Pero Watt no oía nada, a causa de otras voces que le iban cantando, gritando, diciendo y murmurando cosas incomprensibles al oído. Esas voces, si bien no le eran conocidas, no le eran desconocidas tampoco. Así que no se alarmaba desmesuradamente. A veces solamente cantaban, otras veces solamente gritaban, otras solamente decían, otras solamente murmuraban, otras cantaban y gritaban, otras cantaban y decían, otras cantaban y murmuraban, otras gritaban y decían, otras gritaban y murmuraban, otras decían y murmuraban, otras cantaban y gritaban y decían, otras cantaban y gritaban y murmuraban, otras gritaban y decían y murmuraban, otras cantaban y gritaban y decían y murmuraban, todas juntas, al mismo tiempo, como entonces, por no hablar más que de esas cuatro clases de voces, ya que había otras. Y a veces Watt entendía todo, y otras entendía mucho, y otras entendía poco, y otras no entendía nada, como entonces.
Samuel Beckett, Watt.
viernes, 14 de enero de 2011
miércoles, 5 de enero de 2011
Suscribirse a:
Entradas (Atom)