Fuera llueve torrencialmente.
Al cielo le sobra agua y nos la arroja a borbotones locos para despertar
nuestro letargo otoñal.
Me cobijo entre cojines
después de haber estado, por mucho tiempo, detrás de la ventana, escuchando los
truenos y sintiendo el fogonazo de los rayos cercanos.
El cojín de mi espalda, muy
grande y mullido, queda fijado con mi particular postura para leer, el de hojas
de arce reposa en mis rodillas esperando el libro.
Es pequeño, delicioso, uno de
esos libros de antes, con un color de antes y una textura de hace tiempo.
Árida, se titula, de Antonio Tocornal. En su dedicatoria hay una cabeza de
ganado áridamente seca.
Las mangas de mi jersey azul
brillante, llegan hasta media mano, así es como me gusta.
Leo.
Al pasar las hojas, la manga
se dobla a la mitad sobre sí misma...y yo no me molesto en colocarla.