

Tuve la fortuna de nacer en este país y esta tierra del sur a la que sigo amando, aunque lo hice en época poco venturosa. Me tragué como pude una posguerra larga y difícil en la que el silencio sobre los acontecimientos pasados se cernía sobre la población como una nube plomiza y tétrica. Tuve que comulgar con piedras de molino que he tardado media vida en expulsar de mi cabeza como se expulsan las piedras del riñón. De mis ancestros y amigos, unos eran ganadores y otros perdedores y siguieron así durante mucho tiempo. Los dirigentes de entonces eran escogidos entre los primeros, y los segundos relegados y perseguidos. Aquello acabó por vía natural (es sabido que no hay mal que cien años dure…ni cuerpo que lo resista), y respiré aliviado cuando vino la transición constitucional esperando una época de democracia y libertades. Peo ¡ay! Cuan efímero es el gozo en casa del indigente (dicen en mi pueblo, aunque con lenguaje más llano).

Me resisto a aceptar tal realidad. Creo, con el viejo Aristóteles, que hay que decir que existe democracia cuando los libres ejercen la soberanía, y oligarquía cuando la ejercen los ricos. Caminamos, Sr. Presidente, por un sendero peligroso. El que conduce a la oligarquía. Y a ella nos lleva Ud. de cabeza.
Le he oído decir, en su campaña electoral, que se proponía darle la vuelta a este país, acabando de forma drástica con todos los males enumerados más arriba y unos cuantos más que se me quedaron en el tintero. De ser ello cierto, téngame desde este momento por su más ferviente valedor, dentro de mi modestia.
No dudo de que su gobierno va a acabar con todas esas corruptelas; que propiciará la renovación de las altas instituciones, tanto tiempo bloqueadas por los “otros”; que ampliará los derechos y libertades de colectivos tradicionalmente marginados; que propiciará los matrimonios homosexuales; ampliará la cobertura para la enseñanza laica, igualitaria y universal; mejorará la sanidad pública; acabará con la guerra entre trasvases y desaladoras; actualizará la ley del aborto de forma que desaparezcan los embarazos no deseados; acabará con la lacra del paro, propiciando la negociación de los agentes sociales y ampliando la cobertura de los trabajadores; pondrá a las iglesias en el lugar que les corresponde; y un largo etcétera que Ud. conoce mejor que nadie.
Sr. Presidente, me han dicho que es Ud. uno de los dirigentes más honestos, capaces y bienintencionados que este país haya tenido la suerte de disfrutar. No lleva camino de demostrarlo.