Sor María, sor María
cuéntale al Padre tus cuentos,
como hacías con los niños
que hacías nacer de nuevo
al amparo de los padres
que no sabían tu juego.
¿Te acordaste de las madres
que rezaban sus lamentos
o lloraban a sus hijos
por creer que estaban muertos?
¿Qué ha pasado por tu mente?
Ojalá el daño que has hecho
a la madres, a ti, a Dios
y a la fe que yo no tengo.
Dime ahora sor María
para qué sirve el dinero
aquí estamos de prestado,
no puedes comprar el tiempo
y hagas bien o hagas mal,
al final vamos de entierro
y las flores y los llantos
no te arreglan en entuerto.
No estás sola, sor María
porque en este mundo nuestro
hay imbéciles que piensan
que se librarán del duelo,
que conserverán sus cosas
y el poder de los soberbios,
sin poder aprovechar
del daño que están haciendo
No me mires, sor María
que yo respeto a los muertos
solo quiero dejar claro
que existe el último puerto.
¿A qué sí, a qué ahora sabes
que al final un aguejero
será la última morada
del palacio de tus huesos?
¿Qué pensaste conseguir
impidiendo lo perfecto
de las madres y sus hijos
del amor y sus secretos?
Y sé que a pesar de todo
volveremos al comienzo;
vendrá quien buena te hará
y eso es lo que da miedo.