Debo a Manuel Vicente González, Manolo Cerebro para los amigos, el placer de haber leído este libro, ópera prima de un señor que nació en Chozas de Arriba (que no es mal sitio) en 1956; esto es, a mediados del siglo pasado. Aquél es el principal instigador de la apuesta, algo a lo que se alude con frecuencia a lo largo del relato.
Una habitación en Europa, que es un título hermoso, reúne los diarios que este fiscal y dibujante leonés escribió entre 2010 y 2012 y lo publica
Eolas Ediciones, ya que la editorial de
Cerebro se fue al garete en el transcurso de su escritura.
Como en el caso de su paisano
Juan Carlos Pajares, Fierro es colaborador de la revista cultural
Tam Tam Press, donde su sección se denomina
"Querido diario". Así, aunque "ciberescéptico" (por usar un término usado por él), se puede afirmar que antes que en la tradicional (y mejor) forma de libro, sus diarios vieron la luz a través de la Red. Nadie escapa a su época.
Su amigo Julio Llamazares ha elogiado la publicación del volumen en un precioso artículo que apareció en Babelia bajo el rótulo
"Escritores ocultos" y ha hecho bien en proclamar que es "uno de los libros más hermosos de cuantos se han publicado este año en nuestro país", advirtiendo que su amistad con el autor no condiciona ese juicio. Uno piensa lo mismo y, ya digo, desconocía la existencia de este hombre. Bueno, sí y no, luego he reparado que había leído algo suyo, unas páginas de este obra, "Diario before London", en el número 91 de la revista
Clarín, del año 2011, las que abren ahora el volumen, que se divide en capítulos con título pero sin fecha.
En una
entrevista con Eloísa Otero, Fierro ha declarado: “Si me preguntas qué contiene el libro te diré que es un ejemplo de esos géneros híbridos, una miscelánea: pequeñas narraciones o cuentos, breves ensayos, literatura de viajes, esbozos de poemas, conferencias y cartas, y también colaboraciones de otros; aunque predominan –ganan por goleada- las anotaciones de un diario personal.
Y hay citas de muchos autores, sobre todo poetas. Es el diario de un lector agradecido. Lo importante es leer. Y leer poesía la mejor gimnasia para la mente, la escritura, la vida. ¿Quién dijo aquello de ‘no leer poesía es como no enamorarse nunca’?” Tras lo dicho por Llamazares y por él mismo, poco puede uno añadir. Con todo, destacaría las referencias a la arquitectura, el cine, la música y la pintura (el libro está ilustrado con dibujos suyos), a los viajes (interiores casi siempre o a lugares cercanos, europeos y civilizados), a la familia (Mar, su mujer -crítica y mecanógrafa, a quien está dedicada la obra-, sus hijos, su nieta...); a la poesía (no le gustan los "poemas enumerativos" y sí la, digamos, poesía de la experiencia, basta ver los poetas que menciona)... Encontramos un par de poemas inéditos (uno de ellos versionado por Antonio Manilla) y algunos aforismos entreverados: "Quizá los académicos de la lengua sean los políticos de la literatura". O: "Darle vueltas a las cosas, igual que a las rotondas, mejora la circulación". Y mucha ironía y tanto o más humor. Abundan, en este sentido, comentarios acerca de lo que escribe, puesto siempre en cuestión. Así, "Este diario no es mentiroso; quien lo escribe nada novela, carece de imaginación". O: "Podría decir que escribo para mí". O: "Uno describe banalidades y poco más". O: "Lo importante es leer (o escribir)". De "pura rutina" califica este hombre su vida.
Por los autores que ha leído (a los mejores dedica un capítulo: "Diario de los nombres", donde están Azúa, Zagajewski, Brodsky, Camba, Tranströmer, Samuel Jhonson, Zweig, la literatura de Internet, Auden, González Ruano, Borges, Pla, Eugenio D'Ors, Steiner, Elie Faure y Ferlosio, ya se dijo), por los que nombra al final: García Martín ("No conozco para estos desvelos de escribir mejor tutor; yo lo nombraría mi ángel de la guarda"), Julio (Llamazares), (Andrés) Trapiello, Margarit y Mainer, y, lo fundamental, por el tono o estilo que gasta, en una prosa neutra y sin alardes, el libro no ha podido gustarme más.
Aunque vivamos en mundos distintos, ejerzamos profesiones contrarias (él se ocupa, según creo, de menores), habitemos en ciudades diferentes (ambas de la negra provincia) y poco o nada tengan que ver entre sí nuestras respectivas existencias -pasadas, presentes o futuras-, como lector encuentro similitudes (la hipocondría, la melancolía) y no puedo por menos que compartir, a debida distancia, apreciaciones, opiniones y demás puntos de vista, que, como digo, vienen a coincidir con los de uno. Las políticas, pongo por caso.
Comparaciones al margen (no sólo los lectores de narrativa se identifican con los personajes literarios), nada malo podría decir de alguien que ama la poesía como Avelino Fierro (Ave para los próximos), con ese fervor del que habla Zagajewski: "Con la cosas bien serias, como la poesía, hay que ser beligerante".
Reconozco, y termino, que soy un devoto de este tipo de libros. Me entretienen muchísimo. Más cuando a la confidencia se une la lucidez. Ah, éste lo he leído por entero en un sólo lugar: la piscina del Kilómetro 4 (en la Nacional 110. Soria-Plasencia, ahora Hotel Ciudad de Plasencia), un lugar de mi adolescencia y primera juventud que he recuperado este verano. Ha sido, pues, una lectura solar y piscinera que se ha adaptado muy bien a ese particular microclima. Apenas se ha mojado.