lunes, junio 17, 2024

El último Matriarcado -La mujer en el poder-



Entre tanta información valiosa encontrada, comparto con ustedes lo siguiente:

Hace 40 mil años, la cultura china entró en la etapa del “neoanthropus”, homínido que desarrolló considerablemente la pesca y la caza y se organizó alrededor de las figuras femeninas de cada agrupación gregaria. Se calcula que 24.000 años después, hace 6.000, se dio definitivamente la cultura matriarcal de Yangshao, período en el que ya se pulían instrumentos de piedra y hueso, se hacían arcos y flechas y se fabricaba cerámica. Paralelamente, aparecía el embrión de la agricultura y la ganadería y se empezaba a tejer y a construir casas. Todo ello condujo a adoptar una vida sedentaria. Las ruinas de la aldea de Banpo, cerca de Xi'an, son típicas de aquella época. En esta cultura ya la mujer ocupaba definitivamente una posición elevada dentro de los clanes, sistema por el que se organizaban.

En el poblado de Loshui, que se encuentra a orillas del lago Lugu (o Lago Madre), a 270 kilómetros de la ciudad de Lijiang. Muy cerca del Tíbet y protegida por una serie de montañas de pinos, se trata de una franja de 50 km2 considerada reserva natural de aves migratorias, patos y cisnes que, entre noviembre y marzo, interrumpen constantemente el azul continuo del cielo. Allí, en la comunidad mosuo, budista y agraria, mandan las mujeres. Sin embargo, como advierte el periodista Ricardo Coler, autor de El reino de las mujeres. El último matriarcado, no se trata simplemente de dar vuelta los roles y que sea el hombre quien lave los platos. “Es la actitud lo que termina de definir a una sociedad como matriarcal, cuando se siente el peso de la jerarquía femenina en la vida cotidiana”, apunta el autor, quien se hospedó en casa de una matriarca mosuo durante dos meses para conocer a fondo su idiosincrasia.

Para los mosuo, la única familia es la que se define por un lazo de sangre directo. Conviven en una misma propiedad la matriarca –figura principal–, sus hijos, madre y hermanos. Cuando una mujer debe volver a trabajar, el resto se ocupa de la cría, cual si fuera su auténtica madre. La idea de marido no existe, ya que los hombres sin lazo sanguíneo viven en otra casa, duermen bajo otro techo y responden a las órdenes de otra mujer.

No es que el amor o el compromiso no existan, por el contrario. Las relaciones entre un hombre y una mujer se sostienen durante el tiempo que dure el amor entre ellos: ni ataduras económicas, ni hijos en común, ni mucho menos el peso de un matrimonio los obligarán a permanecer juntos en contra de su deseo. “El amor es para ellos muy importante, por eso no se lo puede contaminar con la familia o con el dinero”, apunta Coler. “A su manera, son muy conservadores”, agrega.

Como sólo las chicas gozan de habitaciones privadas, son los varones los que las visitan por las noches. Por la mañana, bien temprano, Coler relata que es posible ver a los hombres atravesando las calles de tierra de la aldea, con sus pocas tiendas y su centro de medicina china, para volver a sus moradas, donde la matriarca los está esperando para impartir los deberes del día.

Si bien desde 1956 ya no están aislados del resto del país, no los tienta en lo más mínimo adoptar el modo de vida de sus conciudadanos: “Que las mujeres estén a cargo es parte de nuestra cultura, algo que nos diferencia”, confió un hombre mosuo a Coler. “Es un estilo que mantenemos desde que existen los mosuo y debemos ser respetados por ello”, agregó. Un argumento contundente, aunque extraño para los occidentales. En los 90 el gobierno chino abrió el turismo a toda la región. En un entorno natural privilegiado, una comunidad vive en permanente armonía, reniega de la violencia en cualquiera de sus formas y practica un socialismo libre de burocracia o corrupción.

Bendita tú eres!

En la actualidad, los mosuo son la única comunidad auténticamente matriarcal. Al resto se las puede definir como matrilineales o matrilocales, asegura Coler. Si bien comparten características con el matriarcado (las familias se identifican con el apellido materno y el sitio de residencia es el de la mujer), les falta la fundamental, es decir que el hombre obedezca los mandatos femeninos.

Los mosuo forman una comunidad de unos 25 mil habitantes donde las mujeres están al mando. El autor presenta cómo puede ser la realidad sin la supuesta supremacía del hombre y sin la opresión que esa forma de pensar puede ejercer. Coler explica que en las "sociedades matriarcales no hay violencia, ahí se ve claramente la mentalidad de la mujer; la gente no se pelea como peleamos en Occidente, porque ser violento es algo que degrada socialmente.

"Los conflictos se resuelven mucho más fácilmente, además no hay una competencia feroz y esto no lo vemos acá; vemos cuando el hombre es muy competitivo y, en el caso de que una mujer logre puestos altos, tiene en la mayoría de los casos una dificultad con lo femenino y se van masculinizando."

Lo que ocurre en la sociedad matriarcal -agrega Coler- es producto de una cultura donde la condición femenina se impone sin restricciones masculinas. No hay violencia ni tampoco está la locura por acumular y acumular dinero.

"Es una sociedad fuerte, a la que jamás se le podrá considerar machista; donde la mujer es la única que puede tener dinero, la única que puede tener casa, la única que tiene una habitación para ella; y la única que tiene derecho sobre los hijos."

Cuando llegó a la comunidad de los mosuo, para Coler fue como un choque: "los hombres siempre tenemos fantasías armadas de lo que es una mujer y llegar a esta sociedad rompe con esto. Rompe por ejemplo con la idea de que una matriarca, lo primero que haría sería someter al hombre, y no es así, porque una mujer en el poder no es un hombre en el poder.

"Quería ver qué pasa cuando se invierten los roles; qué pasa con el amor, la sociedad, educación, trabajo, familia; al final uno se da cuenta de que hay una cantidad de prejuicios que el hombre tiene."

"En el matriarcado el desdén por la violencia y por la acumulación tonta de dinero hace parecer la vida más amable y llevadera; además, la institución familiar parece más sólida y vital que la occidental. Es lo que impresiona al ver que no les hacen falta discursos morales para sostenerla."

Al realizar la investigación, Coler no sólo se sorprendió por la forma en que las mujeres "mandan", sino que los jóvenes no quieren casarse y las mujeres eligen con quién pasar la noche, "siempre y cuando no se enamoren".

Al ser entrevistados por Coler, los habitantes de mosuo se quedaban congelados con sus preguntas sobre la posibilidad de formar una familia y tener un hogar.

"Me decían que ellas tenían una familia y que nunca se les había ocurrido ir a vivir con alguien de otra familia. La familia es muy tradicional y se mantiene a través de los años y todo mundo trabaja para su familia; las parejas están fuera de la casa."

Los hombres, de acuerdo con Ricardo, se dedican más a las cuestiones de organización y a la política, mientras que las mujeres manejan la sociedad.

"El poder político lo tiene cualquiera, a ellas no les importa, es una cuestión complicada de entender para nosotros, pero de ahí se deduce un funcionamiento; por eso un hombre puede ser el jefe de la aldea."

Por lo que se refiere al amor y la sexualidad, Coler señala que las mujeres pueden tener relaciones con el hombre que elijan, la única condición es que no se enamoren, ya que en caso de presentarse una supuesta infidelidad pierden su exclusividad.

En esta población, las mujeres son dirigentes de las familias y todos los miembros familiares son descendientes de la misma mujer. No hay maridos ni padres. Los amantes se reúnen por la noche pero viven separados por el día en la casa de sus propias madres.

Llaman zuwu a la habitación de la abuela, máxima autoridad, y en ella se reúne toda la familia por la noche para discutir los asuntos familiares y planificar los trabajos del día siguiente. Las mujeres, encabezadas por la abuela, se sientan a la derecha del fuego y los hombres, dirigidos por el tío mayor, se sientan a la izquierda.

A los 13 años niños y niñas son considerados mayores de edad y los familiares le preparan una ceremonia que los convierte en maduros para tener amantes. Las chicas a partir de entonces viven en una habitación separada llamada edificio de flores y los chicos continúan en el "zuwu" con la familia materna por el día, pudiendo pasar la noche con sus amantes, aunque tienen como norma regresar antes del amanecer. Si el amor entre los amantes no existe, se separan pacíficamente y buscan otro u otra cónyuge más adecuados.

Esto, que parece prestarse a promiscuidades, lleva por el contrario a los mosuos a una extremada prudencia al elegir a su pareja para mantener la buena reputación de su familia y no manchar la fama de sus hermanos. Tampoco está permitido iniciar una nueva relación antes de terminar la que le antecede. En cuanto a los hijos, al no vivir las parejas juntas, son los tíos lo que ayudan a cuidarlos.

Dan Dong, Mosuo de 29 años regresó a su pueblo natal tras ocho años de estudio y trabajo en las ciudades de Guangzhou y Shenzhen. Para él, que ansiaba volver a su tierra, lo mejor de su cultura es que “entre los amantes no existen disputas sobre la propiedad y otras cosas. La vida aquí es más feliz y simple".

En fin, son pocos los rincones del mundo en los que aún podemos encontrar estructuras que se corran de las sociedades patriarcales en las que la mujer está subordinada a los mandatos del hombre. Sin embargo, un matriarcado no debe pensarse como el paraíso femenino. Ya lo dijo una joven matriarca mosuo: “En el reino de los hombres las mujeres trabajan, y en el reino de las mujeres, los hombres descansan”.

Entrevistando a Ricardo Coler

Empezó esta búsqueda hace varios años. Visitó sociedades matriarcales en India, México y Papúa Nueva Guinea, al norte de Australia. Y comprobó in situ que se había escrito mucha literatura fantástica al respecto. Después de una profunda labor de investigación, se dio cuenta de que la comunidad de los Mosuo era la que se había conservado más pura.

-¿Por qué cogiste la mochila y te fuiste en busca del último matriarcado? ¿Qué te atrajo de esa aventura?
-En realidad yo visité varios matriarcados, pero me centré en éste porque comprobé que era el más puro de todos los que conocí. Quería saber cómo funcionaban las cosas cuando las reglas eran diferentes. Así que busqué sociedades donde las mujeres no hubieran sido criadas bajo una educación machista, no hubiesen sido oprimidas por el hombre o despreciadas por la sociedad, sino que desde el principio tuvieran las mismas posibilidades que un hombre. Esta fue la razón por la que empecé a viajar a los matriarcados hasta que encontré éste: un matriarcado real.

-Afirmas que para entender la cultura matriarcal, no hay que compararla con la patriarcal, sino que se debe partir de una visión diferente de la vida que posee la mujer...
-Ante todo hay que distinguir algo: lo que caracteriza a la sociedad matriarcal es que la mujer, además de ser la que tiene el poder, imprime a la sociedad una característica femenina. Que no es lo mismo que las mujeres estén en el poder, porque tenemos ejemplos de algunas que gobiernan y son más varoniles que un hombre en el ejercicio del poder. Aquí la característica principal es que hay algo en la sociedad que puede enlazarse, emparentarse con lo femenino. Y definir lo que es femenino puede ser un poco pretencioso, porque a la mujer no la definen ni el deseo de la maternidad, ni el gusto por los hombres, ni tampoco la anatomía. Una de las características más importantes que yo he notado en estas sociedades es la absoluta falta de violencia; la mujer a menudo mira sin entender a los hombres que luchan por el prestigio o por mantener su virilidad. Además cuando una mujer es poderosa lucha porque toda su familia esté bien. Yo les preguntaba qué esperaban de la vida, si querían hacerse ricas -típica pregunta de un hombre- y me miraban extrañadas. La acumulación, el tener por tener, no es algo que entre en sus cabezas. Y otro rasgo característico es la falta de competencia sangrienta. En todas las sociedades matriarcales hay un entramado social donde la solidaridad y el cuidado por el otro está más marcado que en las sociedades patriarcales.

-Una de las instituciones más arraigadas de nuestra sociedad es el matrimonio, a partir del cual luego surge la familia, algo que allí no existe. ¿Qué sentido dan a la relación?
-Ellas dicen que son fieles a dos cuestiones: a la familia y al amor. Por eso la matriarca vive con sus hijos e hijas, sus hermanos y su madre. No hay maridos. Los hombres sin lazo sanguíneo directo con la matriarca pertenecen a otra casa y duermen bajo otro techo. Afirman que nadie que quiera tener una familia estable se le ocurriría ir a vivir con un miembro de otra familia, que sería el matrimonio. Según sus valores, pedirle a otra persona la convivencia con amor, sexualidad, economía, hijos, futuro, proyectos y amistad para toda la vida es una locura. Les llama la atención que nosotros insistamos tanto en ello. La familia para ellos es más importante que el matrimonio, por eso a pesar de que las mujeres eligen con quien pasar la noche y varían a menudo de pareja, ninguna regla de su sociedad les lleva a casarse y a romper con la familia de origen. Y les va mucho mejor económicamente, porque nunca dividen sus propiedades por herencia, ni por divorcio, ni por pelea entre cuñadas, ni por nada. La familia siempre se mantiene con la misma propiedad y todos trabajan para ella. Hay mucha libertad sexual, nadie lo mira mal. A todo el mundo le parece bien, hasta se enamoran; pero el amor dura lo que dura y eso marca el tiempo de esa relación. Cuando se termina, se acabó. Para ella es importante el amor pero nunca va a estar con un hombre por los hijos, por el dinero, por lo que digan los demás, por la familia, por el hogar o por la economía. Tampoco en esas sociedades existen las mujeres abandonadas o sin recursos porque ellas son las únicas que tienen la propiedad, el dinero, los hijos y la casa, que pasa de generación en generación.

"En estas sociedades hay un entramado social donde la solidaridad y el cuidado por el otro está muy marcado"

-En el matriarcado las ancianas son muy importantes, se las considera las alma "mater" de los clanes. El concepto se acerca más a las sociedades ancestrales que a la actualidad, donde ya no se valora a los abuelos...
-El tema de la vejez ellos lo resuelven bastante bien. Viven en un hogar constituido por un patio central con muchas casitas alrededor donde se disponen los dormitorios. Entonces al anciano, a la matriarca, a la abuela, la cuidan entre todos. Siempre hay mucha gente cuidando, tanto a los niños como a los mayores. En cambio en occidente un hijo de mediana edad se hace cargo de los padres y éste es un trabajo que recae sólo en él. Allí las familias son mucho más numerosas y la tarea de cuidar a los ancianos se la reparten entre todos. Es un honor y allí la voz de los mayores suena con fuerza.

-Personalmente, ¿qué te supuso el haber vivido esta experiencia?
-No soy antropólogo, ni sociólogo, ni un guía turístico. Cuando voy a un lugar como éste es porque me interesa profundamente el tema y me dejo empapar por ello. No voy como quien visita un zoológico. Entrar allí es como ir cien años atrás, viven con cosas muy sencillas y en cambio no les falta de nada. Nosotros al tener más comodidades, adelantos, hemos perdido por el camino muchas cosas importantes. Allí no existe violencia y no se acepta a los violentos, es algo que avergüenza. No hay lucha por el poder, todo el mundo tiene lo que necesita y a nadie le falta de nada. Se habla mucho, en las casas, por las calles. Necesitan saber unos de otros, de sus problemas. Cuando hablaba de cosas de nuestra cultura occidental me miraban sorprendidos y se reían de nuestro concepto de familia, pareja, religión…

"Allí no existe la violencia. No hay lucha por el poder. Todo el mundo tiene lo que necesita"

-¿Y qué piensas cuando comparas lo que allí experimentaste con los valores de nuestra cultura occidental?
-Uno nace hablando un determinado idioma dentro de un entorno familiar concreto y eso te condiciona. Yo no sé si me acostumbraría a vivir en un matriarcado. No está mal que una mujer me mande, pero… ¡todo el día! (risas). Por lo menos que me haga creer que mi voz también importa. Fuera de bromas, esto me ha hecho pensar que hay muchos problemas que padecemos y que pensamos que tienen que ver con la política o con la economía, y en realidad son cuestiones relacionadas con el género. La sociedad debe ser menos patriarcal y eso no tiene que ver con tener más diputadas o más mujeres en el gobierno, o con que las mujeres tengan más derechos. He estado en sociedades donde ellas tienen todos los derechos y siguen rigiéndose por valores patriarcales. Es ahí donde debería de introducirse el cambio.

-Si el futuro, como dicen, es bajo lo femenino. ¿Cómo vislumbras el camino, por encima de conceptos de género como hombre y mujer?
-No hace falta irse a China para encontrar mujeres que viven solas, que tienen hijos, que ganan dinero, que le pueden dar a sus hijos su apellido, que cambian de pareja todo lo que quieren. La diferencia está en que esas mujeres lo hacen resignadas o sufriendo, y en que esa vida no es un código propio de la sociedad occidental. No sé si la civilización va rumbo a un matriarcado o a tomar algunas de sus características, pero en este momento que se habla tanto de la mujer hay que dejar de dar vueltas a sus derechos y pararnos a reflexionar. El cambio no me parece tan fácil, pero hay un dato a tener en cuenta: las mujeres en las sociedades patriarcales protestan por la opresión. Los hombres en las sociedades matriarcales no, lo pasan bárbaro. Todos defienden la sociedad matriarcal. Todos se benefician y viven bien. No tienen nuestros problemas.

"Para un hombre, sostener todo el tiempo ese lugar asignado por el patriarcado es algo agotador"

-La mujer hace un tiempo que ha iniciado su liberación. ¿De qué crees que se tiene que liberar el hombre en este momento?
-Es que ser un hombre, en el sentido de lo que estamos hablando, también cansa. Sostener todo el tiempo ese lugar asignado por el patriarcado es agotador. A mí me parece que a pesar de que es un diálogo difícil, el escuchar a la mujer es una de las cosas que más me ha cambiado. El diálogo entre un hombre y una mujer no es un diálogo sencillo, básicamente porque para un hombre no es del todo entendible. Muchas veces me he encontrado hablando con una mujer, contándome sus penurias y mientras yo le busco soluciones, ella me contesta: "yo no quiero que me des una solución, sólo quiero que me escuches". Algo que para mí es complicado. Aprendí a callarme la boca y a no decir lo que tenían que hacer, pero esto lo aprendí a "duros golpes". Sería sumamente beneficioso que nos escuchásemos mutuamente.

-¿Qué es lo que más teme el hombre de la mujer?
-Lo mismo que le atrae de ella. Que una mujer puede ser capaz de cualquier cosa por amor y eso también produce temor.

"Nuestra civilización, a pesar de tener más comodidades, ha perdido en el camino muchas cosas importantes"

-¿Qué te han enseñado las mujeres?
-Últimamente me han enseñado muchas cosas, entre las que destaco la necesidad de escuchar sin intentar controlar, ni atrapar, ni decir lo que se tiene que hacer. A partir de ahí es posible vivir momentos maravillosos.

-Detrás de las páginas del libro y tus reflexiones parece que vislumbramos a un Ricardo Coler que se identifica con aquello que va descubriendo. ¿Qué te une a lo femenino?
-Esa es una pregunta que me hago a menudo y confieso que, aunque me genera mucha curiosidad, no consigo contestarla. Eso supongo que es lo que me hace editar una revista cultural como "Lamujerdemivida" y a escribir un libro tras otro en la misma línea. Si me pregunto por qué lo hago, te diría que no lo sé. Al principio, cuando empezamos a hablar creo que te di una respuesta muy superficial. Este tema me atrae poderosamente y sólo sé que cuando me pongo a escribir sobre ello me pasa el tiempo sin darme cuenta. Por más que pretenda escribir sobre otras cosas, siempre acabo aquí. Sinceramente, no sé por qué.





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