y anota su “complicidad”. Aprecia un “registro común, una intención, un tono, que les infunde una faz de pandilleros”, “gente, pues, dura, desconfiada, temible, de tranca y de retranca”. Son seis poetas, sostiene, “que facturan en clásico, bien pegados al suelo real del verso”. 
Dos temas sobresalen, según él (y no miente). Uno, el tiempo. En sus dos acepciones, matiza. El de los relojes: “el pasado les pesa” (melancólicamente), y el atmosférico: el del viento (por ejemplo, el nordés), la niebla y la lluvia (alguien definió Asturias, recuerda, como “llover y quejase”). 
Otro, el mar, que incluye, claro está, la playa, esa “frontera, la arena [así se llama uno de los barrios gijoneses próximos al Muro]”. Una perfecta metáfora. 
El “centro” de Gijón, añade, es en realidad “un círculo” con dos mitades: la del mar (en el horizonte) y la de la playa, con forma de concha, como la donostiarra. “Un enclave situado ciertamente al Sur del Norte (...) de la gran patria común de Septentrión”. Y ahí, en efecto, nuestros seis poetas, “resistiendo la embestida impaciente del Sur en la última playa meridional del Norte”. 
Cada poeta ha dado un título a su parte. La de Juan Muñiz, “Entre nubes”, redunda en lo playero y lo meteorológico. También en la referencia habitual a las estaciones. “Yo paseaba por octubre”, escribe, un verso que da pie a que uno ratifique otra constante: la condición de paseante. De ese recorrer el Muro “sin descanso, como osos enjaulados” hemos sido testigos. Es fácil sucumbir, ya sea a paso lento o deportivo, a esa casi manía ambulatoria inseparable del gijonés. Una suerte de dromomanía interior. Más propia de Aníbal Núñez que de Dino Campana.
Poemas como “Verano del 85” y “Locus amoenus” dan idea de la calidad poética, digamos, de este, para mí, desconocido poeta. Me ha pasado con otros, como el editor Álvaro Díaz Huici (de Trea), de cuya poesía tampoco tenía clara noticia. Una alegría. 
También en los poemas de Muñiz (apellido que coincide, por cierto, con el de la inolvidable profesora gijonesa María Elvira, nacida en La Habana, a la que visitamos en su casa de Begoña) hallamos esa huella de la memoria y del pasado, en forma de nostálgicos recuerdos, que encontramos en los poemas del resto. Ya lo señaló De Silva. 
Más conocido, Pedro Luis Menéndez, un perspicaz observador, como sus compañeros, habla (en su sección “Hacerse viento”) de la lluvia, del caminante que es, de la “Ciudad varada” (título de uno de sus libros) donde vive (en una madriguera, como reza otra de sus obras). “No poseo afán de territorio”, afirma.
Del citado Díaz Huici (“restos de la noche y el día en la arena”) destacaría la potencia lírica de “El límite” (allí, “el mar blanco de la infancia”), “El dique” (que alude a otra parte esencial de Gijón: su puerto, no tan poetizada) o “Las bañistas” (un poema imponente, en la estela de “La luz de las mujeres”, que viene a demostrar que la ausencia femenina, en lo que respecta a los autores, no es óbice para que ellas estén presentes; aquí o en “Paraguas azul”, un poema de César Iglesias). 
La poesía del periodista José Luis Argüelles no es para mí una novedad, lo que no obsta para que, como siempre pasa con la verdadera, me lo haya parecido. En “Travesía” está el eulogio, esto es, Elogio del horizonte, la formidable escultura de Chillida, “cantil de atalayeros / que escrutaban el mar, / la gran ballena, / el día y los naufragios, / la niebla levantarse de la rada”. Y el Muelle de Oriente. Y el nordestín (“Respira la ciudad entonces”). Y el recuperado Poniente, que nos trae un Gijón de metalurgias, hornos altos y astilleros. El del padre. Y las nubes, propias de un clima tan cambiante, que rara vez se mantiene igual a lo largo del día. Y el aprendizaje de la serenidad. “Esa felicidad pequeña es suficiente / para seguir viviendo”. 
César Iglesias (en “Vagamar”) aporta la mirada del transeúnte, uno más en esta ciudad de flâneurs. Por eso nombra la senda de El Cervigón: “Este es mi paisaje”, “Aquí me reconozco / tra questa inmensità” (cita a Leopardi). Y ahí, la mar, que “como la vida, / alimenta borrascas y naufragios, / desconociendo toda compasión”. “En esta geografía me refugio”. “Sumiso y comarcal, / yo también miro al norte”. En la playa (la de “Bañistas de octubre”), donde busca “alargar nuestros veranos”, “hombre en añoranza“. La Guerra Civil (y la injusta muerte del “tíu César”), la juventud  (y la droga ochentera de Cimadevilla) y la esquina o “martillo” de Capua (manzana de casas singulares situadas al comienzo del Muro que parecen enfrentarse, desafiantes, al mar) completan la panorámica.  
José Carlos Díaz, el autor de Aire de lugar y gente, reúne sus poemas bajo el título de “La ciudad y sus islas”. En “Aquí” (de nuevo el nordés, el nordestín o el noroeste) se sitúa en su lugar. “Decía Brodsky que uno / es aquello que mira”, recuerda, y a la mirada, tan de él como de sus compañeros de antología, le deben no poco sus versos. Los de “Skyline”, pongo por caso. “Marina” se abre con una cita de Zagajewski: “Nadar es como una oración”. Todo gira en torno al “plano de una ciudad con playa”. Y a su memoria. La del Café Gregorio, la de La Florida. 
Que nadie se llame a engaño. No estamos ante una muestra localista y para pocos, salvo que entendamos que la poesía siempre lo es. Nunca estuvo más claro que lo universal, y no el impostado cosmopolitismo, procede de lo local. De lo local, eso sí, sin límites. 
Lo que el lector encuentra aquí son un puñado de poemas logrados (en su inmensa mayoría) que dan fe de las miradas reflexivas y sensibles de seis poetas que eligieron la ciudad norteña de Gijón como observatorio. Desde ahí –su lugar– han contemplado el mundo. Su reflejo, en forma de versos, es sumamente habitable, más para quienes amamos ese enclave que Pedro de Silva ha situado “al Sur del Norte”. 

Parada Gijón-Xixón Poemas

Juan Muñiz, Pedro Luis Menéndez, Álvaro Díaz Huici, José Luis Argüelles, César Iglesias y José Carlos Díaz
Prólogo de Pedro de Silva
Impronta, Gijón, 2023. 110 páginas. 15 €

NOTA. Esta reseña se ha publicado en EL CUADERNO.


13.1.25

La presentación cacereña en YouTube

 Aquí puede el lector curioso ver y escuchar la presentación completa de Lecturas a poniente



Dos reseñas

AL FILO DE LO FRÁGIL

En 2023, tres novelas después, cuando Álvaro García parecía decantarse por la narrativa, el malagueño (del 65) publicaba un nuevo libro de poemas: Cuando hable el gato. Antes, en 2016, había reunido en El ciclo de la evaporación sus libros Caída, El río de agua, Canción en blanco y Ser sin sitio (Premio Loewe); obra compuesta por cuatro poemas extensos (uno por título), medida en la que ha demostrado sobradamente su magisterio. Lo vuelve a manifestar en esta entrega, otro largo poema que ubica en Back Bay, barrio de Boston, famoso por sus hileras de rojizas casas victorianas construido sobre tierras recuperadas al mar en la cuenca del río Charles. Y el mar, precisamente, cobra un protagonismo metafórico esencial aquí, siempre en contacto con la otra orilla, donde está su casa, “al sur del mundo”: “la internacionalidad atónita del mar”, “un país rumoroso”. 
García es un poeta del pensamiento (remito a sus ensayos poéticos) y por eso su poesía es compleja. De “meditaciones” habla al principio. En el tiempo, claro, tan “interior” como del “presente”. Y del “pasado”: “Back Bay es ya pasado / mientras lo estamos habitando de hecho”. El del fin y el del principio (o viceversa), como diría su admirado Eliot: “y quién puede tomarse abril en serio”. Y abril es muerte, no se olvide. 
Allí, las olas, las ventanas (tan larkianas), la primavera (“al filo de lo frágil”), una “ciudad interior” (“que todos llevamos dentro, por visión”) y… ella, pues Back Bay no deja de ser un poema de amor intemporal. “Somos dos náufragos de amores muertos”, escribe, “un destilado de futuro”. “Y una tarde contigo duplica la existencia”, leemos. 
Entre versos (aparentemente libres, pero sujetos al ritmo de la métrica), aflora la infancia. Su memoria. Donde “Este lugar y el tiempo son una sola cosa”. 

RIL Editores, Barcelona, 2024. 51 páginas. 


DE PALABRA

Fernández Rey (Sevilla, 1979) publicó el año pasado su ópera prima: Blanco roto, en una colección que dirigió el poeta José Mateos, a quien dedica esta segunda entrega, calificándolo de “maestro”. Algunas lecciones ha aprendido de aquél. La de la sencillez, sobre todas.
La exquisita edición se abre con un prólogo de Rocío Arana donde alude a su inocencia, a su “extraña misericordia”, a su delicadeza. Subraya su faceta contemplativa (“No vemos más / de lo que ven los ojos”). Su poesía, afirma, “se abre a la trascendencia”. Resume con tres palabras (una por cada parte) los temas del libro: “Dios, el dolor, la poesía”.
No podría haber mejor entrada en materia que “La hora”. Ahí, la sobriedad, el misterio, la herida, la religiosidad. “La ronda”, como “Suele pasarme”, se refiere a los otros. A la compasión y al cuidado. “En la mesilla” se inspira en la cotidianidad.
La noche, “lo negro”, “el inframundo de los sueños” o el desvelo giran en torno a la oscuridad como metáfora: “¿Soy yo la oscuridad?”. “En lo oculto se fragua nuestra vida”, escribe. Eso sí, “a pesar del desorden hay un hilo / que lo atraviesa todo”.
Más desasosegante es la segunda sección. Donde están “Cloacas” o “Carcoma”. En “La balanza” leemos: “Si se pudiera / pesar el alma humana, / tu alma pesaría toneladas de muertos”. En “Los contrarios” se acerca a ”lo que mueve la existencia”, ese simbiótico juego del adentro y el afuera.
La última parte proyecta una poética. En “Vaso de agua”, por ejemplo. Paradigmático de su particular manera de decir. “Todo pierde su nombre / en el silencio / que arrulla cada cosa / suavemente”.
“He preferido / quedarme cobijada en esta sombra”, confiesa en el poema final, que da título a este excelente libro lleno de verdad.

Mala yerba
Carmen Fernández Rey
Númenor. Los Papeles del Sitio, Sevilla, 2024. 64 páginas. 

NOTA: La reseña de los libros de Carmen Fernández Rey y Álvaro García se han publicado en EL CULTURAL. 



12.1.25

Presentación de "Lecturas a poniente"

Muchas gracias a la Editora Regional (y a su director, Antonio Girol), a los ponentes de la mesa redonda (Sandra Benito, Jordi Doce, Miguel Ángel Lama y Luis Sáez), a la Biblioteca Pública Antonio Rodríguez Moñino/María Brey de Cáceres (representada por su directora) y a los asistentes al acto de ayer; en especial, a los poetas. La poesía es la verdadera protagonistas del libro.
La fotografía es del diario HOY (de Jorge Rey), que recoge la noticia firmada por Cristina Núñez (en la sección "Cacerescaparate"):
"Ayer viernes, y coincidiendo con la presentación y firma de libros de la obra 'Lecturas a poniente: poesía en Extremadura (2005-2024)' de Álvaro Valverde, publicado por la Editora Regional de Extremadura, se celebró en la Biblioteca Pública de Cáceres una mesa redonda sobre 'Panorama de la lírica extremeña en el primer cuarto de siglo' en el que intervinieron como ponentes Sandra Benito, Jordi Doce, Miguel Ángel Lama y Luis Sáez Delgado. En palabras del autor, en el libro reúne «las reseñas de libros de poesía de autores extremeños o vinculados a Extremadura» que ha publicado en su blog, que es, sobre todo, un diario de lecturas. Son «unos ciento cincuenta libros de sesenta y tres poetas y de un puñado de antólogos». Sin pretender ser una antología ni una lista canónica preceptiva de poetas extremeños o vinculados con Extremadura, recoge las lecturas que ha realizado el autor en estos últimos años".

7.1.25

Turia recomienda "Lecturas a poniente"

TURIA recomienda hoy: Lecturas a poniente, de Álvaro Valverde (Editora Regional de Extremadura)

Este libro nos confirma una certeza: que, desde Plasencia, Álvaro Valverde escribe y lee con envidiable libertad y criterio. Son más de cuatrocientas páginas las que acreditan que la suya es una tarea fértil, grata y bien llevada. Un quehacer necesario para dar fe de su pasión por la lectura y que se beneficia también de la constancia, de la sabiduría y de la fiabilidad de su olfato literario. Álvaro es un ciudadano del mundo radicado en Extremadura, y buena prueba de ese fervor razonado por el entorno, son estos análisis sobre aquellas publicaciones que tienen como autores a gentes de ese territorio o vinculadas a él. Además este libro nos sirve para festejar y celebrar la longevidad y buena salud de una iniciativa feliz: los 40 años de gran labor desarrollada por la Editora Regional de Extremadura. Una tarea ejemplar, por la calidad y la cantidad de títulos que se han beneficiado de esta trayectoria de fomento público de la creatividad y la lectura. Larga vida, pues, a esta entidad tan insólita como necesaria y también felicitarnos por contar, entre los mejores colaboradores de TURIA, a un autor como Álvaro Valverde. Pocos como él son tan capaces de transmitir, en sus reseñas de libros, tanta verdad y tanto conocimiento. Sin duda, merece la pena este singular diario de lecturas. Es la mejor fe de vida de un extremeño intemporal que ha conseguido, desde esa tierra apartada y fronteriza, generar un montón de gratas complicidades.


NOTA: La fotografía es de José Luis García Martín.